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Aguas Primaverales

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Aguas Primaverales
Название: Aguas Primaverales
Дата добавления: 15 январь 2020
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Aguas Primaverales - читать бесплатно онлайн , автор Тургенев Иван Сергеевич

Dimitri Sanin es un joven terrateniente ruso de 22 a?os que se enamora perdidamente por primera vez mientras visita la ciudad alemana de Frankfurt. Tras luchar en un frustrado duelo contra un rudo soldado y ganar el coraz?n de la chica objeto de su encaprichamiento, el enamorado protagonista decide renunciar a su estatus en Rusia para trabajar en la pasteler?a familiar de la chica y as? estar m?s cerca de ella.

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Pantaleone echó una mirada a esa escena, sonrióse y se enfurruñó a la vez; y atravesando la tienda, fue a abrir la puerta de la calle.

XXX

El tránsito de la desesperación a la tristeza y de la tristeza a una dulce resignación no había sido muy largo en FrauLenore; pero esa misma resignación no tardó en transformarse en una recóndita alegría, que, sin embargo, trató de disimular y contener por salvar las apariencias. Desde el primer día, Sanin había sido simpático a FrauLenore: una vez acostumbrada a la idea de tenerlo por yerno, no encontró en ello nada particularmente desagradable, aunque considerase como un deber el conservar en su rostro una expresión de ofendida... o más bien, de escamona. Además, ¡había sido tan extraordinario todo lo pasado en aquellos últimos días! ... ¡Qué de cosas, unas tras otras! En su calidad de mujer práctica y de madre, FrauLenore se creyó en el deber de dirigir a Sanin diversos interrogatorios. Y Sanin, que al ir por la mañana a su cita con Gemma, no tenía la menor idea de casarse con ella (a decir verdad, no pensaba en nada entonces, y se dejaba arrastrar por su pasión), Sanin entró resueltamente en su papel de prometido esposo, y respondió a todas las preguntas con agrado y de una manera puntual y detallada. Habiendo comprendido FrauLenore, sin género alguno de duda, que era de buena nobleza hereditaria y hasta un poco extrañada de que no fuese príncipe, tomó un aire serio y “le previno de antemano” que tendría con él una franqueza brutal, ¡porque el sagrado deber de madre la obligaba a ello! A lo cual respondió Sanin que eso mismo pedía él, y que le suplicaba con instancia que no se quedase corta.

Entonces FrauLenore le hizo observar que HerrKlüber (al pronunciar ese apellido suspiró ligeramente, mordiéndose los labios y vaciló un poco), el antiguonovio de Gemma, poseía ya ocho mil florines de renta, y que esta suma iría creciendo rápidamente de año en año... Y él, HerrSanin, ¿con qué ingresos contaba?

—Ocho mil florines —repitió lentamente Sanin—, en moneda rusa vienen a ser quince mil rublos en asignados... Mis rentas son mucho menores. Poseo una pequeña hacienda en el gobierno de Tula... Con una buena administración, puede y debe producir cinco o seis mil rublos... Y si entro al servicio del Estado, puedo fácilmente conseguir un sueldo de dos mil rublos.

—¿Al servicio de Rusia? —exclamó FrauLenore—. ¡Tendré que separarme de Gemma!

—Podría entrar en la diplomacia —replicó Sanin—. Tengo algunas buenas relaciones... en ese caso hay empleos en el extranjero. Pero he aquí lo que también pudiera hacerse, y sería lo mejor: ven der mis tierras y emplear el capital que produzca esa venta en algunas empresas lucrativas, por ejemplo, en ampliar el negocio de esta confitería.

No se le ocultaba a Sanin que decía un absurdo. Pero ¡estaba poseído de una audacia incomprensible! Miraba a Gemma, quien desde e l principio de aquella conversación práctica se levantaba a cada instante, daba algunos pasos por la estancia y volvía a sentarse. Mirábale, y ya no conocía obstáculos; estaba dispuesto a arreglarlo todo al minuto, del modo más acomodaticio, con tal de que ella no experimentase ninguna inquietud.

HerrKlüber también tenía el propósito de darme una pequeña suma para arreglar la tienda de confitería dijo FrauLenore, después de una ligera vacilación.

—¡Madre mía, por amor de Dios! ¡Madre! —exclamó Gemma en italiano.

—Es preciso hablar por anticipado de esas cosas, hija mía —respondió FrauLenore en el mismo idioma.

Prosiguiendo su conversación con Sanin, le preguntó cuáles son en Rusia las leyes relativas al matrimonio; si no habría nada que se opusiese a su unión con una católica, como en Prusia. (Por aquel tiempo, en 1840, toda Alemania tenía presentes aún las disensiones entre el gobierno prusiano y el arzobispo de Colonia, acerca de los matrimonios mixtos.) Cuando FrauLenore supo que su hija misma adquiriría la nobleza por su enlace con un noble ruso, dio muestras de alguna satisfacción.

—Pero antes dijo— ¿tendrá que ir a Rusia?

—¿Por qué?

—¿Por qué?... Para obtener licencia de su emperador para casarse. Sanin le explicó que eso era completamente inútil; pero que se vería tal vez obligado a ir, en efecto, por un tiempo brevísimo, a Rusia, antes de la boda (mientras decía esas palabras oprimiósele dolorosamente el corazón; y Gemma, que le miraba, comprendió su angustia, se ruborizó y se puso pensativa), y que aprovecharía esa estancia en su patria para vender sus tierras. En todo caso traería el dinero necesario.

—Entonces, me atrevería a suplicarle —dijo FrauLenore—, que me trajese una bonita piel de astrakán para hacerme un abrigo; dícese que por allá esas pieles son asombrosamente bonitas y baratas.

—Así es; le traeré una a usted, con el mayor gusto, ¡y también a Gemma! —exclamó Sanin.

—Y a mí un gorro de tafilete bordado con plata —dijo Emilio pasando la cabeza por el marco de la puerta de la habitación inmediata.

—Bueno, te traeré uno... y unas zapatillas para Pantaleone.

—Pero, ¿a qué viene eso? ¿Para qué? hizo observar FrauLenore—. Ahora hablamos de cosas serias. Estábamos —añadió aquella mujer práctica— en que decía usted: “Venderé mis bienes”. ¿Cómo lo hará usted? ¿Venderá usted los colonos?

Sanin se estremeció como si le hubiesen dado un puñetazo en los vacíos. Acordóse de que hablando con la señora Roselli y su hija, había manifestado sus opiniones acerca de la servidumbre que, según decía, excitaba en él profunda indignación, y les había asegurado en diversas ocasiones que jamás y bajo ningún pretexto vendería sus colonos, pues consideraba este acto como una cosa inmoral.

—Trataré de vender mis tierras a un hombre cuyos méritos me sean conocidos —dijo, no sin vacilar—, o acaso mis siervos quieran ellos mismos comprar su rescate.

—Eso sería lo mejor —se apresuró a decir FrauLenore—. ¡Porque vender hombres vivos...!

—¡Barbari!—gruñó Pantaleone, que había aparecido en la puerta detrás de Emilio. Sacudióse las melenas y desapareció.

“¡Diablo, diablo! —se dijo Sanin mirando a hurtadillas a Gemma, quien tenía aspecto de no haber oído sus últimas palabras—. Entonces dijo para sí: —¡Bah, eso no importa nada!”

La conversación práctica se prolongó así casi hasta la hora de comer. Hacia el final, FrauLenore, completamente sosegada, llamaba Demetrio a Sanin y le amenazaba amistosamente con el dedo pro metiéndole vengarse de la partida serrana que le había jugado. Hizo que le diese muchos detalles acerca de su parentela, porque “eso es también importantísimo” —decía—, también quiso que describiese la ceremonia del casamiento tal como se ejecuta según los ritos de la Iglesia rusa, y se extasió de antemano con la idea de ver a Gemma vestida de blanco y con una corona de oro en la cabeza.

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