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Aguas Primaverales

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Aguas Primaverales
Название: Aguas Primaverales
Дата добавления: 15 январь 2020
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Aguas Primaverales - читать бесплатно онлайн , автор Тургенев Иван Сергеевич

Dimitri Sanin es un joven terrateniente ruso de 22 a?os que se enamora perdidamente por primera vez mientras visita la ciudad alemana de Frankfurt. Tras luchar en un frustrado duelo contra un rudo soldado y ganar el coraz?n de la chica objeto de su encaprichamiento, el enamorado protagonista decide renunciar a su estatus en Rusia para trabajar en la pasteler?a familiar de la chica y as? estar m?s cerca de ella.

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—Pero Gemma —exclamó Sanin—, ¿acaso no le has dicho...?

—Nada le he dicho. ¿Tenía derecho a hablar yo antes de haberte visto?

Sanin palmoteó de gozo.

—Gemma, espero que a lo menos ahora se lo dirás todo y me presentarás a ella... ¡Quiero probarle que yo no engaño!

Mientras decía estas palabras, henchíase su pecho, lleno hasta desbordarse de sentimientos nobles y generosos.

Gemma le miró de hito en hito.

—¿De veras quieres venir conmigo a casa a ver a mi madre, la cual pretende que... lo que estaría bien hecho... es imposible entre nosotros y nunca podrá realizarse?

Había una palabra que Gemma no podía decidirse a decir, aunque le abrasaba los labios. Apresuróse Sanin a pronunciarla. —Quiero casarme contigo, Gemma; quiero ser tu marido. No conozco en el mundo una felicidad más grande que esa.

No veía límites a su amor, a los nobles impulsos de su alma, a la energía de sus resoluciones.

Al oír estas palabras, Gemma, que había retardado un instante su andar, lo aceleró aún más que antes... Hubiérase dicho que trataba de huir de esa ventura, harto grande y harto inesperada.

Pero, de pronto, le flaquearon las piernas: HerrKlüber, engalanado con un sobretodo y un paletotnuevos, flamantes; tieso como un poste y rizado como un perro de aguas, acababa de aparecer a la vuelta de una esquina, en una calleja, a cinco o seis pasos de ellos. Conoció a Gemma y conoció a Sanin. Rezongando por dentro, digámoslo así, e irguiendo el flexible talle, salióles al encuentro, contoneándose con aire descarado.

Sanin vaciló un segundo, pero echó una mirada al rostro de Herr

Klüber, quien afectaba un aire desdeñoso y hasta de lástima, miró aquella cara rubicunda y vulgar... una oleada de ira subióle al corazón, y dio un paso adelante.

Gemma le agarró con presteza de la mano. Tranquila y resuelta, se cogió del brazo de Sanin, mirando cara a cara a su antiguo novio. Los ojos de éste parpadearon indecisos y contrajéronse sus facciones. Se apartó a un lado, mascullando entre dientes: “¡Así concluye siempre la canción!” ( ¡Das alte Ende von Liede!) Yse alejó con el mismo paso pretencioso y saltarín.

—¿Qué ha dicho el majadero? —preguntó Sanin.

Quiso correr tras de Klüber, pero Gemma le contuvo y prosiguió su marcha sin retirar la mano que había pasado bajo el brazo de Sanin.

Apareció ante ellos la confitería Roselli. Gemma se detuvo por última vez y dijo:

—Demetrio, aún no hemos entrado, aún no hemos visto a mamá... Si aún quieres reflexionar, sí, todavía eres libre, Demetrio. Por única respuesta, Sanin apretó con fuerza el brazo de Gemma contra su pecho, y la impulsó adelante.

—Mamá —dijo ella, entrando con Sanin en la estancia donde se hallaba FrauLenore—, ¡te traigo mi verdadero prometido!

XXIX

Si Gemma hubiese anunciado que traía el cólera o la misma muerte en persona, preciso es creer que FrauLenore no hubiera acogido la noticia con una desesperación más grande. Sentóse inmediatamente en un rincón, vuelta la cara a la pared, y se deshizo en llanto, casi a gritos, igual que una campesina rusa sobre el ataúd de su hijo o de su marido. En el primer momento se puso Gemma tan desconcertada, que no se atrevió a acercarse a su madre y se quedó inmóvil en medio de la pieza, como una estatua. Sanin, alicaído, estaba a punto de llorar también. ¡Aquel dolor inconsolable duró una hora, una hora entera! Pantaleone juzgó lo más oportuno cerrar la puerta de la calle de la confitería, de miedo a que alguien entrase; por fortuna, la hora era muy temprana. El viejo estaba receloso, y en todo caso poco satisfecho de la precipitación con que Sanin y Gemma habían procedido. Por supuesto, no tomó sobre sí el vituperarlos, antes hallábase dispuesto a prestarles ayuda y protección en caso necesario: ¡odiaba tan de corazón a Klüber! Emilio teníase por el intermediario entre su hermana y su amigo; en poco estuvo que no se enorgulleciese al ver que todo había salido tan bien. Incapaz de comprender por qué se desolaba su mamá, tentado estaba a decidir en su fuero interno que todas las mujeres, hasta las mejores, carecen en el fondo de sentido común. Sanin fue, de todos, quien más tuvo que sufrir. En cuanto se acercaba a ella, FrauLenore soltaba gritos de pavo real y agitaba los brazos para apartarle. En vano trató él de decir en alta voz varias veces, manteniéndose a una distancia respetuosa:

—¡Pido a usted la mano de su hija!

FrauLenore no podía consolarse, especialmente “de haber estado tan ciega para no ver nada”.

—¡Si mi Giovanni Battista viviera aún —decía a través de sus lágrimas—, nada de esto hubiera sucedido!

—¡Dios mío! —exclamaba para sus adentros Sanin—. Pero ¿qué es esto? En último término, ¡esto es absurdo!

No se atrevía a mirar a Gemma, quien, por su parte, tampoco se determinaba a levantar la vista hacia él. Contentábase con acariciar pacienzudamente a su madre, la cual había comenzado también por rechazarla...

Al cabo se apaciguó poco a poco la tormenta. FrauLenore cesó de llorar, permitió a Gemma sacarla del rincón donde se había refugiado, instalarla en una butaca cerca de la ventana, y que le hiciese beber agua con unas gotas de azahar. Permitió a Sanin no aproximarse —¡oh, eso no!—, sino a lo menos que permaneciese en la estancia (antes no cesaba de exigir que se marchase), y ya no le interrumpió al hablar. Sanin aprovechó en el acto esos síntomas de sosiego, y desplegó una elocuencia pasmosa: no hubiera sabido expresar sus intenciones y sentimientos con un calor más convincente a la misma Gemma. Sus sentimientos eran los más sinceros, sus intenciones las más puras, como las de Almaviva, en El barbero de Sevilla. No disimuló a FrauLenore más que a sí mismo el lado desfavorable de esas intenciones; pero esas desventajas, añadió, sólo existían en apariencia... Era extranjero, conocíanle de poco tiempo, no se sabía nada positivo acerca de su persona ni de sus recursos: todo esto era verdad. Pero estaba dispuesto a dar todas las pruebas necesarias para dejar sentado que era de buena familia y poseedor de algunos bienes ‘de fortuna; para ello se proporcionaría los certificados más fehacientes por parte de sus compatriotas. Esperaba que Gemma fuera feliz con él, y se esforzaría en dulcificar para ella la pena de estar separada de su familia.

La idea de la separación, la palabra “separación” nada más, estuvo en poco que no echase a perder el negocio. FrauLenore manifestó suma agitación. Sanin se apresuró a añadir que esa separación sólo sería temporal, y que, en último extremo, quizá no se llevase a efecto.

La elocuencia de Sanin no quedó perdida. FrauLenore comenzó a mirarle con aire de tristeza y de amargura, pero no con la repulsión y la ira de antes; luego le permitió aproximarse y sentarse junto a ella (Gemma estaba sentada al otro lado); después se puso a dirigirles cargos, no sólo con la mirada sino con palabras, indicio de que se dejaba ablandar su corazón. Comenzó por condolerse, pero sus quejas se calmaron y se suavizaron gradualmente, cediendo el puesto a preguntas hechas ya a su hija, ya a Sanin; después le permitió que le cogiese la mano, sin retirarla al punto; luego volvió a lloriquear, pero esas lágrimas eran muy diferentes de las primeras; luego se sonrió con tristeza y se dolió de la ausencia de Giovanni Battista, pero en otro sentido muy diverso que el de antes. Momentos después, los dos culpables, Sanin y Gemma, estaban de rodillas ante ella, quien les ponía una tras otra las manos sobre la cabeza; otro instante después, abrazábanla a cual más; y Emilio, con la faz radiante de entusiasmo, entraba corriendo en el cuarto y se arrojaba en medio de ese grupo estrechamente abrazado.

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