Narrativa Breve
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Si atendemos a su origen, resulta indudable que Tolstoi se margin? de un posible destino prefigurado: de familia noble y rica proveniente de Alemania, y con enormes posesiones, seguramente Tolstoi hubiera sido un conde m?s, con haza?as militares que narrar, pero sin dejar nada importante para la Humanidad. Pero su fuerte vocaci?n de escritor, unida a un misticismo religioso que con los a?os se ahond?, produjeron un literato considerado como la cumbre de la narrativa rusa, junto con Dostoievski.
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Guskov, sin escuchar al ayudante, se excusó ante nosotros y me miró con una triste sonrisa casi imperceptible, con la que parecía decir que yo era el único que lo entendía. Tenía un aspecto lastimoso; pero el ayudante que lo protegía estaba irritado contra él y no quería dejarlo en paz.
—¡Qué hábil es este muchacho! Es increíble.
—Es imposible no enredarse con estas estacas, Paviel Dimitrievich –dijo Guskov—. Usted mismo tropezó anteayer.
.Padrecito: no soy un subalterno. A mí no se me exige habilidad.
—El puede arrastrar los pies; en cambio, un subalterno debe dar saltitos…. –arguyó el segundo capitán Sh***.
—¡Qué bromas tan absurdas! –dijo Guskov, casi en un susurro y bajando la vista.
Sin duda, el ayudante estaba mal predispuesto hacia Guskov, cuyas palabras escuchaba con avidez.
—De nuevo tenemos que mandarle a llevar el «secreto» –dijo, dirigiéndose al capitán Sh*** y haciendo un guiño que aludía al degradado.
—Otra vez habrá lágrimas –replicó Sh***, riéndose.
Guskov no me miraba, y fingía sacar tabaco de la bolsita que, desde hacía rato, estaba vacía.
—Prepárese para llevar el «secreto», padrecito –dijo Sh*** sin dejar de reír—. Los exploradores han comunicado hoy que esta noche atacarán nuestro campamento; por tanto, hay que destinar a muchachos de nuestra confianza.
Guskov sonrió indeciso, como si fuese a decir algo; y varias veces miró a Sh*** con expresión suplicante.
—¿Y qué? He ido otras veces, e iré también ahora si me lo ordenan –balbució.
—Se lo ordenarán.
—Pues iré. ¿Qué tiene eso de particular?
—Sí, hará lo mismo que en Argun, donde arrojó el fusil y echó a correr –dijo el ayudante;
y, volviéndose, nos transmitió la orden para el día siguiente.
En efecto, se esperaba el ataque del enemigo aquella noche y una batalla para el día siguiente. Después de charlar un rato de diversas cosas, el ayudante le propuso al teniente O*** jugar una partidita, como si se acordase de ello en aquel momento por casualidad. Este accedió inesperadamente y ambos, acompañados del capitán Sh*** y del alférez, se dirigieron a la tienda de Paviel Dimitrievich, el cual tenía una mesita verde plegable y cartas. El capitán, que era comandante de nuestra sección, se fue a dormir a la tienda, los demás se retiraron también y yo me quedé con Guskov. No me había equivocado: en efecto, me sentía molesto a solas con él. Involuntariamente, me levanté y me puse a pasear de arriba abajo. Guskov se puso a mi lado, en silencio; y se volvía a la vez que yo, apresurado e inquieto, para no quedarse rezagado o para no adelantarse.
—¿No le molesto? –me preguntó con voz tímida y triste.
Hasta donde pude examinar su rostro en la oscuridad, me pareció profundamente pensativo y apenado.
—En absoluto –contesté, pero como él no iniciaba la conversación y yo no sabía qué decirle, estuvimos andando en silencio durante bastante rato.
El crepúsculo había dado paso desde hacía rato a la oscuridad de la noche; por encima de la silueta negra de las montañas lucía la radiante luna. En el cielo invernal azul pálido brillaban pequeños luceros. Por doquier se veía el resplandor rojo de las hogueras humeantes y cerca de nosotros se divisaban las tiendas grises y negreaba sombrío el terraplén donde estaba emplazada nuestra batería. La hoguera más cercana, junto a la que se calentaban nuestros asistentes hablando en voz baja, iluminaba de cuando en cuando el cobre de nuestros pesados cañones y la figura del centinela, que, con el capote echado por los hombros, paseaba acompasadamente a lo largo del terraplén.
—No se puede figurar la alegría que me proporciona hablar con una persona como usted – me dijo Guskov, aunque todavía no había hablado nada conmigo—. Eso sólo lo puede comprender un hombre que haya estado en mi situación.
No supe qué contestarse y de nuevo permanecimos callados, a pesar de que era evidente que Guskov deseaba desahogarse conmigo, y yo escuchar lo que me dijera.
—¿Por qué le han…? ¿Por qué le ha pasado eso? –pregunté, al fin, sin que se me ocurriera nada mejor para entablar la charla.
—¿No ha oído usted hablar de mi nefasta aventura con Metenin?
—Sí; creo que se trata de un duelo. He oído algo –contesté—. Es que hace mucho que estoy en el Cáucaso.
—No, no fue un duelo, sino un incidente terrible y estúpido. Se lo contaré todo, ya que no lo sabe. Sucedió el mismo año que nos conocimos en casa de mi hermana; entonces yo residía en San Petersburgo. Debo decirle que en aquella época disfrutaba de lo que se suele llamar une position dans le monde (una posición social), y si no era brillante, al menos, bastante ventajosa. Mon père me donnait dix mille roubles par an (mi padre me daba diez mil rublos anuales). En el año 49 me ofrecieron un puesto en nuestra embajada en Turín; un tío mío por línea de mi madre podía hacer mucho por mí y siempre estaba dispuesto a ello. Ahora puedo decirlo, puesto que se trata del pasado. J’étais reçu dans la meilleure société de Petersbourg, je pouvais prétendre (era recibido en la mejor sociedad de San Petersburgo y podía aspirar) al mejor partido. Estudié como se estudia en nuestros colegios, de manera que no tenía una cultura especial; cierto es que después leí mucho; mais j’avais surtout ce jargon du monde (pero empleaba, sobre todo, la jerga de la gente elegante) ¿sabe? Pero, sea como fuere, me consideraban, no sé por qué, como a uno de los primeros jóvenes de San Petersburgo. Lo que me elevó aún más en esta opinión general fue cette liaison avec Mme D***, de la que se hablaba mucho en San Petersburgo; más yo era muy joven en aquella época y no apreciaba estas ventajas. Sencillamente, era joven y tonto: ¿qué más quiere usted? Por aquel entonces, Metenin era célebre en San Petersburgo… — y Guskov continuó relatándome de este modo la historia de su desdicha, que omitiré, por no ofrecer ningún interés—. Durante dos meses estuve detenido, completamente solo. ¡Qué no habré pensado en aquellos días! –prosiguió Guskov—.
Cuando acabó todo esto, me pareció que el vínculo con el pasado estaba definitivamente roto y me sentí aliviado. Mon père… vous en avez entendu parler (mi padre, ya habrá usted oído hablar de él…), seguramente es un hombre de carácter de hierro y firmes convicciones, el m’a déshérité (me ha desheredado) y ha roto por completo las relaciones conmigo. Según sus ideas, era eso lo que debía hacer y yo no lo culpo: il a été conséquent (ha sido consecuente).
Por otra parte, tampoco he dado ningún paso para hacerle cambiar de decisión. Mi hermana se hallaba en el extranjero; la única que me escribió cuando lo autorización fue Mme D***, ofreciéndome ayuda; pero, como comprenderá, me negué a aceptarla. Así es que no disfruté de esas pequeñas cosas que suelen aliviar una situación así; no tenía libros, ropa ni alimentos.
Durante esa época, medité mucho y empecé a considerar las cosas desde otro punto de vista;
