Narrativa Breve

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Narrativa Breve
Название: Narrativa Breve
Автор: Tolstoi Leon
Дата добавления: 16 январь 2020
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Narrativa Breve - читать бесплатно онлайн , автор Tolstoi Leon

Si atendemos a su origen, resulta indudable que Tolstoi se margin? de un posible destino prefigurado: de familia noble y rica proveniente de Alemania, y con enormes posesiones, seguramente Tolstoi hubiera sido un conde m?s, con haza?as militares que narrar, pero sin dejar nada importante para la Humanidad. Pero su fuerte vocaci?n de escritor, unida a un misticismo religioso que con los a?os se ahond?, produjeron un literato considerado como la cumbre de la narrativa rusa, junto con Dostoievski.

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—Si no miente usted, padrecito, debo ir a dar unas órdenes a mi regimiento para mañana – dijo el segundo capitán Sh*** —No… ¿Por qué?… ¿Cómo podría? Digo la verdad… — balbució el degradado, pero de pronto calló y, para mostrarse ofendido, frunció el ceño con gesto afectado, y se dispuso a liar otro cigarrillo.

Como ya no le quedaba suficiente tabaco en la bolsita, pidió al capitán Sh*** que le prestara un cigarrillo. Continuamos durante un buen rato esa monótona charla de militares que conoce cualquiera que haya estado en la guerra. Siempre con las mismas expresiones, nos quejábamos del aburrimiento y de la duración de la campaña; juzgábamos siempre del mismo modo a la superioridad y, lo mismo que siempre, alabábamos a tal compañero, compadecíamos a tal otro y nos sorprendíamos de lo que había ganado uno o de lo que había perdido otro, etcétera.

—¡Vaya, señores, nuestro ayudante está de capa caída! –exclamó el segundo capitán Sh***—. En el cuartel siempre ganaba; jugase con quien jugase, siempre era él quien se embolsaba la ganancia; y ahora ya va para dos meses que no hace más que perder. No ha tenido suerte con este destacamento. Me figuro que habrá perdido unos mil rublos y otros quinientos en objetos: una alfombra que la había ganado a Mujan, las pistolas de Nikitin y un reloj de oro que le había regalado Vorontsov.

—Le está bien empleado –comentó el teniente O***—. Engañaba a todos; era imposible jugar con él.

—Engañaba a los demás y ahora se ha hundido él –y al decir esto el capitán Sh*** se echó a reír, bondadosamente—. Guskov vive con él y poco ha faltado para que se lo jugara también.

¿Es cierto, padrecito? –añadió, dirigiéndose a Guskov.

Este se echó a reír. Tenía una risa lastimosa y enfermiza. Al observar este cambio me pareció que lo conocía, que lo había visto anteriormente: tampoco me era conocido su apellido; pero no pude recordar dónde ni cuándo lo había visto.

—Sí, Paviel Dimitrievich ha tenido muy mala suerte en esta campaña –dijo Guskov, llevándose y volviéndolas a bajar sin llegar a tocárselo—. Ha tenido la veine du malheur (mala racha) –añadió en francés, haciendo un esfuerzo, aunque pronunciaba bien. En aquel momento creí de nuevo haberlo visto ya otras veces y hasta a menudo—. Conozco bien a Paviel Dimitrievich, me lo confía todo –prosiguió—. Somos antiguos conocidos, es decir, me quiere – agregó, asustándose, al parecer, de haber afirmado categóricamente que era antiguo conocido del ayudante—. Paviel Dimitrievich juega admirablemente; es extraño lo que le ha ocurrido ahora; está como extraviado; la chance a tourné (ha cambiado la suerte) –concluyó, dirigiéndose principalmente a mí.

Al principio todos escuchamos a Guskov con cierta atención condescendiente; pero en cuanto dijo esta segunda frase en francés, dejamos de hacerle caso.

—He jugado con él miles de veces; y confieso que es extraño –dijo el teniente O***, pronunciando con entonación especial la palabra extraño—. Es muy extraño: nunca le he ganado un solo copeck. ¿Por qué gano al jugar con los demás?

—Paviel Dimitrievich juega admirablemente; lo conozco desde hace mucho tiempo –dije.

En efecto, conocía al ayudante de hace varios años; más de una vez lo había visto jugando cantidades demasiado grandes, dadas las posibilidades de los oficiales; y me maravillaba su hermosa fisonomía, algo taciturna, siempre inalterable y serena, su pronunciación lenta de ucraniano, los bellos objetos y los caballos que poseía, su gallardía y, sobre todo, el que supiera llevar el juego con tanto dominio y tanta precisión. Reconozco que, más de una vez, al contemplar sus blancas manos regordetas y la sortija con brillante que llevaba en el dedo índice, me irritaba contra esa sortija, contra esas manos blancas, que me mataban carta tras carta, y contra la persona del ayudante; y me acudían malos pensamientos. Pero después, al reflexionar fríamente, me persuadía de que sólo se trataba de un jugador más inteligente que otros con los que me había tocado en suerte jugar. Tanto más, cuanto que al oír sus juicios sobre el juego resultaba claro que ganaba sólo por ser más inteligente y tener un carácter más firme que nosotros. Y ahora, este jugador tan comedido había perdido, no sólo todo el dinero que poseía, sino hasta sus cosas, lo que significaba una pérdida de sumo grado para un oficial.

—Tiene una condenada suerte siempre que juega conmigo –continuó el teniente O***—. Me he dado palabra de no volver a jugar con él.

—¡Qué gracia tiene usted, padrecito! –exclamó Sh***, haciéndome un guiño y dirigiéndose al teniente O***—. Ha perdido jugando con él unos trescientos rublos, ¿no es eso?

—Más –replicó el enojado teniente.

—Y ahora es cuando se ha dado cuenta; pero ya es tarde, padrecito. Desde hace mucho, todos saben que es el tramposo del regimiento –continuó el capitán, sin poder contener la risa y muy satisfecho de su salida—. Guskov es testigo; hasta le dispone las cartas. Por eso son amigos, padrecito… — y se echó a reír con expresión bondadosa, temblándole todo el cuerpo, de manera que derramó la copa de glintvein que tenía en la mano.

El amarillento y enjuto rostro de Guskov se cubrió de ligero rubro; varias veces abrió la boca, se llevó las manos al bigote y las bajó al lugar donde debían estar los bolsillos, se incorporó, se volvió a sentar; y, finalmente, dijo con una voz alterada, que no parecía la suya:

—Nikolai Ivanovich, no se trata de una broma; dice usted unas cosas delante de personas que no me conocen y me ven con esa pelliza… porque…

Le falló la voz, y de nuevo sus pequeñas manos coloradas de uñas sucias se movieron desde la pelliza a su rostro; tan pronto se tocaba el bigote, el cabello o la nariz, como se frotaba un ojo o se rascaba una mejilla sin necesidad alguna.

—¡Qué quiere usted! Todo el mundo lo sabe –prosiguió Sh***, muy satisfecho de su broma y sin reparar siguiera en la alteración de Guskov.

Este volvió a mascullar algo y, apoyando el codo derecho en la rodilla izquierda, se quedó en esa postura tan poco natural, mirando a Sh*** y fingiendo sonreír despectivamente.

«No sólo lo he visto, sino que hasta he hablado con él», pensé al ver esa sonrisa.

—Creo que me he encontrado con usted en algún sitio –le dije cuando, debido al silencio general, empezó a apaciguarse la risa de Sh***.

El expresivo rostro de Guskov se iluminó y sus ojos se fijaron por primera en mí, con expresión alegre y sincera.

—¡Claro! Yo le he reconocido en seguida –replicó en francés—. En el año cuarenta y ocho he tenido el gusto de verle a menudo en Moscú, en casa de mi hermana, la Ivashina.

Me excusé; no lo había reconocido en seguida por su nuevo indumento. Guskov se levantó, se acercó, y, después de estrecharme la mano de manera débil e indecisa con la suya húmeda, se sentó junto a mí. En lugar de mirarme a mí, a quien tanto le alegraba ver, se volvió hacia los oficiales, con cierta desagradable expresión de vanidad. No sé si fue debido a que reconocí en él al hombre que había visto hacía unos años vistiendo frac en un salón o porque ante este recuerdo Guskov se elevó en la opinión que tenía de sí mismo; pero en el caso es que su semblante y hasta sus gestos cambiaron por completo; en aquel momento, reflejaba inteligencia, suficiencia pueril por considerarse inteligente y cierta indolencia despectiva. Reconozco que, a pesar de la situación lastimosa en que se encontraba, mi antiguo conocido no despertó en mí la compasión, sino un sentimiento ligeramente hostil.

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