Narrativa Breve
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Si atendemos a su origen, resulta indudable que Tolstoi se margin? de un posible destino prefigurado: de familia noble y rica proveniente de Alemania, y con enormes posesiones, seguramente Tolstoi hubiera sido un conde m?s, con haza?as militares que narrar, pero sin dejar nada importante para la Humanidad. Pero su fuerte vocaci?n de escritor, unida a un misticismo religioso que con los a?os se ahond?, produjeron un literato considerado como la cumbre de la narrativa rusa, junto con Dostoievski.
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XV
Al oír el grito de la muchacha y la tos del guarda al otro lado de la valla, Turbin echó a correr por la hierba cubierta de rocío hacia el fondo del jardín, con la sensación de un ladrón descubierto. “¡Qué tonto soy! –se dijo—. La he asustado; debí haberla despertado hablándole.
¡Soy un animal!» Se detuvo para escuchar: el guarda había entrado en el jardín y avanzaba arrastrando su bastón por un senderito cubierto de arena. Era preciso ocultarse. Turbin bajó hacia el estanque. Unas ranas saltaron al agua y le hicieron estremecerse. Tenía los pies mojados, pero no hizo caso y, poniéndose en cuclillas, repasó lo que acababa de suceder:
había entrado en el jardín, saltando por la valla, había buscado la ventana de Liza y, al encontrarla, había visto la blanca figura de la muchacha; varias veces y siempre atento al más leve rumor, se había acercado y separado de la ventana. Tan pronto le parecía que Liza debía estar irritada por su tardanza, tan pronto que era imposible que hubiese accedido a entrevistarse con él con tanta facilidad. Al fin, suponiendo que fingía dormir por ser una tímida muchacha provinciana, se había acercado resueltamente; pero había comprobado que en realidad dormía. Entonces, sin saber por qué, había retrocedido asustado. Y, sólo después de avergonzarse ante sí mismo por su cobardía, había vuelto junto a la ventana, con decisión, y había tomado la mano de Liza. El guarda carraspeó y salió del jardín, haciendo chirriar la verja. Aquello resultó muy doloroso para Turbin. Hubiera dado cualquier cosa con tal de poder empezar de nuevo. Ya no procedería tan estúpidamente… “¡Qué muchacha tan maravillosa! ¡Qué lozana! ¡Qué encantadora! Haberla dejado escapar así… ¡Soy un animal…!» No tenía sueño. Con los pasos resueltos de una persona irritada, se encaminó a la buena de Dios, por una alameda de tilos.
La noche prodigaba sus pacíficos dones. Turbin fue invadido también por una tristeza serena y un deseo de amar. El sendero de tierra arcillosa, en el que aquí y allá se veían hierbecillas o plantas secas, aparecía iluminado con círculos de luz, formados por los pálidos rayos de la luna, que se filtraban a través del espeso follaje. De cuando en cuando, se oía el rumor de las hojas que tenían un reflejo plateado. Apagáronse las luces de la casa y cesaron todos los ruidos. Los trinos de los ruiseñores parecían llenar todo ese inabarcable espacio claro y silencioso. “¡Dios mío! ¡Qué noche! ¡Qué noche tan maravillosa!», pensó Turbin, aspirando el aroma del jardín. «Estoy triste. Es como si estuviese insatisfecho de mí mismo, de los que me rodean y de mi vida. ¡Qué simpática y qué bonita es esta muchacha! A lo mejor se ha disgustado de verdad…»
Al llegar a este punto, sus pensamientos se embrollaron. Se imaginó que estaba en aquel jardín, en compañía de la muchacha provinciana, en diversas actitudes extrañas; y, poco después, su querida Minna sustituyó a ésta. “¡Qué tonto soy! Tenía que haberla cogido por la cintura y darle un beso.» Y Turbin volvió a la habitación, arrepentido de no haberlo hecho.
Polozov no dormía aún. Se volvió para ver a Turbin.
—¿Duermes?
—No.
—¿Quieres que te cuente lo ocurrido?
—¿Qué dices?
—No; es mejor que no lo hagas… O bueno, sí… ¡Aparta las piernas!
Ya no le importaba haber fracasado en aquella pequeña aventura amorosa. Risueño, se sentó en la cama de su compañero.
—Figúrate que esa señorita me dio un rendez‑vous…
—¿Es posible? –exclamó Polozov, sentándose de un salto—. Pero ¿cómo? ¿Cuándo? No puede ser.
—Mientras estábais contando las ganancias del juego, me dijo que se quedaría por la noche, junto a la ventana, y que se podía entrar por ella en la habitación. Fíjate bien lo que significa ser un hombre práctico. Mientras la vieja y tú hacíais cuentas, me las he arreglado para conseguir eso. Además, tú mismo lo has oído; dijo, delante de ti, que se sentaría junto a la ventana para contemplar el estanque.
—Sí; eso lo oí.
—Lo que ignoro es si lo hizo sin más ni más o con alguna intención. Tal vez sus palabras no fueron intencionadas; pero lo parecían, y el resultado ha sido bastante extraño. Me he portado como un verdadero estúpido –declaró Turbin, con una sonrisa despectiva.
—Bueno, pero ¿dónde has estado?
Turbin contó lo que había ocurrido, omitiendo tan sólo sus repetidas indecisiones.
—Lo he echado todo a perder por mi culpa: debí haber sido más atrevido. Liza dio un grito y se escapó.
—Entonces ¿ha dado un grito y se ha escapado? –repitió el corneta, correspondiendo con una sonrisa molesta a la del conde.
—Sí. Bueno, es hora de dormir.
Polozov se acostó de espaldas a la puerta y permaneció así unos diez minutos. Sólo Dios sabe lo que ocurriría en su alma; pero, cuando se volvió, su atormentado rostro expresaba decisión.
—¡Conde Turbin! –exclamó, con voz entrecortada.
—¿Deliras o qué te pasa? –replicó Turbin tranquilamente—. ¿Qué desea, corneta Polozov?
—Conde Turbin, ¡es usted un canalla! –vociferó Polozov, levantándose de un salto.
XVI
Al día siguiente, el escuadrón se puso en marcha. Los oficiales se marcharon sin despedirse de los dueños de la casa. No hablaron entre sí. Estaban dispuestos a batirse en la primera etapa. Mas el capitán de caballería Schultz, a quien Turbin había elegido como padrino, supo arreglar el asunto. No se batieron y nadie se enteró de aquella aventura. Turbin y Polozov siguieron tuteándose cuando se encontraban en los banquetes y ante las mesas de juego; pero sus relaciones nunca volvieron a ser las de antaño.
11 de abril de 1856.
Francisca
I
El 3 de mayo de 1882 salió de El Havre La Virgen de los Vientos, un barco de tres palos, con dirección a los mares de China. Dejó allí el cargamento que llevaba; y cargó nuevas mercancías, con destino a Buenos Aires, donde recogió otras para el Brasil. Navegó por espacio de cuatro años por mares extraños, porque, además de los viajes había tenido una serie de incidentes, averías, reparaciones, desgracias, y porque a veces la calma duraba varios meses; y otras, los vientos lo desviaban de su rombo. Regresó a Marsella el 8 de mayo de 1886, con un cargamento de latas de conservas americanas.
Cuando salió de El Havre su tripulación constaba del capitán, del segundo y de catorce marineros. Durante el viaje uno murió y cuatro desaparecieron, en diversos accidentes, regresando a Francia tan sólo nueve. En sustitución de los marineros desaparecidos, habían contratado a dos americanos, a un negro y a un sueco que encontraron en una taberna en Singapur.
