La dadiva
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El Berl?n de entreguerras, visto con los ojos altaneros y nost?lgicos de los emigrados rusos, forma un mundo huidizo y fantasmal, pero tambi?n una inagotable fuente fuente de insospechadas evidencias. Fiodor, el joven poeta protagonista, es seguramente, en alguna medida, el propio autor; pero tambi?n lo es el padre de Fiodor, entom?logo errabundo. ?Qui?n ignora la pasi?n por la entomolog?a de Nabokov, y su destino de perenne emigrado? La inolvidable descripci?n de una librer?a rusa en Berl?n se nos presenta como afectuoso testimonio de otra inmutable vocaci?n de Nabokov: su amor por la literatura rusa.
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—¡Está loco! —gritó Marianna Nikolavna.
—Por el amor de Dios, pague el taxi —dijo Fiodor, sorteando personas y cosas con el cuerpo aterido— y por fin, saltando sobre la barricada de baúles, entró como una tromba en su habitación.
Aquella noche cenaron todos juntos, y más tarde vendrían los Kasatkin, el barón báltico, una o dos personas más... En la mesa Fiodor dio una versión mejorada de su contratiempo, y Shchyogolev se rió con ganas, mientras Marianna Nikolavna quería saber (no sin razón) cuánto dinero llevaba en los pantalones. Zina se limitó a encogerse de hombros y con insólita franqueza instó a Fiodor a servirse vodka, temiendo que se hubiera resfriado.
—Bueno... ¡nuestra última velada! —exclamó Boris Ivanovich, después de reír a sus anchas—. Que tenga usted éxito, signor. Alguien me dijo el otro día que pergeñó un artículo bastante venenoso sobre Petrashevski. Muy laudable. Escucha, mamá, tenemos otra botella y no vale la pena llevárnosla; dásela a los Kasatkin.
«... de modo que va a quedarse huérfano —continuó, atacando la ensalada italiana y devorándola con la máxima intemperancia—. No creo que nuestra Zinaida Oscarovna le cuide demasiado bien. ¿Eh, princesa?... En fin, así es la vida, mi querido muchacho, un giro del destino, y jaque mate. Jamás creí que la fortuna llegara a sonreírme, toquemos madera, toquemos madera. Imagínese, el invierno pasado me preguntaba qué debía hacer: ¿apretarme el cinturón o vender a Marianna Nikolavna como chatarra? Usted y yo hemos cohabitado durante año y medio, si me permite la expresión, y mañana nos separaremos, probablemente para siempre. El hombre es juguete del destino. Hoy feliz, mañana hecho papilla. Cuando la cena concluyó y Zina hubo salido para abrir la puerta a los invitados, Fiodor se retiró en silencio a su habitación, donde todo estaba animado por la lluvia y el viento. Entornó la ventana, pero un momento después la noche dijo: «No», y con una especie de desvelada insistencia, desdeñando ataques entró nuevamente. «Me emocionó tanto saber que Tania ha tenido una niña, y estoy muy contento por ella y por ti. El otro día escribí a Tania una carta lírica y larga, pero tengo la incómoda sensación de haberme equivocado en el sobre: en lugar de "122" puse otro número, sin darme cuenta, como ya hice otra vez; ignoro por qué ocurren estas cosas, uno escribe una dirección muchas veces, correcta y automáticamente, y de repente otro día titubea, la mira con atención y siente que no está seguro, que parece desconocida, es muy extraño... Ya sabes, como elegir una palabra sencilla, "indolente", por ejemplo, y verla como "in-dolente" o "indo-lente" hasta que es completamente extraña y salvaje, algo parecido a "impelente" o "emoliente". Creo que esto ocurrirá algún día con toda la existencia. En cualquier caso, desea de mi parte a Tania todo lo alegre, verde y estival de Leshino. Mañana se marchan mis patronos y estoy fuera de mí de alegría: fuera de mí, situación muy agradable, como estar de noche sobre un tejado. Me quedaré otro mes en Agamemnonstrasse y luego me trasladaré. Ignoro cómo irán las cosas. A propósito, mi Chemyshevski se está vendiendo bastante bien. ¿Quién te dijo exactamente que Bunin lo alabó? Mis esfuerzos por el libro ya me parecen una historia antigua, así como aquellas tormentas del pensamiento, los apuros de la pluma, y ahora estoy completamente vacío, limpio y dispuesto a recibir nuevos inquilínos. Parezco un gitano de tan moreno que me ha puesto el sol del Grunewald. Algo está empezando a tomar forma, creo que escribiré una novela clásica, con "tipos", amor, destino, conversaciones...»
La puerta se abrió de improviso. Zina se asomó y, sin soltar la manecilla, tiró algo sobre la mesa.
—Paga a mamá con esto —dijo; le miró con los ojos semicerrados y desapareció.
Fiodor desdobló el billete. Doscientos marcos. La cantidad se le antojaba colosal, pero un sencillo cálculo le demostró que no sobraría nada después de pagar los dos últimos meses, ochenta más ochenta, y treinta y cinco para el siguiente, que no incluiría la pensión. Pero todo se hizo confuso cuando empezó a considerar que el último mes no había almorzado ningún día, pero por otro lado disfrutado de ceñas más abundantes aparte la cantidad entregada a cuenta, diez (¿o quince?) marcos, debía conversaciones telefónicas y dos o tres tonterías más, como el taxi de hoy. La solución del problema estaba más allá de sus fuerzas, le aburría; guardó el dinero debajo de un diccionario.
«... y descripciones de la naturaleza. Me alegra mucho que estés releyendo mi libro, pero ahora hay que olvidarlo, ha sido sólo un ejercicio, una prueba, un ensayo antes de las vacaciones escolares. Te he echado mucho de menos y tal vez (lo repito, no sé cómo irán las cosas) te visitaré en París. En términos generales, mañana mismo abandonaría este país, opresivo como un dolor de cabeza, donde todo me resulta extraño y repelente, donde consideran la cumbre de la literatura una novela sobre el incesto u otro tema escabroso, o un cuento pegajoso, retórico y seudobrutal sobre la guerra; donde, de hecho, no hay literatura ni la ha habido durante mucho tiempo; donde, asomando por entre la niebla de una humedad democrática extremadamente monótona —también seudo—, pueden verse las mismas botas y el mismo casco; donde nuestra nativa e impuesta "intención social" en literatura ha sido reemplazada por la oportunidad social, etc. etc. Podría seguir así mucho rato —y es divertido que cincuenta años atrás todo pensador ruso que dispusiera de una maleta escribiera exactamente lo mismo— acusación tan obvia que ha llegado a ser incluso trivial. En cambio, en la mitad dorada del siglo pasado, ¡Dios mío, qué transportes! "Pequeña Alemania, tan gemütlich, ach, íntima, agradable, casitas de ladrillo, ach, los niños van a la escuela, ach, el campesino no golpea a su caballo con un garrote...! No importa, tiene su propio modo alemán de torturarlo, en un cómodo rincón, con un hierro candente. Sí, me habría marchado hace tiempo, pero hay ciertas circunstancias personales (además de mi maravillosa soledad en este país, el benéfico y maravilloso contraste entre mi estado interior y el mundo de terrible frialdad que me rodea; ya sabes que en los países fríos las casas están más calientes que en el sur, y mejor aisladas), pero incluso estas circunstancias personales pueden tomar un giro que me permita abandonar la Fetterland y llevarla conmigo. ¿Y cuándo regresaremos a Rusia? Qué sentimentalismo estúpido, qué gemido rapaz debe parecer nuestra inocente esperanza a la gente de Rusia. Pero nuestra nostalgia no es histórica —sólo humana—, ¿cómo explicárselo a ellos? Claro, para mí es más fácil que para otros vivir fuera de Rusia, porque sé seguro que volveré —primero, porque me llevé las llaves, y segundo, porque, no importa cuándo, dentro de cien o doscientos años —viviré allí en mis libros, o al menos en una nota al pie de algún investigador. Ya ves; ahora tenemos una esperanza histórica, una esperanza histórico-literaria... "Anhelo la inmortalidad, ¡incluso su sombra terrena!" Hoy te escribo tonterías continuas (sucesión continua de ideas) porque estoy bien y soy feliz, y además, todo esto tiene algo que ver, aunque de un modo indirecto, con la niña de Tania.
»La revista literaria que te interesa se llama La Torre. No la tengo, pero creo que la encontrarás en cualquier librería rusa. No ha llegado nada de tío Oleg. ¿Cuándo lo envió? Me parece que te has confundido. Bueno, es igual. Cuídate, je t'embrasse. La noche, la lluvia —cayendo en silencio— ha encontrado su ritmo nocturno y ahora puede continuar hasta el infinito.»