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La dadiva

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La dadiva
Название: La dadiva
Дата добавления: 15 январь 2020
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La dadiva - читать бесплатно онлайн , автор Набоков Владимир

El Berl?n de entreguerras, visto con los ojos altaneros y nost?lgicos de los emigrados rusos, forma un mundo huidizo y fantasmal, pero tambi?n una inagotable fuente fuente de insospechadas evidencias. Fiodor, el joven poeta protagonista, es seguramente, en alguna medida, el propio autor; pero tambi?n lo es el padre de Fiodor, entom?logo errabundo. ?Qui?n ignora la pasi?n por la entomolog?a de Nabokov, y su destino de perenne emigrado? La inolvidable descripci?n de una librer?a rusa en Berl?n se nos presenta como afectuoso testimonio de otra inmutable vocaci?n de Nabokov: su amor por la literatura rusa.

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—Pero sin las bailarinas —observó Zina. —Bueno, sólo son un símbolo de alegre compañía... ¿Y si nos fuéramos?

—Tenemos que pagar —dijo Zina—. Llámale. Les quedaron, once pfennigs, incluida la moneda ennegrecida que ella había encontrado dos días antes en la acera: les traería suerte. Mientras andaban por la calle, él sintió un escalofrío repentino y de nuevo aquella turbación emocional, pero ahora en una forma diferente, lánguida. Les separaba de la casa un paseo de veinte minutos, y el aire, la oscuridad y el olor dulzón de los tilos en flor causaban un dolor nostálgico en el pecho. Este olor se disipaba en la distancia entre tilo y tilo, donde era reemplazado por una frescura negra, y de nuevo, bajo la próxima bóveda, se acumulaba una nube opresiva y embriagadora, y Zina decía, tensando la nariz: «¡Oh, huélelo!», y una vez más la oscuridad perdía su sabor y una vez más se saturaba de miel. ¿De verdad ocurrirá esta noche? ¿De verdad ocurrirá ahora? El peso y la amenaza de la dicha. Cuando camino así contigo, muy despacio, y te agarro por el hombro, todo oscila vagamente, la cabeza me zumba, y siento deseos de arrastrar los pies; la zapatilla me cae del —pie izquierdo, vamos muy despacio, nos demoramos, nos evaporamos en la niebla, ahora estamos casi fundidos.

...Y un día recordaremos todo esto, los tilos, y la sombra en la pared, y las uñas de un perro de lanas rascando las losas de la noche. Y la estrella, la estrella. Y aquí está la plaza y la iglesia oscura, con la luz amarilla de su reloj. Y aquí, en la esquina, está la casa.

¡Adiós, libro mío! Como los ojos mortales, los imaginados también deben cerrarse algún día. Oneguin se levantará de sus rodillas, pero su creador se aleja. Y no obstante, el oído no puede separarse ahora de la música y dejar que la historia se desvanezca; las cuerdas del propio destino continúan vibrando; y donde he puesto fin no existe obstrucción para el sabio: las sombras de mi mundo se extienden más allá del horizonte de la página, azul como la niebla matutina del día de mañana, y tampoco esto termina la frase.

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