-->

La dadiva

На нашем литературном портале можно бесплатно читать книгу La dadiva, Набоков Владимир-- . Жанр: Классическая проза. Онлайн библиотека дает возможность прочитать весь текст и даже без регистрации и СМС подтверждения на нашем литературном портале bazaknig.info.
La dadiva
Название: La dadiva
Дата добавления: 15 январь 2020
Количество просмотров: 301
Читать онлайн

La dadiva читать книгу онлайн

La dadiva - читать бесплатно онлайн , автор Набоков Владимир

El Berl?n de entreguerras, visto con los ojos altaneros y nost?lgicos de los emigrados rusos, forma un mundo huidizo y fantasmal, pero tambi?n una inagotable fuente fuente de insospechadas evidencias. Fiodor, el joven poeta protagonista, es seguramente, en alguna medida, el propio autor; pero tambi?n lo es el padre de Fiodor, entom?logo errabundo. ?Qui?n ignora la pasi?n por la entomolog?a de Nabokov, y su destino de perenne emigrado? La inolvidable descripci?n de una librer?a rusa en Berl?n se nos presenta como afectuoso testimonio de otra inmutable vocaci?n de Nabokov: su amor por la literatura rusa.

Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала

1 ... 82 83 84 85 86 87 88 89 90 ... 102 ВПЕРЕД
Перейти на страницу:

Esta última ironía era especialmente divertida, teniendo en cuenta el hecho de que Vasiliev se opuso de manera rotunda a hacer la menor referencia al libro de Fiodor en su Gazeta, diciéndole con sinceridad (aunque el otro no había preguntado nada) que de no estar en relaciones tan amistosas con él, habría publicado una crítica devastadora —«no habría quedado ni una huella húmeda» del autor de La vida de Chernyshevski. En suma, el libro se vio rodeado de un buen ambiente de escándalo que favoreció las ventas; y al mismo tiempo, pese a los ataques, el nombre de Godunov-Cherdyntsev pasó inmediatamente a primer plano, y se elevó sobre la abigarrada tempestad de las opiniones de los críticos, a plena vista de todo el mundo, clara y firmemente. Pero había un hombre cuya opinión Fiodor ya no podía averiguar. Alexander Yakovlevich Chernyshevski murió poco antes de la aparición del libro.

Cuando en un funeral preguntaron al pensador francés Delalande por qué no se descubría ( ne se découvre pas), replicó: «Estoy esperando que lo haga primero la muerte» ( qu'elle se découvre la première). Hay en esto una carencia de gallardía metafísica, pero la muerte no merece nada más. El miedo origina un temor reverente, el temor reverente erige un altar para el sacrificio, su humo asciende hasta el cielo, donde adopta la forma de alas, y el miedo servil le dirige una oración. La religión tiene la misma relación con la condición divina del hombre que las matemáticas con su condición terrena: tanto la una como las otras son meramente las reglas del juego. Fe en Dios y fe en los números: fe local y fe de localización. Sé que la muerte por sí misma no tiene ninguna relación con la topografía del más allá, porque una puerta tan sólo es la salida de la casa y no una parte de sus alrededores, como un árbol o una colina. Hay que salir de algún modo, «pero me niego a ver en una puerta algo más que un agujero o un trabajo de carpintería» (Delalande, Discours sur les ombres, pág. 45). Y otra cosa: la desafortunada imagen de un «camino», a la que la mente humana se ha acostumbrado (la vida como una especie de viaje), es una ilusión estúpida: no vamos a ninguna parte, estamos sentados en casa. El otro mundo nos rodea siempre y no es en absoluto el fin de un peregrinaje. En nuestra casa terrena, las ventanas están reemplazadas por espejos; la puerta, hasta un momento determinado, está cerrada; pero el aire entra por las rendijas. «Para nuestros sentidos domésticos la imagen más accesible de nuestra comprensión futura de aquellos alrededores que nos serán revelados junto con la desintegración del cuerpo, es la liberación del alma de las cuencas de la carne y nuestra transformación en un ojo libre y completo, que puede ver simultáneamente en todas direcciones, o, dicho de otro modo: una percepción suprasensorial del mundo, acompañada de nuestra participación interna.» (Ibídem, pág. 64.) Pero todo esto son únicamente símbolos —símbolos que se convierten en una carga para la mente en cuanto ésta los mira de cerca.

¿No es posible comprenderlo con más sencillez, de un modo más satisfactorio para el espíritu, sin ayuda de este elegante ateo y también sin ayuda de credos populares? Porque la religión incluye una sospechosa facilidad de acceso general que destruye el valor de sus revelaciones. Si los pobres de espíritu entran en el reino de los cielos, puedo imaginarme la alegría que debe imperar allí. Ya he visto bastantes en la tierra. ¿Quién más compone la población del cielo? Multitudes de chillones predicadores, monjes desaliñados, montones de almas miopes y sonrosadas de manufactura más o menos protestante —¡qué mortal aburrimiento! Hace cuatro días que tengo mucha fiebre y no puedo leer. Es extraño —antes solía pensar que Yasha estaba siempre cerca de mí, que había aprendido a comunicarme con los espíritus, pero ahora, cuando quizás estoy moribundo, esta fe en los espíritus se me antoja algo terrenal, vinculado a las sensaciones terrenales más bajas y en modo alguno al descubrimiento de una América celestial.

Algo más sencillo. Algo más sencillo. ¡Algo inmediato! Un esfuerzo —y lo comprenderé todo. La búsqueda de Dios; la nostalgia de cualquier lebrel por un amo; dadme un jefe y caeré postrado ante sus enormes pies. Todo esto es terreno. Padre, maestro, rector, presidente de la junta, zar, Dios. Números, números —y uno ansia con tal fuerza encontrar el número más alto, para que todos los restantes puedan significar algo y trepar a alguna parte. No, de este modo se acaba en acolchados callejones sin salida —y todo deja de ser interesante.

Claro que me estoy muriendo. Estos pinchazos detrás y este dolor acerado son fáciles de comprender. La muerte se acerca a hurtadillas por la espalda y te agarra por los costados. Es gracioso que haya pensado en la muerte toda mi vida, y si he vivido, ha sido únicamente en el margen de un libro que nunca he podido leer. Veamos, ¿quién era? Oh, hace años, en Kiev... Dios mío, ¿cómo se llamaba? Sacaba de la biblioteca un libro escrito en una lengua que no conocía, lo llenaba de anotaciones y lo dejaba a la vista para que las visitas pensaran: sabe portugués, arameo. Ich habe dasselbe getan, yo he hecho lo mismo. Felicidad, tristeza —signos de interrogación en marge, mientras el contexto es absolutamente desconocido. Estupendo estado de cosas.

Es terriblemente doloroso dejar el seno de la vida. El horror mortal del nacimiento. L'enfant qui nait ressent les affres de sa mere. ¡Mi pobre y pequeño Yasha! Es muy extraño que al morir me aleje de él, cuando debería ser lo contrario —acercarme cada vez más... Su primera palabra fue muba, mosca. E inmediatamente después hubo una llamada de la policía: tenían que ir a identificar el cadáver. ¿Cómo le dejaré ahora? En estas habitaciones... No tendrá a nadie a quien rondar... Porque ella no lo advertiría... Pobre muchacha. ¿Cuánto? Cinco mil ochocientos... más aquel otro dinero... lo cual suma, veamos... ¿Y después? David podría ayudarme —o tal vez no.

... En general, no hay nada en la vida excepto prepararse para un examen —que, de todos modos, nadie puede aprobar. «Terrible es la muerte para hombre y acaro por igual.» ¿Pasarán por ella todos mis amigos? ¡Increíble! Eine alte Geschichte: el título de una película que Sandra y yo fuimos a ver la víspera de su muerte.

Oh, no. En ninguna circunstancia. Aunque ella lo mencione hasta cansarse. ¿No fue ayer cuando habló del asunto? ¿O hace miles de años? No, no me llevarán a ningún hospital, me quedaré aquí. Ya estoy harto de hospitales. Significaría volver a estar loco justo antes del fin. No, me quedaré aquí. Qué difícil es dar vueltas a nuestros pensamientos: como si fueran troncos. Me siento demasiado enfermo para morir.

«¿Cuál era el tema de su libro, Sandra? Vamos, dímelo, ¡tendrías que acordarte! Una vez hablamos de ello. Era sobre un sacerdote, ¿no? Oh, tú nunca... nada... Malo, difícil...»

A partir de esto apenas habló, pues cayó en un estado comatoso. Dieron permiso a Fiodor para entrar a verle, y nunca más olvidó los pelos blancos de sus mejillas hundidas, el color neutro de su calva y la mano, cubierta por una costra de eczema gris, moviéndose sobre la sábana como un cangrejo. Murió al día siguiente, pero antes tuvo un momento de lucidez, se quejó de dolores y dijo (la habitación estaba sumida en la penumbra, a causa de las persianas bajadas): «Qué tontería. Claro que no hay nada después.» Suspiró, escuchó el goteo y los truenos del otro lado de la ventana y repitió con extrema claridad: «No hay nada. Es tan evidente como el hecho de que está lloviendo.»

1 ... 82 83 84 85 86 87 88 89 90 ... 102 ВПЕРЕД
Перейти на страницу:
Комментариев (0)
название