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La dadiva

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La dadiva
Название: La dadiva
Дата добавления: 15 январь 2020
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La dadiva - читать бесплатно онлайн , автор Набоков Владимир

El Berl?n de entreguerras, visto con los ojos altaneros y nost?lgicos de los emigrados rusos, forma un mundo huidizo y fantasmal, pero tambi?n una inagotable fuente fuente de insospechadas evidencias. Fiodor, el joven poeta protagonista, es seguramente, en alguna medida, el propio autor; pero tambi?n lo es el padre de Fiodor, entom?logo errabundo. ?Qui?n ignora la pasi?n por la entomolog?a de Nabokov, y su destino de perenne emigrado? La inolvidable descripci?n de una librer?a rusa en Berl?n se nos presenta como afectuoso testimonio de otra inmutable vocaci?n de Nabokov: su amor por la literatura rusa.

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El febril trabajo de Chernyshevski en enormes masas de Weber (que convirtió su cerebro en una fábrica de trabajos forzados y, de hecho, representó la mayor burla del pensamiento humano) no cubría gastos inesperados —y dictando día tras día, dictando siempre, tenía la impresión de que ya no podía continuar, no podía seguir convirtiendo la historia del mundo en rublos— y al mismo tiempo le atormentaba el pánico de que Sasha llegase a Saratov directamente desde París. El 11 de octubre escribió a su hijo que su madre le enviaba dinero para que regresara a San Petersburgo y —por millonésima vez— le aconsejó que aceptara cualquier empleo e hiciera todo cuanto le ordenasen sus superiores: «Tus sermones ignorantes y ridículos a tus superiores, éstos no los pueden tolerar» (así termina el «tema de ejercicios escritos»). Sin dejar de estremecerse y murmurar, selló el sobre y fue él mismo a la estación a echar la carta al correo. Por la ciudad silbaba un viento cruel, que ya en la primera esquina heló los huesos del airado anciano cubierto por un abrigo ligero. Al día siguiente, pese a tener fiebre, tradujo dieciocho páginas de letra pequeña; el día 13 quiso continuar, pero le convencieron para que desistiera; el 14 empezó a delirar: «Inga, inc(palabras sin sentido, después un suspiro) estoy muy extraño... Párrafo... Si pudieran enviarse unos treinta mil soldados suecos a Schleswig-Holstein, aplastarían fácilmente a todas las fuerzas danesas y conquistarían... todas las islas, excepto, tal vez, Copenhague, que resistirá con obstinación, pero en noviembre, pongamos el nueve entre paréntesis, Copenhague también se rendirá, punto y coma; los suecos convirtieron en plata brillante a toda la población de la capital danesa, desterraron a Egipto a todos los hombres enérgicos de los partidos patrióticos... Sí, sí, ¿dónde estaba...? Punto y aparte...» Continuó delirando así durante mucho rato: saltaba de un Weber imaginario a unas memorias imaginarias de su propia cosecha, hablaba prolongada y laboriosamente del hecho de que «el mínimo destino de este hombre ya está decidido, no hay salvación para él... Aunque microscópica, se ha encontrado en su cuerpo una diminuta partícula de pus, su destino ya está decidido...». ¿Hablaba de sí mismo, era en sí mismo donde sentía esta partícula diminuta que había ido corroyendo misteriosamente todo cuanto hizo y experimentó en su vida? Pensador, trabajador infatigable, mente lúcida que poblaba sus utopías con un ejército de taquígrafos; ahora vivía para ver a un secretario tomando nota de su delirio. Por la noche del 16 sufrió un ataque; sintió que la lengua se espesaba en su boca; tras lo cual no tardó en morir. Sus últimas palabras (a las tres de la madrugada del 17) fueron: «Es extraño: en este libro no hay una sola mención de Dios.» Es una lástima que no sepamos con precisión qué libro estaba leyendo para sus adentros.

Ahora yacía rodeado de los muertos volúmenes de Weber; unas gafas dentro de su estuche representaban un estorbo para todo el mundo.

Habían transcurrido sesenta y un años desde 1828, cuando en París aparecieron los primeros ómnibuses y cuando un sacerdote de Saratov anotó en su breviario: «12 de julio, a las tres de la mañana, ha nacido un hijo, Nikolai... Bautizado en la mañana del día 13, antes de la misa. Padrino: Arcipreste Fiod. Stef. Vyazovski...». Posteriormente, Chernyshevski dio este nombre al protagonista y narrador de sus novelas siberianas, y por una extraña coincidencia fue así, o casi así (F. V...ski) como firmó un poeta desconocido (en la revista Siglo, noviembre de 1909) catorce versos dedicados, según la información que poseemos, a la memoria de N. G. Chernyshevski, soneto mediocre, pero curioso, que reproducimos íntegro:

¿Qué dirá la voz de su lejano descendiente:

elogiará tu vida o clamará, rotunda,

que ha sido espantosa?

¿Que tal vez otra vida pudo ser menos amarga?

¿Que fue elección tuya?

¿Que tu mejor acción prevaleció, encendiendo

tu árida obra con la poesía del Bien,

y coronó las canas del martirio cautivo

con un cerrado círculo de etéreo fulgor?

CAPÍTULO QUINTO

Alrededor de quince días después de su aparición, La vida de Chemyshevski fue saludada por el primer eco ingenuo. Valentín Linyov (en un periódico de los emigrados rusos publicado en Varsovia) escribía lo siguiente:

«El nuevo libro de Boris Cherdyntsev comienza con seis versos que el autor, por alguna razón, llama soneto (?) y a esto sigue una descripción pretenciosamente caprichosa de la bien conocida vida de Chemyshevski.

»Chernyshevski, dice el autor, era hijo de "un bondadoso clérigo" (pero no menciona cuando ni donde nació); terminó el seminario y cuando su padre, después de una vida santa que inspiró incluso a Nekrasov, falleció, su madre envió al joven a estudiar a San Petersburgo, donde en seguida, prácticamente en la estación, intimó con los "moldeadores de opinión", como los llamaban entonces, Pisarev y Belinski. El joven entró en la universidad, se dedicó a inventos técnicos, trabajó mucho y tuvo su primera aventura romántica con Lyubov' Yegorovna Lobachevski, que le contagió el amor por el arte. Sin embargo, tras una pelea por motivos románticos con un oficial, en Pavlovsk, se vio obligado a regresar a Saratov, donde se declaró a su futura esposa y poco después se casó con ella.

»Volvió a Moscú, se entregó a la filosofía, escribió mucho (la novela ¿Qué vamos a hacer?) y trabó amistad con los escritores destacados de su tiempo. Poco a poco se fue introduciendo en la labor revolucionaria y, después de una reunión turbulenta, durante la cual habló junto con Dorbolyubov y el conocido profesor Pavlov, que entonces era aún muy joven, Chernyshevski tuvo que marchar al extranjero. Vivió un tiempo en Londres, donde colaboró con Herzen, pero al fin volvió a Rusia y fue arrestado inmediatamente. Acusado de planear el asesinato de Alejandro II, Chernyshevski fue sentenciado a muerte y ejecutado en la plaza pública.

»Tal es en resumen la historia de la vida de Chernyshevski, y todo hubiera ido bien si el autor no hubiese considerado necesario adornar su relato con una multitud de detalles inútiles que oscurecen el sentido y con toda clase de largas digresiones sobre los temas más diversos. Y lo peor de todo es que, tras describir la escena de la ejecución en la horca, no se da por satisfecho con este final de su héroe y por espacio de muchas páginas ilegibles medita sobre lo que habría ocurrido "si" —si Chernyshevski no hubiera sido ejecutado sino desterrado a Siberia, por ejemplo, como Dostoyevski.

»El autor escribe en un lenguaje que tiene poco en común con el ruso. Le encanta inventar palabras. Le gustan las frases largas y complicadas, como, por ejemplo: "El destino los clasifica (?) anticipándose (?) a las necesidades del investigador (?)", o bien pone máximas solemnes, pero no del todo gramaticales, en boca de sus personajes, como "El propio poeta elige los temas de sus poesías, la multitud no tiene derecho a dirigir su inspiración".»

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