Antologia De Cuentos

На нашем литературном портале можно бесплатно читать книгу Antologia De Cuentos, Чехов Антон Павлович-- . Жанр: Классическая проза. Онлайн библиотека дает возможность прочитать весь текст и даже без регистрации и СМС подтверждения на нашем литературном портале bazaknig.info.
Antologia De Cuentos
Название: Antologia De Cuentos
Дата добавления: 15 январь 2020
Количество просмотров: 129
Читать онлайн

Antologia De Cuentos читать книгу онлайн

Antologia De Cuentos - читать бесплатно онлайн , автор Чехов Антон Павлович

Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала

1 ... 52 53 54 55 56 57 58 59 60 ... 97 ВПЕРЕД
Перейти на страницу:

La isla de Johann Goth ya no existía. El peso de los tres bravos hombres la había hecho repentinamente más pesada.

Dejó la zona neutral de gravitación, fue atraída hacia la Tierra, y se hundió en el puerto de El Havre.

Conclusión

John Lund está ahora trabajando en el problema de perforar la Luna de lado a lado. Se acerca el momento en que la Luna se verá embellecida con un hermoso agujero. El agujero será propiedad de los ingleses.

Tom Grouse vive ahora en Irlanda y se dedica a la agricultura. Cría gallinas y da palizas a su única hija, a la que está educando al estilo espartano. Los problemas científicos todavía le preocupan: está furioso consigo mismo por no haber pensado en recoger ninguna semilla del árbol de la Isla Voladora cuya savia tenía el mismo, el mismísimo sabor que el vodka ruso.

Lo timó

En tiempos de antaño, en Inglaterra, los delincuentes condenados a la pena de muerte gozaban del derecho a vender en vida sus cadáveres a los anatomistas y los fisiólogos. El dinero obtenido de esta forma, aquéllos se lo daban a sus familias o se lo bebían. Uno de ellos, pescado en un crimen horrible, llamó a su lugar a un científico médico y, tras negociar con él hasta el hartazgo, le vendió su propia persona por dos guineas. Pero al recibir el dinero él, de pronto, se empezó a carcajear...

—¿De qué se ríe? —se asombró el médico.

—¡Usted me compró a mí, como un hombre que debe ser colgado —dijo el delincuente carcajeándose—, pero yo lo timé a usted! ¡Yo voy a ser quemado! ¡Ja-já!

Los extraviados

Es un lugar de veraneo. La oscuridad, completa; el campanario de la iglesia marca la una de la noche. Cosiaokin y Lapkin, ambos algo titubeantes, pero de muy buen humor, salen del bosque y se dirigen hacia las casitas.

—¡Gracias a Dios que hemos llegado! —dice Cosiaokin—; es una hazaña venir andando los cinco kilómetros desde la estación, y en nuestro estado. Me encuentro rendido..., y como si fuera hecho expresamente, no hay ni un solo coche.

—¡Amigo Pedro! No puedo más...; si dentro de cinco minutos no estoy en la cama me muero...

—¡En la cama! ¡Ni pensarlo! Cenaremos, beberemos una botella de vino tinto, y luego a dormir. No te permitiremos ni Verotchka ni yo que te acuestes antes. ¡No sabes tú, amigo mío, la felicidad que experimenta uno con estar casado! Tú no la comprendes; tú tienes un alma de solterón. Mira: ahora llegaré yo extenuado, rendido...; mi mujercita saldrá a recibirme; la comida estará preparada, el té listo... Para compensarme de mi labor dirigirá sobre mí sus ojitos negros con tanta afabilidad y cariño que lo olvidaré todo: mi cansancio, el robo con fractura, el Tribunal de casación, la Sala de la Audiencia... ¡Una gloria! ¡Una delicia!

—Es que no puedo tirar más de mi cuerpo; mis piernas se doblan. ¡Tengo una sed!...

—Nada; ya hemos llegado; henos en casa.

Los amigos se acercan a una de las casitas y se detienen frente a la ventana.

—Es una casita bonita —dice Cosiaokin—; mañana verás qué hermosas vistas tiene. Pero las ventanas están oscuras... Verotchka se habrá cansado de esperar, y se habrá acostado; no duerme, se hallará inquieta por mi tardanza (empuja la ventana con su bastón y la abre); pero qué valiente es: se acuesta sin cerrar la ventana.

Se quita el abrigo y lo echa dentro de la estancia, lo propio con su carpeta.

—¡Qué calor! Vamos a entonar una canción; la haremos reír. (Canta.) ¡Canta, Aliocha! Verotchka, ¿quieres oír la serenata de Schubert? (Canta, pero hace un gallo y tose.) ¡Verotchka, dile a María que abra la puerta! (Pausa.) Verotchka, no seas perezosa; levántate. (Sube por encima de una piedra y se asoma por la ventana.) Verotchka, rosita mía, angelito, mujercita mía incomparable. ¡Anda, levántate! ¡Dile a María que abra! ¡Bien sé que no duermes, gatita mía! No podemos soportar más bromas; estamos tan cansados que ya no tenemos fuerzas. Hemos llegado a pie desde la estación; ¿pero me oyes, o no?... (Intenta escalar la ventana, pero cae.) ¡Qué demonio! Ves; nuestro huésped está molesto. Noto que todavía eres una niña que no piensa más que en jugar...

—Escucha; tal vez tu esposa duerme de veras —dice Laef.

—¡No duerme; quiere que arme ruido; que despierte el vecindario! ¡Oye, Verotchka, me voy a enfadar! ¡Verás! ¡Qué diablo! Ayúdame, Aliocha, para que pueda subirme... Verotchka, no eres más que una chiquilla malcriada, una traviesa... ¡Amigo mío, empújame!...

Lapkin, jadeante, empuja a Cosiaokin; al fin éste alcanza la ventana, franquéala y desaparece en las tinieblas.

—¡Vera! —se oye al cabo de un rato—. ¿Dónde estás? ¡Demonio! Me he ensuciado la mano con algo. ¡Qué asco!

Estalla un bullicio, un aleteo y el cacareo desesperado de una gallina.

—¡Caramba! Escucha, Laef. ¿De dónde nos vienen estas gallinas? Pero, qué demonio; si hay una infinidad de ellas... ¡Y un cesto con una pava!... ¡Me ha picado la maldita!

Por la ventana salen volando las gallinas, y prorrumpiendo en chillidos agudos se precipitan a la calle.

—¡Aliocha, nos hemos equivocado!... —grita Cosiaokin con voz llorosa—. Aquí no hay más que gallinas. Por lo visto nos hemos extraviado... Pero malditas, ¿por qué no se están quietas?

—¡Sal pronto! ¿Qué haces? ¿No sabes tú que estoy muerto de sed?...

—Ahora mismo... Deja que encuentre el abrigo y la carpeta...

—¿Por qué no enciendes un fósforo?

—Es que están en el abrigo... ¡Quién demonio me habrá traído aquí!... Todas estas casas son iguales. Ni el diablo mismo las distinguiría en la oscuridad. ¡Oh! ¡La pava me dio un picotazo en la mejilla! ¡Maldita!

—¡Pero sal pronto, si no van a creer que estamos robando gallinas!

—Ahora mismo me es imposible dar con el abrigo. Hay tanto trapajo por el suelo que no puedo orientarme. Lánzame tus fósforos...

—Es que no los tengo.

—¡Estamos frescos! ¡No hay que decir!... ¡Valiente situación!... ¿Qué hago?... Yo no puedo, sin embargo, abandonar el abrigo y la carpeta. Necesito buscarlos.

—¡No concibo cómo es posible no reconocer su propia casa! —replica Laef, indignado—. ¡Casa de borracho!... ¡En mal hora vine contigo!... De ir solo, me hallaría ya en casa. Dormiría... en lugar de padecer aquí... ¡Estoy rendido!... ¡No puedo más!... ¡Siento vértigos!

—En seguida, en seguida; no te apures; no te morirás por esto.

1 ... 52 53 54 55 56 57 58 59 60 ... 97 ВПЕРЕД
Перейти на страницу:
Комментариев (0)
название