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Antologia De Cuentos

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Antologia De Cuentos
Название: Antologia De Cuentos
Дата добавления: 15 январь 2020
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Antologia De Cuentos - читать бесплатно онлайн , автор Чехов Антон Павлович

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—¡Pardiez, caballero! ¡Veo los puntos! ¡Sería un asno si no los viera! ¿De qué clase de puntos se trata?

—Esos puntos tan sólo son visibles a través de mi telescopio. ¡Pero ya basta! ¡Deje de mirar a través del aparato! Mr. Lund y Tom Grouse, yo deseo saber, tengo que saber, qué son esos puntos. ¡Estaré allí pronto! ¡Voy a hacer un viaje para verlos! Y ustedes vendrán conmigo.

—¡Hurra! —gritaron a un tiempo John Lund y Tom Grouse—. ¡Vivan los puntos!

Capítulo IV: Catástrofe en el Firmamento

Media hora más tarde, Mr. William Bolvanius, John Lund y Tom Grouse estaban volando hacia los misteriosos puntos en el interior de un cubo que era elevado por dieciocho globos. Estaba sellado herméticamente y provisto de aire comprimido y de aparatos para la fabricación de oxígeno1. El inicio de este estupendo vuelo sin precedentes tuvo lugar la noche del 13 de marzo de 1870. El viento provenía del sudoeste. La aguja de la brújula señalaba oeste-noroeste. (Sigue una descripción, extremadamente aburrida, del cubo y de los dieciocho globos.) Un profundo silencio reinaba dentro del cubo. Los caballeros se arrebujaban en sus capas y fumaban cigarros. Tom Grouse, tendido en el suelo, dormía como si estuviera en su propia casa. El termómetro2 registraba bajo cero. En el curso de las primeras veinte horas, no se cruzó entre ellos ni una sola palabra ni ocurrió nada de particular. Los globos habían penetrado en la región de las nubes.

Algunos rayos comenzaron a perseguirles, pero no consiguieron darles alcance, como era natural esperar tratándose de ingleses. Al tercer día John Lund cayó enfermo de difteria y Tom Grouse tuvo un grave ataque en el bazo. El cubo colisionó con un aerolito y recibió un golpe terrible. El termómetro marcabaࢤ76°.

—¿Cómo se siente, caballero? —preguntó Bolvanius a Mr. Lund el quinto día, rompiendo finalmente el silencio.

—Gracias, caballero —replicó Lund, emocionado—; su interés me conmueve. Estoy en la agonía. Pero, ¿dónde está mi fiel Tom?

—Está sentado en un rincón, mascando tabaco y tratando de poner la misma cara que un hombre que se hubiera casado con diez mujeres al mismo tiempo.

—¡Ja, ja, ja, Mr. Bolvanius!

—Gracias, caballero.

Mr. Bolvanius no tuvo tiempo de estrechar su mano con la del joven Lund antes de que algo terrible ocurriese. Se oyó un terrorífico golpe. Algo explotó, se escucharon un millar de disparos de cañón, y un profundo y furioso silbido llenó el aire. El cubo de cobre, habiendo alcanzado la atmósfera rarificada y siendo incapaz de soportar la presión interna, había estallado, y sus fragmentos habían sido despedidos hacia el espacio sin fin.

¡Éste era un terrible momento, único en la historia del Universo!

Mr. Bolvanius agarró a Tom Grouse por las piernas, este último agarró a Mr. Lund por las suyas, y los tres fueron llevados como rayos hacia un misterioso abismo. Los globos se soltaron. Al no estar ya contrapesados, comenzaron a girar sobre sí mismos, explotando luego con gran ruido.

—¿Dónde estamos, caballero?

—En el éter.

—Hummm. Si estamos en el éter, ¿qué es lo que respiramos?

—¿Dónde está su fuerza de voluntad, Mr. Lund?

—¡Caballeros! —gritó Tom Grouse—. ¡Tengo el honor de informarles que, por alguna razón, estamos volando hacia abajo y no hacia arriba!

—¡Bendita sea mi alma, es cierto! Esto significa que ya no nos encontramos en la esfera de influencia de la gravedad. Nuestro camino nos lleva hacia la meta que nos habíamos propuesto. ¡Hurra! Mr. Lund, ¿qué tal se encuentra?

—Bien, gracias, caballero. ¡Puedo ver la Tierra encima, caballero!

—Eso no es la Tierra. Es uno de nuestros puntos. ¡Vamos a chocar con él en este mismo momento!

¡¡¡BOOOM!!!

Capítulo V: La Isla de Johann Goth

Tom Grouse fue el primero en recuperar el conocimiento. Se restregó los ojos y comenzó a examinar el territorio en el que Bolvanius, Lund y él yacían. Se despojó de uno de sus calcetines y comenzó a dar friegas con él a los dos caballeros. Éstos recobraron de inmediato el conocimiento.

—¿Dónde estamos? —preguntó Lund.

—¡En una de las islas que forman el archipiélago de las Islas Voladoras! ¡Hurra!

—¡Hurra! ¡Mire allí, caballero! ¡Hemos superado a Colón!

Otras varias islas volaban por encima de la que les albergaba (sigue la descripción de un cuadro comprensible tan sólo para un inglés). Comenzaron a explorar la isla. Tenía... de largo y... de ancho (números, números, ¡una epidemia de números!). Tom Grouse consiguió un éxito al hallar un árbol cuya savia tenía exactamente el sabor del vodka ruso. Cosa extraña, los árboles eran más bajos que la hierba (?). La isla estaba desierta. Ninguna criatura viva había puesto el pie en ella.

—Vea, caballero, ¿qué es esto? —preguntó Mr. Lund a Bolvanius, recogiendo un manojo de papeles.

—Extraño... sorprendente... maravilloso... —murmuró Bolvanius.

Los papeles resultaron ser las notas tomadas por un hombre llamado Johann Goth, escritos en algún lenguaje bárbaro, creo que ruso.

—¡Maldición! —exclamó Mr. Bolvanius—. ¡Alguien ha estado aquí antes que nosotros! ¿Quién pudo haber sido? ¡Maldición! ¡Oh, rayos del cielo, machaquen mi potente cerebro! ¡Dejen que le eche las manos encima, tan sólo dejen que se las eche! ¡Me lo tragaré de un bocado!

El caballero Bolvanius, alzando los brazos, rió salvajemente. Una extraña luz brillaba en sus ojos.

Se había vuelto loco.

Capítulo VI: El Regreso

—¡Hurra! —gritaron los habitantes de El Havre, abarrotando cada centímetro del muelle. El aire vibraba con gritos jubilosos, campanas y música. La masa oscura que los había estado amenazando durante todo el día con una posible muerte estaba descendiendo sobre el puerto y no sobre la ciudad. Los barcos se hacían rápidamente a mar abierto. La masa negra que había ocultado el sol durante tantos días chapuzó pesadamente (pesamment), entre los gritos exultantes de la multitud y el tronar de la música, en las aguas del puerto, salpicando la totalidad de los muelles. Inmediatamente se hundió. Un minuto después había desaparecido toda traza de ella, exceptuando las olas que cruzaban la superficie en todas direcciones. Tres hombres flotaban en medio de las aguas: el enloquecido Bolvanius, John Lund y Tom Grouse. Fueron subidos rápidamente a bordo de unas barquichuelas.

—¡No hemos comido en cincuenta y siete días! —murmuró Mr. Lund, delgado como un artista hambriento. Y relató lo sucedido.

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