La dadiva
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El Berl?n de entreguerras, visto con los ojos altaneros y nost?lgicos de los emigrados rusos, forma un mundo huidizo y fantasmal, pero tambi?n una inagotable fuente fuente de insospechadas evidencias. Fiodor, el joven poeta protagonista, es seguramente, en alguna medida, el propio autor; pero tambi?n lo es el padre de Fiodor, entom?logo errabundo. ?Qui?n ignora la pasi?n por la entomolog?a de Nabokov, y su destino de perenne emigrado? La inolvidable descripci?n de una librer?a rusa en Berl?n se nos presenta como afectuoso testimonio de otra inmutable vocaci?n de Nabokov: su amor por la literatura rusa.
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En el palco contiguo había un anciano... De baja estatura, con un frac gastado, de tez morena y amarillenta, patillas canosas y descuidadas, y cabellos escasos y grises, el hombre se recreaba de un modo muy excéntrico en la actuación del africano: sus labios gruesos temblaban, tenían dilatadas las ventanas de la nariz, y en ciertos momentos incluso saltaba en su asiento y golpeaba con arrobo la barandilla, haciendo centellear sus anillos.
—¿Quién es? —preguntó Ch.
—¡Cómo! ¿No le reconoce? Fíjese bien.
—No le reconozco.
Entonces mi hermano abrió mucho los ojos y susurró:
—¡Es Pushkin!
Ch. volvió a mirarle... y al cabo de un minuto fijó su atención en otra cosa. Ahora resulta extraño recordar la rara sensación que me embargó entonces: la broma pesada, como ocurre de vez en cuando, rebotó, y este fantasma convocado tan frívolamente se negaba a desaparecer: yo era totalmente incapaz de desviar mi mirada del palco contiguo; contemplaba aquellas arrugas pronunciadas, aquella nariz ancha, aquellas orejas grandes... sentía escalofríos en la espalda y todos los celos de Ótelo no consiguieron distraerme. ¿Y si fuera de verdad Pushkin?, pensaba. Pushkin a los sesenta años, Pushkin salvado dos décadas antes de la bala del fatídico fanfarrón, Pushkin en el fértil otoño de su genio... Éste es él; esta mano amarilla que sostiene unos gemelos de teatro escribió Anchar, El conde Nulin, Noches egipcias... El acto se acabó, retumbaron los aplausos. El Pushkin de cabellos grises se levantó con brusquedad y, todavía sonriendo, con un alegre destello en sus ojos juveniles, abandonó rápidamente el palco.
Sujoshchokov se equivoca al describir a mi abuelo como un libertino con la cabeza a pájaros. Se trataba simplemente de que los intereses de este último estaban situados en un plano diferente del ambiente de un joven aficionado, miembro del grupo literario de San Petersburgo al que pertenecía entonces nuestro escritor de memorias. Aunque Kiril Ilych hubiera sido algo calavera en su juventud, una vez casado no sólo se apaciguó sino que entró además al servicio del gobierno, doblando simultáneamente su fortuna heredada mediante acertadas operaciones, y más tarde se retiró a su finca campestre, donde manifestó una habilidad extraordinaria para la agricultura, produjo además una nueva clase de manzana, dejó una curiosa «Disertación» (fruto del ocio invernal) sobre la «Igualdad ante la ley en el reino animal», más una propuesta para una inteligente reforma, bajo la especie de intrincado título que entonces estaba en boga, «Visiones de un burócrata egipcio», y en la vejez aceptó un importante cargo consular en Londres. Fue bondadoso, valiente y sincero, y tuvo sus peculiaridades y pasiones —¿qué más podía desear? En la familia ha subsistido la tradición de que, habiendo jurado no jugar por dinero, era físicamente incapaz de permanecer en una habitación donde hubiera una baraja. Un antiguo revólver Cok que le había servido muy bien y un medallón con el retrato de una misteriosa dama atraían indescriptiblemente mis sueños de muchacho. Su vida, que retuvo hasta el fin la frescura de sus tempestuosos comienzos, terminó pacíficamente. Regresó a Rusia en 1883, no como un duelista de Louisiana sino como dignatario ruso, y un día de julio, en el sofá de cuero de la pequeña antesala azul donde más tarde guardaría yo mi colección de mariposas, expiró sin sufrimientos, hablando todo el rato en su delirio de moribundo de un río muy grande y la música y las luces.
Mi padre nació en 1860. El amor a los lepidópteros le fue inculcado por su tutor alemán. (A propósito: ¿qué ha sido de aquellos originales que solían enseñar historia natural a los niños rusos —red verde, caja de latón colgada de una goma, sombrero con mariposas clavadas, nariz larga y erudita, ojos ingenuos tras unas gafas —dónde están, dónde se encuentran sus frágiles esqueletos —o era una raza especial de alemanes, para su exportación a Rusia, o no lo veo tal como debiera?) Después de completar pronto su educación en San Petersburgo (en 1876), acudió a la Universidad de Cambridge, Inglaterra, donde estudió biología con el profesor Bright. Realizó su primer viaje alrededor del mundo cuando mi abuelo aún vivía, y desde entonces hasta 1918 toda su vida consistió en viajar y escribir obras científicas. Las principales son: Lepidóptera Asiática(ocho volúmenes publicados en partes desde 1890 a 1917), Mariposas diurnas y nocturnas del Imperio ruso(los cuatro primeros volúmenes de los seis propuestos aparecieron en 1912-1916) y la más conocida por el público en general, Viajes de un naturalista(siete volúmenes 1892-1912). Estas obras fueron reconocidas unánimemente como clásicos y aún era un hombre joven cuando su nombre ocupaba uno de los primeros lugares en el estudio de la fauna ruso-asiática, junto con los nombres de sus pioneros, Fischer von Waldheim, Menetries, Eversmann.
Trabajaba en estrecho contacto con sus notables contemporáneos rusos. Jolodkovski le llama «el conquistador de la entomología rusa». Colaboró con Charles Oberthur, el Gran Duque Nikolai Mijailovich, Leech y Seitz. Cientos de sus ensayos están diseminados por las revistas entomológicas; el primero —«Sobre las peculiaridades de la frecuencia de ciertas mariposas en la provincia de San Petersburgo» (Horae Soc. Ent. Ross.) —data de 1877, y el último —«Austautia simonoides n. sp., mariposa geométrida imitando a un pequeño parnaso» (Trans. Ent. Soc. Londres), de 1916. Sostuvo una áspera e importante polémica con Staudiger, autor del famoso Katalog. Era vicepresidente de la Sociedad Entomológica Rusa, miembro numerario de la Sociedad Moscovita de Investigadores de la Naturaleza, miembro de la Imperial Sociedad Geográfica Rusa y miembro honorario de una multitud de sociedades científicas extranjeras.
Entre 1885 y 1918 recorrió una increíble extensión de territorio, hizo planos de su ruta a una escala de tres millas para una distancia de muchos miles de millas y formó asombrosas colecciones. Durante estos años completó ocho expediciones importantes que en conjunto duraron dieciocho años; pero entre ellas hubo una multitud de viajes menores, «diversiones» como él los llamaba, y consideraba parte de estas minucias no sólo sus viajes a los países menos investigados de Europa sino también el viaje alrededor del mundo que había hecho en su juventud. Al dedicarse en serio a Asia, investigó la Siberia oriental, el Altai, Fergana, la cordillera del Pamir, la China occidental, «las islas del mar de Gobi y sus costas», Mongolia y «el continente incorregible del Tibet» —y describió sus expediciones con palabras precisas y ponderadas.
Tal es el esquema general de la vida de mi padre, copiado de una enciclopedia. Todavía no canta, pero ya puedo oír una voz viva en su interior. Sólo queda por decir que en 1898, a los treinta y ocho años de edad, se casó con Elisaveta Pavlovna Veshin, la hija, de veinte años, de un conocido estadista; que tuvo dos hijos con ella; que en los intervalos entre sus viajes... Una pregunta angustiosa, algo sacrilega, apenas expresable con palabras: ¿Fue feliz la vida de ella con él, juntos y separados? ¿Perturbaremos este mundo interior o nos limitaremos a una mera descripción de rutas —árida quaedam viarum descripto? «Querida mamá, ahora tengo que pedirte un gran favor. Hoy es 8 de julio, su cumpleaños. En cualquier otro día jamás me hubiera atrevido a pedírtelo. Cuéntame algo sobre él y tú. No las cosas que puedo encontrar en nuestros recuerdos compartidos sino las que sólo tú conoces y preservas.» Y ésta es parte de la respuesta: