Cyteen 1 - La Traicion
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XII
Había pensado que ya no habría sorpresas.
Pero Petros Ivanov fue a su encuentro en la entrada del hospital, lo separó de la escolta de Seguridad y lo llevó hasta la habitación de Grant.
—¿Cómo está? —preguntó Justin antes de entrar.
—No está bien —dijo Ivanov—. Quería que lo supieras.
Ivanov le dijo otras cosas: que habían tenido que someterlo de nuevo a psicotest y que estaba en estado de shock, que lo sacaban al jardín todos los días en una silla, que le hacían masajes y lo bañaban. No le daban tratamiento porque Denys les decía que vendría Justin ese día y el siguiente y luego el otro, y tenían miedo de someterlo a otro psicotest porque había llegado al borde del abismo, y pensaban que tal vez podía haber palabras-código ilegales, palabras que no estuvieran en el informe psíquico.
—No —espetó antes de empujar la puerta. Y quería matar a Ivanov. Quería golpearlo hasta convertirlo en una pulpa roja y luego atacar al personal y a Giraud Nye para matar varios pájaros de un tiro—. No. No hay palabras-código. Maldita sea, yo le prometí que volvería. Estaba esperándome.
Grant seguía esperando.
Estaba peinado y parecía cómodo a menos que uno supiera que no se movía por sí solo. A menos que uno supiera que había perdido peso y que tenía la piel demasiado transparente, a menos que uno viera el vacío en sus ojos y le tomara la mano y advirtiera la ausencia de tono muscular.
—Grant —dijo Justin, sentándose al borde de la cama—. Grant, soy yo. Todo está bien. Grant ni siquiera parpadeó.
—Váyase —le dijo Justin a Ivanov con una mirada por encima del hombro. Ni siquiera trató de mostrarse cortés.
Ivanov se fue.
Justin se movió y deshizo con cuidado las correas que ataban a Grant. Estaba más tranquilo de lo que hubiera creído. Levantó el brazo de Grant y se lo puso sobre el regazo para hacerse un lugar donde sentarse y levantó un poco la cabeza de la cama. Luego se agachó y con dos dedos alrededor de la mandíbula de Grant, le volvió la cara hacia él. Era como mover un maniquí. Pero Grant parpadeó.
—¿Grant? Soy Justin.
Otro parpadeo.
Dios, había supuesto que Grant habría cruzado el umbral. Había pensado que encontraría un cadáver medio muerto y que no le quedaría más remedio que eliminarlo. Estaba preparado para eso, en cinco minutos, en el tiempo que llevaba recorrer el camino desde la primera puerta hasta la habitación de Grant, había pasado desde la esperanza de recuperar a Grant hasta la idea de perderlo. Ahora había completado el círculo.
Estaba asustado. Él estaría a salvo si Grant moría.
¡Dios! ¡Me odio por pensar así! ¿Dónde he aprendido a pensar de esta forma? ¿Dónde he aprendido a ser tan frío?
¿Será un destello?
¿Qué me hizo esa mujer?
Sintió que se dividía, sintió la histeria alzándose en él como la marea; y Grant no tenía que ver eso. Le temblaba la mano cuando cogió la de Grant. E incluso entonces recordó el apartamento de Ari, el aspecto de la habitación. Empezó a hablar para distraerse, sin saber lo que decía; no quería que asomara de nuevo la idea que le había pasado como un destello por la mente, como si fuera la de otra persona. Sabía que no podría volver a tocar a la gente sin sentir el contacto como algo sexual. No podría abrazar a un amigo. O a su padre. Seguía acordándose, día y noche; y sabía que era peligroso amar a alguien con la sordidez que reinaba en su mente, porque siempre estaba pensando cosas que horrorizarían al que se enterara.
Y porque Ari tenía razón, cuando se amaba a alguien, Ellos podían usarlo contra ti como habían hecho con Jordan. Grant era su punto vulnerable. Claro. Por eso le habían dejado tenerlo de nuevo.
Ahora ya no estaba solo. Algún día Grant lo dejaría expuesto frente a sus enemigos. Tal vez provocaría su muerte. O peor, quizá le haría lo mismo que él había hecho con Jordan.
Pero hasta entonces, no estaría solo. Hasta entonces, durante unos años, tendría algo que consideraba precioso. Hasta que Grant descubriera la sordidez que se ocultaba en él. O incluso después de que lo averiguara. Grant, que era azi, podía perdonarlo todo.
—Grant, estoy aquí; te prometí que vendría. Estoy aquí.
Tal vez para Grant todavía era aquella noche. Tal vez podía volver a ese momento y empezar de nuevo a la mañana siguiente.
Otro parpadeo, y otro.
—Vamos, Grant. Basta de tonterías. Los has engañado. Vamos. Apriétame la mano. Puedes hacerlo.
Los dedos se tensaron. Un poquito. El ritmo de la respiración se aceleró. Justin sacudió un poco a Grant, se estiró y le puso un dedo sobre la mejilla.
—Oye. ¿Me sientes, verdad? No voy a sacarlo. Soy yo, maldita sea. Quiero hablarte. Escúchame.
Los labios adquirieron tono muscular. Luego se relajaron de nuevo. La respiración se hizo difícil. Varios parpadeos rápidos.
—¿Me oyes? Grant asintió.
—Bien. —Justin temblaba. Trató de controlarse—. Tenemos un problema. Pero tengo permiso para sacarte de aquí si puedes despertarte.
—¿Ya ha amanecido?
Justin respiró con rapidez, pensó en decir que sí, luego pensó que la desorientación era peligrosa para Grant. Que Grant estaba preocupado. Que Grant podría resentir una mentira.
—Ha pasado un poco más de tiempo. Ha habido problemas muy graves. Te lo explicaré después. ¿Puedes mover el brazo ?
Grant lo movió, un poco. Después, levantó la mano.
—Estoy débil. Muy débil.
—De acuerdo. Te llevarán en el autobús. Podrás dormir en tu cama esta noche si me demuestras que eres capaz de sentarte.
El pecho de Grant se elevó y se hundió con rapidez. El brazo se movió, se arrastró, cayó a su lado como algo muerto. Inspiró e hizo un movimiento convulsivo con todo el cuerpo, levantando los hombros sólo lo suficiente para que la almohada se deslizara antes de caer de nuevo.
—Casi lo consigues —dijo Justin.
La comida tenía un gusto extraño. Demasiado fuerte. Hasta el cereal mojado le formaba una bola y hacía que le dolieran las mandíbulas. Comió casi la mitad del tazón, alimentado por Justin en la boca, e hizo un movimiento con la mano.
—Basta...
Justin parecía preocupado cuando él rechazó el resto del tazón.
—Es mucho para mí —dijo Grant. Hablar también representaba un esfuerzo, pero Justin parecía muy asustado. Grant se estiró y puso la mano sobre la de Justin porque eso resultaba mucho más fácil que hablar. Justin todavía lo miraba con los ojos llenos de angustia. Y Grant deseaba poder evitarle ese dolor, lo deseaba con toda el alma.
Justin se lo había contado todo la noche anterior, se lo había largado cuando todavía estaba mareado y exhausto, porque:
—... así es como me lo dijeron a mí, y creo que duele menos cuando estás aturdido.
Grant y Justin habían llorado juntos. Y Justin estaba tan cansado y tenía tan pocas ganas de dejarlo que se había estirado en la cama de Grant, sobre la colcha, todavía vestido, y se había dormido.
Grant había luchado para ponerle encima las mantas, pero al no encontrar las fuerzas lo había dejado donde estaba y se había acercado de nuevo.
Y se había quedado allí, con la sábana sola y con mucho frío hasta que Justin se despertó en la mitad de la noche y le consiguió una manta y lo abrazó y lloró sobre su hombro mucho, mucho rato.
—Te necesito tanto —había dicho Justin.
Tal vez porque era azi, tal vez porque era humano, no lo sabía, pero ésas eran las palabras más importantes que le había dicho a él en su vida. Había llorado también. No sabía por qué, excepto que Justin era su vida. Justin lo representaba todo para él.
—Yo también te necesito —le había dicho a su vez Grant—. Te quiero.
En la oscuridad. En las horas anteriores al amanecer. Cuando la gente decía cosas que eran demasiado verdaderas para afirmarlas a la luz del día.