Narrativa Breve
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Si atendemos a su origen, resulta indudable que Tolstoi se margin? de un posible destino prefigurado: de familia noble y rica proveniente de Alemania, y con enormes posesiones, seguramente Tolstoi hubiera sido un conde m?s, con haza?as militares que narrar, pero sin dejar nada importante para la Humanidad. Pero su fuerte vocaci?n de escritor, unida a un misticismo religioso que con los a?os se ahond?, produjeron un literato considerado como la cumbre de la narrativa rusa, junto con Dostoievski.
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—¿Hace mucho tiempo que salisteis de la ópera?
—Preguntó Delessov.
Alberto le miró y suspiró profundamente.
—¡Oh!, ya ni me acuerdo —dijo soltando el violín y cogiéndose la cabeza entre las manos;
después sentóse de nuevo al lado de Delessov.
—Os diré. ¡No puedo tocar allí…, porque no tengo nada! Ni ropa, ni albergue, ni violín.
¡Mala vida, mala vida! ¿Para qué allí?, ¿para qué? No hay necesidad.
¡Ah! ¡Don Juan! — dijo golpeándose la cabeza.
—Iremos un día juntos —dijo Delessov.
Alberto cogió sin contestar el violín y empezó a tocar el final del primer acto de Don Juan explicando al mismo tiempo el argumento de la ópera.
A Delessovse le erizaron los cabellos cuando tocó el trozo del comendador agonizante.
—No, no puedo tocar; hoy he bebido demasiado —dijo tirando el violín. Tan pronto como hubo acabado de decirlo, se acercó a la mesa, se sirvió un vaso de vino, y, bebiéndoselo de un trago, sentóse otra vez en la cama al lado de Delessov.
Este miraba a Alberto sin quitarle los ojos de encima.
El músico sonreía de vez en cuando y Delessov también. Los dos callaron, pero entre ellos se establecían, por la mirada y la sonrisa, relaciones cada vez más estrechas. Delessov sentía un afecto cada vez mayor hacia Alberto, y experimentaba en todo su ser una alegría inexplicable.
—¿Estáis enamorado? — le preguntó Delessov.
Alberto púsose pensativo por algunos segundos, y pocos momentos después su cara se iluminó con una sonrisa triste. Acercándose a Delessov, miróle fijamente a los ojos.
—¿Porqué me lo preguntáis? — murmuró—. Pero, os lo contaré todo porque me habéis agradado—, continuó, mirándolo mientras se volvía un poco—. Os tengo que decir la verdad; os lo contaré tal como sucedió.
Detúvose un momento y fijó los ojos en Delessov con mirada salvaje.
—Ya sabéis que soy un espíritu débil —dijo de pronto—. ¡Sí, sí, estoy seguro que Anna Ivannovna os lo ha contado todo, porque dice a todo el mundo que yo estoy loco! No es verdad. lo dice de broma; es una buena mujer, pero es cierto que hace algún tiempo no me encuentro muy bien. — Alberto callóse de bueno; sus ojos fijos y muy abiertos miraban hacia la puerta oscura—. ¿Me habéis preguntado si amaba? Sí, he amado. Hace mucho tiempo, cuando aún estaba empleado en el teatro. Era segundo violín en la ópera y ella venia al palco proscenio de la izquierda. — Alberto se levantó e inclinándose al oído de Delessov, dijo—: ¿Para qué nombrarla? Si duda la conocéis, todos la conocen… Yo trataba de no amarla porque no soy más que un pobre artista y ella era de la aristocracia; yo lo sabía, por eso me contentaba nada más que con mirarla, sin pensar en nada…
Alberto púsose pensativo, juntando sus recuerdos.
—Cómo sucedió, no lo puedo recordar; pero un día me mandó llamar para que la acompañara con el violín…. ¡yo, un pobre artista!… — dijo suspirando mientras levantaba la cabeza—. Pero no, no puedo explicarlo; no puedo. ¡Qué feliz fui entonces!
—Fuisteis muchas veces a su casa? — preguntó Delessov.
—Una vez, una sola vez… ¡pero fui muy culpable; me volví loco; yo, un pobre artista y, ella, una dama noble!… No le debía haber dicho nada, pero estaba loco y cometí una torpeza…
Desde entonces todo concluyó para mí. Petrov dijo la verdad: Más me hubiera valido verla solamente en el teatro…
—¿Qué hicisteis entonces? — preguntó Delessov.
—¡Ah! esperad, esperad… Eso no puedo explicarlo —y ocultando el rostro entre las manos, callóse un momento—. Llegué tarde a la orquesta por haberme entretenido bebiendo con Pretov, y me sentía muy turbado. Estaba ella en su palco hablando con un general, que no se quién seria; estaba sentada en la delantera y tenía la mano apoyada sobre la barandilla.
Llevaba un vestido blanco, en el cuello un collar de perlas. Mientras seguía hablando, me miró dos veces; su peinado era así… Yo no tocaba, estaba de pie cerca del bajo y la miraba…
Por primera vez en mi vida me sucedió una cosa extraña. Estaba hablando con el general y me miraba; comprendí que hablaba de mí; y de pronto me di cuenta de que no estaba en la orquesta, que estaba en su palco y que tenía sus manos entre las mías. ¿Que era aquello?
—exclamó Alberto, y calló…
—Vehemencias de la imaginación —dijo Delessov.
—Pero no… no puedo explicarlo —respondió Alberto crispándose todo—. Yo era ya un pobre, yo no tenía casa, y cuando iba al teatro muchas veces era para dormir… — ¿Cómo? ¿En el teatro? ¿En la sala de espectáculos, vacía, oscura? — ¡Oh!, yo no tengo miedo de esas tonterías.
Esperad.
Tan pronto como todos se habían marchado, iba al palco donde ella se sentaba y me dormía allí.
Esta era mi única alegría. ¡Qué noches he pasado en ese lugar! Una sola vez gocé de veras una noche parecida. Durante el sueño veía tantas cosas… pero no, no puedo explicároslo todo.
—Alberto bajó la cabeza y miró a Delessov y preguntó otra vez—.
¿Qué era aquello?
—Es muy extraño —exclamó Delessov.
—No, esperad, oídme —y acercándose a Delessov empezó a hablarle en voz baja—. Yo besaba su mano y lloraba a los pies de ella… Después le estuve hablando un buen rato, sintiendo el suave olor de perfumes, y el timbre de su voz; luego cogí el violín y me puse a tocar con suavidad y, según creo, admirablemente.
Nunca he tenido miedo de las tonterías que cree el vulgo, porque no creo en ellas; pero aquella noche pasó algo —dijo con extraña sonrisa y poniéndose las manos en la cabeza—.
Estaba asustado por mi pobre espíritu, porque me parecía que pasaba algo en mi cabeza.
Quizá no fuese nada; ¿cuál es vuestro parecer?
Quedáronse ambos silenciosos durante algunos minutos.
Aunque las nubes cubran el cielo, El sol brilla siempre claro… — cantó Alberto sonriendo dulcemente— ¿No es verdad?
También yo he vivido y he gozado.
¡Qué bien interpretaba todo eso Petrov!
Delessov estaba silencioso, mirando con espanto el pálido y emocionado semblante de su interlocutor.
VI
Zakhar acercóse de nuevo al comedor. Delessov oyó la voz dulce de su criado y la voz débil y suplicante de Alberto.
—¿Qué hay? — preguntó Delessov a Zakhar.
