Narrativa Breve
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Si atendemos a su origen, resulta indudable que Tolstoi se margin? de un posible destino prefigurado: de familia noble y rica proveniente de Alemania, y con enormes posesiones, seguramente Tolstoi hubiera sido un conde m?s, con haza?as militares que narrar, pero sin dejar nada importante para la Humanidad. Pero su fuerte vocaci?n de escritor, unida a un misticismo religioso que con los a?os se ahond?, produjeron un literato considerado como la cumbre de la narrativa rusa, junto con Dostoievski.
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Me parece que estáis en una situación muy difícil.
Alberto miraba, ya a Delessov, ya a la señora de la casa, que acababa de entrar en la estancia.
—Permitidme que os ofrezca el auxilio de mi amistad —Continuó Delessov —. Si necesitáis alguna cosa…; me causaréis una verdadera satisfacción si provisionalmente os intaláis en mi casa; yo vivo solo y podría seros muy útil.
Alberto sonrió sin responder.
—¿Por qué no le dais las gracias? — dijo la señora interviniendo—. Es un beneficio para vos…
Por mas que no os lo aconsejaría —dijo dirigiéndose a Delessov con un movimiento de cabeza que expresaba negación.
—Os lo agradezco mucho —dijo Alberto, estrechando entre sus húmedas manos las de Delessov—, mas ahora os ruego que vayamos a tocar música.
Los invitados estaban ya dispuestos a retirarse y, a pesar de las palabras de Alberto, fueron saliendo todos del salón.
Alberto se despidió de la señora, tomó su sombrero ya muy usado, de anchas alas, un casacón viejo de verano, su único abrigo, y fue bajando con Delessov la escalinata.
Cuando Delessov se hubo sentado en el coche al lado de su nuevo amigo, y sintió el olor repugnante de vino y de sudor que despedía el músico, empezó a lamentar el acto que había llevado a cabo, reprochándose la infantil ternura de su corazón y su falta de conocimiento. Por otra parte, la conversación de Alberto era tan vulgar y tan falta de sentido, y el aire libre había puesto tan de relieve su borrachera, que Delessov empezó a sentir aprensión. "¿Qué haré con él?», pensó.
Al cabo de un cuarto de hora Alberto se reclinó, el sombrero rodó a sus pies y, acomodado en un rincón del coche, empezó a roncar. Las ruedas rechinaban con regularidad sobre la nieve; la luz de la aurora penetraba débilmente por los cristales del carruaje.
Delessov contemplaba a su vecino. Este, envuelto en la capa, yacía cerca de él. Parecíale a Delessov que una cabeza alargada, con una gran nariz negra, se balanceaba sobre el cuerpo del músico, pero, mirándolo más de cerca, vio que lo que tomaba por la nariz y la cara eran los cabellos, y que su rostro estaba más abajo. Entonces la hermosura de la frente y de la boca cerrada de Alberto le impresionaron de nuevo. Bajo la influencia del cansancio, de los nervios, de la hora avanzada y de la música que había oído, Delessov, mirándole el rostro, se transportó de nuevo al mundo feliz entrevisto unas horas antes. Otra vez recordó el tiempo feliz de su juventud, y ya no se arrepentía de su acción. En aquel momento quería a Alberto con sinceridad y con vehemencia, y se prometía firmemente hacer por el cuanto le fuera posible.
IV
A la mañana siguiente, cuando Delessov se despertó para ir al servicio, vio con extrañeza en torno suyo el biombo, su viejo criado, y el reloj sobre la mesa. "¿No es acaso todo lo que quiero tener a mi lado?», preguntóse. Entonces se acordó de los negros ojos y de la sonrisa del músico, y del motivo de la Melancolía…, y toda la extraña noche de la víspera pasó por su imaginación.
Sin embargo, no tuvo tiempo de preguntarse si tenía o no razón para albergar al músico en su casa.
Mientras se arreglaba hizo mentalmente el reparto del día: tomó papel, dispuso lo necesario para la casa, y apresuradamente se calzó las botas y se envolvió en la capa. Al pasar por delante del comedor miró hacia adentro: Alberto, con la cara escondida entre los almohadones en desorden, con una camisa sucia y rota, dormía pesado sueño sobre el diván de tafilete donde le instalaron la noche anterior sin conocimiento.
«Hay algo que no va bien», pensó involuntariamente Delessov.
—Haz el favor de ir de parte mía a casa de Borazovski, y pídele el violín por dos días. Para éste… — dijo al criado—. Cuando despierte le haces tomar café y le das alguna ropa mía. Te ruego que en todo le satisfagas.
Cuando Delessov llegó por la noche a su casa, le sorprendió no encontrar a Alberto.
—¿A dónde ha ido? — preguntó al criado.
—Se fue después de comer —respondió éste—; cogió el violín y se fue prometiendo volver al cabo de una hora… y aún no ha vuelto.
—¡Eso sí que me molesta! — exclamó Delessov—.
¿Por qué le has dejado salir, Zakhar?
Zakhar era un criado petersburgués que servía a Delessov hacía ocho años. Éste, como soltero que vive solo, le confiaba, sin querer, sus intenciones, y le gustaba saber su opinión en todos sus asuntos.
—¿Cómo queríais que me hubiese atrevido a no dejarle salir? — respondió Zakhar, mientras jugaba con su gorro—; si me hubieseis dicho que le retuviese, yo habría podido entretenerlo en casa; pero me hablasteis tan sólo del vestido.
—¡Cuánto me contraría! ¿Qué hizo mientras yo estuve fuera?
Zakhar sonrió.
—Se puede decir que es un verdadero artista. Tan pronto como despertó, pidió vino Madera; después estuvo jugando un buen rato con la cocinera y el criado del vecino: ¡es muy bromista! Sin embargo, tiene buen carácter. Le llevé el té y la comida, pero no quiso comer nada, empeñado en invitarme siempre… ¡Qué bien sabe tocar el violín! Estoy seguro de que un artista así no se encuentra ni en casa de Igler. A un artista así sí vale la pena sostenerlo.
Cuando tocó «Boguemos río abajo en el Volga paternal»… parecería que un hombre llorara. ¡Hermosísimo!
Todos los criados de la casa entraron en la sala para escucharle.
—Bueno; ¿le diste ropa? — interrogó el amo.
—Sin duda; te he dado una de vuestras camisas de noche y mi abrigo. Se debe ayudar a un hombre así; es verdaderamente un buen muchacho. — Zakhar se sonrió—. Me ha estado preguntando el grado que tenéis, si tenías altas e importantes amistades, y el número de vuestros simos, — Está bien, está bien; ahora habrá que buscarle, y de aquí en adelante no darle nunca de beber, si no, se pondrá peor aún.
—Es verdad —interrumpió Zakhar—; es evidente que su salud está muy quebrantada. En casa, en casa de los amos, había un empleado que siempre estaba así… Delessov, que hacía tiempo conocía la historia del empleado, un borracho inveterado, no le dejó concluir, y le ordenó prepararlo todo para la noche, e ir en busca de Alberto y traérselo.
Se metió en cama, apagó la bujía, pero no pudo dormir pensando siempre en Alberto.
«Aunque esto les parezca extraño a muchos de mis amigos —pensaba Delessov—, es tan raro el poder hacer alguna acción desinteresada, que hay que dar las gracias a Dios cuando este caso se presenta; yo no dejaré de hacerlo. Haré todo, absolutamente todo lo que pueda para ayudarle. Quizá no esté loco y sea su extravío el efecto simplemente de la bebida. No me costará caro, porque donde come uno comen dos.
