Narrativa Breve

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Narrativa Breve
Название: Narrativa Breve
Автор: Tolstoi Leon
Дата добавления: 16 январь 2020
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Narrativa Breve - читать бесплатно онлайн , автор Tolstoi Leon

Si atendemos a su origen, resulta indudable que Tolstoi se margin? de un posible destino prefigurado: de familia noble y rica proveniente de Alemania, y con enormes posesiones, seguramente Tolstoi hubiera sido un conde m?s, con haza?as militares que narrar, pero sin dejar nada importante para la Humanidad. Pero su fuerte vocaci?n de escritor, unida a un misticismo religioso que con los a?os se ahond?, produjeron un literato considerado como la cumbre de la narrativa rusa, junto con Dostoievski.

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—¡Nadie puede detenerme! No tenéis ese derecho —gritaba elevando cada vez más la voz.

—Quítate de ahí, Zakhar —dijo Delessov, y dirigiéndose a Alberto: — Yo no quiero ni puedo deteneros, pero os aconsejo quedaros hasta mañana.

—Nadie puede detenerme, iré a ver al jefe de policía —gritaba cada vez con más fuerza Alberto, dirigiéndose tan sólo a Zakhar y sin mirar a Delessov— ¡Ladrones! — gritó de pronto con espantosa voz.

—Pero, ¿por qué gritáis así? Nadie os detiene Zakhar abriendo la puerta.

Alberto cesó de gritar.

—¡No lo habéis logrado! ¿Queríais matarme? ¡Pues, no! — murmuró tomando sus zapatos de goma.

Sin decir adiós y mascullando palabras incomprensibles, salió; Zakhar le alumbró hasta la puerta y volvió.

—¡Gracias a Dios! Hubiera acabado mal —dijo a su amo—. Ahora hay que mirar los objetos de plata, a ver si están todos.

Delessov movió la cabeza sin responder. Acordábase de las dos primeras veladas pasadas con el músico; los días tristes que por su culpa había pasado Alberto, principalmente se acordaba del sentimiento mezclado de admiración, de amor y de piedad, que desde el primer momento le inspiró ese hombre extraño.

Empezaba a compadecerle. "¿Qué va hacer, sin dinero, sin ropa, solo en medio de la noche?…» Quiso mandar a Zakhar en su busca, pero ya era tarde.

—¿Hace mucho frío? — preguntó Delessov.

—Una helada muy fuerte —respondió Zakhar—. Había olvidado deciros que se tendrá que comprar leña antes de la primavera.

—¿Cómo es posible? Tú habías dicho que aún quedaría…

VII

En efecto, afuera hacía muchísimo frío; pero Alberto no lo sentía por la excitación que le produjeron el vino y la discusión.

Una vez en la calle volvió la vista y se frotó las manos de contento. La calle estaba desierta y brillaban aún en ella las largas filas de faroles. El cielo estaba estrellado. "¡Bah!» exclamó dirigiéndose a la ventana alumbrada de Delessov, metiendo las manos bajo el pardesú en los bolsillos del pantalón.

Con el paso indeciso y el cuerpo inclinado hacia adelante, iba Alberto por la derecha de la calle. Sentía en el estómago y en las piernas una pesadez extraordinaria; un ruido extraño llenaba la cabeza; una fuerza invisible le tiraba de un lado a otro, pero él seguía avanzando en dirección a la casa de Anna Ivanovna.

En su cabeza germinaban ideas extrañas e incoherentes.

Unas veces acordábase de su última discusión con Zakhar; otras, de su madre y su primera llegada a Rusia en el barco; o bien de alguna noche pasada en compañía de un amigo en la tienda por delante de la cual pasaba; ora en su imaginación empezaba a cantar los trozos que se le ocurrían, acordándose del objeto de su pasión y de la noche terrible pasada en el teatro.

Pero, a pesar de su incoherencia, todos estos recuerdos se presentaban a su imaginación con tanta claridad, que cerrando los ojos no sabía darse cuenta de cuál era la realidad, si lo que hacia o lo que pensaba. No se acordaba de nada, ni sabía por qué sus piernas se adelantaban sin querer, y tambaleándose daba contra las paredes; miraba alrededor y pasaba de una calle a otra. Sentía y se acordaba tan sólo de las cosas extrañas y embrolladas que en su imaginación se sucedían y se presentaban.

Al pasar cerca de la pequeña Moraskaia, Alberto tropezó y cayó, y, como despertado por un momento, vióse delante de un magnífico edificio. En el cielo no se veían ni estrellas ni luz;

tampoco había luz en la tierra, pero todos los objetos distinguíanse claramente. En las ventanas del edificio que se levantaba al final de la calle, brillaban algunas luces, que oscilaban como débiles reflejos. El edificio se iba acercando cada vez más donde estaba Alberto; destacándose más netamente… pero las luces desaparecieron al penetrar Alberto por sus anchas puertas. El interior era sombrío, los pasos resonaban sonoros bajo la bóveda, y, al acercarse, las sombras se desligaban y huían. "¿Por qué he venido aquí?» — pensó Alberto; pero una fuerza invisible le empujaba adelante hacia el fondo de una inmensa sala… Allí había un estrado alrededor del cual había mucha gente en silencio. "¿Quién hablará?» — preguntó Alberto. Nadie respondió, pero le designaron el estrado. Sobre el mismo estaba ya un hombre alto, delgado con las cabellos erizados y en traje de casa. Alberto conoció enseguida en él a su amigo Petrov. "¡Qué extraño es que esté aquí!» — pensó Alberto—. "¡No, hermanos míos! — decía Petrov señalándome a mí—, no habéis comprendido a un hombre que vivía entre vosotros; no lo habéis comprendido! No era un artista cualquiera, ni un tocador mecánico, ni un loco, ni un hombre perdido; era un genio, un gran genio musical despreciado por todos nosotros.»

Alberto comprendió al momento de quién hablaba su amigo, pero por no molestarle, por modestia, bajó la cabeza.

—En él, ese fuego sagrado de que todos nos servimos, lo ha consumido todo como una simple paja.

Pero él ha cumplido cuanto Dios puso en él, y por eso debemos llamarle un gran hombre.

Vosotros podíais despreciarle, hacerle sufrir, humillarle —continuó elevando cada vez más la voz—. Pero era y será infinitamente superior a todos vosotros; nos desprecia a todos, pero se consagra tan sólo a lo que le viene de arriba. Ama una sola cosa, lo bello, el solo bien indispensable en el mundo. ¡Sí; hele aquí, éste es! ¡Caed todos ante él de rodillas! — gritó en voz alta—.

En este momento surgió otra voz al otro lado de la sala. — Yo no quiero arrodillarme delante de él —dijo la voz, en la que Alberto reconoció a Delessov.

—¿Por qué es grande? ¿Y por qué hemos de inclinarnos delante de él? ¿Se ha conducido con lealtad? ¿Ha sido útil a la sociedad? Sabemos que ha pedido dinero prestado y que no lo ha devuelto; que ha empeñado el violín de uno de sus amigos… — «Dios mío, ¿cómo sabe todo eso?» — pensaba Alberto bajando cada vez más la cabeza.

—¡Sabemos que por el dinero adulaba a los hombres! — continuó Delessov—. ¿No sabemos acaso cómo le despidieron del teatro? ¿Cómo Anna Ivanovna quiso entregarle a la policía?

—¡Dios mío!, todo eso es verdad, pero defiéndeme, tú eres el único que sabes por qué he hecho todo eso —pronunció Alberto.

—Basta ya, tened vergüenza —replicó de nuevo la voz de Petrov—. ¿Qué derecho tenéis para acusarle?

¿Habéis vivido su vida? ¿Habéis experimentado su embeleso?

«Es verdad, es verdad» — murmuró Alberto.

—El arte es la manifestación más grande de la potencia humana. Es el privilegio de los pocos elegidos, que los eleva a una altura en que la cabeza gira, y es difícil mantenerse incólume. En el arte, como en todas las luchas, hay héroes, que se dan enteros al servicio…. y se pierden antes de alcanzar la meta.

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