Narrativa Breve
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Si atendemos a su origen, resulta indudable que Tolstoi se margin? de un posible destino prefigurado: de familia noble y rica proveniente de Alemania, y con enormes posesiones, seguramente Tolstoi hubiera sido un conde m?s, con haza?as militares que narrar, pero sin dejar nada importante para la Humanidad. Pero su fuerte vocaci?n de escritor, unida a un misticismo religioso que con los a?os se ahond?, produjeron un literato considerado como la cumbre de la narrativa rusa, junto con Dostoievski.
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Por ahora que viva conmigo; después ya le encontraremos empleo para sacarle del banco de arena en que está encallado; más tarde ya veremos»…
Una agradable satisfacción de sí mismo le embargó después de estas reflexiones.
" Verdaderarnente no soy del todo malo; no, al contrario, soy muy bueno en comparación con los demás…» — pensó.
Estaba casi dormido cuando le distrajo el ruido de la puerta que se abría y de unos pasos en la antesala.
«Tendré que ser más severo con él; debo hacerlo y será mucho mejor» — se dijo.
Apoyó el dedo en el timbre y llamó.
—¿Qué, le has traído? — le preguntó a Zakhar, que entraba‑Ese hombre está en estado lastimoso –dijo Zakhar moviendo la cabeza con solemnidad y cerrando los ojos.
—Qué, ¿está ebrio?
—Está muy débil.
—Y el violín, ¿dónde está?
—Lo he traído; la señora me lo ha dado.
—Pues bien, te ruego que no le dejes pasar ahora, métele después en la cama y mañana por la mañana vigílale atentamente para que no salga de casa.
Pero aún no había salido Zakhar cuando Alberto entraba ya en la habitación.
V
—¿Ya queríais dormiros? — dijo Alberto sonriendo.
Estuve en casa de Anna Ivanovna; he pasado una velada agradable. Se tocó música; hubo para reírse; la reunión fue deliciosa. Permitidme que beba un poco —añadió cogiendo el jarro de agua que estaba encima de la mesa—; pero no es agua lo que deseo.
Alberto estaba como la víspera; la misma encantadora sonrisa en los labios, la frente despejada y los miembros débiles. El abrigo de Zakhar le caía admirablemente, y el cuello alto y limpio de la camisa de noche encuadraba de una manera pintoresca su cuello fino y blanco, dándole un aspecto señoril e inocente. Sentóse en la cama de Delessov y le miró en silencio con una sonrisa grata y alegre.
Delessov examinaba los ojos de Alberto, sintiéndose de nuevo atraído por el encanto de su sonrisa; olvidó el deseo de ser severo con él, y quiso, al contrario, distraerse, oír al músico y estar hablando amigablemente con él, aun hasta el amanecer. Delessov ordenó a Zakhar que trajese una botella de vino, algunos cigarros y el violín.
—¡Ah, de perlas! — dijo Alberto—. Aún es temprano, podemos tocar cuanto queráis.
Trajo Zakhar con gran satisfacción una botella de Laffite, dos vasos, algunos cigarrillos de los que fumaba Delessov, y el violín. Pero en vez de acostarse como su amo le ordenó, encendió un cigarro y se sentó en la sala contigua.
—Mejor es que hablemos —dijo Delessov al músico, que tomaba ya el violín.
Alberto se sentó con cuidado en la cama y volvió a sonreír alegremente.
—¡Oh!, sí —dijo, dándose una palmada en la frente y tomando una expresión curiosa e inquieta, pues en la expresión de su cara se leía siempre lo que pensaba.
—Permitidme que os pregunte… — Detúvose un momento— Este caballero que estaba con vos ayer noche… al que llamabáis N ¿no es el hijo del célebre N?
—Su propio hijo —respondió Delessov no comprendiendo lo que eso pudiera interesar a Alberto.
—Eso es —dijo sonriéndose con satisfacción. Le reconocí al momento en sus modales particularmente aristócratas. Me gusta mucho la aristocracia, porque hay en ella elegancia y belleza. ¿Y aquel oficial que bailaba tan bien? — preguntó—; también me gustó mucho; parecía tan noble, tan alegre… Es el ayudante del campo N. N.
—¿Cuál? — preguntó Delessov.
—Aquél con quien tropecé cuando bailábamos.
Debe se ser un corazón de oro.
—Es un libertino —respondió Delessov.
—¡Oh, no! — replicó calurosamente Alberto—. En él se nota algo muy agradable, y es un buen músico —añadió—. Tocó allí un trozo de ópera que desde hace mucho no había oído ni que me gustara tanto.
—Sí, toca bien; pero su estilo no me gusta –dijo Delessov, que quería obligar a su interlocutor a hablar de música—. No comprende la música clásica; y la música de Donizetti y de Bellini no es música buena. ¿No sois de esta opinión?
—¡Oh, no, no, dispensad! — dijo Alberto con expresión deferente. La música antigua es una y la nueva es otra. En la música nueva hay también trozos extraordinariamente hermosos: ¡La Sonámbula!…, ¡el final de Lucía! ¡Chopin!… ¡Roberto! He pensado muchas veces…. — paróse un momento concentrando el pensamiento—, que si Beethoven viviese, lloraría de placer escuchando La Sonámbula. En todas partes se encuentra lo bueno. La primera vez que oí La Sonámbula fue cuando vinieron la Viardot y Rubini; era…. ¡ah! — y brilláronle los ojos e hizo un gesto con las manos, como si hubiese querido arrancarse algo del pecho—; con un poquito más…
—Y ahora, ¿qué os parece la ópera? –preguntóle Delessov.
—Bozia es buena, muy buena, extremadamente elegante, pero no tiene nada aquí —dijo señalando su hundido pecho—. A un artista le hace falta pasión y ella no la siente. Como gustar ya gusta pero no entusiasma.
—¿Y Lablache?
—Le oí en París en el Barbero de Sevilla; en aquella época era el único; pero ahora ya es viejo. No puede ser actor, es demasiado viejo…
—Sí, es viejo, pero aún vale en la música de conjunto —dijo Delessov.
Este era su juicio respecto a Lablache.
—¿Cómo que qué importa que sea viejo? –Dijo Alberto con severidad—. No debiera serlo.
El artista no debe nunca ser viejo. Se necesitan muchas cosas para el cultivo del arte, pero principalmente el fuego sagrado —dijo con los ojos brillantes y levantando las manos.
En efecto un fuego devorador brillaba en todo él.
—¡Ah, Dios mío! — dijo de pronto—, ¿no conocéis a Petrov, el pintor?
—No —respondió sonriendo Delessov.
—Me gustaría en extremo que pudieseis conocerle.
¡Recibiríais un gran placer oyéndole hablar! ¡Cómo comprende el arte! Antes nos encontrábamos muchas veces en casa de Anna Ivannovna; pero ésta, por una cuestión baladí, se enfadó con él, y no ha ido más. Me gustaría mucho que trabarais amistad con él. Tiene mucho talento.
—¿Hace cuadros? — preguntó Delessov.
—No sé, creo que no…. ¡pero ha salido de la Academia! ¡Qué ideas tiene! Cuando habla, es sorprendente a veces lo que dice. ¡Oh!, Petrov es un gran talento, pero lleva una vida muy agitada, muy alegre…. ¡es lástima!, — añadió Alberto sonriendo; y cogiendo el violín se puso a templarlo.
