Narrativa Breve

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Narrativa Breve
Название: Narrativa Breve
Автор: Tolstoi Leon
Дата добавления: 16 январь 2020
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Narrativa Breve - читать бесплатно онлайн , автор Tolstoi Leon

Si atendemos a su origen, resulta indudable que Tolstoi se margin? de un posible destino prefigurado: de familia noble y rica proveniente de Alemania, y con enormes posesiones, seguramente Tolstoi hubiera sido un conde m?s, con haza?as militares que narrar, pero sin dejar nada importante para la Humanidad. Pero su fuerte vocaci?n de escritor, unida a un misticismo religioso que con los a?os se ahond?, produjeron un literato considerado como la cumbre de la narrativa rusa, junto con Dostoievski.

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No eran comerciantes, ni alemanes. ¿Serían nobles? Tampoco suelen ser así. Sin embargo, se deducía que se trataba de personas importantes. Así pensaban los que se encontraban con ellos en la iglesia y, no se sabe por qué, les cedieron el paso con más gusto que a los que lucían vistosas charreteras. Piotr Ivanovich rezaba en actitud reconcentrada, sin distraerse. Natalia Nikolaievna se arrodillaba a ratos y vertió abundantes lágrimas cuando cantaron Gloria a los querubines. Sonia parecía hacer un esfuerzo para seguir la misa ; no le gustaba rezar ; sin embargo, no volvía la cabeza para nada, y se santiguaba atentamente.

Serioja se había quedado en el hotel, en parte por haberse levantado tarde y en parte porque no le gustaba oír misa. No podía comprender por qué era capaz de recorrer cuarenta verstas esquiando sin esfuerzo y, en cambio, escuchar la lectura de doce evangelios constituía para él un tormento físico. Pero la razón principal era que necesitaba un traje nuevo. Se vistió y se fue al puente Kuznietzky. Disponía de bastante dinero. Piotr Ivanovich había tomado la costumbre de darle todo el que quisiera desde que había cumplido los veintiún años. De él dependía dejar a sus padres en la ruina.

iQué lástima de doscientos cincuenta rublos gastados inútilmente en la tienda de confecciones de Kuntz! Cualquiera hubiera aconsejado a Serioja y hubiera considerado como un honor acompañarlo a casa de un sastre para que se encargara un traje. Pero el muchacho se encontraba solo entre una multitud desconocida. Con la gorra calada, iba abriéndose paso por el puente Kuznietzky sin mirar siquiera a las tiendas. Cuando llegó al final entró en una de ellas. Salió de allí vistiendo un frac marrón estrecho (se llevaban anchos), unos pantalones negros, anchos (se llevaban estrechos) y un chaleco de raso con florecillas, que ningún huésped del hotel Chevalier hubiera permitido que se pusiera ni siquiera su lacayo. Compró, además, otras muchas cosas. Kuntz se sorprendió de la esbeltez del talle del joven. Le aseguró —solía hacerlo lo mismo con todos los clientes‑que en su vida había visto otro igual. Serioja sabía que tenía la cintura estrecha ; sin embargo, le halagó que se lo dijera un extraño. Al salir de la tienda, tenía doscientos cincuenta rublos menos e iba tan mal vestido que, al cabo de dos días, su traje pasó a manos de Vasili. Eso constituyó siempre un recuerdo desagradable para Serioja. Una vez en el hotel, se instaló en la sala grande, desde donde echó miradas a la de la francesa. Encargó para almorzar unas cosas tan raras que hasta hizo reír al criado. Pidió una revista y fingió leer. El mozo, viendo la inexperiencia del joven, se permitió hacerle algunas preguntas. Serguei exclamó, enrojeciendo:

— i Lárgate!

Su expresión era tan altiva que el camarero obedeció sin rechistar. Al regresar, sus padres y Sonia le alabaron mucho el traje.

¿Recuerdas ese sentimiento de alegría cuando de niño, el día de tu cumpleaños, volvías a casa, después de haber oído misa, y te encontrabas con visitas y juguetes? La fiesta se te reflejaba en el traje, en la cara y en el alma. Sabías que aquel día era excepcional, no había clase y lo festejaban incluso los mayores, estaba lleno de alegría para todos los de la casa, sabías que eras tú la causa de aquella solemnidad y cualquier cosa que hicieras, se te perdonaría ; te sorprendía que la gente de la calle no lo festejase lo mismo que tu familia, que los sonidos no fuesen más sonoros y los colores más vivos ; en una palabra, que no tuvieran todos la sensación de que era tu santo. Tal era el estado de ánimo de Piotr Ivanovich al volver de la iglesia.

Los desvelos de Pajtin no habían caído en saco roto ; en lugar de juguetes, Piotr Ivanovich halló en su casa varias tarjetas de visita de destacados moscovitas que en el año 56 consideraban como un deber ineludible dispensar toda clase de atenciones al célebre desterrado al que tres años atrás no habrían querido ver por nada del mundo.

Chevalier, el portero y los criados redoblaron su amabilidad aquella mañana a causa de los que llegaban en coche preguntando por Piotr Ivanovich. Por mucho que haya sufrido en la vida y por inteligente que sea una persona, no deja de agradarle recibir muestras de respeto de quien es respetado por todos. Piotr Ivanovich se sintió halagado cuando Chevalier, haciendo profundas reverencias, le ofreció otro departamento mejor y cuando vio las tarjetas de ilustres personajes, entre ellos las de varios condes y la del príncipe D***. Natalia Nikolaievna dijo que no se recibiría a nadie ; quería ir a ver a María Ivanovna. Labazov se mostró de acuerdo, a pesar de que le hubiera gustado hablar con algunos de los visitantes. Pero uno subió antes de aquella prohibición. Era Pajtin. Si le hubiesen preguntado por qué había vuelto, no habría podido decirlo, no había ningún motivo, exceptuando que le atraía todo lo nuevo y divertido.

Venía a contemplar a Piotr Ivanovich como a objeto raro. Aparentemente, uno debía sentirse intimidado yendo a visitar a un desconocido por esa razón. Pero resultó todo lo contrario.

Piotr Ivanovich y sus hijos se turbaron. Natalia Nikolaievna era demasiado grande dame para turbarse. Nada le hacía perder la serenidad. La mirada cansada de sus encantadores ojos negros se detuvo tranquilamente en Pajtin, que tenía un aspecto lozano, alegre y satisfecho de sí mismo como de costumbre. Recordó que antaño había sido amigo de Natalia Nikolaievna.

—i Ah! —exclamó esta.

—Bueno, no precisamente amigo, porque nuestras edades… Pero siempre ha sido usted tan buena para mí…

*** Pajtin era un antiguo admirador de Piotr Ivanovich. Conocía a todos sus compañeros.

Esperaba poder ser útil a los recién llegados. Hubiera venido a visitarlos la víspera, pero no había tenido tiempo ; rogaba que le perdonasen. Tomó asiento y habló durante largo rato.

—Sí; he observado muchos cambios en Rusia desde entonces‑dijo Piotr Ivanovich, contestando a su pregunta.

Pajtin acogía cada palabra que salía de labios de Labazov con una inclinación de cabeza, una sonrisa o un movimiento que daba a entender que eran palabras memorables. Natalia Nikolaievpa aprobó esa actitud. Serguei Petrovich parecía temer que el discurso de su padre no fuese bastante importante para la atención del oyente. Por el contrario, Sonia sonreía con esa sonrisa imperceptible, llena de satisfacción, con que solemos sonreír cuando captamos el lado ridículo de la gente. Se dio cuenta de que no se podía esperar nada bueno de este hombre, que era bobo, como solían llamar ella y su hermano a un determinado género de personas.

Piotr Ivanovich habló de los enormes cambios que había observado, cambios que le alegraban grandemente.

La gente, el pueblo, se ha elevado mucho, no hay comparación ; tiene más conciencia de sus méritos. Debo confesar que lo que más me interesa y me ha interesado siempre es el pueblo. Opino que la fuerza de Rusia no está en nosotros, sino en él.

Con la animación que le era propia, Labazov expuso unas ideas. más o menos originales, acerca de una serie de problemas importantes. Tendremos ocasión de oírlas ampliamente desarrolladas. Pajtin, muy satisfecho, se mostró de acuerdo en todo.

—Es preciso que conozca usted a Aksatov. Si me lo permite, príncipe, se lo presentaré.

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