Narrativa Breve

На нашем литературном портале можно бесплатно читать книгу Narrativa Breve, Tolstoi Leon-- . Жанр: Русская классическая проза. Онлайн библиотека дает возможность прочитать весь текст и даже без регистрации и СМС подтверждения на нашем литературном портале bazaknig.info.
Narrativa Breve
Название: Narrativa Breve
Автор: Tolstoi Leon
Дата добавления: 16 январь 2020
Количество просмотров: 463
Читать онлайн

Narrativa Breve читать книгу онлайн

Narrativa Breve - читать бесплатно онлайн , автор Tolstoi Leon

Si atendemos a su origen, resulta indudable que Tolstoi se margin? de un posible destino prefigurado: de familia noble y rica proveniente de Alemania, y con enormes posesiones, seguramente Tolstoi hubiera sido un conde m?s, con haza?as militares que narrar, pero sin dejar nada importante para la Humanidad. Pero su fuerte vocaci?n de escritor, unida a un misticismo religioso que con los a?os se ahond?, produjeron un literato considerado como la cumbre de la narrativa rusa, junto con Dostoievski.

Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала

Перейти на страницу:

—¿Lo oye, madame Chevalier? —exclamó un grueso oficial de cosacos que debía mucho dinero en el hotel.

—Este comparte mis gustos‑dijo Chevalier, dando unos golpecitos en las charreteras del oficial.

—¿Es tan guapa esa siberiana?

Chevalier juntó los dedos y se los besó. A continuación, se inició una charla confidencial muy alegre. Hablaban del oficial grueso, que escuchaba risueño.

—¿Es posible que se pueda tener el gusto tan extraviado exclamó uno de ellos—.

Mademoiselle Clarisse! ¿Sabe que lo que más le gusta a Strugov de las mujeres son los muslos de gallina?

Aunque no había comprendido la sal de aquella conversación, a pesar de sus feos dientes y de su edad madura, mademoiselle Clarisse lanzó una sonora carcajada.

—¿Es la señorita siberiana la que le ha inspirado tales ideas?

Una carcajada unánime acogió esta frase. Monsieur Chevalier reía diciendo:

—Ce vieux coquin!

Y zarandeaba al oficial.

—¿Quienes son estos siberianos? ¿Fabricantes? ¿Comerciantes? —preguntó alguien cuando cesaron las risas.

—iNikit! Pide el pasaporte al señor que acaba de llegar‑ordenó monsieur Chevalier—.

«Yo, Alejandro…» —empezó a leer cuando se lo hubieron traído.

Pero el oficial de cosacos le arrancó el documento de las manos, y su rostro no tardó en expresar sorpresa.

—Adivinen ustedes quién es‑dijo. Todos ustedes lo conocen, al menos de oídas.

—¿Cómo podríamos adivinarlo? Enséñemos el pasaporte. ¿No será Abd‑elKader?…

¿Cagliostro?… ¿Pedro Tercero?… ; Ja, ja, ja!

—Venga, dínoslo de una vez.

El oficial desdobló el documento y leyó: «Ex príncipe Piotr Ivanovich» y uno de los apellidos rusos que todos conocen y pronuncian con cierto respeto y placer si al hablar de la persona en cuestión lo hacen como de un amigo o un conocido. Nosotros lo llamaremos Labazov. El oficial de cosacos recordaba vagamente que Piotr Ivanovich se había hecho célebre en el año 25, y que lo habían mandado a Siberia a trabajos forzados, pero no hubiera podido decir por qué. Los demás no sabían ni eso siquiera, pero todos exclamaron al unísono:

"; Oh, sí, es conocidísimo!» Lo mismo hubieran podido decirlo de Shakespeare. El oficial grueso les explicó luego que era hermano del príncipe Iván, tío de los Chikin y de la condesa Pruk, etc.

—Tiene que ser muy rico si es hermano del príncipe Iván‑observó uno de los jóvenes.

—Si ha recuperado sus bienes, claro está—comentó otro—. Verdaderamente parece que son más de los que deportaron… Oye, Jikuskg, cuéntanos aquella anécdota del dieciocho— añadió, dirigiéndose a un oficial del regimiento de Cazadores que tenía fama de buen narrador.

—Venga, cuéntanosla.

—Es un hecho real que ocurrió aquí, en el hotel Chevalier, en la gran sala. Llegaron tres decembristas. Se instalaron en una mesa y se pusieron a comer. Frente a ellos había un señor de cierta edad, respetable, que prestaba atención a todo lo que decían de Siberia. Les preguntó algo, cambiaron un par de palabras y poco a poco entablaron conversación. El también venía de Siberia.

—¿Conoce Nerchinsk?

—i Cómo no! He vivido allí mucho tiempo.

—¿Conocerá entonces a Tatiana Ivanovna?

—;Desde luego!

—Permítame que le pregunte, ¿usted es de los desterrados?

—Sí, he tenido esa desgracia.

—A nosotros nos deportaron el catorce de diciembre. Es extraño que no le hayamos conocido si ha sido desterrado por lo mismo. ¿Cómo se apellida?

—Fiodorov.

—¿Desterrado también por lo del catorce?

—No, por lo del dieciocho.

—¿Cómo por lo del dieciocho?

—Sí ; me desterraron el dieciocho de septiembre por un reloj de oro. Me calumniaron, acusándome de robo y sufrí inocentemente.

Todos se echaron a reír, a excepción del narrador. Con una expresión muy seria trataba de convencer a su digno auditorio de que aquella anécdota era verídica.

Al cabo de un rato, uno de los jóvenes se marchó al club. Después de recorrer las salas donde los viejecitos jugaban a las cartas, permaneció un ratito junto a una mesa de billar. Un anciano importante, agarrado al borde de la mesa, intentaba hacer carambola. Echó una ojeada a la biblioteca ; un general leía en actitud grave, a través de sus lentes, sujetando el periódico a cierta distancia, y un joven hojeaba un montón de revistas, procurando no hacer ruido.

Finalmente, se instaló al lado de unos muchachos pertenecientes también a la juventud de oro, que jugaban a las cartas. Había muchos clientes asiduos del club. Entre estos se encontraba Iván Pavlovich Pajtin. Era un hombre cuarentón, de mediana estatura, ancho de hombros y de caderas, calvo, de rostro afeitado, reluciente y de expresión feliz. No tomaba parte en el juego.

Se había sentado al lado del príncipe D***, al que tuteaba, para no rechazar la copa de champaña que le había ofrecido. Estaba tan a gusto —después de comer, se había soltado disimuladamente la trabilla del pantalón—, que hubiera permanecido así un siglo fumando, bebiendo champaña y sintiendo la presencia de príncipes y condes e hijos de ministros. La noticia de la llegada de los Labazov turbó su tranquilidad.

—¿Adónde vas, Pajtin? —preguntó el hijo de un ministro, al observar que este se había levantado y, después de estirarse el chaleco, apuraba de un trago la copa de champaña.

—Me llama Severnikov‑replicó Pajtin, notando cierta molestia en las piernas.

—Qué, ¿vas a ir allí?

«Anastasia, Anastasia, ábreme la puerta», canturreó. Era una célebre canción gitana que estaba de moda, —Tal vez. ¿Y tú?

—¿Quieres que vaya yo? Un vejestorio casado. ¡Qué cosas tienes!

Pajtin, risueño, se dirigió a la sala de los espejos a ver a Severnikov. Le gustaba que su última palabra fuese alguna broma. Y esta vez había resultado así.

—¿Cómo está la princesa? —preguntó, acercándose a Severnikov.

Este no lo había llamado. Pero según Pajtin deducía, era la persona indicada para saber antes que nadie que habían llegado los Labazov. Severnikov había estado ligeramente comprometido el catorce, y era amigo de los decembristas.

—¿Sabe que han vuelto los Labazov? Se han hospedado en el hotel Chevalier.

—Pero ¿qué me dice? ;Cuánto me alegro! Somos viejos amigos. Habrá envejecido el pobrecillo… Su mujer le escribió a la mía…

Перейти на страницу:
Комментариев (0)
название