La dadiva
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El Berl?n de entreguerras, visto con los ojos altaneros y nost?lgicos de los emigrados rusos, forma un mundo huidizo y fantasmal, pero tambi?n una inagotable fuente fuente de insospechadas evidencias. Fiodor, el joven poeta protagonista, es seguramente, en alguna medida, el propio autor; pero tambi?n lo es el padre de Fiodor, entom?logo errabundo. ?Qui?n ignora la pasi?n por la entomolog?a de Nabokov, y su destino de perenne emigrado? La inolvidable descripci?n de una librer?a rusa en Berl?n se nos presenta como afectuoso testimonio de otra inmutable vocaci?n de Nabokov: su amor por la literatura rusa.
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Algunos años después, cuando fue arrestado, la policía confiscó su viejo diario, que estaba escrito con una caligrafía regular, adornada con pequeños peciolos, y en una clave particular, con abreviaciones tales como ¡debdad! ¡misrio!(debilidad, misterio), Ubtad, = tad(libertad, igualdad) y ch-k(chelovek, hombre, y no Cheka, la policía de Lenin).
Sin duda, la descifraron personas incompetentes, pues cometieron numerosos errores: por ejemplo, tomaron dzryapor druzya(amigos), en lugar de podosrenya(sospechas), con lo cual deformaron la frase «Despertaré fuertes sospechas» en: «Tengo amigos fuertes.» Chernyshevski se agarró ávidamente a esto y empezó a mantener que el diario entero era el borrador de una novela, una invención literaria, ya que, como dijo, «entonces carecía de amigos influyentes, mientras que este personaje tenía claramente amigos en el gobierno». No es importante (aunque resulta una cuestión interesante por sí misma) que recordara con exactitud o hubiera olvidado las palabras de su diario; lo importante es que después da a estas palabras una curiosa coartada en ¿Qué hacer?, donde desarrolla por completo su ritmo interno «de borrador» (por ejemplo, en la canción de una de las muchachas que meriendan en el campo: «Oh, doncella, mi morada son los bosques sombríos, soy un amigo maligno y peligrosa será mi vida, y triste será mi fin»). Encerrado en la prisión y sabiendo que estaban descifrando su peligroso diario, se apresuró a mandar al Senado «ejemplos de los borradores de mi manuscrito»; es decir, cosas que había escrito exclusivamente para justificar su diario, convirtiéndolas también ex post factoen el borrador de una novela. (Strannolyubski supone abiertamente que esto fue lo que le impulsó a escribir en la cárcel ¿Qué hacer?—que, por cierto, dedicó a su esposa y comenzó el día de santa Olga—.) Por consiguiente, pudo expresar su indignación por el hecho de que se diera un significado delictivo a escenas que había inventado. «Me coloco a mí mismo y a otros en diversas situaciones y las desarrollo caprichosamente... Un "yo" habla de la posibilidad del arresto, a otro "yo" le golpean con un palo delante de su novia.» Al recordar esta parte de su viejo diario, esperaba que el relato detallado de toda clase de juegos de salón lo consideraran, por sí mismo, «caprichoso», ya que una persona sosegada no haría... Lo triste era que en círculos oficiales no se le consideraba una persona sosegada, sino precisamente un bufón, y fue en estas mismas bufonadas de sus frases periodísticas de El Contemporáneodonde detectaron una solapada infiltración de ideas perniciosas. Y para una perfecta conclusión del tema de los petits-jeuxde Saratov, adelantémonos un poco, hasta los trabajos forzados, donde su eco vive todavía en las pequeñas piezas que compone para sus camaradas y especialmente en la novela El prólogo(escrita en la fábrica de Alexandrov, en 1866), en la cual aparece un estudiante, que finge ser tonto sin ninguna gracia, y una joven belleza que coquetea con sus admiradores. Si añadimos a esto que el protagonista (Volgin), cuando habla a su esposa del peligro que le amenaza, se refiere a una advertencia que le ha hecho antes de casarse, es imposible no llegar a la conclusión de que aquí tenemos, por fin, una tardía muestra de la verdad, insertada por Chernyshevski para apoyar su antigua afirmación de que su diario era meramente el borrador de un escritor... porque la misma pulpa de El prólogo, a través de toda la escoria de invención mediocre, se antoja ahora, sin duda, una continuación novelística de los grabados de Saratov.
Enseñaba allí gramática y literatura en la escuela secundaria y resultó ser un maestro en extremo popular: en la clasificación no escrita que los muchachos aplicaban con rapidez y exactitud a todos los profesores, le asignaron al tipo de sujeto nervioso, distraído y bonachón que se irritaba con facilidad pero a quien se podía distraer del tema sin el menor esfuerzo —para caer al instante en las garras del virtuoso de la clase (Fioletov hijo, en este caso): en el momento crítico, cuando parecía inevitable el desastre para aquellos que no sabían la lección, y quedaba muy poco tiempo para que el celador agitase la campana, formulaba una pregunta salvadora y dilatoria: «Nikolai Gavrilovich, aquí hay algo sobre la Convención...», y en seguida Nikolai Gavrilovich se entusiasmaba, iba a la pizarra y, aplastando la tiza, dibujaba el plano de la sala donde celebraba sus reuniones la Convención Nacional de 1792-1795 (era, como ya sabemos, un gran experto en planos), y entonces, animándose cada vez más, señalaba los lugares que habían ocupado los miembros de todos los partidos.
Durante aquellos años en provincias se comportó con bastante imprudencia, pues asustó a la gente moderada y la juventud temerosa de Dios con la severidad de sus opiniones y la insolencia de sus modales. Se ha conservado una historia algo retocada al efecto de que, en el funeral de su madre, apenas bajado el ataúd, encendió un cigarrillo y se fue del brazo de Olga Sokratovna, con quien se casó diez días después. Pero los muchachos del grado superior estaban entusiasmados con él; algunos de ellos siguieron después vinculados a él con aquel ardor extasiado con que la gente joven de esta era didáctica se mantenía fiel al maestro que estaba a punto de convertirse en un líder; en cuanto a la «gramática», hay que decir en conciencia que sus alumnos jamás aprendieron a utilizar las comas. ¿Acudieron muchos de ellos a su funeral, cuarenta años después? Según algunas fuentes había dos, según otras, ninguno. Y cuando la procesión fúnebre iba a detenerse ante la escuela de Saratov para entonar una letanía, el director envió a alguien a informar al sacerdote de que esto era inoportuno, y, acompañada por un viento de octubre, racheado e intermitente, la procesión pasó de largo.
Mucho menos lograda que su carrera en Saratov fue, después de su traslado a San Petersburgo, su enseñanza en el Segundo Cuerpo de Cadetes, durante varios meses de 1854. Los cadetes armaban alborotos en sus clases. Gritar con estridencia a los díscolos alumnos sólo servía para aumentar la confusión. ¡Uno no podía enardecerse mucho allí a propósito de los Montagnards! En cierta ocasión, durante un recreo, se produjo un altercado en una de las clases, el oficial de guardia entró, ladró un poco y dejó tras de sí una calma relativa; entretanto, estalló el desorden en otra clase (el recreo ya había terminado), en la cual Chernyshevski acaba de entrar con la cartera bajo el brazo. Volviéndose hacia el oficial, le detuvo con la mano y dijo con irritación contenida, mientras le miraba por encima de las gafas: «No, señor, ahora no puede entrar aquí.» El oficial se sintió insultado; el profesor se negó a disculparse y se marchó. De este modo se inició el tema de los «oficiales».
Sin embargo, el ansia de instruir ya había arraigado en él para el resto de su vida, y desde 1853 a 1862 sus actividades periodísticas de la aspiración de alimentar al flaco lector ruso con una dieta de la más variada información: las raciones eran enormes, el suministro de pan, inagotable, y los domingos se repartían nueces; porque mientras subrayaba la importancia de los platos de carne de política y filosofía, Nikolai Gavrilovich nunca olvidaba los postres. Por su crítica de Magia doméstica, de Amarantov, es evidente que había intentado en su casa esta física entretenida, y a uno de los mejores trucos, «llevar agua en un tamiz», añadió su propia enmienda: como todos los divulgadores, tenía debilidad por semejantes Kunststücke; y tampoco debemos olvidar que apenas había pasado un año desde que, por un acuerdo con su padre, había abandonado finalmente su idea del movimiento perpetuo.