La dadiva
La dadiva читать книгу онлайн
El Berl?n de entreguerras, visto con los ojos altaneros y nost?lgicos de los emigrados rusos, forma un mundo huidizo y fantasmal, pero tambi?n una inagotable fuente fuente de insospechadas evidencias. Fiodor, el joven poeta protagonista, es seguramente, en alguna medida, el propio autor; pero tambi?n lo es el padre de Fiodor, entom?logo errabundo. ?Qui?n ignora la pasi?n por la entomolog?a de Nabokov, y su destino de perenne emigrado? La inolvidable descripci?n de una librer?a rusa en Berl?n se nos presenta como afectuoso testimonio de otra inmutable vocaci?n de Nabokov: su amor por la literatura rusa.
Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала
Es de suponer que durante los minutos que pasó pegado a los escaparates compuso en su totalidad su falsa disertación para el doctorado, «Relaciones estéticas del arte con la realidad» (no es extraño que después la escribiera sin vacilar en tres noches; lo que resulta sorprendente es que tras una espera de seis años recibiera por ella el doctorado).
Había atardeceres vagos y lánguidos en que yacía supino sobre su horrible diván de cuero —lleno de bultos y rasgaduras y con una inagotable provisión de cerdas de caballo (limítese a estirar) —y «mi corazón palpitaba de un modo maravilloso ante la primera página de Michelet, ante las opiniones de Guizot ante el pensamiento de Nadeshda Yegorovna, y todo esto junto», y entonces empezaba a cantar, desafinando y con voz ululante cantaba «la canción de Margarita», pensando simultáneamente en las relaciones mutuas de los Lobodovski y «suaves lágrimas brotaban de mis ojos». De pronto se levantaba del diván con la decisión de verla al instante; sería, suponemos, un atardecer de octubre, las nubes se deslizaban en lo alto, un hedor agrio venía de los talleres de silleros y montadores de carruajes situados en los bajos de edificios pintados de un amarillo deprimente, y los comerciantes, con delantales y abrigos de piel de cordero, llaves en mano, estaban ya cerrando sus tiendas. Uno tropezó con él, pero Nikolai pasó sin hacerle caso. Un farolero andrajoso arrastraba su carreta por el adoquinado; se detuvo para verter aceite en un farol opaco sujeto a un poste de madera; secó el vidrio con un trapo mugriento y se alejó hacia el farol siguiente —muy distanciado. Empezaba a lloviznar. Nikolai Gavrilovich volaba con el paso rápido de un personaje pobre de Gogol.
Por la noche tardaba mucho en dormirse, atormentado por las preguntas: ¿lograría Vasili Petrovich Lobodovski educar lo suficiente a su esposa para que luego le pudiera ayudar; y a fin de estimular los sentimientos de su amigo, no debería enviar, por ejemplo, una carta anónima que inflamara de celos al marido? Esto ya indica los métodos empleados por los héroes de las novelas de Chernyshevski. Planes similares, calculados con todo lujo de detalles pero infantilmente absurdos ocuparon también al Chernyshevski exiliado, al anciano Chernyshevski, con objeto de alcanzar los objetivos más conmovedores. Hay que ver cómo se aprovecha este tema de una falta de atención momentánea y acelera su desarrollo. Alto, retrocede de nuevo. De hecho, no hay necesidad de adelantarse tanto. En el diario de estudiante puede encontrarse el siguiente ejemplo de cálculo: imprimir un falso manifiesto (en que se proclamara la abolición del reclutamiento) a fin de agitar a los campesinos por medio de un ardid; pero en seguida renegó de él, sabiendo como dialéctico y cristiano que una podredumbre interna devora toda una estructura creada, y que un buen fin que justifica malos medios acabará revelando un fatal parentesco con ellos. De este modo la política, la literatura, la pintura, e incluso el arte vocal estaban agradablemente unidos a la emoción amorosa de Nikolai Gavrilovich (hemos vuelto al punto de partida).
Qué pobre era, qué sucio y descuidado, qué lejos estaba de la tentación del lujo... ¡Atención! Esto se debía menos a la castidad proletaria que a la natural indiferencia con que un asceta trata las púas de un cilicio permanente o la mordedura de pulgas sedentarias. Sin embargo, incluso un cilicio se ha de reparar de vez en cuando. Estamos presentes cuando el inventivo Nikolai Gavrilovich considera que ha de zurcir sus viejos pantalones: resultó que no tenía hilo negro, así que sumergió en tinta el que le quedaba; allí cerca había una antología de versos alemanes, abierto en el principio de Guillermo Tell. Como resultado de agitar el hilo (para secarlo), varias gotas de tinta cayeron sobre la página; el libro no era suyo. Encontró un limón en una bolsa que había detrás de la ventana y trató de borrar las manchas, pero sólo consiguió ensuciar el limón, además del alféizar, donde había dejado el pernicioso hilo. Entonces buscó la ayuda de un cuchillo y empezó a rascar (este libro con las poesías perforadas se halla ahora en la biblioteca de la Universidad de Leipzig; por desgracia, no ha sido posible averiguar cómo llegó hasta allí). La tinta era, desde luego, el elemento natural de Chernyshevski (se bañaba literalmente en ella), que solía untar con ella las grietas de sus zapatos cuando no tenía betún; o bien las ocultaba envolviéndose el pie con una corbata negra. Rompía los cacharros de barro, lo manchaba y estropeaba todo. Su amor por la materialidad no era correspondido. Posteriormente, durante los trabajos forzados, no sólo resultó incapaz de hacer una sola de las tareas especiales de los presidiarios sino que adquirió fama por su ineptitud para realizar lo que fuera con las manos (y al mismo tiempo acudía siempre en ayuda de un compañero: «No te metas en lo que no te importa, pilar de la virtud», solían decirle con aspereza los demás presidiarios). Ya hemos dado un vistazo al joven apresurado y confuso que han echado a la calle. Rara vez se enfadaba; sin embargo, un día observó, no sin orgullo, que se había vengado de un joven conductor de trineo que le alcanzó con la limonera: pasando en silencio por entre las piernas de dos sobresaltados comerciantes, le arrancó un mechón de cabellos. Pero en general era manso y aguantaba los insultos, aunque en secreto se sentía capaz de «los actos más desesperados y dementes». Empezó como pasatiempo a versarse en la propaganda conversando con mujiks, con un barquero ocasional del Neva o un pastelero de mente despierta.
Entremos en el tema de las pastelerías. Han visto muchas cosas en su tiempo. Fue allí donde Pushkin bebió de un trago un vaso de limonada antes de su duelo; fue allí donde Sofía Perovski y sus compañeros tomaron una ración (¿de qué? La historia no logró del todo...) antes de dirigirse al Muelle del Canal para asesinar a Alejandro II. La juventud de nuestro héroe sufrió la fascinación de las pastelerías, por lo que más tarde, durante una huelga de hambre en la fortaleza, llenó —en ¿Qué hacer? —este o aquel discurso con un involuntario alarido de lirismo gástrico: «¿Hay una pastelería por aquí cerca? Me pregunto si tendrán tartas de nueces —para mi gusto son las mejores tartas, María Alexeyevna». Pero en contraste con sus recuerdos futuros, las pastelerías y los cafés no le seducían en absoluto con sus manjares —ni la pasta de hojaldre hecha con mantequilla rancia, ni siquiera los buñuelos rellenos de mermelada de cereza; ¡con periódicos, caballeros, con periódicos era como le seducían! Probó diversos cafés —eligiendo los que disponían de más periódicos, o lugares que fuesen más sencillos y libres. Así, en Wolf, «las dos últimas veces, en lugar de su pan blanco (léase: el de Wolf), tomé café con una (léase: mi) rosca de cinco copecs, la última vez sin esconderme» —es decir, la primera de estas dos últimas veces (el puntilloso detalle de su diario hace cosquillas en el cerebelo) se escondió, porque ignoraba si aceptarían roscas compradas en otro lugar. El sitio era caliente y tranquilo y sólo de vez en cuando un pequeño viento del sudoeste que soplaba desde las páginas del periódico hacía oscilar las llamas de las velas («algunos disturbios ya han tocado a la Rusia que nos ha sido confiada», como lo expresó el zar). «¿Puedo coger la Indépendance belgel Gracias.» Las llamas de las velas se enderezan, reina el silencio (pero suenan disparos en el Boulevard des Capucines, la révolution se aproxima a las Tullerías —y ahora Louis Philippe se da a la fuga, por la Avenue de Neuilly, en un fiacre).
Y después le atormentó la acidez. En general se alimentaba de toda clase de porquerías, siendo indigente y poco práctico. Aquí es apropiada la cantinela de Nekrasov: