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Guerra y paz

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Guerra y paz
Название: Guerra y paz
Автор: Tolstoi Leon
Дата добавления: 16 январь 2020
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Guerra y paz - читать бесплатно онлайн , автор Tolstoi Leon

Mientras la aristocracia de Moscu y San Petersburgo mantiene una vida opulenta, pero ajena a todo aquello que acontece fuera de su reducido ambito, las tropas napoleonicas, que con su triunfo en Austerlitz dominan Europa, se disponen a conquistar Rusia. Guerra y paz es un clasico de la literatura universal. Tolstoi es, con Dostoievski, el autor mas grande que ha dado la literatura rusa. Guerra y paz se ha traducido pocas veces al espanol y la edicion que presentamos es la mejor traducida y mejor anotada. Reeditamos aqui en un formato mas grande y legible la traduccion de Lydia Kuper, la unica traduccion autentica y fiable del ruso que existe en el mercado espanol. La traduccion de Lain Entralgo se publico hace mas de treinta anos y presenta deficiencias de traduccion. La traduccion de Mondadori se hizo en base a una edicion de Guerra y paz publicada hace unos anos para revender la novela, pero es una edicion que no se hizo a partir del texto canonico, incluso tiene otro final. La edicion de Mario Muchnik contiene unos anexos con un indice de todos los personajes que aparecen en la novela, y otro indice que desglosa el contenido de cada capitulo.

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3) El uso del francés en una obra rusa. ¿Por qué en mi obra no sólo los rusos, sino también los franceses, hablan unas veces en ruso y otras en francés? El reproche de que los personajes de un libro ruso hablen y escriban en francés es como el reproche de alguien que mira un cuadro y observa manchas negras (sombras) que no existen en la realidad. El pintor no tiene la culpa de que la sombra puesta por él en la figura parezca a algunos una mancha negra que no hay en la realidad; sólo será culpable cuando aquellas sombras estén dispuestas de cualquier modo o de manera tosca. Al escribir un libro sobre los comienzos de este siglo y presentar a personajes rusos de cierta clase social, a Napoleón y otros franceses que intervinieron tan directamente en la vida de aquel tiempo, me he dejado llevar, sin quererlo y tal vez más de lo necesario, por su modo de pensar en francés. Y por eso, sin negar la probable inexactitud y tosquedad de las sombras puestas por mí en el cuadro, querría que esas personas a quienes parece ridículo que Napoleón hable ya en ruso, ya en francés, comprendieran que así les parece porque, como la persona que mira el retrato, no ven una figura con sus luces y sombras sino solamente una mancha negra bajo la nariz.

4) Los nombres de los personajes. Los nombres de Bolkonski, Drubetskói, Bilibin, Kuraguin y otros personajes recuerdan nombres rusos muy conocidos. Al relacionar personajes imaginarios con otros que pertenecen a la historia, yo mismo advertí cierta falsedad si el conde Rastopchin hablaba con el príncipe Pronski, con Strieltski o con cualquier otro príncipe o conde de nombre ficticio. Bolkonski o Drubetskói, aunque no son Volkonski ni Trubetskói, suenan a algo conocido y natural en un grupo aristocrático ruso; no he sabido inventar para todos mis personajes nombres que no me sonaran a falso, como Bezújov o Rostov, ni supe evitar esa dificultad más que tomando al azar los apellidos más conocidos para un ruso y cambiando en ellos alguna letra. Me dolería mucho que la semejanza de estos nombres imaginarios con los verdaderos indujera a pensar que mi intención haya sido describir a esta u otra persona real. Y ello, sobre todo porque este trabajo literario, que consiste en describir a personas que existen o existieron realmente, no tiene nada que ver con la literatura de que yo me ocupo.

María Dmítrievna Ajrosímova y Denísov son las únicas personas a las que, sin querer y sin premeditación, he dado nombres que se aproximan bastante a los de dos personajes verdaderos, especialmente notables y queridos por la sociedad de entonces. Esto fue por mi parte un error, derivado de la especial singularidad de aquellas dos personas; pero tal error se ha limitado a ello, y mis lectores sabrán seguramente que a esos personajes no les pasa en la novela nada que se parezca a la realidad. Todos los demás son enteramente imaginarios y ni siquiera tienen —a mi entender— modelos precisos en la tradición ni en la vida real.

5) La discordancia entre mi descripción de los acontecimientos históricos y la de loshistoriadores. No se trata de una discordancia casual; pero era inevitable. El historiador y el artista que describe una época histórica tienen objetivos muy diferentes. Se equivocaría el historiador que tratara de presentarnos a un personaje histórico en su totalidad, con toda la complejidad de sus relaciones en todos los aspectos de la vida. De la misma manera, erraría el artista que nos presentara a su personaje siempre en su significado histórico. Kutúzov no montaba siempre un caballo blanco ni tenía siempre en la mano el anteojo para seguir la marcha del enemigo. Rastopchin no estuvo siempre en la actitud de aplicar una tea a su casa de Vóronovo (de hecho, nunca lo hizo), ni la emperatriz María Feodórovna se presentaba siempre erguida con su manto de armiño y con una mano apoyada en el código de leyes. Pero la verdad es que la imaginación popular siempre ve así a esos personajes.

Para el historiador, que narra acciones dirigidas a un determinado objetivo, existe el héroe. Para el artista, que expresa las relaciones de ese mismo personaje con todos los aspectos de la vida, no pueden ni deben existir héroes sino hombres.

El historiador se ve obligado (a veces alterando la verdad) a hacer converger todos los actos de un personaje histórico en la idea que él atribuye a ese personaje. Por el contrario, el artista ve incompatible el esbozo de esa idea única con su objetivo y procura únicamente comprender y mostrar no a un determinado actor, sino a un hombre.

Mayor y más sustancial es aún esta diversidad en cuanto a la descripción de los acontecimientos históricos.

El historiador se ocupa de los resultados de un hecho; el artista, de la esencia del hecho. El historiador, al describir una batalla, dice: “el ala izquierda de tal cuerpo de ejército avanzó contra tal aldea, rechazó al enemigo y se vio obligada a retroceder...”, etcétera. El historiador no puede hablar de otra manera. Para el artista esas palabras carecen de sentido y ni siquiera se refieren al hecho. De su experiencia o de cartas, memorias e informes, el artista recoge el hecho; con frecuencia (por ejemplo, al describir una batalla), las deducciones del historiador acerca de la actuación de tales o cuales tropas son diametralmente opuestas a las conclusiones del artista. Esta diversidad de resultados se explica por las fuentes que uno y otro han consultado para sus informaciones. Para un historiador (por seguir con el ejemplo de la batalla), las fuentes principales son los informes de los jefes del ejército y los del general en jefe. El artista no puede sacar nada en limpio de tales fuentes porque no le dicen ni le explican nada. Más aún; el artista rechaza tales informes porque encuentra en ellos una inevitable mentira. Sin hablar de que, después de cada batalla, los adversarios la describen de manera completamente opuesta, en cada descripción hay una dosis de mentira necesaria, por tener que describir en pocas líneas la acción de miles de hombres esparcidos en algunos kilómetros y sumidos en la más fuerte excitación de ánimo, dominados por el miedo, la vergüenza y la muerte.

Ordinariamente, en las descripciones de batallas se cuenta que tales y tales tropas fueron enviadas para asaltar cierto punto y después se les ordenó replegarse, etcétera, como suponiendo que esa misma disciplina que somete a decenas de miles de hombres a la voluntad de uno solo en un campo de maniobras o en una parada puede producir el mismo efecto cuando está en juego la vida. Quien haya vivido una guerra sabe cuán inexacto es todo esto; 638y, sin embargo, los informes se basan en esa suposición, y de ella derivan las descripciones militares. Recorred las tropas inmediatamente después de una batalla, aun al segundo y tercer días, antes de que se hayan escrito los informes, preguntad a los soldados y oficiales, desde el más alto hasta el más bajo, cómo se ha desarrollado la acción: os contarán lo que han experimentado y visto, y en vuestra mente surgirá una impresión majestuosa, complicada, infinitamente multiforme, penosa y confusa; pero de ninguno de ellos, ni siquiera del general en jefe, podréis saber cómo se ha desarrollado la batalla. Al cabo de dos o tres días empiezan a llegar los informes; los charlatanes comienzan a contar cómo ha sucedido lo que ellos no han visto; por último, se forma un relato común y, sobre la base de ese informe, se configura la opinión general del ejército. Para todos es un alivio poder cambiar las propias dudas e incertidumbres por una representación engañosa, pero clara y siempre lisonjera. Y, pasado un mes o dos, preguntad a una persona que haya participado en aquella batalla: ya no escucharéis en su relato aquel material vivo que había antes; este nuevo testimonio de ahora os cuenta sus impresiones fundadas en la mentira de los informes. Así me contaron a mí la batalla de Borodinó muchas personas inteligentes que habían participado en esa jornada. Todos decían las mismas cosas y todos estaban de acuerdo con las falsas descripciones de Mijailovski-Danílevski, de Glinka y otros; coincidían hasta en los detalles, aun cuando los narradores hubieran estado a varios kilómetros de distancia unos de otros.

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