Guerra y paz
Guerra y paz читать книгу онлайн
Mientras la aristocracia de Moscu y San Petersburgo mantiene una vida opulenta, pero ajena a todo aquello que acontece fuera de su reducido ambito, las tropas napoleonicas, que con su triunfo en Austerlitz dominan Europa, se disponen a conquistar Rusia. Guerra y paz es un clasico de la literatura universal. Tolstoi es, con Dostoievski, el autor mas grande que ha dado la literatura rusa. Guerra y paz se ha traducido pocas veces al espanol y la edicion que presentamos es la mejor traducida y mejor anotada. Reeditamos aqui en un formato mas grande y legible la traduccion de Lydia Kuper, la unica traduccion autentica y fiable del ruso que existe en el mercado espanol. La traduccion de Lain Entralgo se publico hace mas de treinta anos y presenta deficiencias de traduccion. La traduccion de Mondadori se hizo en base a una edicion de Guerra y paz publicada hace unos anos para revender la novela, pero es una edicion que no se hizo a partir del texto canonico, incluso tiene otro final. La edicion de Mario Muchnik contiene unos anexos con un indice de todos los personajes que aparecen en la novela, y otro indice que desglosa el contenido de cada capitulo.
Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала
XII
Desde que se descubrió y probó la ley de Copérnico, el solo hecho aceptado de que es la tierra y no el sol quien gira acabó con toda la cosmografía antigua. Se podría, contradiciendo esa ley, volver a la vieja concepción sobre el movimiento de los cuerpos; pero sin rebatirla no se podría, probablemente, proseguir el estudio de los mundos de Tolomeo. Pero lo cierto es que el mundo de Tolomeo siguió siendo objeto de estudio aún mucho tiempo después del descubrimiento de Copérnico.
Desde que por primera vez se dijo y se demostró que el número de nacimientos o delitos está sujeto a leyes matemáticas, que determinadas circunstancias geográficas y político-económicas establecen unas u otras formas de gobierno y que ciertas relaciones entre la población y la Tierra originan el movimiento de los pueblos, han desaparecido las bases que sustentaban la historia.
Sería posible, refutando las nuevas leyes, conservar los anteriores puntos de vista sobre la historia, pero sin haberlo hecho no podríamos, al parecer, seguir estudiando los acontecimientos históricos como manifestaciones de la libre voluntad humana. Si a consecuencia de ciertas condiciones geográficas, etnográficas o económicas se instituye una determinada forma de gobierno o se origina un movimiento popular, la voluntad de aquellos individuos que parecen ser los organizadores del gobierno o instigadores del movimiento popular ya no puede ser considerada como su causa.
Y, sin embargo, se aplican a la historia anterior las leyes de la estadística, de la geografía, la economía política, la filología comparada y la geología, que contradicen abiertamente sus tesis.
Durante mucho tiempo se mantuvo en la filosofía de la naturaleza una tenaz lucha entre las corrientes antiguas y modernas. La teología defendía el antiguo punto de vista y acusaba al nuevo de acabar con la revelación. Pero cuando venció la verdad, la teología acabó por establecerse sobre el nuevo terreno con la misma firmeza de antes.
Hoy día sigue manteniéndose una larga y tenaz lucha entre la vieja y la nueva concepción sobre la historia, y también ahora la teología defiende las posiciones antiguas y acusa a la nueva de acabar con la revelación.
En ambos casos, tanto de una como de otra parte, esa lucha provoca pasiones y oculta la verdad. Por una parte existe el miedo y la simpatía por todo el edificio erigido a lo largo de los siglos; por otra, la pasión por destruir.
Los hombres que se oponían a la verdad defendida por los filósofos de la naturaleza pensaban que si admitían esa verdad la gente dejaría de creer en Dios, la creación y los milagros realizados por Jesucristo.
Los defensores de las leyes de Copérnico y Newton creían que las leyes de la astronomía acabarían con la religión, y Voltaire, por ejemplo, recurría a dichas leyes como arma para combatirla.
Hoy día, parece también que bastaría con admitir la ley de la necesidad para destruir el concepto del alma, del bien y el mal, así como todas las instituciones surgidas sobre esa base, tanto estatales como eclesiásticas.
Igual que ahora y como Voltaire en su tiempo, los no solicitados defensores de la ley de la necesidad la utilizan para combatir la religión cuando de hecho —igual que la ley de Copérnico en astronomía— esa ley aplicada a la historia, lejos de aniquilar la base en que se asientan las instituciones estatales y religiosas, la consolidan.
Hoy día, en la historia —como lo fue en astronomía— todas las diferencias en las concepciones se refieren a la aceptación o no aceptación de la unidad absoluta que se utiliza como medida para los fenómenos visibles. En astronomía esa unidad era la inmovilidad de la Tierra, y en historia la independencia del individuo, la libertad.
Si en astronomía la dificultad en reconocer que la Tierra se mueve residía en no admitir la sensación directa de su inmovilidad y el movimiento de los planetas, en la historia la dificultad reside en admitir la subordinación del individuo a las leyes del espacio, tiempo y causa, renunciando a su propia y directa independencia.
Pero así como en la astronomía la nueva concepción afirma: “Es verdad que no percibimos el movimiento de la Tierra, pero si admitiéramos su inmovilidad llegaríamos a una situación absurda, en tanto que admitiendo su movimiento que no percibimos llegamos a una ley”; lo mismo sucede en la historia, en que la nueva corriente dice: “Es verdad que no sentimos nuestra dependencia; pero admitiendo nuestra libertad llegamos al absurdo, mientras que si admitimos nuestra dependencia con respecto al mundo exterior, al tiempo y a las causas llegamos a las leyes”.
En el primer caso debíamos renunciar a la conciencia de una inmovilidad en el espacio y admitir un movimiento que no sentíamos; en el caso presente es necesario renunciar a una libertad, de la que somos conscientes, y admitir una dependencia que no sentimos.
Unas palabras acerca de Guerra y paz 637
Al mandar a imprenta una obra en la que he empleado cinco años de incesante y extenuante trabajo, en las más favorables condiciones de vida, me gustaría exponer mi opinión acerca de ella y salir así al paso de algunos malentendidos que pudieran surgir en el lector.
No querría que los lectores buscasen ni vieran en el libro lo que yo no quise o no supe expresar, y concentraran su atención en lo que he querido decir, aunque, por las características de la obra, no haya podido explayarme. Ni el tiempo ni mi propia capacidad me han permitido lograrlo que me había propuesto; así pues, aprovecho ahora la hospitalidad que me brinda una revista especializada para exponer, aunque sea breve y no plenamente, la opinión del autor acerca de su obra para quienes pueda interesar.
1) ¿Qué es Guerra y paz? No es una novela ni un poema y todavía menos una crónica histórica: Guerra y pazes lo que el autor ha querido y podido expresar, en la forma en que está expresado. Semejante manifestación de negligencia por parte de un autor con las formas convencionales de una obra en prosa podría parecer presunción si fuera intencionado y no tuviera precedentes. Pero la historia de la literatura rusa, desde los tiempos de Pushkin, no sólo ofrece múltiples ejemplos de obras que se apartan de esa forma que podríamos llamar europea, sino que no nos ofrece un solo caso contrario. Desde Almas muertas, de Gógol, hasta La casa de los muertos, de Dostoievski, en el nuevo período de la literatura rusa no hay una obra de arte en prosa, por encima de la mediocridad, que se ajuste a la forma de novela, poema épico o relato.
2) El carácter de la época. Algunos lectores, después de la aparición de la primera parte, me dijeron que el carácter de la época no estaba suficientemente definido en mi obra. A este reproche contesto: sé bien en qué consiste el “carácter de la época” que algunos lectores no hallan en mi obra: los horrores de la servidumbre de la gleba, las mujeres encerradas entre cuatro paredes, los latigazos a los hijos adultos, etcétera. No creo que este “carácter de la época” que vive en nuestra imaginación se ajuste a la verdad, y no he querido representarlo. En mis estudios de cartas, diarios y tradiciones no he hallado atrocidades ni violencias mayores que las que pueden encontrarse hoy o en cualquier otra época. También entonces los hombres amaban y envidiaban, buscaban la verdad, aspiraban a la virtud y se dejaban arrastrar por las pasiones. La misma vida intelectual y moral compleja existía entre las clases superiores, a veces aún más refinada que hoy. Si en nuestras mentes se ha formado una idea sobre el carácter arbitrario y brutal de aquel tiempo es sólo porque en las tradiciones, en las memorias, en los relatos y novelas se nos han legado los casos más excepcionales de violencia y brutalidad. Deducir que el carácter predominante de aquella época fuera la violencia sería tan injusto como si un hombre, viendo desde una montaña solamente las copas de los árboles, dedujera que en aquella comarca no había más que árboles. Aquel tiempo tiene su carácter (como lo tiene cada época), que se deriva de la mayor alienación de las clases altas con respecto a las otras clases, de la filosofía religiosa de entonces, de las particularidades de la educación, de la costumbre de usar la lengua francesa, etcétera. Éste es el carácter que intenté expresar como mejor supe.