Guerra y paz
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Mientras la aristocracia de Moscu y San Petersburgo mantiene una vida opulenta, pero ajena a todo aquello que acontece fuera de su reducido ambito, las tropas napoleonicas, que con su triunfo en Austerlitz dominan Europa, se disponen a conquistar Rusia. Guerra y paz es un clasico de la literatura universal. Tolstoi es, con Dostoievski, el autor mas grande que ha dado la literatura rusa. Guerra y paz se ha traducido pocas veces al espanol y la edicion que presentamos es la mejor traducida y mejor anotada. Reeditamos aqui en un formato mas grande y legible la traduccion de Lydia Kuper, la unica traduccion autentica y fiable del ruso que existe en el mercado espanol. La traduccion de Lain Entralgo se publico hace mas de treinta anos y presenta deficiencias de traduccion. La traduccion de Mondadori se hizo en base a una edicion de Guerra y paz publicada hace unos anos para revender la novela, pero es una edicion que no se hizo a partir del texto canonico, incluso tiene otro final. La edicion de Mario Muchnik contiene unos anexos con un indice de todos los personajes que aparecen en la novela, y otro indice que desglosa el contenido de cada capitulo.
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La conciencia, por su parte, afirma: 1) Estoy solo y todo cuanto existe es únicamente yo, por consiguiente mi yo incluye el espacio. 2) Yo mido el tiempo que fluye y fijo en un instante inmóvil del presente cuando me siento vivo; por consiguiente, estoy fuera del tiempo. 3) Como carezco de causa, considero por ello que soy la causa de toda manifestación de mi vida.
La razón expresa las leyes de la necesidad; la conciencia, expresa la esencia de la libertad.
La libertad ilimitada es la esencia de la vida en la conciencia del hombre. La necesidad sin contenido es la inteligencia humana y sus tres formas.
La libertad es lo que se juzga; la necesidad es quien lo juzga.
La libertad es el contenido; la necesidad es la forma.
Sólo separando las dos fuentes del conocimiento, que se relacionan entre sí como la forma con el contenido, se llega a conceptos que se excluyen recíprocamente y no pueden ser comprendidos: los conceptos de necesidad y libertad.
Y solamente gracias a su unión se consigue comprender la vida del hombre.
Fuera de esos dos conceptos, que, unidos, se relacionan como la forma y el contenido, no puede existir representación alguna de la vida.
Todo cuanto sabemos de la vida de los hombres no es más que esa relación entre libertad y necesidad, es decir, entre la conciencia y las leyes de la razón.
Todo lo que conocemos del mundo exterior de la naturaleza no es más que la relación entre las fuerzas naturales y la necesidad, o entre la esencia de la vida y las leyes de la razón.
Las fuerzas que determinan la vida de la naturaleza están fuera de nosotros y de nuestro entendimiento (no somos conscientes de ellas); las llamamos fuerza de gravitación, inercia, electricidad, fuerza animal, etcétera. Pero comprendemos la fuerza de la vida humana y la llamamos libertad.
Y así como la gravitación, percibida por cada individuo, pero incomprensible en sí misma, es entendida por nosotros en la medida de nuestro conocimiento de las leyes que rigen la necesidad (desde la primera noción de que todos los cuerpos pesan hasta la ley de Newton), la fuerza de la libertad es también incomprensible en sí misma, aunque la percibimos y la entendemos en la medida en que conocemos las leyes de la necesidad, de las cuales depende (a partir del hecho de que todo hombre muere hasta el conocimiento de las leyes más complejas de la economía y la historia).
Todo conocimiento nuestro no es más que la adaptación de la esencia de la vida a las leyes de la razón.
La libertad del hombre se diferencia de todas las demás fuerzas por el hecho de que el hombre es consciente de ella, aunque desde el punto de vista de la razón no se distingue en nada de las demás fuerzas. La gravitación, la electricidad o la afinidad química sólo se diferencian entre sí porque la razón las designa de diversos modos. La libertad del hombre se diferencia de otras fuerzas de la naturaleza solamente por la definición que la razón les adjudica. Y la libertad sin necesidad, es decir, sin las leyes de la razón que la definen, no se diferencia en nada de la gravitación, del calor o de la fuerza de la vida vegetal. Para la razón no es más que una sensación de vida momentánea e indefinida.
Y así como la esencia indeterminada de la fuerza que mueve los cuerpos celestes, la esencia indefinida de la fuerza del calor, de la electricidad o de la afinidad química o de la misma fuerza vital son el contenido de la astronomía, la física, la química, la botánica, la zoología, etcétera, así la esencia de la libertad constituye el contenido de la historia. Como el objetivo de toda ciencia es descubrir la esencia ignorada de la vida, esa esencia, en sí, sólo puede ser objeto de la metafísica, como la libertad en el espacio, en el tiempo, en dependencia de las causas, es objeto de estudio de la historia y, también, de la metafísica.
En la ciencia natural llamamos leyes de la necesidad a lo conocido por nosotros y fuerza vital a lo desconocido. La fuerza vital no es más que el resto desconocido de lo que sabemos sobre la esencia de la vida.
También, en la historia, lo conocido recibe el nombre de ley de la necesidad, y lo desconocido, el de libertad. La libertad, para la historia, no es más que el resto desconocido de lo que sabemos sobre las leyes de la vida humana.
XI
La historia analiza las manifestaciones de la libertad del hombre en relación con el mundo exterior en el tiempo y en la dependencia de las causas, es decir; determina esa libertad de acuerdo con las leyes de la razón. Por ello la historia sólo es ciencia en la medida en que la libertad está determinada por esas leyes.
Para la historia, reconocer la libertad de los hombres como una fuerza capaz de influir en los acontecimientos históricos, es decir, no sujeta a leyes, es lo mismo que para la astronomía reconocer el libre movimiento de los cuerpos celestes.
Tal reconocimiento anula la posibilidad de existencia de las leyes, o sea, de todo conocimiento. Si existe un solo cuerpo que se mueva libremente, las leyes de Kepler y de Newton dejan de existir y no se conoce el movimiento de los cuerpos celestes. Si existe un solo acto libre del hombre, no existe ley histórica alguna y desaparece toda idea sobre los acontecimientos históricos.
Para la historia, la voluntad humana posee sus propias vías de movimiento, uno de cuyos extremos se oculta en lo ignoto y el otro extremo, la conciencia de la libertad en el presente, se desarrolla en el espacio, en el tiempo y en dependencia de las causas.
Cuanto más se extiende ante nosotros ese campo del movimiento, tanto más evidentes son las leyes que lo rigen. Averiguar y definir esas leyes es el objeto de la historia.
Desde el punto de vista del que parte hoy día la ciencia para estudiar su objetivo, el camino que sigue para buscar las causas de los fenómenos en la libre voluntad de los hombres, le resulta imposible utilizar el concepto de ley; por mucho que limitemos la libertad humana, desde que la admitimos como una fuerza independiente de las leyes, la existencia de la ley ya no es posible.
Solamente limitando esa libertad hasta el infinito, es decir, considerándola como una magnitud infinitamente pequeña, podemos convencernos de que sus causas son inaccesibles, y entonces, en vez de buscar las causas, la historia busca las leyes.
Esa búsqueda ha comenzado hace mucho tiempo y los nuevos métodos de estudio que debe asimilar la historia coinciden con la autodestrucción de la vieja historia que fracciona cada vez más las causas de los fenómenos.
Todas las ciencias humanas han seguido por ese camino. Al llegar a lo infinitamente pequeño, las matemáticas —la más exacta de las ciencias— abandonan el proceso del fraccionamiento y adoptan un proceso nuevo: la suma de las incógnitas de los infinitesimales. Renunciando al concepto de causa, buscan la ley, es decir, las propiedades comunes a todos los elementos desconocidos e infinitamente pequeños.
Bajo diversa forma, pero en el mismo camino del pensamiento, avanzaron otras ciencias. Cuando Newton expuso la ley de la gravitación universal, no dijo que el sol y la Tierra tuvieran la propiedad, por decirlo así, de atraer, sino que todos los cuerpos, desde el más grande hasta el más pequeño, tienen la propiedad de atraerse uno a otro; dejando a un lado la causa del movimiento de los cuerpos, expresó una cualidad común a todos ellos, desde los infinitamente grandes hasta los infinitamente pequeños. Las ciencias naturales hacen lo mismo: dejando aparte las causas, buscan las leyes.
En ese mismo camino se halla la historia. Y si la historia tiene por objetivo el estudio del movimiento de los pueblos y de la humanidad, y no la descripción de los diversos episodios ocurridos en la vida de los hombres, debe, descartando de una vez la idea de las causas, buscar las leyes comunes a todos los elementos iguales de libertad, indisolublemente ligados entre sí e infinitamente pequeños.