-->

Guerra y paz

На нашем литературном портале можно бесплатно читать книгу Guerra y paz, Tolstoi Leon-- . Жанр: Классическая проза. Онлайн библиотека дает возможность прочитать весь текст и даже без регистрации и СМС подтверждения на нашем литературном портале bazaknig.info.
Guerra y paz
Название: Guerra y paz
Автор: Tolstoi Leon
Дата добавления: 16 январь 2020
Количество просмотров: 396
Читать онлайн

Guerra y paz читать книгу онлайн

Guerra y paz - читать бесплатно онлайн , автор Tolstoi Leon

Mientras la aristocracia de Moscu y San Petersburgo mantiene una vida opulenta, pero ajena a todo aquello que acontece fuera de su reducido ambito, las tropas napoleonicas, que con su triunfo en Austerlitz dominan Europa, se disponen a conquistar Rusia. Guerra y paz es un clasico de la literatura universal. Tolstoi es, con Dostoievski, el autor mas grande que ha dado la literatura rusa. Guerra y paz se ha traducido pocas veces al espanol y la edicion que presentamos es la mejor traducida y mejor anotada. Reeditamos aqui en un formato mas grande y legible la traduccion de Lydia Kuper, la unica traduccion autentica y fiable del ruso que existe en el mercado espanol. La traduccion de Lain Entralgo se publico hace mas de treinta anos y presenta deficiencias de traduccion. La traduccion de Mondadori se hizo en base a una edicion de Guerra y paz publicada hace unos anos para revender la novela, pero es una edicion que no se hizo a partir del texto canonico, incluso tiene otro final. La edicion de Mario Muchnik contiene unos anexos con un indice de todos los personajes que aparecen en la novela, y otro indice que desglosa el contenido de cada capitulo.

Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала

Перейти на страницу:

Cuando la nave sigue una misma dirección tendrá delante de sí el mismo remolino; cuando cambia con frecuencia de dirección, también cambian las olas que corren delante. Pero adondequiera que la nave se dirija, siempre habrá un rebullir de agua que anuncie su movimiento.

Ocurra lo que ocurra, siempre resultará que estaba previsto y ordenado. A dondequiera que se dirija la nave, el flujo de las olas girará delante de ella, sin guiar ni aumentar su movimiento. Y desde lejos creeremos que no sólo se mueve espontáneamente, sino que guía el avance de la nave.

Los historiadores suponían que si nos limitáramos a considerar las voluntades de los personajes históricos como órdenes relacionadas con los acontecimientos llegaríamos a creer que los hechos dependen de las órdenes. Pero al analizar los hechos mismos y los vínculos que relacionan a los personajes históricos con la masa, vemos que ellos y las órdenes que dan dependen de los acontecimientos. La prueba indiscutible de tal afirmación es que, cualquiera que sea el número de órdenes dadas, el acontecimiento no se produce sin que medien otras causas. Pero en cuanto el hecho histórico, sea el que sea, tiene lugar, de todas las voluntades expresadas constantemente por diversas personas habrá algunas que, por su significado y tiempo, pueden adquirir con respecto al acontecimiento la categoría de orden.

Al aceptar esta conclusión, podemos responder clara y positivamente a las dos preguntas esenciales en la historia:

1) ¿Qué es el poder?

2) ¿Qué fuerza origina el movimiento de los pueblos?

El poder es la relación que mantiene una persona conocida con otras; en esa relación la persona indicada, cuanto menos participe en la acción, mejor expresa las opiniones, presunciones y justificaciones de la acción conjunta que se realiza.

No es el poder, ni la actividad intelectual, ni siquiera la unión de uno y otro, como piensan los historiadores, lo que produce el movimiento de los pueblos, sino la actividad de todoslos hombres que toman parte en el acontecimiento y se unen siempre de manera que los participantes más numerosos y directos en el hecho admiten menos su responsabilidad y viceversa.

Desde el punto de vista moral, la causa del acontecimiento es el poder. Desde el punto de vista físico, son todos aquellos que se someten al poder. Pero como la actividad moral no es posible sin la física, la causa del hecho no se halla ni en uno ni en otro, sino en la unión de ambos.

O, dicho con otras palabras, el concepto de causa no es aplicable al fenómeno que nos ocupa.

En un último análisis llegamos a la esfera de la eternidad, a ese límite extremo a que llega la razón humana en cualquier zona mental cuando trata seriamente un tema. La electricidad produce calor y el calor produce electricidad. Los átomos se atraen y se repelen.

Al hablar de las más simples acciones del calor, de la electricidad o de los átomos, no podemos explicar el porqué de esos fenómenos y decimos que ocurre así porque tal es su naturaleza, porque ésa es su ley. Lo mismo sucede en los acontecimientos históricos. ¿Por qué se produce una guerra o una revolución? Lo ignoramos. Lo único que sabemos es que para llegar a ese o a otro hecho, los hombres se unen en determinadas agrupaciones en las cuales todos participan. Y nosotros decimos que tal es la naturaleza humana, que ésa es su ley.

VIII

Si la historia estudiara fenómenos externos, la enunciación de esa ley sencilla y evidente nos bastaría y podríamos acabar nuestro razonamiento. Pero la ley de la historia tiene que ver con el hombre. Una partícula de materia no puede decir que no siente necesidad alguna de la atracción o repulsión y que tal ley no es cierta. Pero el hombre, que es el objeto de la historia, dice claramente: soy libre y por eso no estoy sometido a las leyes.

Aunque no de modo expreso, en cada momento de la historia se advierte el problema del libre albedrío.

Y todos los historiadores serios llegan, en contra de su voluntad, a ese punto. Todas las contradicciones, la oscuridad de la historia, el camino falso por el que avanza esa ciencia, tienen su origen en la imposibilidad de solucionar este problema.

Si la voluntad de cada hombre fuese libre, es decir, si el hombre pudiera obrar a su antojo, la historia se reduciría a una sucesión de casualidades incoherentes.

Y si sólo un hombre de entre millones de semejantes y en el curso de mil años estuviese en condiciones de obrar a su antojo, o sea, como le diese la gana, es evidente que un solo acto libre de ese hombre, contrario a las leyes, destruiría la posibilidad de existencia de cualquier ley para toda la humanidad.

Y si existiese siquiera una ley que dirigiese las acciones de los hombres, no podría haber libre albedrío, ya que las voluntades de todos los hombres deberían someterse a esa ley.

En esa contradicción radica el problema del libre albedrío, que desde los tiempos más remotos ha preocupado a las mentes más privilegiadas de la humanidad y que desde entonces se plantea, como antaño, en toda su inmensa importancia.

El problema es el siguiente: si consideramos al hombre como objeto de observación desde cualquier punto de vista —teológico, histórico, ético o filosófico—, encontramos la ley general de la necesidad, a la que está sometido como todo lo existente. Y si lo examino partiendo de mi propio yo, como algo de que soy consciente, me siento libre.

La conciencia es la fuente de un autoconocimiento completamente aislado e independiente de la razón. A través de la razón el hombre se observa a sí mismo; pero se conoce a sí mismo a través de la conciencia.

El uso de la razón y la observación son imposibles si no hay conciencia.

Para comprender, observar, razonar, el hombre debe ante todo reconocerse como ser viviente, cosa que no puede hacer sin sentirse capaz de volición, es decir, sin reconocer su propia voluntad. Y el hombre conoce esa voluntad, que constituye el sentido de su vida, y no puede conocerla sino libre.

Si analizándose a sí mismo el hombre observa que su propia voluntad está siempre dirigida por la misma ley (ya sea la necesidad de nutrirse, de activar la mente, o cualquier otra cosa), no puede comprender esa orientación siempre igual de la propia voluntad sino como una restricción. Lo que no es libre no puede ser limitado. El hombre considera que su voluntad está restringida, porque la concibe como libre solamente.

Cuando alguien dice: No soy libre, y yo levanto y bajo mi brazo, todos comprenden que esta ilógica respuesta es la prueba indiscutible de la libertad y la manifestación de una conciencia no sometida a la razón.

Si esta conciencia de la libertad no fuese una fuente de autoconocimiento separada e independiente de la razón, estaría sometida al razonamiento y a la experiencia. Pero en realidad, tal dependencia no se produce nunca ni es concebible.

Una serie de experiencias y de razonamientos demuestran a cada hombre que él, como objeto de observación, está sometido a determinadas leyes, a las que obedece y contra las que una vez conocidas nunca lucha: la ley de la gravitación universal o de la impenetrabilidad. Pero esa misma serie de experiencias y razonamientos le demuestra que la libertad absoluta de la cual tiene conciencia es imposible, que cada acto suyo depende de su organismo, de su carácter y de los factores que actúan sobre él. Mas el hombre no se somete nunca a las deducciones de estas experiencias y razonamientos.

El hombre sabe por la experiencia y la razón que la piedra cae de arriba abajo; lo cree indiscutiblemente y, en todos los casos, espera el cumplimiento de la ley que ha conocido.

Pero, aun sabiendo de modo igualmente indiscutible que su voluntad está sometida a diversas leyes, no lo cree ni puede creerlo.

Перейти на страницу:
Комментариев (0)
название