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La dadiva

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La dadiva
Название: La dadiva
Дата добавления: 15 январь 2020
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La dadiva - читать бесплатно онлайн , автор Набоков Владимир

El Berl?n de entreguerras, visto con los ojos altaneros y nost?lgicos de los emigrados rusos, forma un mundo huidizo y fantasmal, pero tambi?n una inagotable fuente fuente de insospechadas evidencias. Fiodor, el joven poeta protagonista, es seguramente, en alguna medida, el propio autor; pero tambi?n lo es el padre de Fiodor, entom?logo errabundo. ?Qui?n ignora la pasi?n por la entomolog?a de Nabokov, y su destino de perenne emigrado? La inolvidable descripci?n de una librer?a rusa en Berl?n se nos presenta como afectuoso testimonio de otra inmutable vocaci?n de Nabokov: su amor por la literatura rusa.

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—Mi padre solía encontrar toda clase de errores en las escenas de caza y descripciones de la naturaleza de Turguenev y Tolstoi, y en cuanto al desgraciado Aksakov, no discutamos siquiera sus lamentables deslices en este terreno.

—Ahora que hemos apartado los cadáveres, tal vez podríamos pasar a los poetas. Veamos. A propósito, hablando de cadáveres, ¿se le ha ocurrido alguna vez que en el poema corto más famoso de Lermontov el «cadáver familiar» del final es extremadamente gracioso? Lo que de verdad quería decir era «cadáver del hombre que ella conoció un día». El conocimiento póstumo es injustificado y carece de sentido.

—Últimamente es Tiutchev quien comparte más a menudo mi dormitorio.

—Respetable invitado. ¿Y qué opina usted de los yambos de Nekrasov —o no le gusta?

—Oh, sí. En sus mejores versos hay un tañido de guitarra, un sollozo y un suspiro que Fet, por ejemplo, artista más refinado, no posee.

—Tengo la impresión de que la debilidad secreta de Fet es su racionalismo y su insistencia en la antítesis. —No se le ha escapado a usted, ¿verdad?

—Nuestros necios escritores de la escuela de intención social le criticaron por razones equivocadas. No, yo puedo perdonárselo todo por «tintineó en el prado entenebrecido», por «lágrimas de rocío extasiado que derramó la noche», por la mariposa que «respira» y agita las alas.

—Y así pasamos al siglo siguiente: cuidado con el escalón. Usted y yo empezamos a entusiasmarnos por la poesía en nuestra adolescencia, ¿verdad? Refresque mi memoria —¿cómo era?— «cómo palpitan los bordes de las nubes»... ¡Pobre y querido Balmont!

—O, iluminadas por Blok, «Nubes de solaz quimérico». Oh, pero habría sido un crimen ser exigente en esto. En aquellos días mi mente aceptaba extática, agradecida y completamente, sin críticas mordaces, a los cinco poetas cuyos nombres empezaban con «B» —los cinco sentidos de la nueva poesía rusa.

—Me gustaría saber cuál de los cinco representa al gusto. Sí, sí, ya sé —hay aforismos que, como los aviones, sólo se sostienen mientras están en movimiento. Pero hablábamos del amanecer. ¿Cómo empezó para usted?

—Cuando mis ojos se abrieron al alfabeto. Lo siento, esto suena a pretensión, pero lo cierto es que he padecido desde la infancia la más intensa y elaborada audition coloree.

—De modo que usted también, como Rimbaud, podría haber...

—Escrito no un mero soneto sino un voluminoso opus, con tonos auditivos que él jamás soñó. Por ejemplo, las diversas y numerosas «a» de las cuatro lenguas que hablo difieren para mí en matiz, que va desde el negro lacado al gris astilloso —como distintas clases de madera. Le recomiendo mi «m» de franela rosa. No sé si usted recuerda el algodón aislante que se quitaba en primavera junto con las ventanas para tormentas. Pues bien, eso es mi «y» rusa, o mejor «yu», tan desaliñada e insulsa que las palabras se avergüenzan de empezar con ella. Si tuviera a mano algunas pinturas, mezclaría para usted el siena quemado y el sepia, a fin de imitar el color del sonido «en» de la gutapercha; y apreciaría mis radiantes «s» si yo pudiera verter en sus manos juntas algunos de los zafiros luminosos que toqué siendo niño, temblando, y sin comprender por qué mi madre, vestida para un baile, sollozando incontrolablemente, dejaba caer sus tesoros celestiales desde su abismo a la palma de su mano, y luego al terciopelo negro de sus estuches, y de pronto lo cerraba todo bajo llave y no iba a ninguna parte, a pesar de la apasionada persuasión de su hermano, que no cesaba de pasear por todas las habitaciones, dando capirotazos a los muebles y encogiendo las charreteras, y si uno apartaba ligeramente la cortina de la ventana lateral del mirador, podía ver, a lo largo de la orilla del río, fachadas en la negrura azulada de la noche, la magia inmóvil de una iluminación imperial, el fulgor siniestro de monogramas de diamantes, bombillas coloreadas de diseños en corona...

—En suma, Buschstaben von Feuer... letras de fuego. Sí, ya conozco lo que sigue. ¿Quieres que sea yo quien termine este cuento trivial y emotivo? Su deleite en cualquier poesía que encontraba. A los diez años ya escribía dramas, y a los quince, elegías —y todas sobre crepúsculos, crepúsculos... La «incógnita» de Blok, que «pasó lentamente entre los borrachos». A propósito, ¿quién era ella?

—Una casada joven. Duró algo menos de dos años, hasta mi huida de Rusia. Era hermosa y dulce —ya sabe, de ojos grandes y manos ligeramente huesudas —y de algún modo he permanecido fiel a ella hasta el día de hoy. Su afición a la poesía se limitaba a letras de canciones gitanas, adoraba el póquer y murió de tifus... —Dios sabe dónde, Dios sabe cómo.

—¿Y ahora? ¿Diría usted que vale la pena seguir escribiendo poesías?

—¡Oh, decididamente! Hasta el fin. Soy feliz incluso en este momento, pese al dolor degradante de mis pies comprimidos. A decir verdad, siento de nuevo aquella turbulencia, aquella excitación... Volveré a pasar toda la noche...

—Demuéstremelo. Veamos cómo funciona: Es con esto, que la lenta y negra barca... No, intentémoslo de nuevo: A través de la nieve que cae sobre el agua jamás helada... Sigamos intentándolo: Bajo la nieve lenta y vertical, con un tiempo gris que cabalga sobre el Leteo, en la estación habitual, con esto saltaré algún día a la orilla. Ya está mejor, pero tenga cuidado de no derrochar la excitación.

—Oh, no se preocupe. Lo que quiero decir es que es imposible no ser feliz con esta sensación cosquilleante en la piel de tu frente...

—... como por un exceso de vinagre en remolachas picadas. ¿Sabe qué acaba de ocurrírseme? Aquel río no es el Leteo sino la laguna Estigia. No importa. Prosigamos. Y ahora una rama torcida se acerca a la barca, y Carente, en la oscuridad, la alcanza con el bichero, la atrapa, y muy...

—...lentamente la corteza gira, la corteza silenciosa. ¡A casa, a casa! Esta noche quiero componer con la pluma en la mano. ¡Qué luna! Qué olor negro de hojas y tierra viene de detrás de aquella cerca.

—Y qué lástima que nadie haya oído el brillante coloquio que tanto me hubiera gustado sostener con usted.

No importa, no será desperdiciado. Estoy contento de que haya ocurrido así. ¿A quién le importa que en realidad nos separásemos en la primera esquina, y que yo haya recitado un diálogo ficticio conmigo mismo, tal como me lo ha suministrado un manual de aprenda por sí mismo inspiración literaria?

CAPÍTULO SEGUNDO

La lluvia aún caía ligeramente, pero, con la elusiva premura de un ángel, ya había aparecido un arco iris. Con lánguida admiración de sí mismo, verde rosado y con un fulgor purpúreo en su borde interior, pendía suspendido sobre el campo segado, encima y delante de un bosque distante, a través del cual dejaba ver una trémula porción. Aisladas flechas de lluvia que habían perdido el ritmo, el peso y la capacidad de producir algún sonido, caían al azar, aquí y allí, bajo el sol. En el cielo lavado por la lluvia, desde detrás de una nube negra, una nube de seductora blancura se estaba liberando y brillaba con todo el esplendor de una moldura monstruosamente complicada.

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