-->

Los hermanos Karamazov

На нашем литературном портале можно бесплатно читать книгу Los hermanos Karamazov, Достоевский Федор Михайлович-- . Жанр: Классическая проза. Онлайн библиотека дает возможность прочитать весь текст и даже без регистрации и СМС подтверждения на нашем литературном портале bazaknig.info.
Los hermanos Karamazov
Название: Los hermanos Karamazov
Дата добавления: 15 январь 2020
Количество просмотров: 302
Читать онлайн

Los hermanos Karamazov читать книгу онлайн

Los hermanos Karamazov - читать бесплатно онлайн , автор Достоевский Федор Михайлович

Tragedia cl?sica de Dostoievski ambientada en la Rusia del siglo XIX que describe las consecuencias que tiene la muerte de un padre posesivo y dominante sobre sus hijos, uno de los cuales es acusado de su asesinato.

Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала

Перейти на страницу:

—Bien, señora; ¿pero qué me dice de esos tres mil rublos que usted me ha ofrecido tan generosamente?...

—No tiene nada que temer; es como si los tuviera en el bolsillo. Usted tendrá no tres mil, sino tres millones, y muy pronto. Le voy a exponer mi pensamiento. Usted descubrirá una Mitia, ganará millones y cuando regrese, será un hombre de acción capaz de guiarnos hacia el bien. ¡No debemos abandonarlo todo a los judíos! Usted construirá edificios, fundará empresas y se ganará la bendición de los pobres socorriéndolos. Estamos en el siglo del ferrocarril. Usted se atraerá la atención del Ministerio de Hacienda, que, como nadie ignora, está en situación apuradísima. La baja de nuestra moneda me quita el sueño, Dmitri Fiodorovitch. Usted no sabe lo que me preocupan estas cosas.

—Oiga, señora —dijo Mitia, inquieto—. Seguramente seguiré su prudente consejo... Iré allá lejos..., a las minas de oro..., y cuando vuelva hablaremos... Pero ahora necesito esos tres mil rubios que usted tan generosamente me ha prometido. De ellos depende mi salvación. He de tenerlos hoy mismo. No puedo perder ni siquiera una hora.

—¡Basta, Dmitri Fiodorovitch basta! Una pregunta: ¿está dispuesto a ir a las minas de oro o no? Respóndame categóricamente.

—Iré, señora, iré. Iré a donde usted quiera. Pero ahora...

—Espere.

Se dirigió a una elegante mesa de despacho y empezó a buscar en los cajones.

«¡Los tres mil rublos! —pensó Mitia, incapaz de contener su excitación—. Y me los va a dar ahora mismo, sin ningún documento, sin ninguna formalidad... ¡Qué grandeza de alma!... Es una mujer excelente. Su único defecto es que habla demasiado...»

—¡Ya lo tengo! —exclamó la dama triunfante, mientras volvía al lado de Mitia—. ¡Ya tengo lo que buscaba!

Era una medallita de plata, con un cordón, de esas que suelen llevarse debajo de la ropa.

—Me la han mandado de Kiev —dijo en un tono de veneración la señora de Khokhlakov—. Ha tocado las reliquias de Santa Bárbara, la megalomártir. Permítame que cuelgue yo misma esta medalla en su cuello y que lo bendiga en el momento de emprender una vida nueva.

Después de pasarle el cordón por la cabeza, la dama se consideró en el deber de colocar la medalla en el punto debido. Mitia, un tanto molesto, decidió ayudarla. Al fin, la medalla quedó en su sitio.

—Ahora ya se puede marchar —dijo la dama con acento triunfal, y mientras volvía a sentarse.

—Señora, estoy emocionado... No sé cómo agradecerle tanta atención. Pero... ¡tengo tanta prisa...! Esa suma que usted me ha ofrecido...

En este momento Mitia tuvo una inspiración.

—Ya que es usted tan buena, señora, permítame que le diga algo que, a lo mejor, ya sabe usted... Amo a cierta joven. He traicionado a Katia, digo, a Catalina Ivanovna. He sido inhumano, innoble... Amo a otra, a una mujer que seguramente usted desprecia, pues la conoce, pero no puedo dejarla. Así, esos tres mil rubios...

—Abandónelo todo, Dmitri Fiodorovitch —le interrumpió, tajante, la dama—. Y especialmente a las mujeres. Su objetivo son las minas. En ellas no tienen ningún papel las mujeres. Más adelante, cuando usted vuelva célebre y rico, hallará una buena amiga en la más alta sociedad, una compañera joven, moderna, rica y sin prejuicios. Pues entonces el feminismo ya habrá triunfado y la mujer nueva habrá aparecido...

—Bien, señora; pero no es eso, no es eso lo que... —empezó a decir Dmitri, uniendo las palmas de las manos con un gesto de súplica.

—Sí, Dmitri Fiodorovitch; eso es precisamente lo que usted necesita, lo que le trastorna sin que usted se dé cuenta. A mí me interesa mucho el feminismo. Mi ideal se cifra en el progreso de la mujer, e incluso en su papel político en un porvenir inmediato. Tengo una hija, Dmitri Fiodorovitch, cosa que todos parecen olvidar. Una vez escribí a Chtchedrine hablándole del problema feminista. Este escritor me ha abierto tan amplios horizontes acerca de la misión de la mujer en la vida, que el año pasado le dirigí estas dos líneas: «Le estrecho contra mi corazón y le beso en nombre de la mujer moderna. ¡Adelante!» Y firmé: «Una madre.» Estuve a punto de firmar: «Una madre contemporánea», pero vacilé, y al fin me limité a escribir: «Una madre.» Resultaba más serio, Dmitri Fiodorovitch. Además, la palabra «contemporánea» habría podido recordarle El Contemporáneo, cosa desagradable, dado el rigor de la censura actual [41]. Pero, por Dios, ¿qué le sucede?

De pie y con las manos enlazadas, Mitia suplicó:

—Señora, si no quiere que me eche a llorar, entrégueme ya lo que tan generosamente...

—¡Llore, Dmitri Fiodorovitch, llore! Las lágrimas le allanarán el camino que le espera. El llanto es un agradable desahogo. Más adelante, cuando vuelva de Siberia, reiremos juntos...

—¡Oiga! —bramó Mitia—. Le suplico por última vez que me diga si puede entregarme hoy mismo la cantidad prometida, o cuándo he de venir a buscarla.

—¿Qué cantidad, Dmitri Fiodorovitch?

—Los tres mil rublos que tan generosamente se ha comprometido a prestarme.

—¿Prestarle tres mil rublos? ¡Yo no le he hecho tal promesa! —exclamó la dama, sorprendida.

—¿Cómo que no? Usted me ha dicho que podía considerar que ya los tenía en el bolsillo.

—¡Ah, ya caigo! Usted no ha comprendido, Dmitri Fiodorovitch. Me refería al producto de las minas. Le he prometido mucho más de tres mil rublos, pero sólo pensaba en las minas.

—Entonces, ¿no puedo contar con los tres mil rublos?

—No dispongo de esa cantidad. Ando muy mal de dinero; Dmitri Fiodorovitch. Incluso tengo ciertas dificultades con mi administrador. Me he visto obligada a pedir un préstamo de quinientos rublos a Miusov. Además, aunque los tuviera, no se los prestaría. Mi norma es no prestar dinero a nadie. Quien tiene deudores, tiene guerra. Y a usted, menos que a nadie le dejaría dinero, porque le aprecio y deseo salvarlo. Su salvación está en las minas, y sólo en las minas.

—¡Al diablo! —aulló Mitia, dando un tremendo puñetazo en la mesa.

—¡Dios mío! —exclamó la señora de Khokhlakov, corriendo a refugiarse en el otro extremo del salón.

En un arranque de despecho, Mitia escupió y salió precipitadamente de la casa. Iba a través de las tinieblas como un loco, golpeándose el pecho en el mismo punto en que se lo había golpeado dos días atrás, cuando se encontró con Aliocha en el camino. ¿A qué venían estos golpes idénticos y en el mismo sitio? ¿Qué significaban? Mitia no había revelado a nadie, ni siquiera a Aliocha, su secreto, que implicaba el deshonor, la perdición, e incluso el suicidio, ya que Dmitri había resuelto quitarse la vida si no encontraba los tres mil rublos que debía a Catalina Ivanovna, y si no podía saldar esta deuda, arrancando de su pecho, de aquel lugar de su pecho, el deshonor que gravitaba en él y torturaba su conciencia.

Перейти на страницу:
Комментариев (0)
название