Diario de la Guerra de Espana
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Esta es la traducci?n castellana de la edici?n definitiva. Koltsov, corresponsal extraordinario de Pravda en Espa?a, fue testigo ocular de los acontecimientos que narra. Estrechamente ligado a la pol?tica contempor?nea del partido comunista ruso y periodista fuera de lo com?n, uni? a una gran valent?a personal dotes pol?ticas y militares excepcionales, una innegable profundidad de an?lisis y una lengua exacta y po?tica. Su papel en Espa?a fue mucho m?s importante que el que se puede esperar de un simple corresponsal de guerra, y sus actividades le situaron en m?s de una ocasi?n en el plano m?s elevado de la acci?n pol?tica. Su maravillosa fuerza descriptiva es patente en los pasajes m?s duros del Diario: la muerte de Lukacs, la conversaci?n con el aviador moribundo, el tanquista herido, el asalto frustrado al Alc?zar... Pero nada supera, sin duda, la maestr?a de los retratos de Koltsov. Su pluma arranca los rasgos esenciales de los nombres m?s significativos del campo republicano: Largo Caballero, Durruti, Alvarez del Vayo, Rojo, Malraux, Garc?a Oliver, Kleber, La Pasionaria, Casares Quiroga, L?ster, Checa, Aguirre, Jos? D?az, junto a gentes de importancia menos se?alada, con frecuencia an?nimas: oficiales, soldados, mujeres, ni?os... Es ?ste, en definitiva, un documento literario y pol?tico de un periodo crucial —1936-1937—, que ayuda no s?lo a revivirlo sino a comprenderlo.
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—Por ahora esto no es más que el comienzo —he repetido—. Aún queda mucho por delante, malo y bueno.
—Pienso lo mismo —ha respondido Hemingway, enfurruñándose.
27 de marzo
En Valencia ya hace calor, los funcionarios del Ministerio de la Guerra se escapan a la playa, la milicia organiza redadas de bañistas y los devuelve a sus puestos de combate en las oficinas. Por todas partes, vastos planes y esperanzas.
Los comunistas, por fin, han adoptado una actitud más severa frente a Largo Caballero. Se va a la ruptura, a la crisis de gobierno. ¡Ojalá fuera pronto!
José Díaz se ha puesto muy enfermo; yace en la cama pequeñito, quieto, pensativo.
Dolores me ha preguntado:
—¿Es verdad que te vas?
—Sí.
—¿Volverás?
—Sí.
—Cuidado, no nos engañes. A nosotros nos duele que los amigos no cumplan lo que prometen.
Hemos comido juntos, Dolores y yo. Al principio, ella fruncía el ceño, callaba, desmigajaba el pan; luego ha hablado con vehemencia, se ha puesto a canturrear y bromeando me ha dado un amuleto de hueso.
—Para que vuelvas sin falta.
He atado el regalo de Dolores a la negra cinta con la llave del ataúd del capitán Antonio.
En la plaza tocaba un organillo, daba vueltas un tío vivo, los niños se reían. Los tranvías llevaban unos enormes carteles: «¡Todos al grandioso festival de música y danza por la victoria de Guadalajara!»
29 de marzo
En Barcelona, cae una lluvia tibia. La ciudad ha cambiado por completo. Han desaparecido las consignas, las banderas, las procesiones por las calles. Han aparecido taxis, pintados con los colores rojinegros de los anarquistas. Barcelona ha adquirido un aspecto serio, burgués. Pero algo bulle en su seno. En una enorme sala, ante millares de ávidos oyentes, el viejo y medio ciego poeta León Felipe, filósofo místico, lanza un apasionado llamamiento:
—¡Necesitamos una dictadura! ¡Sí! ¡Dictadura de todos! ¡Dictadura para todos! ¡La dictadura de las estrellas! ¡La dictadura del ensueño!
A muchos les brillan los ojos. Nadie sabe qué es eso de la dictadura de las estrellas. Probablemente algo bueno. A pocos interesan las noticias del frente. Barcelona vive entre el cielo y la tierra, entre el infierno y el paraíso. Dictadura del ensueño...
2 de abril
En la carretera, ante la garita fronteriza, un gordo inspector francés no quería dejar pasar el coche.
—Sólo iré en el coche hasta la estación de Cerbera, el automóvil volverá en seguida a España.
Se puso terco, luego accedió a dejar pasar el coche acompañado de un agente de policía.
En la estación, di un abrazo a Dorado.
En el quiosco vendían periódicos, cigarrillos, fruta, chocolate en cualquier cantidad. El último número de Jourcomunicaba: «La ofensiva emprendida por los rojos en Guadalajara, puede considerarse como definitivamente fracasada.» ¡Vaya qué tal, así resulta que se ha tratado de una «ofensiva de los rojos»! Y nosotros sin enterarnos...
En el compartimento estaba solo. Me desnudé, me acosté, apagué la luz. No sé cuánto tiempo pasó —comenzó un largo, un monstruoso bombardeo—. Los aviones volaban a poca altura, sobre nuestras mismísimas cabezas, con furioso rugido y chirrido, todos me apuntaban a mí. Las explosiones se sucedían unas a otras, cada vez más fuertes, cada vez más implacables. Por fin abrí los ojos. No había bombardeo. El tren retumbaba en la oscuridad. Y por primera vez experimenté con tanta fuerza, tan hondo, sin nada que los contuviera, la tristeza, la alarma y el dolor por este pueblo ensangrentado, sentí la quemadura del miedo por su destino, se levantó en mi ser una ira irrefrenable, furiosa, por los sufrimientos de este pueblo, por sus víctimas, por la injusticia, por la desigualdad de fuerzas, por la insolencia y la impudicia de los verdugos.
10 de abril
Echado aquí, sobre la espalda, se ve un buen trozo de cielo fresco y luminoso y en él se mueven las cimas de los árboles. ¡Qué árbol más hermoso, el pino! El tronco de esta poderosa planta se eleva cual columna recta, airosa. Junto a la tierra, es rudo, está cubierto por una gruesa corteza oscura, rugosa. Cuanto más arriba, tanto más claro es; luego, la corteza se vuelve roja cobriza, lisa, suave. Arbol modesto y noble, no es caprichoso, no exige ni calor ni humedad. Es amigo del terreno seco; podéis tumbaros tranquilamente bajo un pino, no hay ni humedad ni cosa podrida; en un bosque de pinos respiran libremente los pulmones débiles. El pino es amigo de la luz y por esto se libera rápidamente de las ramas inferiores; con su cima verde se lanza hacia la altura, hacia el sol. Cuando los troncos cobrizos de un pinar son iluminados por los rayos del sol, se vuelven dorados; éste es uno de los espectáculos más hermosos que la naturaleza ha dado.
El pino es la palmera de nuestro hemisferio septentrional. Se eleva desde Asturias hasta el Amur, desde Yakutia hasta la zona subtropical. No lo conocen tan sólo las regiones bajas, húmedas, pantanosas y herbáceas: Dinamarca, Inglaterra, Irlanda. Tampoco él las conoce. Pero el pino es, sobre todo, naturalmente, Rusia. Osos y pinos... Hay también osos del Himalaya, negros, pequeños. Hay pino negro en los Balcanes, en Sicilia, con púas muy velludas. Son buenos osos, es un buen pino, pero no es lo mismo.
En el norte, salvaje y solitario
se yergue el pino sobre una desnuda elevación.
Dormita acunándose, de esponjosa nieve
Cual hermosa casulla, vestido.
Esto lo escribió Heine y al ruso lo tradujo Lérmontov. Las casullas de nieve, a menudo son peligrosas para el pino, lo ahogan. De las avalanchas de nieve perecen en el norte, cada invierno, centenares de miles de pinos.
Y siempre sueña el pino que en el lejano desierto.
En aquel lugar donde sale el sol.
Sola y triste, en el peñasco abrasador.
La espléndida palmera crece.
El tema de la poesía de Heine-Lérmontov es trágico. Es el tema de la separación eterna, es el tema de los dos amigos que nunca, nunca, se encontrarán, es el tema del ensueño no realizado. Ambos poetas eran unos enamorados de la vida, del ensueño, y ambos murieron absurda, injustamente, hasta el punto que dan ganas de llorar. A Lérmontov, deportado por el zar, le pegó un tiro un ocioso capitán. Arrojado de su patria, Heine se fue consumiendo poco a poco en su «tumba de colchón», como llamó a su lecho de tortura. En el octogésimo aniversario de la muerte del poeta nacional de Alemania, sus obras se editan en lengua alemana únicamente en una ciudad, en Moscú.