Diario de la Guerra de Espana
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Esta es la traducci?n castellana de la edici?n definitiva. Koltsov, corresponsal extraordinario de Pravda en Espa?a, fue testigo ocular de los acontecimientos que narra. Estrechamente ligado a la pol?tica contempor?nea del partido comunista ruso y periodista fuera de lo com?n, uni? a una gran valent?a personal dotes pol?ticas y militares excepcionales, una innegable profundidad de an?lisis y una lengua exacta y po?tica. Su papel en Espa?a fue mucho m?s importante que el que se puede esperar de un simple corresponsal de guerra, y sus actividades le situaron en m?s de una ocasi?n en el plano m?s elevado de la acci?n pol?tica. Su maravillosa fuerza descriptiva es patente en los pasajes m?s duros del Diario: la muerte de Lukacs, la conversaci?n con el aviador moribundo, el tanquista herido, el asalto frustrado al Alc?zar... Pero nada supera, sin duda, la maestr?a de los retratos de Koltsov. Su pluma arranca los rasgos esenciales de los nombres m?s significativos del campo republicano: Largo Caballero, Durruti, Alvarez del Vayo, Rojo, Malraux, Garc?a Oliver, Kleber, La Pasionaria, Casares Quiroga, L?ster, Checa, Aguirre, Jos? D?az, junto a gentes de importancia menos se?alada, con frecuencia an?nimas: oficiales, soldados, mujeres, ni?os... Es ?ste, en definitiva, un documento literario y pol?tico de un periodo crucial —1936-1937—, que ayuda no s?lo a revivirlo sino a comprenderlo.
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—Pero ¿cómo entiende usted que defiende a su patria, aquí? ¿Acaso España ha atacado a Italia?
El alférez calla y, al fin, llega a decir:
—He cumplido una orden. Soy un militar del ejército italiano y estoy obligado a obedecer a mis superiores. No pertenezco ni he pertenecido a la milicia fascista, no soy más que un alférez del ejército italiano y he cumplido mi deber militar.
Exactamente del mismo modo habla el soldado de filas Romano Salvatore, de la LXXV brigada italiana de infantería. También declara que ha sido mandado por orden del mando, como soldado del ejército. No se ha enterado ni se da cuenta de quién lucha contra quién en España ni por qué motivo. Sólo sabe que ha sido mandado a España a pelear en interés de Italia.
—Soy un soldado, a mí me dan órdenes.
De todos modos, los disciplinados militares del ejército italiano en el frente de Guadalajara han dado muestras, también, de cierto espíritu de iniciativa: a los prisioneros se les han encontrado viejos pergaminos, miniaturas y otros objetos del pasado y de arte que habían robado en la catedral de Sigüenza.
A uno de los soldados prisioneros se le ha encontrado el siguiente documento:
«Por orden de su majestad el rey, Bessi Benzo, hijo de Giuseppe, del reemplazo de 1910, es llamado a las armas. Está obligado a presentarse y entregar la presente orden al mando de la 35 legión, en la ciudad de Spezia, a primeras horas de la mañana del día 25 de noviembre de 1936. Según la ley, será usted entregado a los tribunales si no se presenta, sin causa justificada, en el plazo indicado. Ciani Ferdinando».
El documento lleva el sello del mando de la 90 legión y el escudo oficial del Estado italiano.
22 de marzo
Estábamos en el nuevo puesto de mando de Lukács, en una minúscula aldehuela, colgada, como nido de águilas, en el rellano de unas altas peñas. «Ahora comeremos cordero asado, querido Mijaíl Efimovich», dijo como un buen anfitrión el general español. Se paseaba sin guerrera, en mangas de camisa, con el cuello desabrochado, preguntando por el cordero e interesándose para que echaran más leña al fuego. Para cuando la carne estuviese asada, Lukács preparó vino y un gramófono con la placa «Capitán, capitán, sonría»; [20]puso otra aguja. Tres aviones alemanes volaban sobre la aldea. Los soldados se refugiaron en las cuevas. Las explosiones resonaban contra la piedra de las rocas, pero no causaban daños.
—Se enfadan —dijo Lukács—. No están contentos. Les hemos dado una zurra. Como a unos Jaimitos. Y aún les daremos otras. Si no antes, más tarde. ¡Aún pelearemos, querido Mijaíl Efimovich!
23 de marzo
¿Qué ha sucedido con las tropas italianas en Guadalajara? Vale la pena meditar sobre esta cuestión.
El cuerpo expedicionario del general Manzini había sido trasladado desde el sur, desde Cádiz y Málaga, al frente de Aragón, y desde allí, a través de Sigüenza, al sector de Guadalajara con la misión de apoderarse de la ciudad de este nombre y Alcalá de Henares para completar luego el cerco total de Madrid. El estado de las tropas no podía ser mejor; así resulta evidente de todas las declaraciones de los prisioneros, de los documentos capturados en los estados mayores y de la situación misma que se produjo para los italianos al comienzo de la operación. Las unidades habían descansado magníficamente después de lo que se había llamado «heroica toma de Málaga» y que en realidad fue una simple expedición armada contra una ciudad indefensa, presa del pánico.
Sabido es que una parte importante del Estado Mayor de Málaga no sólo estaba en relación con los fascistas, sino que, además, se quedó en la ciudad hasta su llegada. Después del fuego de artillería por tierra y por mar, después de un contundente bombardeo aéreo, la infantería no tuvo más que penetrar sin combate en la soleada Málaga, famosa por sus vinos de ámbar. La memoria de aquellos paradisíacos días se ha conservado en todos los libros de notas de los prisioneros italianos. Ante Málaga, no encontraron tanques; en todo el sector malagueño, por el sabotaje del Estado Mayor, no tenían los republicanos más que cuatro pequeños carros blindados. Lo único que inquietó a los italianos fue una decena de aviones de caza; los aparatos de bombardeo estaban ocupados con la flota fascista.
Todo esto hizo que los invasores se sintieran como quien participa en una fiesta. La guerra de Abisinia comenzó a ser recordada como una atormentadora pesadilla. En efecto, ¿qué vale ese desierto africano con sus lamentables chozas de barro etíopes si al lado, a poca distancia, hay otra Abisinia con un clima maravilloso, con ciudades admirables, con hospitalarios fascistas españoles, con amables señoritas? Tres semanas después, la soldadesca italiana empezó a comportarse en el país, que pertenece a un pueblo de vieja cultura, como en la más salvaje colonia sometida.
Tampoco en Guadalajara el cuerpo expedicionario esperaba encontrarse con una resistencia más o menos seria. Los servicios de espionaje informaban —y los datos eran verdaderos— de que en las montañas había muy pocas tropas republicanas, de que todas las fuerzas habían sido llevadas al Jarama. Un golpe repentino debía coger por sorpresa a Guadalajara y llevar a las tropas italianas a los alrededores de Madrid. A los soldados se les explicó que los republicanos carecen de toda aviación y que, si tienen tanques, tales máquinas no van a la montaña.
Las divisiones motorizadas comenzaron su nueva marcha con todo el esplendor de su armamento y de sus equipos. Varios miles de camiones adaptados para el fuego de ametralladora y de fusil, un enorme parque de artillería compuesto de varios centenares de cañones de diferentes calibres, un gran parque de tanques, nutridísimas reservas de obuses y municiones, recursos químicos para la guerra, ¡es difícil imaginarse un ejército europeo mejor dotado! Únicamente el servicio sanitario del cuerpo de ejército ha resultado muy pobre. El mando no pensó en él. O, quizá, no creía que se necesitara...
Los primeros días de la irrupción no hicieron más que confirmar las esperanzas de los invasores. Arrojando de sus posiciones a los escasos destacamentos de montaña, el cuerpo motorizado se acercó sin dificultad casi hasta la propia Torija. Adelantándose a los acontecimientos, los partes de guerra fascistas dieron la noticia de que habían conquistado Taracena y hasta los arrabales de Guadalajara, ¡se adelantaban casi en treinta kilómetros! Tanto más inesperada y dolorosa resultó la contundente réplica de los republicanos.
Los prisioneros cuentan:
—Todo se nos ha venido encima como una pesadilla. ¡Ataques de la infantería con tanques, lucha a la bayoneta, combate nocturno con lluvia a raudales, caballería en el flanco, vuelos incesantes de la aviación!
—Después del tercer bombardeo, nuestro capitán se escondió en el sótano de una casa de campo. Lloraba como un niño. Me dijo: «¡Haced lo que queráis, muchachos, yo ya tengo bastante!» Cambiamos impresiones: ¿qué hacer si los oficiales nos abandonaban? La mayoría consideraba que lo más cuerdo era, sencillamente, tumbarse en el campo y esperar que alguien nos recogiera, los nuestros o los vuestros.