Diario de la Guerra de Espana
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Esta es la traducci?n castellana de la edici?n definitiva. Koltsov, corresponsal extraordinario de Pravda en Espa?a, fue testigo ocular de los acontecimientos que narra. Estrechamente ligado a la pol?tica contempor?nea del partido comunista ruso y periodista fuera de lo com?n, uni? a una gran valent?a personal dotes pol?ticas y militares excepcionales, una innegable profundidad de an?lisis y una lengua exacta y po?tica. Su papel en Espa?a fue mucho m?s importante que el que se puede esperar de un simple corresponsal de guerra, y sus actividades le situaron en m?s de una ocasi?n en el plano m?s elevado de la acci?n pol?tica. Su maravillosa fuerza descriptiva es patente en los pasajes m?s duros del Diario: la muerte de Lukacs, la conversaci?n con el aviador moribundo, el tanquista herido, el asalto frustrado al Alc?zar... Pero nada supera, sin duda, la maestr?a de los retratos de Koltsov. Su pluma arranca los rasgos esenciales de los nombres m?s significativos del campo republicano: Largo Caballero, Durruti, Alvarez del Vayo, Rojo, Malraux, Garc?a Oliver, Kleber, La Pasionaria, Casares Quiroga, L?ster, Checa, Aguirre, Jos? D?az, junto a gentes de importancia menos se?alada, con frecuencia an?nimas: oficiales, soldados, mujeres, ni?os... Es ?ste, en definitiva, un documento literario y pol?tico de un periodo crucial —1936-1937—, que ayuda no s?lo a revivirlo sino a comprenderlo.
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19 de marzo
Esto, en realidad, no es ya simplemente un éxito, sino una victoria auténtica e importante del ejército republicano. Esta noche, después de una breve preparación artillera y de aviación, los republicanos han atacado por dos partes la ciudad de Brihuega; después de ocuparla y de haber hecho más de doscientos prisioneros italianos, han arrojado a las divisiones expedicionarias italianas más allá de las crestas de las elevaciones circundantes.
A primera hora de la mañana, bajo la lluvia torrencial, me he dirigido a Brihuega. De nuevo la carretera, como el día anterior, está obstruida con cañones, morteros y camiones (setenta) italianos, con alambre espinoso, cajas de obuses, de cartuchos, de bombas de mano y otros pertrechos de guerra. Se han cogido cien mil litros de gasolina. Los republicanos ahora han experimentado en la práctica lo que significan los trofeos: varias brigadas se han armado, vestido y calzado totalmente a costa de los italianos.
No lejos de la entrada de la ciudad, en un recodo de la carretera, vemos un cuadro impresionante. Unas bombas de los aviones republicanos, lanzadas con una precisión asombrosa, volaron cuatro camiones con obuses y cartuchos. Voló todo y después las municiones se dispararon por sí mismas en todos sentidos.
En el propio Brihuega, en esta pequeña y poética ciudad medieval, sólo ahora empieza a notarse una tímida animación. La gente se asoma a la calle, mira cautelosamente alrededor y al oír los saludos de los soldados de la República, en seguida se sienten reconfortados. Dos mujeres cejinegras y de grandes ojos, interrumpiéndose mutuamente y sollozando, cuentan con mucha pasión cuánto han tenido que sufrir durante los ocho días de dominio fascista en la pequeña ciudad. Los italianos han dejado vacías todas las despensas, todas las cavas, han degollado todo el ganado y todas las aves de corral, han violado a algunas mujeres, han fusilado a treinta y seis personas, entre ellas a dos viejos maestros de escuela, acusados de simpatizar con el Frente Popular. En la localidad, quien daba las órdenes era el comandante militar italiano y a él se subordinaba también la organización falangista de aquí. Cuando ocuparon la ciudad, algunas familias que antes se habían declarado republicanas, sacaron de sus casas banderas monárquicas y acogieron con flores a los fascistas. Ahora, claro está, han huido, pero en dos balcones aún se mojan los pedazos de las banderas enemigas.
Los italianos han huido de Brihuega literalmente despavoridos, casi sin tener tiempo de evacuar nada. Se han olvidado de llevarse incluso doce caballos, que instalaron en la vieja iglesia —un admirable edificio de primitivo estilo románico— convertida en cuadra.
Entramos en el edificio del seminario monacal, aquí se había alojado el Estado Mayor de la 2. a división italiana. Todo está revuelto: muebles, papeles, mapas, restos de comida.
Entre los documentos del Estado Mayor de la división se ha encontrado la orden que reproducimos literalmente, sin comentarios de ninguna clase:
«13 de marzo de 1937, año decimoquinto de la era fascista. Acerca del telegrama del Duce. Transmito el siguiente telegrama, que me ha mandado el Duce: "A bordo de la nave Pola, en que me dirijo a Libia, he recibido el comunicado acerca de la gran batalla que se está librando en dirección de Guadalajara. Sigo con ánimo tranquilo el desarrollo de esta batalla porque estoy seguro de que el entusiasmo y la tenacidad de nuestros legionarios vencerán la resistencia del enemigo. El aniquilamiento de las fuerzas internacionales será un éxito de enorme trascendencia y, sobre todo, un éxito político. Comunique a los legionarios que sigo hora a hora su actuación, que se verá coronada por la victoria.
«"Mussolini. General de división Manzini."» (Sello.)
Sobre la mesa de escribir hay un periódico. Es el Giornale d'ltaliadel 9 de marzo del año en curso. En el lugar más destacado de la primera página, bajo unos provocadores titulares, se da cuenta de la ofensiva «nacional» sobre Guadalajara. En el comunicado no se dice qué unidades nacionales —españolas o italianas— efectúan la ofensiva. En cambio se subraya que Brihuega se encuentra bajo el duro fuego de cien cañones.
El periódico, aunque reciente,ya ha envejecido. De los cien cañones que disparaban contra Brihuega, a los italianos les faltan muchos. Les falta también la propia Brihuega.
20 de marzo
Una y otra vez converso con los prisioneros. Es difícil hartarse.
Los italianos confirman el carácter regular de sus unidades militares, la obligatoriedad y el carácter forzoso de su destinación a España, la ausencia total del más pequeño elemento de voluntariedad, o sea, totalmente lo contrario de lo que procura asegurar la prensa italiana, cogida in fraganti.
El mayor italiano Luciano Silvia, hecho prisionero por los republicanos, al ser preguntado «¿por qué ha venido a España?», ha respondido sin ambages:
—Yo obedezco las órdenes de mi gobierno y combato por mi país. Soy un italiano que lucha por su Italia.
—¿Sabía usted que venía a España, al zarpar de Italia?
—Sí, lo sabía. Lo sabían todos nuestros jefes, todos los mandos de regimiento y de batallón. Se trataba de una orden militar. Embarcamos en Sabaudia y desembarcamos en Cádiz.
—¿Cómo ve usted la guerra de España? ¿Quién la lleva a cabo?
—Es una guerra de españoles contra españoles.
—¿Por qué se mezclan ustedes en esta guerra?
—Nos hemos mezclado en interés de Italia. Lo que aquí nos interesa es que por una parte luchan los fascistas y, por otra, los antifascistas. Lo que a nosotros nos mueve son los intereses de Italia.
—Pero ¿en beneficio de qué intereses de Italia han venido ustedes aquí?
—Esto no se lo puedo decir. He venido aquí por disciplina militar y en cumplimiento de órdenes recibidas de la superioridad. Yo, ante todo, soy italiano y militar.
He aquí otro prisionero, el alférez Sacci Acille. Dice lo mismo:
—Yo sabía que venía a España. Únicamente se me prohibió comunicarlo a mi familia. Mis parientes y mi novia creen que se me ha mandado al África.
—¿Es usted fascista?
—Sí, soy fascista porque en Italia todo el que quiere vivir en paz ha de pertenecer al fascismo. Soy un militar profesional y he venido a España obedeciendo órdenes del gobierno italiano y del rey.
—¿De qué manera cumplió usted tales órdenes? ¿Con entusiasmo?
—Yo vine aquí para defender a mi patria y cumplir la orden que se me había dado.