El cirujano
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Un asesino silencioso se desliza en las casas de las mujeres y entra en las habitaciones mientras ellas duermen. La precisi?n de las heridas que les inflige sugiere que es un experto en medicina, por lo que los diarios de Boston y los atemorizados lectores comienzan a llamarlo «el cirujano». La ?nica clave de que dispone la polic?a es la doctora Catherine Cordell, v?ctima hace dos a?os de un crimen muy parecido. Ahora ella esconde su temor al contacto con otras personas bajo un exterior fr?o y elegante, y una bien ganada reputaci?n como cirujana de primer nivel. Pero esta cuidadosa fachada est? a punto de caer ya que el nuevo asesino recrea, con escalofriante precisi?n, los detalles de la propia agon?a de Catherine. Con cada nuevo asesinato parece estar persigui?ndola y acercarse cada vez m?s…
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– El agua es tan cautivante, tan hermosa -dijo Polochek-. Baja las escaleras de la galería y comienza a recorrer el camino hacia el lago.
Catherine permanecía inmóvil, con la cara completamente relajada y las manos flojas sobre el regazo.
– La tierra es suave bajo sus pies. La luz del sol cae sobre su espalda y la calienta. Y los pájaros revolotean en los árboles. Está completamente tranquila. Con cada paso que da, se siente más y más serena. Percibe una calma cada vez más profunda a su alrededor. Hay flores a ambos lados del camino, lirios blancos. Tienen un aroma suave, y mientras pasa a su lado rozándolos, aspira la fragancia. Es una fragancia muy especial y mágica que la empuja al sueño. Mientras camina, siente que sus piernas se vuelven más pesadas. El aroma de las flores es como una droga, que hace que se relaje más. Y el calor del sol derrite toda la tensión restante de sus músculos.
»Ahora se está acercando al borde del agua. Y ve un pequeño bote al final del muelle. Camina por ese muelle. El agua está tranquila, como un espejo. Como vidrio. El pequeño bote en el agua está quieto y flota sobre la superficie con toda la estabilidad posible. Es un bote mágico. Puede llevarla a distintos lugares. A donde quiera. Todo lo que tiene que hacer es subirse. Así que ahora levanta su pie derecho para meterse en el bote.
Moore miró los pies de Catherine Cordell y vio que su pie derecho se levantaba y quedaba suspendido a unos pocos centímetros del suelo.
– Eso es. Suba al bote con su pie derecho. El bote es estable. La contiene con firmeza, con seguridad. Se siente con absoluta confianza y comodidad. Ahora coloque dentro su pie izquierdo.
El pie izquierdo de Catherine se elevó del suelo y volvió a bajar de nuevo con lentitud.
– ¡Dios! No lo puedo creer -dijo Rizzoli.
– Estás viéndolo.
– Sí, ¿pero cómo sé si está verdaderamente hipnotizada, que no lo está fingiendo?
– No lo sabes.
Polochek se inclinaba más cerca de Catherine pero sin tocarla, utilizando únicamente su voz para guiarla a través del trance.
– Desate las cuerda que mantiene al bote junto al muelle. Y ahora el bote está libre y se mueve por el agua. Tiene el control. Todo lo que debe hacer es pensar en un lugar, y el bote la llevará allí por arte de magia. -Polochek lanzó una mirada al vidrio espejado e hizo un gesto de asentimiento.
– Ahora la llevará de vuelta al pasado -dijo Moore.
– Está bien, Catherine. -Polochek tomó su anotador y registró el tiempo en que se había realizado la inducción-. Ahora vas a llevar el bote hacia otro lugar. Hacia otro tiempo. Todavía tienes el control. Ves una niebla que se eleva del agua, una niebla cálida y amable que se siente bien sobre tu cara. El bote se desliza hacia ella. Bajas la mano y tocas el agua, y es como seda. Tan tibia, tan quieta. Ahora la niebla comienza a disiparse y justo enfrente ves un edificio sobre la orilla. Un edificio con una sola puerta.
Moore se descubrió inclinándose sobre la ventana. Sus manos estaban tensas, y el pulso se le había acelerado.
– El bote te alcanza hasta la orilla y tú te bajas. Subes por el camino que te lleva hasta la casa y abres la puerta. Dentro hay una sola habitación. Tiene una hermosa alfombra gruesa. Y una silla. Te sientas en la silla, y es la silla más cómoda sobre la que te has sentado. Estás completamente tranquila. Y bajo control.
Catherine suspiró profundamente, como si acabara de hundirse en gruesos almohadones.
– Ahora miras la pared frente a ti y ves una pantalla de cine. Es una pantalla de cine mágica, porque puede pasar escenas de cualquier momento de tu vida. Puedes retroceder hasta donde lo desees. Estás bajo control. Puedes adelantarla o rebobinarla. Puedes detenerla en un momento particular del tiempo. Todo depende de ti. Probémosla ahora. Retrocedamos a un momento feliz. Al momento en que estabas con tus abuelos en la cabaña del lago. Estás recogiendo frambuesas. ¿Puedes verlas en la pantalla?
La respuesta de Catherine tardó mucho en producirse. Cuando por fin habló, sus palabras eran tan bajas que Moore apenas pudo escucharlas.
– Sí. Las veo.
– ¿Qué estás haciendo en la pantalla? -preguntó Polochek.
– Sostengo una bolsa de papel. Recojo frambuesas y las meto dentro de la bolsa.
– ¿Y las comes mientras las recoges?
Una sonrisa suave y soñadora le iluminó el rostro.
– Oh, sí. Son dulces. Y están calentadas por el sol.
Moore frunció el entrecejo. Esto era inesperado. Estaba experimentando gusto y olfato, lo que significaba que revivía el momento. No se limitaba a observar la pantalla de cine; estaba dentro de la pantalla. Vio que Polochek dirigía a la ventana una mirada de preocupación. Había elegido la imagen de la pantalla de cine como recurso para distanciarla del trauma de su experiencia. Pero ella no estaba distanciada. Ahora Polochek vacilaba, considerando qué hacer a continuación.
– Catherine -dijo-, quiero que te concentres en el almohadón sobre el que estás sentada. Estás sobre la silla, en el cuarto, mirando la pantalla de cine. Notas lo blando que es el almohadón. Cómo la silla te recibe con un abrazo. ¿Puedes sentirlo?
Una pausa.
– Sí.
– Está bien. Está bien. Ahora te quedarás sentada en esa silla. No te irás de allí. Y vamos a utilizar la pantalla mágica para ver una escena distinta de tu vida. Seguirás sentada en la silla. Seguirás sintiendo ese almohadón tan blando sobre la espalda. Y lo que vas a ver es sólo una película en la pantalla, ¿entendido?
– Entendido.
– Ahora. -Polochek aspiró una bocanada de aire-. Vamos a remontarnos a la noche del 15 de junio, en Savannah. La noche en que Andrew Capra golpeó tu puerta principal. Dime qué sucede en la pantalla.
Moore observaba sin atreverse a respirar.
– Está parado en la galeria delantera de mi casa -dijo Catherine-. Dice que necesita hablar conmigo.
– ¿De qué?
– De los errores que cometió. En el hospital.
Lo que dijo a continuación no difería de la declaración que había hecho al detective Singer en Savannah. Sin entusiasmo invitó a pasar a Capra a su casa. Era una noche de calor, y él dijo que tenía sed, de modo que ella le ofreció una cerveza. Ella también se abrió una cerveza. Él estaba agitado, preocupado por su futuro. Sí, había cometido errores. ¿Pero acaso no lo hacía todo médico? Eliminarlo del programa sería echar a perder su talento. Conocía a un joven estudiante de Emory, un joven brillante que por un solo error había arruinado su carrera. No era justo que Catherine tuviera el poder de hacer o deshacer una carrera. La gente merecía siempre una segunda oportunidad.
Aunque ella trató de razonar con él, percibió su ira en aumento, vio cómo le temblaban las manos. Finalmente fue al baño, dejándole tiempo para que se calmara.
– ¿Y cuando regresaste del baño? -preguntó Polochek-. ¿Qué sucede en la película? ¿Qué es lo que ves?
– Andrew está más tranquilo. No tan enojado. Dice que entiende mi postura. Me sonríe cuando termino mi cerveza.
– ¿Sonríe?
– Es extraña. Una sonrisa muy extraña. Como la misma que le vi en el hospital…
Moore pudo oír que su respiración comenzaba a agitarse. Aun como observadora distanciada, mirando la escena en una película imaginaria, no era inmune al horror que se aproximaba.
– ¿Qué sucedió después?
– Me quedo dormida.
– ¿Puedes ver esto en la pantalla de cine?
– Sí.
– ¿Y entonces?
– No veo nada. La pantalla está negra.
«Es el Rohypnol. No tiene memoria de esta parte».
– Está bien -dijo Polochek-. Vamos a adelantar la parte en negro. Ubiquémonos en la siguiente parte de la película. En la siguiente imagen que ves en la pantalla.
La respiración de Catherine continuaba agitándose.
– ¿Qué es lo que ves?
– Yo… estoy sobre la cama. En mi cuarto. No puedo mover los brazos ni las piernas.
– ¿Por qué no?
– Estoy atada a la cama. No tengo ropa, y él está encima de mí. Está dentro de mí. Se mueve dentro de mí…
– ¿Andrew Capra?
– Sí. Sí… -Su respiración era ahora errática y el sonido del miedo se percibía en su garganta.
Moore apretaba los puños con fuerza y su propia respiración se aceleraba. Luchó contra el impulso de golpear la ventana y poner fin a los procedimientos. Apenas podía tolerar escuchar esto. No debían forzarla a revivir la violación.
Pero Polochek ya era consciente del peligro, y la guió rápidamente fuera del doloroso recuerdo de esta horrorosa experiencia.
– Sigues sentada en tu silla -dijo Polochek-. Estás segura en ese cuarto con la pantalla de cine. Es sólo una película, Catherine. Le está sucediendo a otra persona. Tú estás segura. A salvo. Con confianza.
Su respiración volvió a calmarse, bajando a un ritmo estable. Otro tanto sucedió con la de Moore.
– Está bien. Veamos la película. Presta atención a lo que tú haces. No a Andrew. Dime qué sucede a continuación.
– La pantalla ha vuelto a ponerse negra. No veo nada.
«Todavía sigue bajo el efecto del Rohypnol».
– Adelanta la película, pasa de largo la parte negra. Pasa a lo siguiente que ves. ¿De qué se trata?
– Luz. Veo luz…
Polochek hizo una pausa.
– Quiero que te alejes, Catherine. Quiero que des un paso atrás, que veas más de la habitación. ¿Qué hay en la pantalla?
– Cosas. Sobre la mesa de luz.
– ¿Qué cosas?
– Instrumentos. Un escalpelo. Veo un escalpelo.
– ¿Dónde está Andrew?
– No lo sé.
– ¿No está en la habitación?
– Se ha ido. Puedo escuchar agua que corre.
– ¿Qué sucede después?
Volvía a respirar rápido, con la voz agitada.
– Tiro de las cuerdas. Trato de liberarme. No puedo mover los pies. Pero mi mano derecha… la cuerda está floja alrededor de mi muñeca. Tiro. Sigo tirando y tirando. Mi muñeca sangra.
– ¿Andrew sigue fuera de la habitación?
– Sí. Lo escucho reír. Escucho su voz. Pero hay alguien más en la casa.
– ¿Qué pasa con la cuerda?
– Está cediendo. La sangre la hace más resbaladiza, y mi mano se desliza…
– ¿Qué haces a continuación?
– Tomo el escalpelo. Corto la cuerda de mi otra muñeca. Todo lleva mucho tiempo. Siento el estómago revuelto. Mis manos no funcionan correctamente. Están lentas, y la habitación sigue oscura y luminosa y oscura. Todavía puedo oír su voz, hablando. Me incorporo y libero mi tobillo izquierdo. Ahora escucho sus pasos. Trato de bajar de la cama, pero mi tobillo derecho sigue atado. Ruedo a un costado y caigo al piso. Sobre mi cara.
