El cirujano

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El cirujano
Название: El cirujano
Автор: Gerritsen Tess
Дата добавления: 16 январь 2020
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El cirujano - читать бесплатно онлайн , автор Gerritsen Tess

Un asesino silencioso se desliza en las casas de las mujeres y entra en las habitaciones mientras ellas duermen. La precisi?n de las heridas que les inflige sugiere que es un experto en medicina, por lo que los diarios de Boston y los atemorizados lectores comienzan a llamarlo «el cirujano». La ?nica clave de que dispone la polic?a es la doctora Catherine Cordell, v?ctima hace dos a?os de un crimen muy parecido. Ahora ella esconde su temor al contacto con otras personas bajo un exterior fr?o y elegante, y una bien ganada reputaci?n como cirujana de primer nivel. Pero esta cuidadosa fachada est? a punto de caer ya que el nuevo asesino recrea, con escalofriante precisi?n, los detalles de la propia agon?a de Catherine. Con cada nuevo asesinato parece estar persigui?ndola y acercarse cada vez m?s…

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– ¿Qué le dijiste a Marquette? -preguntó.

– Lo que quería saber. Cómo terminó muerto Pacheco. No le mentí.

– Eres un hijo de puta.

– ¿Crees que tenía ganas de decirle la verdad?

– Tuviste la oportunidad de elegir.

– Tú también, allá arriba en la terraza. Elegiste la incorrecta.

– Y tú nunca eliges la opción incorrecta, ¿verdad? Tú nunca te equivocas.

– Si me equivoco, me hago cargo.

– Ah, sí. Maldito Santo Tomás.

Se acercó a su escritorio y la miró directo a los ojos.

– Eres uno de los mejores policías con los que he trabajado. Pero esta noche mataste a un hombre a sangre fría, y yo lo presencié.

– No tenías por qué verlo.

– Pero lo hice.

– ¿Qué es lo que realmente vimos allá arriba, Moore? Un montón de sombras, un montón de movimientos. La distancia entre la elección correcta y la elección incorrecta es así de corta. -Levantó dos dedos que casi se tocaban-. Y nos permitimos eso. Entre nosotros nos permitimos el beneficio de la duda.

– Yo hice el intento.

– No intentaste lo suficiente.

– No pienso mentir por otro policía. Aunque se trate de un amigo.

– Tratemos de recordar quiénes son aquí los chicos malos. No somos nosotros.

– Si comenzamos a mentir, ¿cómo trazamos la línea entre ellos y nosotros? ¿Dónde termina?

Ella se quitó la bolsa de hielo de la cara y señaló su mejilla. Uno de sus ojos estaba cerrado por la hinchazón y toda la parte izquierda de su cara crecía como un globo lívido. La apariencia brutal de su herida lo impactó.

– Esto es lo que me hizo Pacheco. No precisamente una palmadita amistosa, ¿no? Tú hablas de ellos y nosotros. ¿De qué lado estaba él ? Le hice un favor al mundo al borrarlo del mapa. Nadie va a echar de menos al Cirujano.

– Karl Pacheco no era el Cirujano. Le disparaste al hombre equivocado.

Ella lo miró fijo, con su cara como un espeluznante Picasso medio grotesco, medio normal.

– ¡Tenemos una concordancia de ADN! Fue él quien…

– Quien violó a Nina Peyton, sí. Nada en él concuerda con el Cirujano.

Arrojó el informe de Pelos y Fibras sobre su escritorio.

– ¿Qué es esto?

– El análisis microscópico del pelo de la cabeza de Pacheco. Distinto color, distinto rizado, distinta densidad de cutícula en relación con el cabello encontrado en el borde de la herida de Elena Ortiz. No hay evidencia de pelo con formación en bambú.

Ella permaneció inmóvil, mirando el informe del laboratorio.

– No entiendo.

– Pacheco violó a Nina Peyton. Eso es todo lo que podemos decir con alguna certeza.

– Tanto Sterling como Ortiz fueron violadas…

– No podemos probar que Pacheco lo hizo. Ahora que está muerto, no lo sabremos nunca.

Ella volvió a mirarlo, y el lado sano de su cara se tensó de rabia.

– Tiene que haber sido él. Toma tres mujeres al azar en esta ciudad, ¿y cuáles son las probabilidades de que todas ellas hayan sido violadas? Eso es lo que el Cirujano se ingenió para hacer. Les dio a tres de tres. Si no es él el que las viola, ¿cómo sabe entonces a quién elegir, a quién masacrar? Si no era Pacheco, entonces es un amigo, un socio. Algún maldito buitre que se alimenta de la carroña que Pacheco deja a su paso. -Le devolvió bruscamente el informe-. Tal vez no le disparé al Cirujano. Pero el hombre al que le disparé era escoria. Todos parecen olvidar ese hecho. Pacheco era escoria. ¿No merezco una medalla? -Se levantó y golpeó violentamente la silla contra el escritorio-. Tareas administrativas. Marquette me convirtió en una secretaria ejecutiva de mierda. Muchas gracias.

La miró alejarse en silencio, y no pudo pensar en nada que decirle, nada que pudiera reparar la brecha que se abría entre ambos.

Se dirigió a su propia oficina y se hundió en la silla.

«Soy un dinosaurio, -pensó-, que se mueve pesadamente en un mundo donde los que dicen la verdad son despreciados».

Ahora no podía pensar en Rizzoli. El caso contra Pacheco se había desintegrado, y estaban de vuelta en cero, a la caza de un asesino sin nombre.

Tres mujeres violadas. Seguía volviendo a lo mismo. ¿Cómo hacía el Cirujano para encontrarlas? Sólo Nina Peyton había denunciado su violación a la policía. Elena Ortiz y Diana Sterling no lo hicieron. El suyo era un trauma privado, conocido sólo por los violadores, sus víctimas y los médicos profesionales que las habían tratado. Pero las tres mujeres habían buscado asistencia médica en lugares distintos: Sterling en el consultorio de una ginecóloga en Back Bay. Ortiz en la sala de emergencias del Centro Médico Pilgrim. Nina Peyton en la clínica para mujeres de Forest Hills. No había yuxtaposición de personal ni médicos o enfermeras o recepcionistas que hubieran podido estar en contacto con más de una de esas mujeres.

De algún modo el Cirujano sabía que esas mujeres habían sido dañadas, y le atraía su pánico. Los asesinos sexuales eligen a su presa entre los miembros más vulnerables de la sociedad. Buscan mujeres que puedan controlar, mujeres que puedan degradar, mujeres que no los amenacen. ¿Y quién es más frágil que una mujer que ha sido violada?

Mientras salía, se detuvo para mirar en la pared las fotos de Sterling, Ortiz y Peyton clavadas en ella. Tres mujeres. Tres violaciones.

«Y una cuarta». Catherine había sido violada en Savannah.

Parpadeó cuando la imagen de su cara repentinamente cruzó por su mente, una imagen que no podía evitar añadir a la galería de víctimas en la pared.

«De algún modo, todo se remonta a lo que sucedió esa noche en Savannah. Todo se remonta a Andrew Capra».

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