El cirujano
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Un asesino silencioso se desliza en las casas de las mujeres y entra en las habitaciones mientras ellas duermen. La precisi?n de las heridas que les inflige sugiere que es un experto en medicina, por lo que los diarios de Boston y los atemorizados lectores comienzan a llamarlo «el cirujano». La ?nica clave de que dispone la polic?a es la doctora Catherine Cordell, v?ctima hace dos a?os de un crimen muy parecido. Ahora ella esconde su temor al contacto con otras personas bajo un exterior fr?o y elegante, y una bien ganada reputaci?n como cirujana de primer nivel. Pero esta cuidadosa fachada est? a punto de caer ya que el nuevo asesino recrea, con escalofriante precisi?n, los detalles de la propia agon?a de Catherine. Con cada nuevo asesinato parece estar persigui?ndola y acercarse cada vez m?s…
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Catorce
– ¿Está seguro de que la doctora Cordell quiere hacer esto? -preguntó Alex Polochek.
– Ella está aquí esperándolo -dijo Moore.
– ¿No la introdujo en el tema? Porque la hipnosis no funcionará si el sujeto se resiste. Ella tiene que ser completamente cooperativa, de otro modo será una pérdida de tiempo.
«Una pérdida de tiempo» era la forma en que Rizzoli ya había denominado esta sesión, y su opinión era compartida por más que unos pocos detectives de la unidad. Consideraban la hipnosis como un número de variedades, como el acto de un maestro de ceremonias de las Vegas o de un mago de salón. En un tiempo Moore había estado de acuerdo con ellos.
El caso de Meghan Florence había cambiado su actitud al respecto.
El 31 de octubre de 1998, Meghan, de diez años, caminaba a su casa desde el colegio cuando un auto frenó junto a ella. Fue la última vez que se la vio con vida.
El único testigo del secuestro era un niño de doce años que estaba parado cerca. A pesar de que el auto apareció a plena luz del día y de que él podía describir su forma y color, no podía recordar la placa. Semanas más tarde, sin que el caso avanzara, los padres de la niña insistieron en contratar a un hipnoterapeuta para entrevistar al niño. Como todos los caminos en la investigación habían sido agotados, la policía aceptó de mala gana.
Moore estuvo presente durante la sesión. Observó cómo Alex Polochek inducía amablemente al niño a un trance hipnótico, y escuchó con asombro mientras el niño recitaba tranquilamente el número de placa.
El cuerpo de Meghan Florence fue hallado dos días más tarde, enterrado en el patio trasero del secuestrador.
Moore esperaba que la magia que Polochek había puesto en marcha con el niño pudiera repetirse una vez más con Catherine Cordel.
Dos hombres esperaban ahora fuera del consultorio, mirando a través del vidrio espejado a Catherine y a Rizzoli, sentadas del otro lado de la ventana. Catherine se veía inquieta. Se movía en la silla y miraba hacia la ventana, como si advirtiera que estaba siendo observada. Una taza de té permanecía intacta sobre la mesita junto a ella.
– Éste será un recuerdo doloroso de revivir -dijo Moore-. Ella tal vez quiera cooperar, pero no le resultará agradable. En el momento del ataque, ella todavía estaba bajo la influencia del Rohypnol.
– ¿Un recuerdo de hace dos años distorsionado por la droga? Además tú dices que no es puro.
– Un detective de Savannah debe de haber sembrado unas cuantas sugerencias a través del interrogatorio.
– Sabes que no hago milagros. Y nada de lo que consigamos en esta sesión será admitido como evidencia. Esto invalidará cualquier testimonio ulterior que preste durante el juicio.
– Lo sé.
– ¿A pesar de todo eso quieres seguir adelante?
– Sí.
Moore abrió la puerta y los dos hombres entraron en el consultorio.
– Catherine -dijo Moore-, éste es el hombre del que te hablé, Alex Polochek. Trabaja como hipnotizador forense para el Departamento de Policía de Boston.
Mientras ella y Polochek se daban la mano, Catherine soltó una risa nerviosa.
– Lo siento -dijo-. Supongo que no estaba muy segura de lo que debía esperar.
– Pensó que tendría una capa negra y una varita mágica -dijo Polochek.
– Es una imagen ridícula, pero sí, eso pensé.
– Y en cambio se encuentra con un gordito calvo.
Una vez más ella rió, relajando un poco su postura.
– ¿Nunca ha sido hipnotizada? -preguntó.
– No. Francamente, no creo que pueda ser hipnotizada.
– ¿Por qué piensa eso?
– Porque en realidad no creo en eso.
– Sin embargo, accedió a que haga la prueba.
– El detective Moore pensó que debía hacerlo.
Polochek se sentó en una silla frente a ella.
– Doctora Cordell, no tiene que creer en la hipnosis para que esta sesión resulte de utilidad. Pero tiene que desear que funcione. Tiene que confiar en mí. Y tiene que estar dispuesta a relajarse y dejarse llevar. A dejarme guiarla hacia un estado alterado. Es muy parecido al pasaje que se experimenta antes de quedarse dormida por la noche. Usted no estará dormida. Le prometo que será consciente de lo que pase a su alrededor. Pero estará tan relajada que tendrá la posibilidad de alcanzar partes de su memoria a las que por lo general no se tiene acceso. Es como destrabar un fichero que está allí, en su cerebro, y tener finalmente la posibilidad de abrir los cajones para sacar las fichas.
– Ésa es la parte que no creo. Que la hipnosis pueda hacerme recordar.
– No la hará recordar. Le permitirá recordar.
– Está bien, permítame recordar. Me da la sensación de que es improbable que esto pueda ayudarme a traer un recuerdo que no puedo alcanzar por mi cuenta.
Polochek asintió.
– Sí, tiene razón en mostrarse escéptica. No parece probable, ¿verdad? Pero le daré un ejemplo de cómo la memoria puede ser bloqueada. Se llama Ley de Efecto Revertido. Cuanto más se concentre en recordar algo, menos probabilidades tendrá de recordarlo. Estoy seguro de que usted misma lo ha experimentado. Todos lo hemos hecho. Por ejemplo, ve a una famosa actriz en la pantalla del televisor, y sabe su nombre. Pero no puede traerlo a la memoria. Eso la vuelve loca. Pasa una hora devanándose los sesos para recordar el nombre. Se pregunta si no tiene Alzheimer prematuro. Dígame que le ha sucedido alguna vez.
– Todo el tiempo. -Catherine sonreía ahora. Estaba claro que Polochek le caía bien, y que se sentía cómoda con él. Un buen comienzo.
– Finalmente, termina por recordar el nombre de la actriz, ¿no es así? -dijo.
– Sí.
– ¿Y cuándo suele suceder eso?
– Cuando dejo de pensar tan arduamente. Cuando me relajo y pienso en otra cosa. O cuando me acuesto en la cama y estoy a punto de dormirme.
– Exacto. Es cuando se relaja, cuando su mente deja de acosar desesperadamente ese fichero. Entonces, mágicamente, el cajón se abre y la ficha aparece. ¿Eso hace que el concepto de hipnosis le parezca más plausible?
Ella asintió.
– Bien, eso es lo que vamos a hacer. Ayudarla a relajarse. Permitir que alcance ese fichero.
– No estoy segura de poder relajarme lo suficiente.
– ¿Es la habitación? ¿La silla?
– La silla está bien. Es… -Lanzó una mirada de inquietud a la cámara de video-. El público.
– Los detectives Moore y Rizzoli abandonarán la habitación. En cuanto a la cámara, es sólo un objeto. Una pieza de maquinaria. Piense en ella de ese modo.
– Supongo que sí…
– ¿Tiene alguna otra inquietud?
Se produjo un silencio. Suavemente, ella dijo:
– Estoy asustada.
– ¿De mí?
– No. De la memoria. De revivirlo todo.
– Nunca hará eso. El detective Moore me dijo que fue una experiencia traumática, y no vamos a hacer que la reviva. Nos acercaremos de otro modo. Así el miedo no bloqueará otros recuerdos.
– ¿Y cómo sabré que se trata de recuerdos verdaderos y no de algo que inventé?
Polochek se detuvo.
– Es una preocupación que sus recuerdos ya no sean puros. Pasó mucho tiempo. Sólo podremos trabajar con lo que hay allí. Debo aclararle ahora que yo mismo sé muy poco acerca de su caso. Trato de no enterarme demasiado, para evitar el peligro de influenciar la memoria de mis pacientes. Todo lo que se me informó es que el acontecimiento tuvo lugar hace dos años, y que incluía un ataque contra usted, y que la droga Rohypnol estaba en su cuerpo. Más allá de eso, estoy a oscuras. De modo que los recuerdos que se presenten serán sólo suyos. Yo estoy aquí únicamente para ayudarla a abrir ese fichero.
Ella suspiró.
– Supongo que estoy lista.
Polochek miró a los dos detectives.
Moore asintió, luego él y Rizzoli salieron de la habitación.
Desde el otro lado de la ventana, observaron a Polochek sacar una lapicera y un bloc de notas y colocarlos sobre la mesa frente a él. Hizo un par de preguntas más. Qué hacía para relajarse. Si había algún lugar en particular, algún recuerdo que le resultara especialmente pacífico.
– En verano, cuando era chica -dijo-, acostumbraba visitar a mis abuelos en New Hampshire. Tenían una cabaña junto al lago.
– Descríbamela. En detalle.
– Era muy tranquila. Pequeña. Con una amplia galería que daba al agua. Había arbustos de frambuesas cerca de la casa. Yo solía recoger las frambuesas. Y en un camino que bajaba hasta el muelle, mi abuela plantaba lirios blancos.
– De modo que recuerda frambuesas. Flores.
– Sí. Y el agua. Amo el agua. Solía tomar sol en el muelle.
– Es una buena información. -Tomó unas cuantas notas sobre el bloc, y bajó nuevamente la pluma-. Bueno. Ahora comencemos con tres profundas inhalaciones. Deje que cada una salga lentamente. Así es. Ahora cierre los ojos y concéntrese en mi voz.
Moore observaba los párpados de Catherine cerrarse lentamente.
– Comienza a grabar -le dijo a Rizzoli.
Ella apretó el botón de grabación del video, y la cinta comenzó a correr.
En la otra habitación, Polochek guiaba a Catherine a través de la relajación completa, indicándole que se concentrara primero en los tobillos, dejando escapar la tensión. Ahora sus pies se habían vuelto nacidos mientras la sensación de relajación subía lentamente por sus pantorrillas.
– ¿En serio crees en esta mierda? -dijo Rizzoli.
– He visto cómo funciona.
– Bueno, tal vez funcione. Porque está consiguiendo dormirme a mí.
Él miró a Rizzoli, parada con los brazos cruzados, su labio inferior apuntando un obstinado escepticismo.
– Sólo observa -dijo él.
– ¿Cuándo comenzará a levitar?
Polochek había guiado el foco de relajación sobre los músculos del cuerpo de Catherine cada vez más arriba, moviendo sus muslos, su espalda, sus hombros. Los brazos ahora colgaban flojos a los costados. Su cara estaba sin arrugas, serena. El ritmo de su respiración disminuyó y se hizo más profundo.
– Ahora vamos a visualizar un lugar que ama -dijo Polochek-. La cabaña de sus abuelos, sobre el lago. Quiero que se vea parada en esa amplia galeria. Mirando hacia el agua. Es un día cálido, y el aire está quieto y estático. El único sonido es el gorjeo de los pájaros, nada más. Aquí está todo tranquilo, es un lugar pacífico. La luz del sol reverbera sobre el agua…
Una expresión de serenidad tal cruzó su cara que Moore apenas podía creer que se tratara de la misma mujer. Allí vio calidez, y todas las rosadas esperanzas de una muchacha. «Estoy mirando a la chica que fue alguna vez, -pensó-. Antes de la pérdida de la inocencia, antes de todos los desengaños de la adultez. Antes de que Andrew Capra le dejara su marca.»
