El cirujano
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Un asesino silencioso se desliza en las casas de las mujeres y entra en las habitaciones mientras ellas duermen. La precisi?n de las heridas que les inflige sugiere que es un experto en medicina, por lo que los diarios de Boston y los atemorizados lectores comienzan a llamarlo «el cirujano». La ?nica clave de que dispone la polic?a es la doctora Catherine Cordell, v?ctima hace dos a?os de un crimen muy parecido. Ahora ella esconde su temor al contacto con otras personas bajo un exterior fr?o y elegante, y una bien ganada reputaci?n como cirujana de primer nivel. Pero esta cuidadosa fachada est? a punto de caer ya que el nuevo asesino recrea, con escalofriante precisi?n, los detalles de la propia agon?a de Catherine. Con cada nuevo asesinato parece estar persigui?ndola y acercarse cada vez m?s…
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– ¿Y entonces?
– Andrew está allí, en el umbral. Parece sorprendido. Busco debajo de la cama. Y siento el revólver.
– ¿Hay un revólver debajo de tu cama?
– Sí. El revólver de mi padre. Pero mi mano está tan torpe que apenas puedo sostenerlo. Y las cosas comienzan a oscurecerse de nuevo.
– ¿Dónde está Andrew?
– Está caminando hacia mí…
– ¿Y qué ocurre, Catherine?
– Empuño el revólver. Y hay un sonido. Un sonido muy fuerte.
– ¿El revólver se disparó?
– Sí.
– ¿Tú lo disparaste?
– Sí.
– ¿Qué hace Andrew?
– Cae. Con las manos sobre el estómago. La sangre se derrama entre sus dedos.
– ¿Y qué sucede a continuación?
Una larga pausa.
– ¿Catherine? ¿Qué es lo que ves en la pantalla de cine?
– Negro. La pantalla se puso negra.
– ¿Y qué ves cuando aparece la siguiente imagen en esa pantalla?
– Gente. Mucha gente en la habitación.
– ¿Qué clase de gente?
– Policías…
Moore casi gruñó de desilusión. Se trataba de la laguna vital en su memoria. El Rohypnol, combinado con los efectos posteriores a su golpe en la cabeza, la habían arrastrado de vuelta a la inconsciencia. Catherine no recordaba haber disparado el segundo tiro. Todavía no sabían cómo Andrew Capra había terminado con una bala en el cerebro.
Polochek miraba por la ventana, con una pregunta en los ojos. ¿Estaban satisfechos?
Para sorpresa de Moore, Rizzoli abrió de golpe la puerta y le hizo a Polochek una seña para que pasara al otro cuarto. Él obedeció, dejando a Catherine a solas, y cerró la puerta.
– Haga que vuelva atrás, antes del disparo. Cuando todavía está en la cama -dijo Rizzoli-. Quiero que se concentre en lo que ella escucha en la otra habitación. El agua que corre. La risa de Capra. Quiero conocer cada sonido que escucha.
– ¿Por alguna razón en particular?
– Sólo hágalo.
Polochek asintió y volvió al consultorio. Catherine no se había movido; estaba absolutamente inmóvil, como si la ausencia de Polochek la hubiese dejado en animación suspendida.
– Catherine -dijo con amabilidad-, quiero que rebobines la película. Vamos a volver atrás, antes del disparo. Antes de que liberaras tus manos y cayeras rodando al piso. Estamos en un momento de la película en el que todavía yaces en la cama y Andrew no está en la habitación. Dijiste que escuchabas agua corriendo.
– Sí.
– Dime todo lo que escuchas.
– Agua. La escucho en las cañerías. El siseo. Y la escucho borboteando en el desagüe.
– ¿Está haciendo correr agua en un lavatorio?
– Sí.
– Y dijiste haber escuchado una risa.
– Andrew está riéndose.
– ¿Está hablando?
Una pausa.
– Sí.
– ¿Qué dice?
– No lo sé. Está muy lejos.
– ¿Estás segura de que se trata de Andrew? ¿No puede ser la televisión?
– No, es él. Es Andrew.
– Está bien. Pasa la película en cámara lenta. Segundo a segundo. Dime lo que escuchas.
– Agua, todavía sigue corriendo. Andrew dice «fácil». La palabra «fácil».
– ¿Eso es todo?
– Dice: «Ver, hacer. Enseñar».
– ¿«Ver, hacer, enseñar»? ¿Eso es lo que dice?
– Sí.
– ¿Y las otras palabras que escuchas?
– «Es mi turno, Capra».
Polochek se detuvo.
– ¿Puedes repetir eso?
– «Es mi turno, Capra».
– ¿Andrew dice eso?
– No. No es Andrew.
Moore se quedó helado, mirando fijo a la mujer inmóvil en la silla.
Polochek miró con agudeza a la ventana, con la cara transformada por el estupor. Se volvió hacia Catherine
– ¿Quién pronuncia esas palabras? -preguntó Polochek-. ¿Quién dice «es mi turno, Capra»?
– No lo sé. No conozco su voz.
Moore y Rizzoli se miraron
Había alguien más en la casa.
