Narrativa Breve

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Narrativa Breve
Название: Narrativa Breve
Автор: Tolstoi Leon
Дата добавления: 16 январь 2020
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Narrativa Breve - читать бесплатно онлайн , автор Tolstoi Leon

Si atendemos a su origen, resulta indudable que Tolstoi se margin? de un posible destino prefigurado: de familia noble y rica proveniente de Alemania, y con enormes posesiones, seguramente Tolstoi hubiera sido un conde m?s, con haza?as militares que narrar, pero sin dejar nada importante para la Humanidad. Pero su fuerte vocaci?n de escritor, unida a un misticismo religioso que con los a?os se ahond?, produjeron un literato considerado como la cumbre de la narrativa rusa, junto con Dostoievski.

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XV

Evgueni pasó la mayor parte del tiempo junto a la cama de su mujer; la atendía, hablaba con ella, le leía y, lo que resultaba más difícil de todo, lo hacía soportando las acometidas de Varvara Alexéievna, que hasta sabía convertir en objeto de broma.

Pero no podía quedarse siempre en casa. En primer lugar, Lisa le hacía salir, diciendo que se ponía enfermo si ni se movía de su lado, y en segundo, las cuestiones de la hacienda marchaban de tal modo, que a cada paso e requería su presencia. No podía recluirse en casa, y estando en el campo, en el bosque, en el huerto, en la era, en todos los sitios, no ya el pensamiento de Stepanida, sino su imagen viva le perseguía de tal modo, que en muy raras ocasiones podía olvidarla. Esto no habría sido nada, acaso habría podido superar ese sentimiento; lo peor de todo era que antes pasaban meses enteros sin verla y ahora la veía y se tropezaba con ella a cada paso. Stepanida parecía comprender que él quería reanudar las relaciones y trataba de hacerse visible. Entre ellos no se había hablado nada, y por eso ni ella ni él acudían directamente a la cita, tratando solamente de encontrarse.

El sitio donde esto podía suceder era el bosque, al que las mujeres acudían con sacos a buscar hierba para las vacas. Evgueni lo sabía y por eso pasaba a diario por allí. Todos los días se decía que no lo haría y todos los días terminaba dirigiéndose al bosque y, al escuchar voces, deteniéndose tras un arbusto, miraba con el corazón palpitante si era ella.

¿Para qué necesitaba saberlo? No hubiera podido contestarlo. Si hubiese sido ella y hubiese estado sola, no se había acercado (así lo pensaba), sino que habría huido; pero necesitaba verla. En una ocasión la encontró: cuando él entraba en el boque, ella salía con otras dos mujeres, con un pescado seco de hierba a la espalda. De ocurrir un poco antes, hubiera podido hacerse el encontradizo en el bosque. Ahora era imposible, en presencia de las otras mujeres, hacerla volver. Mas, a pesar de que lo comprendía así, durante largo rato, con el riesgo de llamar la atención de las otras mujeres, permaneció espiando tras los arbustos de avellano. Ella no volvió, se entiende, pero él estuvo aguardando un buen rato. ¡Que hechizo se imaginaba, Dios mío! Y esto no ocurrió una vez, fueron cinco, seis. Y conforme el tiempo pasaba, más fuerte era en él ese sentimiento. Jamás le había parecido tan atractiva. Y no era sólo que fuese atractiva, jamás le había subyugado de esta manera.

Sabía que iba perdiendo el dominio sobre sí mismo; era algo que lindaba con la locura. La severidad para con su persona no se había debilitado en absoluto; al contrario, veía toda la infamia de sus deseos y hasta de sus actos, porque de ir al bosque era ya un acto. Sabía que, en cuanto la tuviese cerca, en la oscuridad si era posible, se dejaría arrastrar por el sentimiento. Sabía que lo único que le frenaba era la vergüenza ante la gente, ante ella y ante sí mismo. Y sabía que buscaba las circunstancias n que esta vergüenza no se advirtiese: la oscuridad o un contacto en que la vergüenza quedase ahogada por la pasión animal. Y por ese sabía que era un infame criminal, y se despreciaba y aborrecía con todas las potencias de su alma. Se aborrecía porque no acababa de rendirse; todos los días pedía a Dios que le diese fuerzas, que lo salvase de la perdición, todos los días se hacía a la idea de que no daría un paso más, no la miraría y trataría de olvidarla. Cada día imaginaba recursos para verse libre de aquel tormento y los ponía en práctica.

Pero todo era en vano.

Uno de los recursos era estar siempre ocupado en algo: otro era el trabajo intenso trabajo físico y el ayuno; estaba también la clara noción del bochorno que caería sobre su cabeza cuando todos se enterasen: su mujer, su suegra, la gente. Lo probaba todo y le parecía que salía vencedor, pro llegaba la hora, el mediodía, la hora de las citas de antes, la hora en que la había visto ir a buscar hierba… y se dirigía al bosque.

Así trascurrieron cinco penosos días. La vio de lejos, pero ni una sola vez llegaron a acercarse.

XVI

Lisa se iba reponiendo poco a poco, empezaba a caminar y se sentía inquieta por el cambio producido en su marido, que ella era incapaz de comprender.

Varvara Alexéievna se hallaba fuera por algún tiempo y el único extraño que quedaba era el tío. María Pávlovna, como siempre, estaba en casa.

Evgueni se hallaba en aquel estado, lindante con la locura, cuando como con frecuencia ocurre después de las tormentas de junio, vinieron unas lluvias torrenciales que se prolongaron durante dos días. Hubieron de ser interrumpidos todos los trabajos. Cesó hasta el acarreo del estiércol. La gente se había quedado en casa. Los pastores, que no podían con la dula, acabaron por llevarla al pueblo. Las vacas y las ovejas se fueron separando, cada una en busca de su casa. Las mujeres, descalzas y cubiertas con pañuelos, chapoteando en el barro, salieron a buscar las vacas extraviadas. Numerosos regatos corrían por los caminos, las hojas y la hierba estaban llenas de gotas y de los canalones caían sin cesar chorros que formaban espumeantes charcos. Evgueni se encontraba en casa con su mujer, que ahora le resultaba particularmente tediosa. Preguntó varias veces a Evgueni por la causa de su descontento y él, de mal humor, contestó que no le ocurría nada. Ella cesó en sus preguntas, pero quedó disgustada.

Habían desayunado y se encontraban en la sala. El tío contaba por centésima vez sus invenciones relacionadas con amigos suyos de la alta sociedad. Lisa hacía punto y suspiraba, quejándose del tiempo y de dolor de riñones. El tío de aconsejó que se acostara y, por su parte, pidió que le sirvieran vino. Dentro de casa, Evgueni se sentía aburridísimo. Todo le parecía lánguido y tedioso. Fumaba, con un libro entre las manos, pero no entendía nada de lo que leía.

.Tengo que ir a ver los ralladores que trajeron ayer –dijo. Se puso en pie y se dirigió a la salida.

.Llévate el paraguas.

.No hace falta, me pondré el chaquetón de cuero. Además, no voy lejos.

Se puso las botas altas y el chaquetón y se encaminó a la fábrica; pero no había recorrido veinte pasos cuando le salió al encuentro ella, con la falda recogida y dejando ver las blancas pantorrillas. Caminaba sujetando con ambas manos la toquilla en que se había envuelto la cabeza y los hombros.

.¿Qué haces? –preguntó él, que en el primer momento no la había reconocido. Ella se detuvo y, sonriendo, se le quedó mirando.

.Estoy buscando el ternero. ¿Adónde va con este tiempo? –dijo, como si se estuviesen viendo todos los días.

.Ve a la choza –dijo él d pronto, sin saber él mismo cómo. Era como si otro hubiese dicho estas palabras.

Ella mordisqueó el pañuelo, asintió con los ojos y corrió hacia donde antes iba, a la choza del jardín, mientras que él siguió su camino con el propósito de dar la vuelta en cuanto hubiese pasado el macizo de las lilas, para reunirse con ella.

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