Narrativa Breve
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Si atendemos a su origen, resulta indudable que Tolstoi se margin? de un posible destino prefigurado: de familia noble y rica proveniente de Alemania, y con enormes posesiones, seguramente Tolstoi hubiera sido un conde m?s, con haza?as militares que narrar, pero sin dejar nada importante para la Humanidad. Pero su fuerte vocaci?n de escritor, unida a un misticismo religioso que con los a?os se ahond?, produjeron un literato considerado como la cumbre de la narrativa rusa, junto con Dostoievski.
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El trabajo era mucho, pero a Evgueni no le faltaban las energías, tanto físicas como espirituales. Tenía veintiséis años, era de estatura mediana, de vigorosa complexión, con los músculos desarrollados por la gimnasia, sanguíneo, de mejillas muy coloradas, con fuertes dientes y labios y un cabello poco espeso, suave y rizado. Su único defecto físico era la miopía, que él mismo se había producido con el empeño de usar gafas, ya hora ya no podía prescindir de los lentes, que empezaban a marcar su huella en el caballete de la nariz. Tal era físicamente. En el aspecto moral, cuanto más se le conocía, más cariño se le tomaba. Siempre había sido el preferido de la madre, y ésta, después de la muerte del marido, había concentrado en él no sólo su afecto, sino su vida entera. Y no era sólo la made. Sus compañeros del gimnasio y la universidad siempre le tuvieron particular afecto y respeto.
Idéntica impresión producía en todos. Era imposible no creer lo que decía. Era imposible supone el engaño, la mentira en aquella cara abierta y honrada y, principalmente, en aquellos ojos.
En general, su personalidad le ayudaba mucho en los negocios. El acreedor que se hubiese negado a las peticiones de otro, creía sus palabras. El empleado de la oficina o el mujik que a otro habrían jugado una mala pasada o le habrían engañado, no lo hacían bajo la agradable impresión de aquel hombre bueno, sencillo y, sobre todo, franco.
Era a fines de mayo. Mal que bien, Evgueni arregló en la cuidad el asunto de la exención de impuestos de los baldíos a fin de proceder a venderlos a un mercader y tomar de este mismo un préstamo para renovar el ganado de labor y los aperos. Y, en primer término, para iniciar la necesaria construcción de la alquería. La empresa parecía ponerse en marcha. Traían madera, los carpinteros estaban trabajando y habían sido llevadas al campo ochenta cargas de estiércol, pero de momento todo pendía de un hilo.
II
En plenos trabajos se presentó una circunstancia que, aunque no grave, no cesaba de atormentar a Evgueni. Hasta entonces había vivido como todos los hombre jóvenes, sanos y solteros; es decir, había tenido relación con distintas mujeres. No rea un libertino, pero tampoco era, como él mismo decía, un fraile. Y se entregaba a ello sólo en la medida en que resultaba imprescindible para su salud y su libertad intelectual, según él afirmaba. Esto había empezado a los dieciséis años. Y desde entonces todo había marchado felizmente, en el sentido de que no se había entregado a la depravación, no se había apasionado ni una sola vez y nunca había estado enfermo. En un principio, en Petesburgo, había tenido una costurera;
luego ésta perdió sus encantos y él se las arregló de otro modo. Esta cuestión estaba tan asegurada, que no le producía inquietudes.
Pero he aquí que llevaba en el campo ya más de un mes y no sabía en absoluto qué hacer.
La abstinencia forzosa empezaba a repercutir en él desfavorablemente. ¿Es que tendría que ir a la ciudad para esto? ¿Y dónde? ¿Cómo? Eso era lo único que preocupaba a Evgueni Irténev, y como estaba seguro de que le era necesario, se le hizo realmente necesario, y sentía que no se veía libre de ello y que, contra su voluntad, los ojos se le iban tras cualquier mujer joven.
Consideraba algo indigno entenderse en su misma aldea con una casada o una moza.
Había oído contar que lo mismo su padre que su abuelo habían portado en este sentido de manera muy diferente a como la generalidad de los propietarios de aquel tiempo, y nunca se permitieron libertad alguna con sus siervas; decidió, pues, que no lo haría. Pero luego, sintiéndose cada vez más atado e imaginándose con terror lo que podía ocurrirle en una ciudad de mala muerte, considerando además que ya no se trataba de siervas, llegó a la conclusión de que también en su aldea era posible. Lo único que debía procurar era que no lo supiera nadie; lo haría, no por espíritu de libertinaje, sino para conservar la salud, según se decía. Y cuando lo hubo decidido se sintió aún más inquieto; al hablar con los muijks o con el carpintero, sin darse cuenta, sacaba la conversación sobre mujeres, y si la conversación versaba sobre mujeres, la mantenía de buen grado. Cada vez se le iban más los ojos tras ellas.
III
Pero decidir el asunto en su fuero interno era una cosa y ejecutarlo era otra. Acercarse él mismo a una mujer resultaba imposible. ¿A cuál? ¿Dónde? Tenía que buscar un intermediario, pero ¿a quién recurrir?
En una ocasión llegó a beber agua en la casa de su guara forestal. Éste era un antiguo ojeador de su padre. Evgueni Irténev trabó conversación con él y el guarda le contó viejas historias de juergas corridas en las cacerías. A Evgueni Irténev se le ocurrió que resultaría bien organizar el asunto allí, en la casa del guarda o en el bosque. Lo único que no sabía era cómo hacerlo y si el viejo Danila lo aceptaría. «Se puede escandalizar, y yo quedaría cubierto de vergüenza, pero es muy posible que acepte.» Así pensaba, escuchando lo que Danila lecontaba. Éste le habó de cómo se encontraban en un campo alejado, de la mujer del diácono, y de cómo él la había llevado a Priánichnikov.
«Se lo puedo decir», pensó Evgueni.
.Su padre, que en gloria esté, no hacía esas estupideces.
«No, no es posible», pensó Evgueni, mas, para tantear el terreno, dijo:
.¿Y cómo te ocupabas tú de unos asuntos tan feos?
.¿Qué tiene eso de malo? Ella quedó contenta y mi Fiódor Zajárich satisfechísimo. Me dio un rublo. ¿Qué iba a hacer él? También era persona. Le gustaba el vino.
«Sí, se lo puedo decir», pensó Evgueni, e inmediatamente puso manos a la obra.
.¿Sabes, Danila? –dijo sintiendo que se ponía todo colorado. –Yo no puedo más.
Danila sonrió.
.Después de todo, no soy fraile; estoy acostumbrado.
Advirtió que todo cuanto decía era estúpido, pero se alegró porque Danila se manifestó conforme.
.Podría habérmelo dicho antes; eso se puede arreglar –asintió. –Lo único que tiene que decirme es cuál prefiere.
.Eso me es lo mismo. Claro, como se comprende, que no sea fea ni esté enferma.
.Entiendo –picó Danila, que se quedó pensando. –Hay una buena –empezó; y Evgueni enrojeció de nuevo. –Muy buena. Verá, este otoño la vieron –y Danila bajó la voz hasta convertirla en un susurro, .y él no puede hacer nada. A un ojeador es algo que le cuesta muy poco.
Evgueni incluso arrugó la frente de vergüenza.
.No, no –dijo. –No es eso lo que busco. Al contrario .¿qué podría ser lo contrario? –al contrario, lo único que yo necesito es que no padezca enfermedades; no quiero líos: la mujer de un soldado o algo por el estilo…
.Comprendo. Quiere decirse que la que le conviene es la Stepanida. Su marido está en la ciudad, lo mismo que si fuese un soldado. Y la mujer está bien, es limpia. Quedará contento.