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Aguas Primaverales

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Aguas Primaverales
Название: Aguas Primaverales
Дата добавления: 15 январь 2020
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Aguas Primaverales - читать бесплатно онлайн , автор Тургенев Иван Сергеевич

Dimitri Sanin es un joven terrateniente ruso de 22 a?os que se enamora perdidamente por primera vez mientras visita la ciudad alemana de Frankfurt. Tras luchar en un frustrado duelo contra un rudo soldado y ganar el coraz?n de la chica objeto de su encaprichamiento, el enamorado protagonista decide renunciar a su estatus en Rusia para trabajar en la pasteler?a familiar de la chica y as? estar m?s cerca de ella.

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Acordábase también Sanin, ¡oh, vergüenza!, de cómo había enviado uno de los lacayos de Polozoff a Francfort en busca de su equipaje; cómo, en su cobarde inquietud, sólo pensaba en una cosa, en partir cuanto antes, en marchar a París; cómo por orden de María Nicolavna, se había esforzado en granjearse el afecto de Hipólito Sidorovitch y se había hecho amigo de Dünhof, en el dedo del cual había visto un anillo de hierro ¡enteramente igual al que le dio a él la señora Polozoff! Después vinieron los recuerdos más dolorosos, más vergonzosos aún... Un criado le trae una tarjeta de visita que dice: Pantaleone, cantante de cámara de Su Alteza el duque de Módena. Se niega a recibir al viejo, pero no puede evitar el encontrarlo, cuya melena gris se eriza indignada y flamígera, cuyos ojos rodeados de arrugas brillan como ascuas encendidas; oye rezongar exclamaciones amenazadoras, imprecaciones de ¡Maledizione!, terribles insultos: ¡Cobardo! ¡Infame traditore!

Sanin cierra los ojos y mueve la cabeza para intentar otra vez eximirse de sus recuerdos, pero en vano: se vuelve a ver sentado en la estrecha banqueta delantera de una magnífica silla de postas, mientras que María Nicolavna e Hipólito Sidorovitch se arrellanan en los blandos almohadones de la testera... y cuatro caballos trotando con paso igual por el empedrado de Wiesbaden, los conducen a París. ¡París! Hipólito Sidorovitch se come una pera que Sanin había, mondado; y María Nicolavna, al mirar a ese hombre convertido en una cosa de ella, sonríese con esa sonrisa que ya conoce él, sonrisa de amo y señor...

Pero, ¡santo Dios! ¡Qué ve allá lejos, en la esquina de una calle, un poco antes de salir de la ciudad? ¿.No es Pantaleone? Alguien le acompaña; ¿será Emilio? Sí, él es: su amiguito devoto y entusiasta. Pocos días ha, ese corazón juvenil le veneraba como un héroe, como un ideal; y ahora el desprecio y el odio encienden ese noble rostro, pálido y bello, tan bello que María Nicolavna se ha fijado en él y se asoma por la ventanilla de la portezuela. Sus ojos, tan parecidos a los de ella, a los ojos de su hermana, están fijos en Sanin, y sus labios comprimidos se separan de pronto para proferir una injuria...

Y Pantaleone extiende el brazo y señala a Sanin, ¿a quién?, a Tartagliaque está detrás de él. Y Tartagliaaúlla contra Sanin; y hasta el ladrido del honrado perro de aguas resuena en sus oídos como un intolerable insulto... ¡Horrible pesadilla!

Luego, la vida en París, y todos los rebajamientos, todos los oprobiosos suplicios del esclavo a quien ni siquiera se le permite estar celoso ni quejarse, ¡y al que, por fin, se arroja como un vestido viejo...!

Después, el regreso a la patria, una existencia envenenada y vacía, mezquinos cuidados y agitaciones, un arrepentimiento amargo y estéril, un olvido no menos estéril ni menos amargo; un castigo vago, pero incesante y eterno, análogo a un sufrimiento poco agudo, pero incurable, a una deuda que se paga ochavo a ochavo sin poder finiquitarla nunca.

El cáliz estaba lleno hasta los bordes... ¡Basta!

¿Por qué casualidad había permanecido en poder de Sanin la crucecita que le dieron? ¿Por qué no la había devuelto? ¡Cómo hasta este día no la había visto nunca? Largo tiempo estuvo absorto en sus pensamientos; y aunque instruido por la apariencia de tantos años pasados desde entonces acá, no pudo llegar a comprender cómo había abandonado a Gemma, querida tan tierna y apasionadamente, por una mujer a quien no amaba ni mucho ni poco, sino nada...

Al siguiente día produjo grande asombro en sus amigos y conocidos al anunciarles que salía para el extranjero. Este asombro se difundió pronto por toda la buena sociedad. Sanin abandonaba Peters burgo en el riñón del invierno, en el momento en que acababa de alquilar y amuebla r unas magníficas habitaciones; y, lo que es más, renunciaba a su abono en la Opera Italiana, a las representaciones de la señora Patti, de la Patti en persona, ¡ese ideal, esa última palabra de la tabaquera de música! Sus amigos y conocidos no comprendían nada de aquello. Pero los hombres no tienen costumbre de ocuparse mucho de asuntos ajenos; y cuando Sanin partió para el extranjero, la única persona que le acompañó a la estación del ferrocarril fue su sastre francés, con la esperanza de hacer ajustar una cuentecita “por un abrigo de viaje, de terciopelo negro, elegantísimo”.

XLIII

Al decir Sanin a sus amigos que salía para el extranjero, no indicó el punto de destino... No costará trabajo a los lectores adivinar que se fue en derechura a Francfort. Gracias a los ferrocarriles que surcan toda Europa, llegó a los tres días de haber partido. Era su primera visita a Francfort desde 1840. La fonda del Cisne Blancono había cambiado de sitio y continuaba floreciente, aunque no estuviera ya en primera fila; la Zeile, aquella gran arteria de Francfort, había sufrido pocos cambios; pero ya no quedaban vestigios de la casa de Roselli, ni aun de la calle donde estuvo la confitería. Sanin anduvo errante como un loco por aquellos lugares con los cuales tan familiarizado estuvo antaño, sin conseguir orientarse: las antiguas construcciones habían desaparecido; nuevas calles las reemplazaban, formando filas interminables de grandes casas y elegantes palacios; y en el mismo jardín público donde había tenido su entrevista decisiva con Gemma, habían crecido tanto los árboles y se había transformado todo hasta tal punto, que Sanin se preguntaba si aquel jardín era, en efecto, el mismo.

¿Qué hacer? ¿Qué marcha seguir en sus indagaciones? Habían transcurrido desde entonces treinta años... ¡Cuántas dificultades! Ni uno solo de aquellos a quienes se dirigió había oído ni siquiera pronunciar el nombre de Roselli. El dueño de la fonda le aconsejó que fuese a informarse a la Biblioteca Pública.

—Allí encontrará usted le dijo— todos los periódicos antiguos.

Pero le costó sumo trabajo que le explicase de qué podrían servirle esos periódicos antiguos.

A la desesperada, preguntó Sanin por HerrKlüber. Nuevo desengaño, por más que el dueño de la fonda conocía mucho este apellido. El elegante hortera había tenido al principio mucho lujo y se había elevado a la alcurnia de capitalista; después, habiendo hecho malos negocios, concluyó por declararse en quiebra y murió en la cárcel... Por supuesto, esa noticia no causó ninguna pena a Sanin.

Comenzaba a convencerse de que había emprendido muy de ligero el viaje, cuando un día, recorriendo el “Almanaque de las señas”, topó con el apellido de vonDónhof, comandante retirado (Major a. D.). En seguida tomó un coche para dirigirse a la casa indicada. Nada le probaba que ese Dónhof hubiera de ser por necesidad aquel a quien había conocido; y por otra parte, aun suponiendo que fuese el mismo, ¿cómo podría darle noticias de la familia Roselli? No importa: un hombre que se ahoga, se agarra al menor tallo de hierba.

Sanin encontró en su casa al comandante vonDónhof, y reconoció a su antiguo adversario en el hombre de los cabellos grises que le recibió. También éste le reconoció y hasta se puso contentísimo de volver a verle, pues le recordaba su juventud y sus calaveradas de antaño. Hizo saber a Sanin que hacía mucho tiempo que la familia Roselli había emigrado a América y establecióse en Nueva York; que Gemma se había casado con un negociante; que Dónhof tenía un amigo, también del comercio, y que probablemente sabría las señas del marido de Gemma, porque tenía muchos negocios con América. Sanin suplicó a Dónhof que fuese a ver a ese caballero, y ¡oh dicha! Dónhof le trajo las señas: “M. J. Slocum, Nueva York, Brodway, número 501 “. Sólo que esas señas eran del año 1863.

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