-->

El Idiota

На нашем литературном портале можно бесплатно читать книгу El Idiota, Достоевский Федор Михайлович-- . Жанр: Русская классическая проза. Онлайн библиотека дает возможность прочитать весь текст и даже без регистрации и СМС подтверждения на нашем литературном портале bazaknig.info.
El Idiota
Название: El Idiota
Дата добавления: 15 январь 2020
Количество просмотров: 248
Читать онлайн

El Idiota читать книгу онлайн

El Idiota - читать бесплатно онлайн , автор Достоевский Федор Михайлович

El idiota es una de las cumbres de la narrativa universal. La novela, cuyo desarrollo gira en torno a la idea de la representaci?n de un arquetipo de la perfecci?n moral, tiene como protagonista al pr?ncipe Myshkin, personaje de talla comparable al Raskolnikov de Crimen y castigo o el Stavrogin de Los demonios y que, significativamente, da t?tulo a la obra.

Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала

Перейти на страницу:

—No le he dado jamás palabra alguna ni le he considerado en mi vida como futuro marido. Me es tan indiferente como cualquier otro.

Lisaveta Prokofievna no pudo contenerse y exclamó con tristeza:

—No esperaba eso de ti. Bien sé que es un partido imposible, y agradezco a Dios que estemos de acuerdo en ello; pero tu lenguaje no es el que yo esperaba. Presumía otra cosa de ti, Aglaya. Ayer yo habría puesto en la puerta con gusto a todos nuestros visitantes, menos a él. ¡Figúrate lo que será ese hombre a mis ojos!

Se interrumpió, temiendo haber hablado a exceso. Pero, ¡si hubiese sabido lo injusta que en aquel instante era con su hija! En el ánimo de Aglaya todo estaba decidido ya: también ella esperaba su hora, la hora de la solución decisiva, y la menor palabra imprudente, la más mínima alusión a aquello, le hería profundamente el corazón.

VIII

Aquella mañana comenzó también para Michkin bajo la influencia de sentimientos penosos, que se podían atribuir, desde luego, a su estado de enfermedad. Pero, ello aparte, sentía una vaga tristeza que le inquietaba más que ninguna otra cosa.

No le faltaban, ciertamente, motivos de disgusto en el terreno de los hechos positivos; pero todas las circunstancias dolorosas que su memoria podía recordar, no alcanzaban a explicar lo infinito de su melancolía. Su ataque de la víspera había sido leve, y no le quedaban de él otras reliquias que una hipocondría acentuada. Alguna pesadez en la cabeza y cierto dolor en los músculos. Poco a poco arraigó en él la convicción de que aquel mismo día iba a producirse un algo indefinible que sería decisivo en su existencia. Observaba la imposibilidad de recuperar su calma por sí solo. Pero, aparte la congoja de su alma, su cerebro trabajaba con lucidez. Levantóse tarde y evocó en seguida la noche anterior. Sus recuerdos eran claros, aunque incompletos; pero no había olvidado que sobre media hora después del ataque le condujeron a su casa. Supo que los Epanchin habían enviado ya a preguntar por él. A las once y media llegó un nuevo emisario y Michkin se sintió contento de aquel interés. Una de las primeras visitas que recibió fue la de Vera Lebedievna, que acudía a ofrecerle sus servicios. Cuando le vio, la joven rompió a llorar. El príncipe se esforzó en consolarla y de improviso, afectado por la pena de la joven, tomó su mano y se la besó. Vera se puso muy encendida.

—¿Qué hace usted, qué hace? —exclamó, asustada, retirando vivamente la mano.

Y se alejó a toda prisa, con extraña turbación. En el curso de su breve visita, Vera había tenido tiempo de contar al príncipe que Lebediev, a primera hora de la mañana, había corrido a casa del «difunto», como llamaba al general, para informarse de si había fallecido durante la noche. La joven añadió que los médicos suponían a Ivolguin poco tiempo de vida. Poco antes del mediodía, Lebediev regresó a su casa y entró en las habitaciones de Michkin, «pero sólo un momento, para informarse de su preciosa salud», etc. Quería también dirigir una ojeada a su «armario». El príncipe se apresuró a permitirle marchar, pero, aun así, Lebediev, antes de irse, le interrogó acerca del ataque de la víspera, aunque debía conocer el asunto detalladamente. Luego llegó Kolia, también por un instante, y en su caso con razón. Estaba muy inquieto y sombrío. Sus primeras palabras fueron para conjurar a Michkin a que le revelase cuanto le ocultaba. Además, añadió, lo había sabido casi todo el día antes.

Michkin relató la historia con la mayor exactitud posible, aunque intercalando en su relato la expresión de su profunda simpatía. Kolia, herido como un rayo, no pudo contener silenciosas lágrimas. El pobre mozo acababa de experimentar una de esas impresiones que no se olvidan jamás y señalan una época en la vida. Michkin, comprendiéndolo, se esforzó en hacer resaltar ante su joven amigo la forma en que él enjuiciaba el episodio.

—Según creo —manifestó—, el ataque que ha puesto en peligro la vida del general procede sobre todo del terror que le ha causado su falta, lo cual acredita en verdad un alma poco vulgar.

Los ojos de Kolia relampaguearon.

—Gania, Varia y Ptitzin son unos malvados. No pienso reñir con ellos, pero desde ahora ellos y yo seguiremos caminos diferentes. ¡Qué sensaciones he experimentado desde ayer, príncipe! ¡Qué lección para mí! Ahora me hago cargo de que estoy obligado a mantener a mi madre. Es verdad que Varia le da casa y comida, pero...

Acordóse de que le esperaban, se levantó, pidió apresuradamente a Michkin informes sobre su salud, y cuando los hubo conocido dijo bruscamente:

—¿No hay más? He oído decir que ayer... Pero no tengo el derecho de... De todos modos, si necesita usted en cualquier caso un servidor leal, aquí lo tiene. Ninguno de los dos somos felices, príncipe... ¿verdad que no? No le pregunto, dispense... No quiero preguntarle...

Cuando Kolia se fue, Michkin se absorbió por completo en sus reflexiones. En torno suyo sólo advertía anuncios de desgracia: todos extraían conclusiones, todos parecían saber alguna cosa que él ignoraba. Lebediev inquiría, Kolia osaba alusiones directas, Vera lloraba... Al cabo agitó el brazo, con enojo, como para repeler aquellas ideas. «¡Al demonio estas malditas sensibilidad y desconfianza!», Y su semblante se iluminó cuando, pasada una hora, vio entrar a las Epanchinas. Venían, según dijeron, «por un minuto», y en efecto permanecieron allí muy poco tiempo.

Después de comer, la generala se había levantado declarando que iban a salir a dar un paseo. Aquella proposición, formulada tan seca, decisiva y perentoriamente, equivalía a una orden. Así, pues, salieron todos, es decir, la madre, las hijas y el príncipe Ch. Lisaveta Prokofievna inició la marcha en dirección opuesta a la usual. Sus hijas comprendieron de qué se trataba, pero se abstuvieron de comentarlo, por no irritar a su madre. Ésta, como para substraerse a reproches u objeciones, caminaba delante de todos sin volver la cabeza. Al fin Adelaida se permitió un comentario:

—Éste no es un paso de paseo. Maman va demasiado de prisa; es imposible seguirla.

—Ahora pasamos delante de su casa —dijo Lisaveta Prokofievna, volviéndose con vivo movimiento—. Piense lo que piense Aglaya, pase lo que pase después, el príncipe no es un extraño para nosotros. Además, ahora está enfermo y se siente desgraciado. Voy a pasar un momento a visitarle. Quien quiera, que venga. Los demás pueden seguir su camino.

Como era de esperar, todos la siguieron. Michkin se deshizo en excusas por lo del jarrón y por la escena en general.

—No tiene importancia —dijo la Epanchina—. No lo siento por el jarrón; lo siento por ti. Tú mismo reconoces que has dado un escándalo. Por algo se dice que «la mañana es más razonable que la noche». Pero no importa: todos se hacen cargo de que no se puede ser exigente contigo. Ea, hasta la vista... Pasea un rato, si te sientes con fuerzas y acuéstate pronto: es el mejor consejo que puedo darte. Y si el corazón te lo dicta, vuelve a casa como antes. Quiero que sepas, de una vez para siempre, que, pase lo que pase, tú serás siempre el amigo de nuestra familia, o al menos mío. De mí, respondo.

Перейти на страницу:
Комментариев (0)
название