Narrativa Breve

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Narrativa Breve
Название: Narrativa Breve
Автор: Tolstoi Leon
Дата добавления: 16 январь 2020
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Narrativa Breve - читать бесплатно онлайн , автор Tolstoi Leon

Si atendemos a su origen, resulta indudable que Tolstoi se margin? de un posible destino prefigurado: de familia noble y rica proveniente de Alemania, y con enormes posesiones, seguramente Tolstoi hubiera sido un conde m?s, con haza?as militares que narrar, pero sin dejar nada importante para la Humanidad. Pero su fuerte vocaci?n de escritor, unida a un misticismo religioso que con los a?os se ahond?, produjeron un literato considerado como la cumbre de la narrativa rusa, junto con Dostoievski.

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—¿Saben que en Rusia se está muy bien? –prosiguió como si sus frases se sucedieran naturalmente una a otra—. Cuando estuve en el año 52 en Tambor, me recibían en todas partes como si fuese ayudante de campo del emperador. No me creerán ustedes; una vez asistí a un baile que daba el gobernador… Me acogió inmejorablemente. La esposa del gobernador en persona conversó conmigo preguntándome por el Cáucaso, y todos…, yo no sabía… Todos miraban mi sable dorado, como si se tratase de una curiosidad. Me preguntaban por qué me habían concedido el sable, por qué la cruz de Ana, por qué la de Vladimiro, y yo lo explicaba todo… ¿Qué? Eso es lo bueno que tiene el Cáucaso, Nikolai Fiodorovich –añadió sin esperar respuesta—. En Rusia admiran mucho a los compañeros del Cáucaso. Un joven oficial del Estado Mayor, condecorado con las cruces de Ana y Vladimiro, está muy bien visto en Rusia… ¿No cree?

—Supongo que se habrá usted dado todo, Abrahán Ilich –observó Boljov.

—¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! — rió el aludido, con su estúpida risa—. Es preciso hacerlo ¿sabe? Además, ¡qué bien comí durante aquellos dos meses!

—¡Qué nos dice! Probablemente han tomado limonada. Si yo fuese allí, le demostraría cómo beben los caucasianos. No se desacreditaría nuestra fama. Ya les demostraría yo cómo bebemos… ¿Eh, Boljov? –agregó.

—Pero tú, amigo, llevas ya diez años en el Cáucaso –objetó Boljov—. ¿No recuerdas lo que dijo Ermolov? En cambio, Abrahán Ilich no lleva más que seis…

—¡Cómo diez! Pronto hará dieciséis.

—Oye, Boljov, ordena que nos traigan de beber. ¡Qué humedad! ¡Brrr! — añadió sonriendo—.

¿Quiere que bebamos, mayor?

Pero el mayor estaba descontento ya desde la primera vez que se dirigiera a él el viejo capitán, se encogió en aquel momento y buscó refugio en su propia grandeza. Tarareó una canción, consultando de nuevo el reloj.

—Pues yo no iré nunca allí –continuó Trosenko, sin hacer caso del comandante—. Hasta me he desacostumbrado de andar y de hablar al estilo ruso. Allí preguntarían. “¿Quién es ése?

¡Bueno, ya se sabe, viene de Asia!» Así, pues, Nikolai Fiodorovich, ¿qué puede representar para mí Rusia? De todas formas, llegará un día en que aquí me peguen un tiro. Y cuando pregunten: “¿Dónde está Trosenko?» Contestarán: «Le han pegado un tiro». ¿Qué hará usted entonces con la octava compañía? –añadió dirigiéndose siempre al mayor.

—¡Que se vaya el de guardia al batallón! –gritó Kirsanov, sin contestar al capitán aunque ya estaba nuevamente convencido de que no necesitaba dar ninguna orden—. Supongo, joven, que estará usted contento de recibir un salario doble –añadió, dirigiéndose al ayudante del batallón, después de unos veinte minutos de silencio.

—¡Cómo no! Estoy muy contento.

—Considero que nuestros sueldos son elevados en la actualidad, Nikolai Fiodorovich – continuó—. Un joven puede vivir muy bien de su sueldo y hasta permitirse algún pequeño lujo.

—Verdaderamente, Abrahán Ilich, no lo creo así –objetó con timidez el ayudante—. Aunque la paga sea doble, no… Es preciso que tengamos un caballo…

—¿Qué me dice usted, joven? Yo también he sido alférez, de manera que lo sé. Créame que con esas pagas se puede vivir ordenadamente. Verá usted, hagamos la cuenta –añadió, doblando el dedo meñique de la mano izquierda.

—Todos pedimos la paga por adelantado, ya tiene usted la cuenta hecha –intervino Trosenko, apurando una copa de vodka.

—Bueno… ¿y con eso, qué quiere usted…? ¿Qué?

En aquel momento, por la puerta de la caseta, asomó una cabeza blanca de nariz achaparrada y una voz bronca pronunció en alemán:

—¿Está usted ahí, Abrahán Ilich? El oficial de servicio pregunta por usted.

—¡Adelante, Kraft!

Un hombre alto con guerrera de Estado Mayor penetró por la puerta y estrechó la mano a todos los concurrentes con extraordinaria efusión.

—¡Ah querido capitán! ¿También usted se encuentra aquí? –exclamó, dirigiéndose a Trosenko.

—A pesar de la oscuridad, el nuevo huésped se deslizó hacia el capitán y, al parecer, con gran extrañeza y descontento de éste, lo besó en los labios.

«Es un alemán que pretende ser un buen compañero, pensé.

XII

Mi suposición se confirmó en el acto. El capitán Kraft pidió vodka a la que llamaba gorilka y echó la cabeza hacia atrás y carraspeó al tomársela.

—¿Qué, señores? Hemos corrido por los valles del Chechna… — empezó diciendo; pero, al ver al oficial de servicio, calló para dejar al comandante que diera la orden.

—¿Ha recorrido usted la línea?

—Sí, mi comandante.

—¿Se ha dado la consigna?

—Sí.

—Entonces, transmita a los jefes de las compañías la orden de que procedan con la mayor cautela.

—A sus órdenes, mayor.

Kirsanov entornó los ojos y se sumió en profundas reflexiones.

—Dígale a los soldados que pueden preparar la kasha.

—Ya lo están haciendo.

—Bueno, puede retirarse.

—Estábamos calculando lo que necesita un oficial –prosiguió Kirsanov, dirigiéndose a nosotros con sonrisa condescendiente—. Vamos a ver.

—Necesita guerrera y pantalón… ¿No es eso?

—Sí.

—Pongamos cincuenta rublos para dos años, es decir, veinticinco rublos al año para el uniforme; para comer hay que calcular ciento veinte, ¿verdad?

—Sí, y hasta es demasiado.

—Bueno, pero calculo eso. Los gastos del caballo, es decir, la silla y sus reparaciones, treinta rublos. Y eso es todo. Son veinticinco, ciento veinte y treinta; en total, ciento setenta y cinco rublos. Así, quedan para lujos, té, azúcar y tabaco, unos veinte rublos. ¿Lo ve usted?…

¿No es eso, Nikolai Fiodorovich?

—No; permítame, Abrahán Ilich –objetó con timidez el ayudante—. No queda nada para té ni para azúcar. Usted calcula unos pantalones para dos años, pero estando en campaña no se gana para pantalones. ¿Y las botas? Destrozo un par casi todos los meses y, además, se necesita ropa: camisas, toallas; todo eso hay que comprarlo. Si uno echa la cuenta ve que no le queda ningún dinero. Palabra, que esto es cierto, Abrahán Ilich.

—Pues yo le diré –observó Trosenko—, que, de cualquier modo que se echen las cuentas, siempre resulta que el militar no tiene ni para comer; pero, en realidad, todos vivimos, tomamos té, fumamos y bebemos vodka. Cuando lleve tanto tiempo de servicio como yo – prosiguió, dirigiéndose al alférez—, aprenderá a vivir. ¿Saben ustedes, señores, cómo trata a sus asistentes? –y Trosenko, muerto de risa, nos relató la historia del alférez y su asistente, a pesar de que la habíamos oído miles de veces—. ¿Por qué te has puesto como una amapola? dijo al alférez, que había enrojecido, sudaba y sonreía con una cara que daba pena verlo—. No te preocupes, amigo, también yo he sido como tú, y ahora soy un valiente. ¡Qué viniera al Cáucaso alguno de esos muchachos de Rusia, ya hemos tenido ocasión de verlos; no tardarán en padecer de reumatismo y espasmos; en cambio, yo me he establecido aquí y me encuentro como en casa, como en mi propia cama! Ya ven… — al decir estas palabras apuró otra copa de vodka—. ¿Eh? –añadió mirando fijamente a los ojos de Kraft.

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