-->

El Idiota

На нашем литературном портале можно бесплатно читать книгу El Idiota, Достоевский Федор Михайлович-- . Жанр: Русская классическая проза. Онлайн библиотека дает возможность прочитать весь текст и даже без регистрации и СМС подтверждения на нашем литературном портале bazaknig.info.
El Idiota
Название: El Idiota
Дата добавления: 15 январь 2020
Количество просмотров: 249
Читать онлайн

El Idiota читать книгу онлайн

El Idiota - читать бесплатно онлайн , автор Достоевский Федор Михайлович

El idiota es una de las cumbres de la narrativa universal. La novela, cuyo desarrollo gira en torno a la idea de la representaci?n de un arquetipo de la perfecci?n moral, tiene como protagonista al pr?ncipe Myshkin, personaje de talla comparable al Raskolnikov de Crimen y castigo o el Stavrogin de Los demonios y que, significativamente, da t?tulo a la obra.

Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала

Перейти на страницу:

—¡Y locamente! —añadió Alejandra—. ¿Pero de quién?

—¡Dios la bendiga, puesto que tal es su destino! —murmuró la generala, santiguándose piadosamente.

—Su destino, su destino... —concordó el general—. Nadie escapa a su destino.

Y entonces se dirigieron al salón, donde les aguardaba una nueva sorpresa. Aglaya se acercaba a Michkin, no riendo, sino con cierta timidez.

—Perdone a una niña mimada, a una muchacha mala y torpe... —empezó, tomándole la mano—. Y tenga la seguridad de que le estimo infinitamente. Me he permitido poner en ridículo su noble y bondadosa ingenuidad, es cierto; pero le ruego que no lo considere más que como una chiquillada. Perdóneme el haber insistido sobre una bobada que no puede tener, en modo alguno, la menor consecuencia —concluyó con acento significativo.

Padre, madre y hermanas llegaron al salón a tiempo de ver y oír todo aquello: «una bobada que no puede tener la menor consecuencia». Todos notaron la seriedad con que Aglaya pronunciaba semejante frase. Los presentes se miraron unos a otros, como preguntándose el significado de aquella expresión. En cambio, Michkin parecía estar en la gloria, cual si no comprendiese lo que la joven le daba a entender.

—¿Por qué dice eso? —balbució—. ¿Por qué me pide... perdón?

Quería decir que no merecía la pena de pedírselo. No juraríamos que no hubiese advertido también la intención de las frases de Aglaya, pero acaso aquel hombre extraño se regocijase incluso de lo que habría debido desolarle. Fuese como fuera, no cabía duda de que se sentía feliz por el mero hecho de ver de nuevo a Aglaya, poder hablarle, sentarse a su lado, pasear con ella. Tal vez se contentara toda su vida con tal cosa. Una pasión tan poco exigente quizá contribuyese a inquietar a la generala más aún. Había adivinado en Michkin un enamorado platónico. Lisaveta Prokofievna pensaba muchas cosas temibles que se reservaba para sí.

Inmensas fueron la animación y jovialidad del príncipe durante aquella velada. Según dijeron más tarde las hermanas de Aglaya, la alegría del joven era contagiosa. Habló mucho, lo que no le había ocurrido jamás desde su primera visita a los Epanchin seis meses antes, el día de su llegada a la capital. Desde su regreso a San Petersburgo, Michkin había observado como regla el guardar silencio y últimamente incluso había declarado públicamente al príncipe Ch. que prefería callar por no poner en ridículo ideas que no sabía expresar debidamente. Pero esta vez fue casi el único que habló durante toda la velada. Contó muchas cosas y respondió clara y minuciosamente a cuantas preguntas se le hicieron. Sus palabras no tenían un carácter galante, sino que eran serias y aun elevadas. Expuso ciertas opiniones personales, ciertas observaciones propias, y todo ello habría resultado ridículo de no estar «tan bien expuesto», según opinó después el auditorio. El general gustaba de las conversaciones serias, pero él y su esposa encontraban en su fuero interno que el príncipe parecía demasiado sabiondo, por lo cual, al fin, acabaron sintiéndose taciturnos. Mas, antes de despedirse, el príncipe narró algunas anécdotas muy cómicas, riendo tan alegremente que los demás le hicieron coro, no tanto por lo contado en sí, como por la jovialidad del narrador. Aglaya apenas pronunció palabra en toda la noche. Escuchaba con atención las palabras de Michkin, o más bien que escucharle, observaba.

—No le ha quitado ojo en todo el tiempo —dijo después la generala a su marido—. Parecía estar pendiente de su boca. ¡Y pensar que si se le dice que le ama se enfurece!

—¿Qué le vamos a hacer? ¡Es el destino! —repuso el general, encogiéndose de hombros.

Y repitió varias veces aquella palabra, dilecta suya. Añadamos que, como hombre práctico, el general encontraba mucho que censurar en el presente estado de cosas, y lo que más le contrariaba en él era su vaguedad. Pero de momento había decidido callarse y observar... a su esposa.

A aquella bonanza sucedieron nuevos huracanes. Al día siguiente Aglaya volvió a reñir con el príncipe, y lo mismo aconteció las tardes sucesivas. El pobre enamorado pasaba horas enteras sirviendo de blanco a las burlas de su amada. Cierto que a veces los dos jóvenes pasaban una hora en el jardín a solas al lado de un seto, pero podía observarse que en tales ocasiones él se ocupaba en leer a Aglaya el periódico o algún libro.

—¿Sabe —interrumpió ella un día, mientras él leía el periódico— que me parece usted muy ignorante? Si se le pregunta en qué año ocurrió tal o cual suceso, qué hizo tal personaje o de qué libro ha sido tomado cuál concepto, suele quedar con la boca abierta o poco menos. Es deplorable.

—Ya le he dicho —repuso Michkin— que carezco de instrucción.

—Y entonces, ¿de qué no carece? Siendo así, ¿cómo puedo estimarle? Continúe... Aunque no; es inútil. Deje de leer.

La tarde de aquel mismo día se produjo un incidente que pareció notable a las Epanchinas. El príncipe Ch. volvió de San Petersburgo y Aglaya, muy amablemente, preguntó por Eugenio Pavlovich. Michkin no había llegado aún. Entonces el príncipe Ch. insinuó algo respecto a un «próximo nuevo acontecimiento en la familia», aludiendo a una frase que la generala pronunciara por inadvertencia, diciendo que convendría aplazar el casamiento de Adelaida para celebrar «las dos bodas juntas». Aglaya no pudo contenerse al oír aquellas «absurdas suposiciones» y, en su ira, dijo, entre otras cosas, que no tenía intención, por el momento, de «substituir a la amante de nadie».

Aquello anonadó a todos, y en especial a sus padres. Lisaveta Prokofievna mantuvo una conversación a solas con su marido y le instó a que exigiese de Michkin una explicación categórica acerca de su situación con Nastasia Filipovna.

Ivan Fedorovich declaró que aquello había sido un mero «arranque» hijo de la «delicadeza» de Aglaya, y que si el príncipe Ch. no la hubiese excitado con sus alusiones matrimoniales, ella no habría tenido semejante salida, ya que la joven sabía muy bien que ello era una calumnia de gentes aviesas y nada más, que Nastasia Filipovna iba a casarse con Rogochin, que el príncipe no sólo no tenía con ella las relaciones de que le acusaban, sino que, por ende, no las había mantenido jamás.

Michkin continuaba disfrutando de una dicha exenta de toda inquietud.

A veces sorprendía, sin duda, en los ojos de Aglaya una expresión impaciente y sombría, pero él, atribuyéndola a otros motivos, no le daba importancia. Cuando se convencía de algo era inquebrantable en su convicción. Acaso hiciera mal en vivir tan despreocupado. Así, al menos, opinaba Hipólito, quien, hallándose un día por casualidad en el parque, le interpeló:

—¿Qué? ¿No tenía yo razón para decirle que estaba enamorado?

Michkin, tendiéndole la mano, le felicitó por su «buen aspecto».

En efecto, el enfermo, como sucede a menudo a los tuberculosos, había mejorado en apariencia.

Hipólito había abordado a Michkin proponiéndose embromarle un poco acerca de su cara de felicidad, pero, cambiando de idea repentinamente, comenzó a hablar de sí mismo, extendiéndose en recriminaciones difusas y bastante incoherentes.

Перейти на страницу:
Комментариев (0)
название