-->

El Idiota

На нашем литературном портале можно бесплатно читать книгу El Idiota, Достоевский Федор Михайлович-- . Жанр: Русская классическая проза. Онлайн библиотека дает возможность прочитать весь текст и даже без регистрации и СМС подтверждения на нашем литературном портале bazaknig.info.
El Idiota
Название: El Idiota
Дата добавления: 15 январь 2020
Количество просмотров: 249
Читать онлайн

El Idiota читать книгу онлайн

El Idiota - читать бесплатно онлайн , автор Достоевский Федор Михайлович

El idiota es una de las cumbres de la narrativa universal. La novela, cuyo desarrollo gira en torno a la idea de la representaci?n de un arquetipo de la perfecci?n moral, tiene como protagonista al pr?ncipe Myshkin, personaje de talla comparable al Raskolnikov de Crimen y castigo o el Stavrogin de Los demonios y que, significativamente, da t?tulo a la obra.

Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала

Перейти на страницу:

Kolia, que no sabía nada de las causas de aquello, creyó necesario evidenciar cierta severidad.

—¿Y qué? ¿Adónde vamos ahora? ¿Qué le parece, padre? No quiere usted ir a casa del príncipe; ha reñido usted con Lebediev; no tiene usted dinero, y nos hallamos en plena calle. ¡Estamos lucidos!

—Más vale estar lucidos que estar bebidos —rezongó el general—. Con ese retruécano, yo... obtuve un... éxito enorme... en un círculo de oficiales, el año... cuarenta y cuatro..., mil... ochocientos cuarenta y cuatro... No me hagas recordarlo... «¿Do está mi juventud? ¿Do está mi lozanía?» ¿De quién es eso, Kolia?

—De Gogol, en «las almas muertas» —repuso Kolia, mirando a hurtadillas a su padre, con viva inquietud.

—¡Las almas muertas! Sí, muertas... Cuando me entierres, escribe sobre mi tumba: «Aquí yace un alma muerta». ¿Te acuerdas? «El oprobio me persigue...» ¿De quién es eso?

—No lo sé, papá.

El general se detuvo por un instante.

—¡Que no ha existido Eropiegov! ¡Erochka Eropiegov! —exclamó con arrebato—. ¡Y es mi propio hijo quien...! Eropiegov, un verdadero hermano para mí durante once meses, un amigo por quien me he batido en duelo... El príncipe Vigorietzky, nuestro capitán, le preguntó una vez, estando bebiendo: «¿Dónde has ganado tu cruz de Santa Ana, Gricha? ¡Contesta!» «En los campos de batalla de mi patria; ahí la he ganado». Yo exclamé «¡Bravo, Gricha!» Hubo un duelo, claro... Después se casó con María Petrovna Su... Sutuguin, y murió en el campo de batalla. Una bala rebotó en la cruz que yo llevaba en el pecho y fue a herirle en plena frente. «Nunca te olvidaré», exclamó y cayó para morir... He servido con honor, Kolia, he servido con nobleza. Pero el oprobio... «El oprobio me persigue». Nina y tú iréis a visitar mi tumba... «¡Pobre Nina!» Yo la llamaba así, Kolia, en los primeros tiempos de nuestro matrimonio, y a ella le gustaba oírlo... ¡Nina, Nina! ¡Qué desgraciada te he hecho! ¿Cómo has tenido paciencia para soportarme? Tu madre es un ángel, Kolia, un ángel... ¿Lo oyes?

—Ya lo sé, querido papá. Ande; volvamos a casa, con mamá. Antes ella ha salido corriendo detrás de nosotros. ¿Por qué no me hace caso? ¡Ni que no me entendiera! Pero ¿está usted llorando?

Kolia, hablando así, lloraba también y besaba las manos de su padre.

—¿Me besas las manos? ¡A mí!

—Sí, a usted... ¿Qué hay de extraño en ello? Dígame: ¿cómo usted, un general, un militar, no se avergüenza de llorar en plena calle? Ande, venga.

—Dios te bendiga, hijo mío, por el respeto que guardas a un infame, a un viejo deshonrado, a tu padre... ¡Así tengas un hijo que se parezca a ti...! Le roi de Rome... ¡Oh! ¡Maldición sobre esta casa!

—Pero ¿qué pasa? —exclamó Kolia, impaciente—. ¿Qué ha sucedido? ¿Por qué no quiere usted venir a casa? ¿Se ha vuelto loco?

—Voy a explicarme... lo sabrás todo. Te lo diré todo... Pero no grites: podrían oírnos... Le roi de Rome... ¡Oh, qué triste me siento! «Niania, ¿dónde está tu tumba?» ¿Quién escribió eso, Kolia?

—No lo sé, no lo sé... Volvamos a casa en seguida, en seguida... Si es preciso yo mismo romperé los huesos a Gania... Pero ¿adónde va usted?

El general, sin atenderle, le arrastraba hacia la escalera de una casa próxima.

—¿Dónde va? ¡Si no vivimos aquí!

—Inclínate un poco, inclínate —balbució el general—. Acerca la cabeza; te lo diré al oído.

—Pero ¿qué tiene usted? —exclamó Kolia, inquieto, obedeciéndole.

—Le roí de —balbució el general, temblando de pies a cabeza.

—¿Qué? ¿A qué viene tanto hablar de le roi de Rome? ¿Qué hay?

—Yo —murmuró el general, asiéndose con fuerza al hombro de su hijo—, yo... te lo diré todo... María... María Petrovna. Su... su... su...

Kolia se desasió, asió los hombros de su padre y le miró loco de terror. El general tenía el rostro color de púrpura, sus labios se amorataban, ligeras convulsiones contraían su rostro. De pronto se inclinó y comenzó a abandonarse lentamente en los brazos de Kolia.

El joven comprendió lo que pasaba y gritó con voz que retumbó en toda la calle:

—¡Un ataque de apoplejía!

V

Bárbara Ardalionovna había exagerado un tanto, en su conversación con su hermano, la certeza de los informes concernientes al compromiso de Michkin con Aglaya. Acaso, como mujer previsora, adivinase lo que iba a suceder en un futuro inmediato; acaso, desolada al ver disiparse un sueño largamente acariciado, y en el que por otra parte, nunca había creído, se sintiese inclinada, por un impulso muy humano, a exagerar el disgusto de un hermano a quien, sin embargo, quería sinceramente. En todo caso no había podido obtener de su visita a las Epanchinas sino alusiones, medias palabras y silencios enigmáticos. Tal vez las hermanas de Aglaya hubiesen procurado también insinuar ciertas cosas para hacer hablar a su amiga de la infancia, o para atormentarla un poco, ya que era difícil que no hubiesen acabado por entrever lo que ella se proponía con sus visitas. En cuanto a Michkin, al asegurar a Lebediev que no tenía nada que decirle y que ningún cambio se había producido en su vida, no faltaba, desde luego, a la verdad; pero tal vez se equivocase en cierta medida. En realidad había sucedió una cosa bastante extraña para todos: sin que hubiese pasado nada de nuevo, la situación se había modificado mucho. Bárbara Ardalionovna, gracias a su instinto femenino, había descubierto la verdad.

Difícil sería explicar cómo los miembros de la familia Epanchin adquirieron súbitamente la convicción de que había sobrevivido un acontecimiento fundamental que iba a decidir la suerte de Aglaya. Pero cuando la idea imbuyó sus espíritus, todos pretendieron haberla previsto, haberla notado muchos días antes. Sí, la cosa era notoria hacía mucho tiempo, desde lo del «hidalgo pobre» y aún mucho antes. Sólo que no querían creer cosa tan absurda. Así hablaban Alejandra y Adelaida. En cuanto a Lisaveta Prokofievna, lo había adivinado todo también antes que los demás, y por ello tenía «el corazón dolorido». Fuese falsa o verdadera tal aserción respecto al pasado, actualmente el pensar en Michkin le resultaba insoportable y le hacía perder la cabeza. El asunto sugería una pregunta que reclamaba inmediata contestación; y no sólo la pobre generala no podía resolverla, sino que, pese a todos sus esfuerzos, no llegaba siquiera a formulársela con la claridad precisa. Se trataba de resolver esta delicada cuestión: ¿Era el príncipe un partido ventajoso, o no? Estas cosas que sobrevenían, ¿eran buenas o malas? Y si eran malas (de lo que no cabía dudar), ¿por qué lo eran? Y si eran buenas (lo que tampoco resultaba imposible), ¿por qué lo eran también?

Ivan Fedorovich, por su parte, empezó por sorprenderse, pero a continuación declaró que «también él esperaba hacía tiempo alguna cosa por el estilo...» Una severa mirada de su mujer le cortó la palabra; mas por la noche, cuando volvió a encontrarse con ella y se vio de nuevo en la precisión de hablar, expresó de repente, con cierta seguridad, algunas inesperadas ideas: «Y, después de todo, ¿qué...? (Silencio.) «Todo esto es, sin duda, muy raro, no lo discuto; pero...» (nuevo silencio). «Y, por otra parte, mirándolo bien, el príncipe, en realidad, es muy buen muchacho... y... y... lleva un nombre que es el nuestro. Incluso levantaremos nuestro apellido con ese enlace... a los ojos del mundo, claro, quiero decir a los ojos del mundo, porque... el mundo es el mundo. Y, además, el príncipe no carece de fortuna, si no queremos reconocer que no es bastante rico... y... y...» (Prolongado silencio y mutismo definitivo del general.) Las palabras de su marido llevaron la ira de la generala mucho más lejos de cuanto pudiera expresarse.

Перейти на страницу:
Комментариев (0)
название