-->

El Idiota

На нашем литературном портале можно бесплатно читать книгу El Idiota, Достоевский Федор Михайлович-- . Жанр: Русская классическая проза. Онлайн библиотека дает возможность прочитать весь текст и даже без регистрации и СМС подтверждения на нашем литературном портале bazaknig.info.
El Idiota
Название: El Idiota
Дата добавления: 15 январь 2020
Количество просмотров: 249
Читать онлайн

El Idiota читать книгу онлайн

El Idiota - читать бесплатно онлайн , автор Достоевский Федор Михайлович

El idiota es una de las cumbres de la narrativa universal. La novela, cuyo desarrollo gira en torno a la idea de la representaci?n de un arquetipo de la perfecci?n moral, tiene como protagonista al pr?ncipe Myshkin, personaje de talla comparable al Raskolnikov de Crimen y castigo o el Stavrogin de Los demonios y que, significativamente, da t?tulo a la obra.

Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала

Перейти на страницу:

Según ella, todo lo sucedido constituía «una necedad imperdonable, incluso criminal, una fantasía loca y absurda». En primer lugar aquel principillo estaba aquejado de idiotismo y, además, era... un imbécil. No tenía conocimientos del mundo, ni trato social. ¿A quién presentarle? ¿Dónde situarlo? Era insoportablemente demócrata, no tenía situación alguna... y... ¿qué diría la vieja Bielokonsky? Por ende, ¿era aquél el marido que ellos habían soñado para Aglaya? Este último argumento, naturalmente, pesaba más que ninguno. El corazón materno de Lisaveta Prokofievna se desgarraba a este pensamiento y, sin embargo, no podía dejar de oír una voz secreta que le preguntaba: «¿Qué es lo que encuentras de malo en el príncipe?» Esto último producía a la generala mayor turbación que cualquiera otra de sus ideas.

La perspectiva de tener a Michkin por cuñado no desplacía a las hermanas de Aglaya, ni tampoco les parecía demasiado absurdo aquel proyecto matrimonial. Poco les faltaba incluso para apoyarlo. Pero habían resuelto no intervenir. Se sabía por experiencia en la familia que cuanto más hostil se mostraba la madre a una idea, tanto más la aceptaba en el fondo de su corazón. Alejandra Ivanovna se vio muy pronto en el caso de quebrantar su mutismo. Su madre había tomado la costumbre de consultarla en todo y ahora la llamaba con frecuencia para solicitar su opinión y, sobre todo, para apelar a sus recuerdos mediante preguntas de este estilo: «¿Cómo ha sucedido todo eso? ¿Cómo no lo sabía nadie? ¿Por qué no se hablaba de ello? ¿Qué significaba ese maldito «hidalgo pobre»? ¿Por qué había de ser ella sola quien cargase con todas las preocupaciones y cuidados domésticos, mientras los demás se pasaban la vida pensando en las musarañas?», etcétera. Alejandra, de momento, se mantuvo reservada, limitándose a decir que creía, como su padre, que el casamiento del príncipe Michkin con una hija del general Epanchin no tendría nada de desventajoso desde el punto de vista mundano. A poco, la joven se acaloró y dijo que Michkin no era un imbécil ni lo había sido nunca, y que, respecto a su falta de situación oficial, sería interesante saber si de allí a algunos años la importancia de un hombre no se mediría en Rusia más que por su situación en el servicio público. A esto la madre contestó acusando a Alejandra de «nihilista» y fulminando nuevos anatemas contra aquella «maldita cuestión feminista» que tenía la culpa de todo. Media hora después se fue a la ciudad, y, ya allí, se encaminó a Kamenny Ostrov para visitar a la princesa Bielokonsky, madrina de Aglaya, y que se hallaba a la sazón en San Petersburgo. La «vieja princesa» escuchó las confidencias, desesperadas y febriles, de Lisaveta Prokofievna sin manifestar enternecimiento alguno ante sus lágrimas. Por el contrario, la miraba con aire burlón. Aquella princesa era mujer muy despótica y no olvidaba jamás su rango en la vida. Aunque hacía treinta y cinco años que trataba a Lisaveta Prokofievna, seguía considerándola como su protégée y no le perdonaba su carácter independiente. Así, pues, empezó por advertir que probablemente Lisaveta Prokofievna y los suyos habían exagerado las cosas, convirtiendo en elefante una hormiga, según su costumbre. De lo que acababa de oír no deducía que hubiese nada serio entre los dos jóvenes. ¿No valía más, por tanto, aguardar los acontecimientos? En su opinión, el príncipe era un muchacho muy correcto, si bien enfermo, estrafalario e insignificante. Y, a su juicio, lo peor de todo era que mantenía una amante públicamente.

Lisaveta Prokofievna comprendió que la Bielokonsky estaba algo irritada por el fracaso de Eugenio Pavlovich, a quien ella había presentado a los Epanchin. La generala volvió a Pavlovsk aún más furiosa que antes y se consagró a increpar a su familia: «Habéis perdido la cabeza; las cosas no se hacen así en ninguna parte; esto no se ve más que en esta casa... Al fin y al cabo, ¿a qué viene tanto revuelo? ¿Qué ha pasado aquí, después de todo? Por mucho que examine las cosas no veo que haya ocurrido nada. Vale más esperar los acontecimientos. ¿Qué importancia tiene lo que Ivan Fedorovich haya creído notar? Estáis haciendo un elefante de una hormiga», etc.

Aquello parecía abocar a la conclusión de que procedía calmarse y esperar los sucesos con serenidad y fríamente. Pero, ¡ay!, la calma no duró diez minutos y la generala comenzó a inquietarse otra vez al tener noticia de las cosas que habían sucedido en su ausencia. Recuérdese que Michkin había aparecido en casa de los Epanchin a las doce y treinta de la noche, creyendo que eran las nueve y media. Y fue al día siguiente de aquella extraña visita cuando Lisaveta Prokofievna se encaminó a Kamenny Ostrov. Las hermanas de Aglaya respondieron con todo detalle a las impacientes preguntas de Lisaveta Prokofievna.

No había pasado nada. Había venido el príncipe y Aglaya tardó media hora en aparecer. Las primeras palabras que le habían dirigido fueron para proponerle jugar al ajedrez. Y como él no entendía nada de aquel juego, fue derrotado en seguida, lo que complació mucho a Aglaya. Se mofó de la ignorancia del príncipe de un modo que daba pena verlo. Luego le propuso jugar al tonto, y aquí las cosas cambiaron. Él jugaba a las cartas muy bien, como un maestro. En vano Aglaya se dedicó a hacer desvergonzadas trampas, pues perdió pese a ello cinco partidas seguidas. Ella, furiosísima, lanzó al príncipe un chubasco de palabras desagradables e hirientes, hasta el punto que él dejó de reír y se puso muy pálido cuando ella le dijo al final: «No pondré los pies en esta habitación mientras esté usted en ella. Es una desvergüenza venir a esta casa, y a me- dianoche, después de todo lo que ha ocurrido.» Y con esto había salido dando un portazo. A pesar de todos los esfuerzos de las jóvenes para consolarle, el príncipe se había ido con cara de funeral. Al cabo de un cuarto de hora, Aglaya había salido a la terraza, y tan de prisa, que ni siquiera tuvo tiempo de secarse las lágrimas que se notaban en su rostro. Y salía así porque había llegado Kolia trayendo un erizo. Las muchachas examinaron el animal y Kolia les dijo que no era suyo, sino de un compañero del gimnasio, Kostia Lebediev, a quien había dejado en la calle; Kostia no se atrevía a subir porque llevaba un hacha, la cual, así como el erizo, acababa de comprar a un labriego que encontraron en el camino. El campesino les ofreció el erizo por cincuenta kopecsy ellos lo compraron y luego, pareciéndoles el hacha muy hermosa, decidieron también adquirirla. Aglaya, una vez oído el relato, insistió con el muchacho para que éste le revendiese el erizo y, en su afán de persuadirle, llegó a tratarlo de «querido Kolia». Éste resistió largo tiempo, y al fin, viéndose tan apremiado, fue a hablar con su compañero, a quien compareció, portador del hacha y no poco confuso. Mas entonces resultó que el erizo no le pertenecía, pues era propiedad de otro compañero, un tal Petrov, quien les había entregado fondos para que le comprasen una «Historia» de Schlosser, de la cual deseaba desprenderse un cuarto escolar. Kolia y Kostia se disponían a realizar la compra por cuenta de su amigo, cuando, hallando encantadores el hacha y el erizo, habían resuelto invertir el dinero en tan interesante adquisición. Y en este momento llevaban erizo y hacha al estudiante en lugar de la «Historia» de Schlosser. Pero Aglaya les instó de tal modo que al fin accedieron a venderle el animal. Cuando el erizo hubo entrado en su posesión, Aglaya lo colocó en una cestita de mimbre, la cubrió con una servilleta y la entregó a Kolia, diciéndole:

—Lleva esto al príncipe de parte mía, y dile que se lo regalo como prueba de mi profundo aprecio.

Kolia, muy contento, prometió desempeñar tal comisión, pero añadió:

Перейти на страницу:
Комментариев (0)
название