Narrativa Breve
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Si atendemos a su origen, resulta indudable que Tolstoi se margin? de un posible destino prefigurado: de familia noble y rica proveniente de Alemania, y con enormes posesiones, seguramente Tolstoi hubiera sido un conde m?s, con haza?as militares que narrar, pero sin dejar nada importante para la Humanidad. Pero su fuerte vocaci?n de escritor, unida a un misticismo religioso que con los a?os se ahond?, produjeron un literato considerado como la cumbre de la narrativa rusa, junto con Dostoievski.
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—Pues… nada.
—¿La has visto? —preguntó Alexandra Dimitrievna, adivinando, por la expresión del príncipe, que había ocurrido algo.
—Sí —pronunció éste, rápidamente; y, de pronto, se deshizo en lágrimas—. La verdad es que he envejecido y me he vuelto tonto —añadió al tranquilizarse.
* * * Mijail Ivánovich perdonó a su hija, la perdonó sin reservas; y, gracias a eso, pudo vencer el miedo que tenía a la opinión que formaran de él. Instaló a Liza en casa de una hermana de Alexandra Dimitrievna que vivía en una aldea. Iba a verla a menudo, pasaba temporadas con ella; y no sólo la quería como antes, sino mucho más. Pero evitaba ver al niño; y no era capaz de vencer el sentimiento de repulsión, de asco, que le inspiraba. Eso constituyó la fuente de sufrimiento de Liza.
13 de noviembre de 1906
Los decembristas
Nota Preliminar
Por una carta de Tolstoi a Herzen, del 26 de marzo de 1861, se deduce que a finales de 1861 el autor había empezado una novela «cuyo protagonista debía ser un decembrista de regreso a Rusia en el año 56, con su mujer y sus dos hijos, un varón y una hembra.»
Posteriormente, interrumpiendo la labor comenzada desde el otoño de 1863, Tolstoi se trasladó a la época precedente, la de las guerras contra Bonaparte. Y esa nueva creación se desarrolló hasta el punto de adquirir proporciones gigantescas, hasta constituir, andando el tiempo y sin que por de pronto el propio autor sospechara su trascendencia, la gran epopeya histórico popular titulada Guerra y paz. «Por extraño que esto parezca‑escribe Biriukov refiriéndose a esa novela—, esta gran obra vio el día por casualidad, o, en términos jurídicos, sin premeditación.» Pero hasta 1875 Tolstoi volvió a su idea primitiva. Hizo muchos esfuerzos para reunir y estudiar el material relativo a la época de los decembristas y escribió varios principios distintos. En enero de 1879 interrumpió de nuevo su labor, quedando la novela sin terminar. En 1884 el autor llevó a cabo una serie de correcciones de estilo en los originales de los tres primeros capítulos, escritos a principios de 1860, y en los dos que redactó en 1870. Entregó esas dos variantes a la edición XXV años, 1859—1884:
Colección de la Sociedad para Ayuda de Literatos y Sabios Necesitados. Ambas variantes, cuidadosamente revisadas con los manuscritos, corregidos por el propio autor, se han publicado en 1936, de cuyo texto se ha hecho esta versión.
I
Esto sucedió no hace mucho; fue durante el reinado de Alejandro II, en esa época de civilización y progreso, de grandes problemas, de renacimiento, cuando el victorioso ejército ruso volvía de Sebastopol, después de haber entregado la ciudad al enemigo ; cuando Rusia en pleno festejaba el hundimiento de la flota del mar Negro, y Moscú, la ciudad de piedra blanca, felicitaba con motivo de ese afortunado acontecimiento al resto de la tripulación, brindando con una copa de buen vodka ruso y, siguiendo la tradición, le ofrecía el pan y la sal. Fue en la época en que Rusia, representada por sagaces políticos, lloraba por la ilusión perdida de celebrar oficios religiosos en la catedral de Sofía y por la pérdida, tan sensible para la patria, de dos grandes hombres, caídos en la guerra (uno de ellos, arrastrado por el deseo de celebrar misa en la citada catedral, murió en los campos de Valaquia ; bien es verdad que al mismo tiempo dejó allí dos escuadrones de húsares ; y el otro, un hombre inapreciable, se dedicaba a repartir entre los heridos té, sábanas y dinero ajeno sin robar ninguna de estas cosas); fue en la época en que los grandes hombres brotaban como setas por doquier, en todas las ramas de la actividad humana ; jefes de ejército, administradores, economistas, escritores, oradores ; en una palabra, personas de gran valía, aunque sin vocación ni objetivo determinados.
Fue en la época en que, durante el jubileo de un actor de Moscú, surgió, fortalecida por un brindis, la opinión pública de que se debía castigar a los delincuentes ; fue cuando amenazadoras comisiones de San Petersburgo corrían al Sur para descubrir y castigar a los malhechores de otras comisiones ; fue cuando se daban por doquier comidas con discursos en honor de los héroes de Sebastopol, a los que se esperaba en los puentes y en las calles ; fue en la época en que los talentos oradores se desarrollaban entre el pueblo con tal facilidad que un tabernero cualquiera, con cualquier motivo, escribía, imprimía y pronunciaba discursos tan violentos que los guardadores del orden se veían obligados a tomar enérgicas medidas contra su elocuencia ; fue cuando se dispuso una sala en el club inglés, especialmente para examinar los asuntos sociales, cuando aparecían revistas, bajo los emblemas más diversos, que planteaban principios europeos para el suelo europeo, pero bajo un concepto ruso, y revistas exclusivamente para el suelo eslavo, con principios rusos, aunque desde el punto de vista europeo. Había una infinidad y parecían haberse agotado los títulos tales como El Noticiero, La Palabra, La Charla, El observador, La Estrella, El Aguila, etc., y sin embargo, no cesaban de surgir otras. Fue en la época en que aparecían pléyades de escritores y pensadores que demostraban que la ciencia puede ser popular o no serlo, y multitudes de escritores y pintores que describían los bosques, el amanecer, las tormentas, el amor de la muchacha rusa, la indolencia del funcionario, etc. Fue en la época en que surgían por todas partes los problemas (así llamaban en el año 56 un conjunto de circunstancias que nadie podía resolver), los problemas del Cuerpo de Cadetes, de las universidades, de la censura, de los procedimientos judiciales, los problemas financieros, los bancarios, los de la Policía, de la emancipación y otros muchos. Se escribía, se leía, se proponían proyectos con el deseo de corregir, de cambiarlo todo y, como un solo hombre, todos los rusos sentían un entusiasmo indescriptible.
Este estado de cosas se repetía por segunda vez en Rusia en el transcurso del siglo XIX ; la primera fue en el año 12, cuando se dio una paliza a Napoleón I, y la segunda, en el año 56, al proporcionarle otra a Napoleón III. ¡Grandiosa e inolvidable época la del renacimiento ruso! Lo mismo que aquel francés que afirmaba que quien no haya vivido en la época de la Revolución francesa no sabe lo que es vivir, me atrevo a asegurar que el que no haya presenciado el año 56 en Rusia ignora lo que es la vida. El que escribe estas líneas no solo vivió en aquella época, sino que fue uno de los hombres de acción. Estuvo varias semanas en uno de los blindajes de Sebastopol, y hasta escribió un relato acerca de la guerra de Crimea, que le dio mucha fama, y en el que contó detalladamente cómo tiraban los soldados desde los baluartes, cómo se vendaba a los heridos en los puestos de socorro y cómo se daba sepultura a los cadáveres en los cementerios. Una vez cumplidas estas hazañas, fue a la capital, donde se ciñó los laureles que le valieron sus heroicidades. Presenció el entusiasmo de ambas capitales, así como el del pueblo, y comprobó por sí mismo que Rusia sabe recompensar los verdaderos servicios. Los poderosos de este mundo querían conocerlo, le estrechaban la mano, le hacían homenajes, lo invitaban a sus casas y, para que les contara detalles de la guerra, le expresaban su sentir. Por tanto, el que escribe estas líneas puede apreciar aquella época grandiosa e inolvidable. Pero no hablemos de eso.
