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Los hermanos Karamazov

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Los hermanos Karamazov
Название: Los hermanos Karamazov
Дата добавления: 15 январь 2020
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Los hermanos Karamazov - читать бесплатно онлайн , автор Достоевский Федор Михайлович

Tragedia cl?sica de Dostoievski ambientada en la Rusia del siglo XIX que describe las consecuencias que tiene la muerte de un padre posesivo y dominante sobre sus hijos, uno de los cuales es acusado de su asesinato.

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No le he vuelto a ver jamás, pero me he acordado muchas veces de todo esto, y ahora me digo que no es imposible que esta profunda y franca unión se llegue a realizar en todas partes entre los rusos. Yo creo que se realizará, y muy pronto.

Ya que hablamos de los servidores, voy a añadir algo acerca de ellos. Cuando era joven, me irritaba frecuentemente contra los de mi casa. Que si la cocinera había servido la comida demasiado caliente, que si el ayuda de cámara no me había cepillado el traje... Pero mucho tiempo después, el recuerdo de unas palabras que oí pronunciar a mi hermano cuando era niño me abrieron los ojos. «¿Soy digno de que otros hombres me sirvan? ¿Tengo derecho a explotar su miseria y su ignorancia?» Entonces me asombré de que ideas tan sencillas y claras tardaran tanto en llegar a nuestra comprensión. No se puede pasar sin servidores en este mundo, pero tratadlos de modo que se sientan moralmente incluso más libres que si no fueran servidores. ¿Por qué no he de ser yo el servidor del mío? ¿Por qué no ha de ver él este gesto sin desconfianza y sin considerarlo hijo de mi superioridad y mi altivez? ¿Por qué no he de mirar a mi servidor como a un pariente que se admite con alegría en el seno de la familia? Esto es ya realizable y servirá de base para la magnífica unión que se cumplirá en el porvenir, cuando el hombre no pretenda convertir en servidores a sus semejantes, como ocurre ahora, sino que desee ardientemente ser el servidor de todos los demás, como nos enseñan los Evangelios. ¿Por qué ha de ser un sueño creer que, al fin, el hombre se sentirá feliz de realizar las obras que nos dictan la caridad y la cultura, y no, como sucede en nuestros días, al dar satisfacción a instintos brutales, a la glotonería, la fornicación, el orgullo, la jactancia, el afán, hijo de los celos, del dominio sobre los demás? Estoy seguro de que esto no es un sueño y se realizará muy pronto. Algunos se ríen y preguntan: «¿Cuándo sucederá esto? ¿Es posible que suceda?» Yo creo que realizaremos esta obra con la ayuda de Cristo. En la historia de la humanidad, ¡cuántas ideas que parecían irrealizables diez años antes, se cumplieron de pronto, al llegar su misterioso término, y se difundieron por toda la tierra! Así ocurrirá en nuestro suelo. Nuestro pueblo resplandecerá ante el mundo y todos dirán: «La piedra que los arquitectos desecharon se ha convertido en la piedra angular.» A los que nos dicen que soñamos podríamos preguntarles si no es un sueño la realización de su propia obra, el propósito de organizarse equitativamente sin más guía que la de su razón y prescindiendo de Cristo. Afirman que aspiran también a la unión, pero esto sólo pueden creerlo los más cándidos, aquellos cuya ingenuidad llega a los límites más inauditos. En realidad, hay más fantasía en sus cabezas que en las nuestras. Esos hombres pueden organizarse de acuerdo con la justicia, pero, al haberse separado de Cristo, inundarán el mundo de sangre, pues la sangre llama a la sangre, y el que ha desenvainado la espada, por herida de espada morirá. Sin la creencia en Cristo se exterminarán hasta quedar sólo dos. Y estos dos, dejándose llevar por su soberbia, lucharán hasta que uno de ellos elimine al otro, y luego, muy pronto, desaparecerá él mismo. Esto es lo que sucederá si no se cree en la promesa de Cristo de evitar esta lucha por amor a la bondad y a la humildad.

Después de mi duelo, cuando llevaba todavía el uniforme, tuve ocasión de hablar en sociedad de los servidores. Recuerdo que asombré a todo el mundo.

—Según usted —dijo uno—, habrá que sentar a nuestros sirvientes en un sillón y servirles el té.

—¿Por qué no? Sólo habría que hacerlo alguna que otra vez.

Todos se echaron a reír. La pregunta había sido ligera y mi respuesta no fue clara. Pero creo que en esta contestación había algo de verdad.

g) La oración, el amor y el contacto con los otros mundos

Joven, no olvides la oración. Toda oración, si es sincera, expresa un nuevo sentimiento; es la fuente de una idea nueva que ignorabas y que te reconfortará. Entonces comprenderás que el rezo es un medio de educación. Acuérdate, además, de repetir todos los días y tantas veces como puedas estas palabras: «Señor, ten piedad de todos los que comparecen ante Tí.» Pues, hora tras hora, termina la existencia terrestre de algunos de los seres humanos de más alta valía espiritual y sus almas llegan ante Dios. ¡Cuántos de ellos han dejado este mundo en la soledad más completa, ignorados por todos, tristes y amargados de la indiferencia general! Y tal vez, aunque no conozcas al que muere, porque vive en el otro extremo del mundo, el Señor oiga tu plegaria. El alma temerosa que llega a la presencia de Dios se conmoverá al saber que hay sobre la tierra alguien que le ama e intercede por ella. Y Dios os mirará a los dos con más misericordia, pues si tú te compadeces del alma de otro, Él se compadecerá mucho más, pues su caudal de piedad y amor es inagotable. Así, Él perdonará por ti.

Hermanos míos, no temáis al pecado; amad al hombre aunque sea un pecador, pues así seguiréis el ejemplo del amor divino, al que no se puede comparar ningún amor de la tierra.

Amad a toda la creación en conjunto y a cada uno de sus elementos: amad a cada hoja del ramaje, a cada rayo de luz, a los animales, a las plantas... Amando a las cosas comprenderéis el misterio divino de todas ellas. Y una vez comprendido, penetraréis en esta comprensión cada vez más. Y terminaréis por amar al mundo entero con un amor universal. Amad a los animales, ya que Dios les ha dado un principio de pensamiento y una alegría apacible. No los molestéis, no los atormentéis quitándoles esta alegría, pues ello sería oponerse a los propósitos de Dios. Hombre, no hagas sentir tu superioridad a los animales, que están exentos de pecado, mientras tú manchas la tierra, dejando a tus espaldas un rastro de podredumbre. Así proceden casi todos los hombres, por desgracia. Amad sobre todo a los niños, pues también ellos desconocen el pecado, como los ángeles. Están en el mundo para llegarnos al corazón y purificarlo. Son para nosotros como un aviso. ¡Maldito sea el que ofenda a estas criaturas! El hermano Antimio me ha enseñado a amarlas. Sin decir palabra, empleaba los copecs que nos daban de limosna para comprar golosinas y regalarlas a los niños. Se conmovía cuando estaba junto a ellos.

A veces, sobre todo en presencia del pecado, nos preguntamos: «¿Hay que recurrir a la fuerza o a la humildad del amor?» Emplead siempre el amor: con él podréis dominar al mundo entero. El ser humano lleno de amor es una fuerza temible con la que ninguna otra se puede igualar. No os descuidéis en ningún momento de guardar una actitud digna. Suponed que pasáis por el lado de un niño presas de cólera y blasfemando. Vosotros no habéis visto al niño, pero él os ha visto a vosotros, y es muy probable que conserve el recuerdo de vuestra baja actitud. Sin saberlo habréis sembrado un mal germen en el alma de ese niño, un germen que puede desarrollarse, y todo por haber cometido un olvido ante ese muchacho, por no haber cultivado en vuestro ser el amor activo, hijo de la reflexión. Hermanos míos, el amor es un buen maestro, pero hay que saber adquirirlo, pues no se obtiene fácilmente, sino a costa de largos esfuerzos. Hay que amar no momentáneamente, sino hasta el fin. Hasta el más detestable malvado es capaz de sentir un amor circunstancial.

Mi hermano pedía perdón a los pájaros. Esto parece absurdo, pero tiene su lógica, pues todas las cosas se parecen al océano, donde todo resbala y se comunica. Se toca en un punto y el toque repercute en el otro extremo del mundo. Admitamos que sea una locura pedir perdón a los pájaros. Sin embargo, lo mismo los niños que los pájaros y que todos los animales que nos rodean vivirán más a sus anchas si vosotros os comportáis dignamente. Entonces rogaréis a los pájaros. Entregados enteramente al amor, en una especie de éxtasis, les pediréis que os perdonen vuestros pecados. Alabad este éxtasis, por muy absurdo que parezca a los hombres.

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