-->

Guerra y paz

На нашем литературном портале можно бесплатно читать книгу Guerra y paz, Tolstoi Leon-- . Жанр: Классическая проза. Онлайн библиотека дает возможность прочитать весь текст и даже без регистрации и СМС подтверждения на нашем литературном портале bazaknig.info.
Guerra y paz
Название: Guerra y paz
Автор: Tolstoi Leon
Дата добавления: 16 январь 2020
Количество просмотров: 397
Читать онлайн

Guerra y paz читать книгу онлайн

Guerra y paz - читать бесплатно онлайн , автор Tolstoi Leon

Mientras la aristocracia de Moscu y San Petersburgo mantiene una vida opulenta, pero ajena a todo aquello que acontece fuera de su reducido ambito, las tropas napoleonicas, que con su triunfo en Austerlitz dominan Europa, se disponen a conquistar Rusia. Guerra y paz es un clasico de la literatura universal. Tolstoi es, con Dostoievski, el autor mas grande que ha dado la literatura rusa. Guerra y paz se ha traducido pocas veces al espanol y la edicion que presentamos es la mejor traducida y mejor anotada. Reeditamos aqui en un formato mas grande y legible la traduccion de Lydia Kuper, la unica traduccion autentica y fiable del ruso que existe en el mercado espanol. La traduccion de Lain Entralgo se publico hace mas de treinta anos y presenta deficiencias de traduccion. La traduccion de Mondadori se hizo en base a una edicion de Guerra y paz publicada hace unos anos para revender la novela, pero es una edicion que no se hizo a partir del texto canonico, incluso tiene otro final. La edicion de Mario Muchnik contiene unos anexos con un indice de todos los personajes que aparecen en la novela, y otro indice que desglosa el contenido de cada capitulo.

Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала

1 ... 67 68 69 70 71 72 73 74 75 ... 429 ВПЕРЕД
Перейти на страницу:

Y ahora, bromas aparte, padre. ¿De veras que es tan fea? preguntó Anatole en francés, como si reanudara una conversación corriente durante el viaje.

—¡No digas tonterías! Lo principal es que procures ser respetuoso y sensato con el viejo príncipe.

—Si me dice una inconveniencia, me voy— dijo Anatole. —Detesto a esos vejestorios.

—Recuerda que para ti de esto depende todo.

Mientras tanto, entre las mujeres no sólo se conocía la llegada del príncipe Vasili con su hijo Anatole, sino que se comentaban toda clase de detalles sobre ambos. La princesa María, sola en su estancia, se esforzaba en vano por dominar la propia emoción.

“¿Por qué me escribirían? ¿Por qué me habló de eso Lisa? ¡Si eso es imposible! —se decía, mirándose en el espejo— ¿Cómo voy a presentarme ahora en la sala? Aunque me gustara, no podría comportarme con naturalidad.” Sólo la idea de cómo la miraría su padre la llenaba de pavor.

La pequeña princesa y mademoiselle Bourienne habían recibido ya toda clase de informes por conducto de Masha: que el hijo del "ministro” era apuesto y joven y que tenía las cejas negras. Que el padre apenas pudo arrastrar los pies por la escalera y que Anatole, rápido como un águila, había subido las gradas de tres en tres. Poseedoras de estas noticias, la pequeña princesa y mademoiselle Bourienne, cuyas voces animadas se oían ya desde el pasillo, entraron en la habitación de la princesa María.

—Ils sont arrivés, Marie 204— dijo la pequeña princesa cayendo pesadamente sobre una butaca. —¿Lo sabe?

No llevaba ya la blusa sencilla que vestía por la mañana; se había puesto uno de sus mejores vestidos. Sus cabellos estaban cuidadosamente peinados y su rostro lleno de animación no lograba borrar, sin embargo, el cambio operado en sus facciones. Con aquel vestido que solía llevar en las fiestas de San Petersburgo se advertía todavía más cuánto se había afeado. Mademoiselle Bourienne, por su parte, había hecho algunos discretos arreglos en uno de sus trajes, lo que daba aún mayor seducción a su rostro fresco y bonito.

—Eh bien, et vous restez comme vous êtes, chère princesse?— dijo. —On va venir annoncer que ces messieurs sont au salon; il faudra descendre et vous ne faites pas un brin de toilette! 205

La pequeña princesa se levantó, llamó a la doncella y, con alegría presurosa, se puso a escoger un vestido para su cuñada. La princesa María se sentía ofendida en su dignidad por el hecho de que la llegada del pretendiente la turbase de aquella manera, y aún más porque la pequeña princesa y mademoiselle Bourienne supusieran que no podía ser de otro modo. Decirles que tenía vergüenza de sí misma y de ellas era traicionar su propia emoción; por otra parte, negarse a cambiar de vestido, como le decían, habría suscitado las bromas y la insistente porfía de ambas. Enrojeció, se apagaron sus bellos ojos, su cara se cubrió de manchas, y con la poco agradable expresión de víctima que en ella era la más frecuente se puso en manos de mademoiselle Bourienne y de su cuñada. Ambas estaban decididas sinceramentea embellecerla. Era tan fea que ninguna de las dos podía pensar siquiera en que pudiese competir con ellas; así pues, se dispusieron muy sinceramente a vestirla con esa seguridad ingenua y firme de que un bonito vestido puede hacer hermoso el rostro.

—No, no, ma bonne amie, este vestido no te va— decía Lisa mirando de lejos y de lado a la princesa. —No. Di que te traigan el rojo oscuro. De verdad te lo digo. Acaso se decida la suerte de tu vida. Éste es muy claro... No, no está bien.

Y no era el vestido lo que estaba mal, sino toda la figura de la princesa, empezando por su rostro. No lo veían así mademoiselle Bourienne y Lisa; les debía de parecer que poniendo una cinta azul entre los cabellos, recogidos hacia arriba, o bajando el chal azul sobre el vestido marrón, etcétera, todo iría bien. Olvidaban que era imposible cambiar aquel rostro asustado y todo el aspecto, y que, a pesar de todos los retoques del marco, la figura seguiría siendo lastimera y fea. Después de dos o tres pruebas, a las que la princesa se sometía dócilmente, y cuando estuvo peinada con el pelo recogido hacia arriba, que le transformaba y afeaba aún más el rostro, cuando estuvo con su vestido oscuro y el chal azul, la princesa Lisa dio dos vueltas alrededor de ella, ajustando con sus manos la falda, alisando aquí y allá el chal y mirando, con la cabeza inclinada, ya de un lado, ya de otro.

—No, imposible— dijo resueltamente, dando unas palmadas de nuevo. —Non, décidément, Marie, cela ne vous va pas. Je vous aime mieux dans votre petite robe grise de tous les jours. Non, de grâce, faites cela pour moi 206— y se volvió a la doncella: —Katia, trae el vestido gris de la princesa. Ya verá, mademoiselle Bourienne, cómo arreglo esto— dijo con una sonrisa de anticipada complacencia estética.

Pero cuando Katia trajo su vestido gris, la princesa María, inmóvil delante del espejo, mirándose en él, notó que sus ojos estaban llenos de lágrimas y que la boca le temblaba presta a sollozar.

—Voyons, chère princesse, encore un petit effort— dijo mademoiselle Bourienne. 207

Lisa tomó el vestido de manos de la doncella y se acercó a la princesa María.

—Ahora lo dejaremos todo sencillo y agradable.

Su voz, la de mademoiselle Bourienne y la de Katia, que se reía de algo, se fundían en un alegre balbuceo, parecido al gorjeo de pájaros.

—Non, laissez-moi— dijo la princesa. 208

Su voz denotaba tal gravedad y sufrimiento que el gorjeo cesó instantáneamente. Vieron en sus ojos, grandes, hermosos y profundos, llenos de lágrimas, una expresión tan llena de súplica que comprendieron que habría sido inútil y hasta cruel insistir.

—Au moins, changez de coiffure— dijo Lisa. —Je vous le disais bien— volviéndose con tono de reproche a mademoiselle Bourienne. Marie a une de ces figures auxquelles ce genre de coiffure ne va pas du tout. Mais du tout, du tout. Changez, de grâce. 209

—Non, laissez-moi, laissez-moi, tout ça m’est parfaitement égal— su voz a duras penas dominaba sus lágrimas. 210

La princesa María, así arreglada, estaba muy fea, peor que siempre, y tanto la pequeña princesa como mademoiselle Bourienne tuvieron que reconocerlo. Pero ya era tarde. Ella las miraba con aquella expresión que ya conocían, pensativa y triste, que no inspiraba temor —la princesa María nunca inspiraba semejante sentimiento—, pero sabían que cuando esa expresión aparecía en su rostro las decisiones tomadas eran irrevocables, aunque apenas si hablaba de ellas.

—Vous changerez, n’est-ce pas?— preguntó Lisa. 211

La princesa María no contestó y Lisa salió de la cámara.

La princesa quedó sola. No atendió el deseo de Lisa, no cambió su peinado y ni siquiera miró el espejo. Con los brazos caídos y los ojos bajos, quedó sumida en sus pensamientos. Se imaginaba a su esposo, a un hombre, un ser fuerte de incomprensible atractivo, que de improviso la llevaba a su mundo, a un universo del todo distinto y lleno de felicidad. Después se veía con suprimer hijo, junto a su pecho, un niño como el que había visto la víspera en casa de la hija de su nodriza. El marido miraba tiernamente a la madre y al hijo. Y pensó: “Es imposible; soy demasiado fea”.

Detrás de la puerta sonó la voz de la doncella:

—El té está servido y el príncipe va a salir.

Volvió en sí y se horrorizó de sus pensamientos. Antes de bajar se acercó al oratorio y fijando sus ojos en una gran imagen negra del Salvador, alumbrada por una lamparilla, juntó las manos y se recogió así unos momentos. Una duda punzante atormentaba el alma de la princesa María. ¿Le estaba reservada la alegría del amor, del amor terrenal por un hombre? Pensando en el matrimonio, la princesa María soñaba con la felicidad familiar, los hijos, pero su sueño principal, el más intenso y oculto, era el amor terrenal. Ese sentimiento era tanto mayor cuanto más trataba de ocultarlo a los demás o aun a sí misma. “Dios mío, ¿cómo arrojar del corazón estos pensamientos del demonio? ¿Cómo alejar las malvadas tentaciones para siempre, para cumplir tranquilamente tu voluntad?” Y apenas lo hubo preguntado le pareció que Dios contestaba en el fondo de su propio corazón: “No desees nada para ti, no busques nada, no te inquietes, no tengas envidia. El porvenir de los hombres y tu destino deben serte desconocidos, pero vive siempre preparada para todo. Si Dios quiere probarte con los deberes del matrimonio, debes estar dispuesta a cumplir su voluntad”. Con este pensamiento tranquilizador —pero también con la esperanza de su sueño terrenal prohibido— la princesa María, suspirando, se persignó y salió de allí sin pensar más en el vestido ni en el peinado, ni en cómo se presentaría o en qué había de decir. ¡Qué podía importar todo ello en comparación con los designios de Dios, sin cuya voluntad no cae ni un solo pelo de la cabeza del hombre!

1 ... 67 68 69 70 71 72 73 74 75 ... 429 ВПЕРЕД
Перейти на страницу:
Комментариев (0)
название