Guerra y paz

На нашем литературном портале можно бесплатно читать книгу Guerra y paz, Tolstoi Leon-- . Жанр: Классическая проза. Онлайн библиотека дает возможность прочитать весь текст и даже без регистрации и СМС подтверждения на нашем литературном портале bazaknig.info.
Guerra y paz
Название: Guerra y paz
Автор: Tolstoi Leon
Дата добавления: 16 январь 2020
Количество просмотров: 405
Читать онлайн

Guerra y paz читать книгу онлайн

Guerra y paz - читать бесплатно онлайн , автор Tolstoi Leon

Mientras la aristocracia de Moscu y San Petersburgo mantiene una vida opulenta, pero ajena a todo aquello que acontece fuera de su reducido ambito, las tropas napoleonicas, que con su triunfo en Austerlitz dominan Europa, se disponen a conquistar Rusia. Guerra y paz es un clasico de la literatura universal. Tolstoi es, con Dostoievski, el autor mas grande que ha dado la literatura rusa. Guerra y paz se ha traducido pocas veces al espanol y la edicion que presentamos es la mejor traducida y mejor anotada. Reeditamos aqui en un formato mas grande y legible la traduccion de Lydia Kuper, la unica traduccion autentica y fiable del ruso que existe en el mercado espanol. La traduccion de Lain Entralgo se publico hace mas de treinta anos y presenta deficiencias de traduccion. La traduccion de Mondadori se hizo en base a una edicion de Guerra y paz publicada hace unos anos para revender la novela, pero es una edicion que no se hizo a partir del texto canonico, incluso tiene otro final. La edicion de Mario Muchnik contiene unos anexos con un indice de todos los personajes que aparecen en la novela, y otro indice que desglosa el contenido de cada capitulo.

Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала

1 ... 65 66 67 68 69 70 71 72 73 ... 429 ВПЕРЕД
Перейти на страницу:

—Te pregunto que cuándo recibiste la última carta de Bolkonski— repite por tercera vez el príncipe Vasili. —¡Qué distraído estás, querido!

El príncipe Vasili sonríe, y Pierre ve que todos sonríen mirándolo a él y a Elena. “Bueno, qué importa si ya lo saben —se dijo-. Pues bien, es verdad.” Y sonrió también con su apacible sonrisa infantil. También Elena sonreía.

—¿Pero cuándo la recibiste? ¿Te escribía desde Olmütz?— repite el príncipe Vasili como si necesitase saberlo para decidir una discusión.

“¿Cómo puede preocuparlo semejante pequeñez?”, pensó Pierre. Y respondió con un suspiro:

—Sí, desde Olmütz.

Después de la cena, Pierre condujo a su pareja, siguiendo a los demás, al salón. Comenzaron las despedidas y algunos se marcharon sin despedirse de Elena; otros, que no querían apartarla de su importante ocupación, se acercaban un momento y se iban en seguida, sin permitir que los acompañara.

El diplomático abandonó el salón triste y en silencio. Comparaba toda la vanidad de su carrera con la felicidad de Pierre. El viejo general respondió malhumorado a su mujer cuando le preguntó por el estado de su pierna. “¡Vieja estúpida! —pensó—. Elena Vasílievna será una belleza todavía a los cincuenta años.”

—Creo que la puedo felicitar— susurró Anna Pávlovna a la princesa, abrazándola y besándola con fuerza. —Si no fuera por la jaqueca, me quedaría.

La princesa no contestó, la atormentaba la envidia por la felicidad de su hija.

Mientras los invitados se despedían, Pierre permaneció a solas con Elena en la salita donde se habían sentado. En las últimas semanas los dos jóvenes habían estado solos mucho tiempo, pero nunca habían hablado de amor. Ahora él sentía que era necesario hacerlo pero no se atrevía a dar el último paso. Experimentaba vergüenza y le parecía que allí, junto a Elena, ocupaba el lugar de otro. “Esta felicidad no es para ti —le decía una voz interior—. Es para quienes no tienen lo que tú.” Pero era preciso decir algo, y se puso a hablar. Le preguntó si estaba contenta de la fiesta. Y Elena respondió con sencillez, como siempre lo hacía, que había sido para ella una de las más agradables.

En el salón grande quedaban todavía algunos parientes cercanos. El príncipe Vasili, con paso indolente, se acercó a Pierre. Pierre se levantó y dijo que era muy tarde. El príncipe Vasili lo miró con inquisitiva severidad, como si sus palabras resultaran tan extrañas que apenas pudieran entenderse; pero en seguida desapareció aquella expresión severa y el príncipe tiró del brazo de Pierre, le hizo sentarse de nuevo y le sonrió cariñosamente.

—¿Y qué, Elena?— se volvió hacia su hija, con el tono habitual despreocupado y tierno, propio de los padres que desde la infancia hablan con cariño a sus hijos, pero que en el caso del príncipe no era más que un deseo de imitar a los demás padres.

Después se dirigió de nuevo a Pierre:

—"Serguéi Kuzmich: De todas partes”— dijo, desabrochándose el primer botón del chaleco.

Pierre sonrió, comprendiendo que no era la anécdota de Serguéi Kuzmich lo que entonces interesaba al príncipe Vasili; y el príncipe comprendió que Pierre lo entendía así. Murmuro algo y salió de la estancia. A Pierre le pareció que el propio príncipe Vasili estaba turbado, y esa turbación del príncipe, veterano hombre de mundo, conmovió a Pierre. Se volvió a Elena, que también parecía confusa y le decía con la mirada: “Toda la culpa es tuya".

“Es inevitable que dé el último paso... pero no puedo, no puedo”, pensó Pierre. Volvió a hablar de cosas indiferentes, de Serguéi Kuzmich, y le pidió que le contara la anécdota, porque no la había oído. Elena respondió, con una sonrisa, que tampoco la sabía.

Cuando el príncipe Vasili entró en el salón grande, la princesa hablaba con una dama de cierta edad; de Pierre naturalmente.

—Desde luego, c’est un parti très brillant, mais le bonheur, ma chère... 200

—Les mariages se font dans les cieux— respondió la dama. 201

El príncipe Vasili, como si no hubiera oído a las señoras, se retiró a un rincón y tomó asiento en un diván. Cerró los ojos y pareció quedarse dormido. Dio una cabezada y se despertó.

—Aline, allez voir ce qu’ils font— dijo a su mujer. 202

La princesa se acercó a la puerta y con afectada indiferencia echó una mirada a la salita. Pierre y Elena seguían conversando igual que antes.

—Todo sigue igual— dijo la princesa a su marido.

El príncipe Vasili frunció el ceño, torció la boca y las mejillas le temblaron dándole esa expresión desagradable y vulgar que le era propia; se levantó, irguió la cabeza y con decidido andar pasó delante de las señoras y entró en la salita. Rápidamente y con gesto alegre se acercó a Pierre. El rostro del príncipe mostraba tan extraordinaria solemnidad, que Pierre al verlo se levantó asustado.

—¡Alabado sea Dios!— exclamó el príncipe. —¡Mi mujer me lo ha dicho todo!— con un brazo enlazó a Pierre y con el otro a su hija.

—Querido amigo, Elena... ¡Estoy tan contento!— su voz tembló. —Quise mucho a tu padre... y ella será para ti una buena esposa... ¡Que Dios os bendiga!

Abrazó a su hija, después abrazó de nuevo a Pierre y lo besó con aquella boca senil. Tenía las mejillas bañadas en lágrimas.

—¡Princesa, ven!— gritó.

La princesa entró y también rompió en llanto. La dama entrada en años se enjugaba los ojos con el pañuelo. Besaron a Pierre, que, a su vez, besó varias veces la mano de Elena. Unos momentos después volvían a dejarlos solos.

“Tenía que suceder así, no podía ser de otra manera pensó Pierre—. No hay que preguntarse, pues, si está bien o mal. Está bien, puesto que todo ha terminado y ya no existe la turbadora incertidumbre de antes.” Pierre, en silencio, retenía la mano de su prometida y miraba cómo su hermoso pecho se levantaba y bajaba con la respiración.

—Elena— dijo en voz alta, y se detuvo.

“En estos casos hay que decir algo especial”, pensó, pero no podía recordar qué cosas se dicen en esos momentos. Miró el rostro de la joven; ella se le acercó, ruborizada.

—Oh, quítese esos... ¿cómo se llaman?... esos...— y miraba los lentes de Pierre.

Pierre se los quitó, y sus ojos —además de la expresión especial que adquieren cuando están acostumbrados a los lentes— tenían una mirada asustada e interrogante. Quiso inclinarse sobre su mano para besarla, pero ella, con un movimiento rápido y brusco de su cabeza, juntó sus labios a los de él. Pierre quedó sorprendido por la expresión del semblante de Elena: perpleja y desagradable.

“Ahora ya es tarde; todo ha terminado; además, la amo”, pensó Pierre.

—Je vous aime— dijo, recordando por fin lo que debía decir en aquel caso. Pero esas palabras resultaron tan pobres que se avergonzó de sí mismo.

Mes y medio después se casaba, dueño feliz —como todos decían— de una mujer bellísima y de muchos millones. Pierre y Elena se instalaron en San Petersburgo, en la mansión, totalmente renovada, de los condes Bezújov.

III

En diciembre de 1805, el viejo príncipe Nikolái Andréievich Bolkonski recibió una carta del príncipe Vasili anunciándole su llegada en compañía de su hijo.

“Salgo a una inspección, y un rodeo de cien kilómetros no es obstáculo para que acuda a presentar mis respetos a mi queridísimo bienhechor —escribía—. Mi Anatole me acompaña para unirse al ejército y espero que le permitirá expresarle personalmente el profundo respeto que, siguiendo el ejemplo de su padre, siente por usted.”

—Vaya, no hay necesidad de presentar a Mary en sociedad; los pretendientes vienen a buscarla— comentó imprudentemente la pequeña princesa cuando supo la noticia.

El príncipe Nikolái Andréievich torció el gesto y no dijo nada.

Dos semanas después de recibida la carta, al atardecer, llegaron los criados del príncipe Vasili, y al día siguiente él mismo con su hijo.

1 ... 65 66 67 68 69 70 71 72 73 ... 429 ВПЕРЕД
Перейти на страницу:
Комментариев (0)
название