-->

Guerra y paz

На нашем литературном портале можно бесплатно читать книгу Guerra y paz, Tolstoi Leon-- . Жанр: Классическая проза. Онлайн библиотека дает возможность прочитать весь текст и даже без регистрации и СМС подтверждения на нашем литературном портале bazaknig.info.
Guerra y paz
Название: Guerra y paz
Автор: Tolstoi Leon
Дата добавления: 16 январь 2020
Количество просмотров: 397
Читать онлайн

Guerra y paz читать книгу онлайн

Guerra y paz - читать бесплатно онлайн , автор Tolstoi Leon

Mientras la aristocracia de Moscu y San Petersburgo mantiene una vida opulenta, pero ajena a todo aquello que acontece fuera de su reducido ambito, las tropas napoleonicas, que con su triunfo en Austerlitz dominan Europa, se disponen a conquistar Rusia. Guerra y paz es un clasico de la literatura universal. Tolstoi es, con Dostoievski, el autor mas grande que ha dado la literatura rusa. Guerra y paz se ha traducido pocas veces al espanol y la edicion que presentamos es la mejor traducida y mejor anotada. Reeditamos aqui en un formato mas grande y legible la traduccion de Lydia Kuper, la unica traduccion autentica y fiable del ruso que existe en el mercado espanol. La traduccion de Lain Entralgo se publico hace mas de treinta anos y presenta deficiencias de traduccion. La traduccion de Mondadori se hizo en base a una edicion de Guerra y paz publicada hace unos anos para revender la novela, pero es una edicion que no se hizo a partir del texto canonico, incluso tiene otro final. La edicion de Mario Muchnik contiene unos anexos con un indice de todos los personajes que aparecen en la novela, y otro indice que desglosa el contenido de cada capitulo.

Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала

1 ... 64 65 66 67 68 69 70 71 72 ... 429 ВПЕРЕД
Перейти на страницу:

Le hablaba siempre con una sonrisa alegre, confiada, que se dirigía tan sólo a él; había en ella algo más significativo que en la sonrisa estereotipada que adornaba habitualmente su rostro. Pierre sabía que todos esperaban de él una palabra, un paso más allá de cierto límite; y sabía también que, tarde o temprano, tendría que darlo. Pero un terror incomprensible lo sobrecogía a la idea de aquel paso terrible. Mil veces, durante aquel mes y medio durante el cual se sentía cada vez más arrastrado al abismo que tanto lo asustaba, se había dicho: "¿Pero qué es eso? ¡Hay que tener decisión!... ¿Acaso no la tengo?”.

Quería decidirse, pero sentía horrorizado que en esta ocasión le faltaba toda esa energía que él era consciente de poseer y que poseía de hecho. Pierre era uno de esos hombres que sólo se sienten seguros cuando tienen pura la conciencia; y desde el día en que experimentara aquel deseo, mientras examinaba la tabaquera en casa de Anna Pávlovna, un inconsciente sentimiento de culpa paralizaba en él toda decisión.

El día del santo de Elena el príncipe Vasili invitó a un reducido número de personas, de las más íntimas, como decía la princesa: parientes y amigos. A todos les había hecho entender que aquel día iba a decidirse la suerte de la festejada. Los invitados se habían sentado a la mesa. La princesa Kuráguina, mujer gruesa y corpulenta, bella en otro tiempo, presidía la mesa. Junto a ella se sentaban las personas más importantes: un anciano general con su esposa y Anna Pávlovna Scherer. Al final de la mesa se habían situado los jóvenes, los familiares y los invitados de menor categoría. Pierre y Elena estaban juntos. El príncipe Vasili no cenaba; de excelente humor, paseaba alrededor de la mesa, se acercaba tanto a uno como a otro comensal y a todos decía una palabra amable y superficial, excepto a Pierre y Elena, a los que parecía no ver. El dueño de la casa animaba a todos; las velas ardían luminosas, brillaban la plata y los cristales; los vestidos de noche de las señoras y el oro y la plata de las charreteras militares refulgían a la luz. En torno a la mesa se movían las libreas rojas de los sirvientes. El ruido de cuchillos, vasos y platos se unía al rumor de una animada conversación. En un extremo de la mesa, un anciano chambelán juraba amor apasionado a una vieja baronesa, que reía al oírlo. En el otro se hablaba del fracaso de cierta María Víktorovna. En el centro, el príncipe Vasili había concentrado la atención de varios oyentes. Con una burlona sonrisa contaba a las señoras la última sesión, del miércoles, en el Consejo de Estado, durante la cual el nuevo gobernador de San Petersburgo, el general Serguéi Kuzmich Viazmitínov, había leído el entonces famoso rescripto del emperador Alejandro Pávlovich, enviado desde el ejército de operaciones: el Zar decía que de todas partes le llegaron nuevas de la devoción del pueblo y que la declaración de San Petersburgo le había agradado especialmente, que se sentía orgulloso por hallarse a la cabeza de una nación así y que siempre procuraría ser digno de ella. El documento empezaba con las palabras: “Serguéi Kuzmich: De todas partes me llegan nuevas...”.

—¿Y es cierto que no pasó de “Serguéi Kuzmich”?— preguntó una señora.

—Como lo oye: ni una letra más— respondió riendo el príncipe Vasili. —“Serguéi Kuzmich... de todas partes. De todas partes, Serguéi Kuzmich...” El pobre Viazmitínov no pudo pasar de ahí. Varias veces empezó a leer, pero en cuanto decía “Serguéi”, sollozaba; seguía: “Kuzmich...” y le brotaban las lágrimas, y al llegar a “de todas partes” lo sofocaban los sollozos, sin que pudiera seguir adelante. Sacaba el pañuelo y volvía a leer “Serguéi Kuzmich”, y "de todas partes”, y vuelta a las lágrimas; hasta tuvieron que rogar a otro que leyese el rescripto.

—Kuzmich... de todas partes... y lágrimas— repitió alguien riendo.

—No sean malos— dijo Anna Pávlovna, amenazando con el dedo desde el otro extremo de la mesa; —c’est un si brave et excellent homme, notre bon Viazmitínov... 199

Todos reían de buena gana; en los sitios de honor reinaba una alegría general, todos se hallaban animados por las influencias más diversas. Sólo Pierre y Elena permanecían silenciosos casi en el extremo de la mesa. En sus caras brillaba una sonrisa radiante, que nada tenía que ver con Serguéi Kuzmich, sonrisa de pudor por sus sentimientos. A pesar de todas aquellas palabras, risas y bromas, y por más que atacasen con apetito el vino del Rhin, la carne salteada, el helado, y evitasen mirar a la joven pareja, por mucho que tratasen de mostrar indiferencia y desinterés, las miradas que a veces les lanzaban venían a confirmar que la anécdota sobre Serguéi Kuzmich, las risas y los manjares eran como un pretexto, y que toda la atención de aquellas gentes estaba concentrada tan sólo en Pierre y Elena. El príncipe Vasili imitaba los sollozos de Serguéi Kuzmich y, al mismo tiempo, lanzaba rápidas ojeadas a su hija; y mientras reía, la expresión de su rostro parecía decir: “Vaya, vaya, esto marcha bien; hoy se decidirá todo”. Anna Pávlovna amenazaba por lo de notre bonViazmitínov, y en sus ojos, que en aquel momento acababan de lanzar una mirada furtiva a Pierre, el príncipe Vasili leía ya las congratulaciones por tal yerno y la felicidad de su hija. La vieja princesa ofrecía vino a su vecina con un triste suspiro, miraba enfadada a su hija y parecía decir: “Sí, querida, a nosotros no nos queda otra cosa que beber vino dulce. Ahora es el momento de esos jóvenes y de su insultante felicidad”. Y el diplomático pensaba, mirando los rostros felices de los enamorados: “¡Vaya tontería todo lo que estoy contando! ¡Como si importara algo! ¡La felicidad es eso!”.

Entre tantos intereses mezquinos, pequeños y artificiosos que ligaban aquella sociedad, había surgido el sentimiento simple de la mutua atracción de dos seres, un hombre y una mujer, jóvenes, hermosos y llenos de salud.

Y ese sentimiento humano lo superaba todo, dominando aquel artificial parloteo. Las bromas no tenían alegría, las novedades no eran interesantes, ni la animación sincera.

Y no sólo los invitados, sino hasta el servicio parecía sentir el mismo interés y olvidar sus deberes, mirando a la bellísima Elena y su radiante sonrisa, y el rostro encendido, grueso, feliz e inquieto de Pierre. Hasta las llamas de las velas parecían concentradas en aquellos dos seres felices.

Pierre se daba cuenta de ser el centro de todo ese interés, y eso le producía una mezcla de alegría y embarazo. Se encontraba en la situación de un hombre sumido en algo muy importante. Nada veía con claridad, no comprendía ni oía nada; sólo alguna vez, inesperadamente, cruzaban por su mente pensamientos e impresiones fragmentarias de la realidad.

“Entonces ¿todo ha terminado? —pensaba—. Pero ¿cómo ha ocurrido eso? ¡Y tan pronto! Ahora comprendo que no es sólo por ella ni por mí, sino por todos, por lo que forzosamente eso ha de hacerse. Todos cuentan con ello, están convencidos de que debe ocurrir y no puedo, no puedo defraudarlos. ¿Cómo sucederá? No lo sé, pero sucederá.” Y mientras pensaba así, sus ojos se posaban en los bellos hombros que tenía al lado de sus ojos.

A veces, en cambio, sentía vergüenza por algo. Le era violento acaparar la atención de todos, ser tan afortunado a la vista de los demás, que él, con su feo rostro, fuese como Paris que posee a Elena. “Probablemente siempre pasa lo mismo, y es preciso que sea así —se consolaba—. Aunque, ¿que hice yo para que así ocurra? ¿Cuándo ha comenzado todo? Salí de Moscú con el príncipe Vasili.

Entonces todavía no había nada. Después, ¿por qué me quedé en su casa? He jugado a las cartas con ella, he recogido su bolso, patinamos juntos; pero, ¿cuándo empezó todo esto? ¿Cuándo sucedió?” Y ahora estaba sentado junto a ella como su prometido; la oía, veía, sentía su proximidad, su respiración, sus movimientos, su belleza. O bien pensaba que no era ella la extraordinariamente bella, sino él mismo, y que por eso lo miraban todos; y entonces, dichoso por despertar aquella admiración general, inflaba el pecho, levantaba la cabeza y se alegraba de ser feliz. De pronto resuena una voz, la voz de alguien conocido que repite dos veces una misma cosa. Pero Pierre está tan absorto que no entiende lo que le dicen:

1 ... 64 65 66 67 68 69 70 71 72 ... 429 ВПЕРЕД
Перейти на страницу:
Комментариев (0)
название