-->

Guerra y paz

На нашем литературном портале можно бесплатно читать книгу Guerra y paz, Tolstoi Leon-- . Жанр: Классическая проза. Онлайн библиотека дает возможность прочитать весь текст и даже без регистрации и СМС подтверждения на нашем литературном портале bazaknig.info.
Guerra y paz
Название: Guerra y paz
Автор: Tolstoi Leon
Дата добавления: 16 январь 2020
Количество просмотров: 397
Читать онлайн

Guerra y paz читать книгу онлайн

Guerra y paz - читать бесплатно онлайн , автор Tolstoi Leon

Mientras la aristocracia de Moscu y San Petersburgo mantiene una vida opulenta, pero ajena a todo aquello que acontece fuera de su reducido ambito, las tropas napoleonicas, que con su triunfo en Austerlitz dominan Europa, se disponen a conquistar Rusia. Guerra y paz es un clasico de la literatura universal. Tolstoi es, con Dostoievski, el autor mas grande que ha dado la literatura rusa. Guerra y paz se ha traducido pocas veces al espanol y la edicion que presentamos es la mejor traducida y mejor anotada. Reeditamos aqui en un formato mas grande y legible la traduccion de Lydia Kuper, la unica traduccion autentica y fiable del ruso que existe en el mercado espanol. La traduccion de Lain Entralgo se publico hace mas de treinta anos y presenta deficiencias de traduccion. La traduccion de Mondadori se hizo en base a una edicion de Guerra y paz publicada hace unos anos para revender la novela, pero es una edicion que no se hizo a partir del texto canonico, incluso tiene otro final. La edicion de Mario Muchnik contiene unos anexos con un indice de todos los personajes que aparecen en la novela, y otro indice que desglosa el contenido de cada capitulo.

Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала

1 ... 71 72 73 74 75 76 77 78 79 ... 429 ВПЕРЕД
Перейти на страницу:

—Sólo quiero una cosa: hacer su voluntad. Pero si hubiera de exponer mi deseo...

No pudo terminar.

El príncipe la interrumpió:

—¡Perfectamente!— gritó. —Te tomará con tu dote y de paso se llevará a mademoiselle Bourienne. Ella será su mujer y tú...

El príncipe se detuvo al advertir la impresión que producían esas palabras en su hija: la princesa bajó la cabeza, pronta a llorar.

—Vaya, vaya. No es más que una broma— dijo. —Ten presente cuál es mi principio: una hija tiene pleno derecho a escoger. Y tú estás en libertad de hacerlo. Recuerda una cosa: tu felicidad depende de esta decisión. En mí no tienes que pensar.

—Pero, yo no sé... mon père.

—¡No hablemos más! A él le ordenan que se case y se casa; lo haría, no sólo contigo sino con cualquiera... Pero tú, tú eres libres para escoger... Vete a tu habitación y medita. Vuelve dentro de una hora y, en su presencia, di sí o no. Sé que vas a rezar. Bien: reza, si te parece, pero creo que harías mejor en pensarlo. Ahora, vete.

Y mientras la princesa salía del despacho como envuelta en una espesa niebla, tambaleándose, el príncipe gritó a sus espaldas:

—¡Sí o no! ¡Sí o no! ¡Sí o no!

La suerte de la princesa estaba echada, y de un modo feliz. Pero la alusión a mademoiselle Bourienne en labios de su padre resultaba horrible. Suponiendo que no fuese cierta, no dejaba de ser terrible. No podía dejar de pensar en ello. Iba por el invernadero, sin ver ni oír nada, cuando, de improviso, el conocido murmullo de la voz de mademoiselle Bourienne la sacó de su abstracción. Levantó los ojos y vio, a dos pasos apenas de sí, a Anatole, que abrazaba a la francesa y le susurraba algo. Anatole, con una terrible expresión en su bello rostro, se volvió hacia la princesa, pero no dejó de ceñir en los primeros instantes la cintura de mademoiselle Bourienne, que aún no había visto a la princesa María.

“¿Quién está aquí? ¿Para qué? ¡Esperad!”, parecía decir el rostro de Anatole. La princesa María los miró en silencio. No alcanzaba a comprender. Por último, mademoiselle Bourienne lanzó un grito y echó a correr. Anatole, con una alegre sonrisa, saludó a la princesa, como invitándola a reírse de aquel extraño suceso, y, encogiéndose de hombros, se dirigió hacia la puerta que llevaba a sus habitaciones.

Una hora después se presentó Tijón para llamar a la princesa María. Le rogaba que fuera al despacho del príncipe, y añadió que el príncipe Vasili Serguéievich estaba ya en el mismo lugar. Cuando Tijón entró en la habitación de la princesa María, ésta permanecía sentada en el diván y tenía entre sus brazos a mademoiselle Bourienne, hecha un mar de lágrimas, y le acariciaba la cabeza dulcemente. Los bellísimos ojos de la princesa, radiantes y tranquilos, miraban con amor tierno y compasión el lindo rostro de mademoiselle Bourienne.

—Non, princesse, je suis perdue pour toujours dans votre coeur— decía mademoiselle Bourienne. 217

—Pourquoi? Je vous aime plus que jamais et je tâcherai de faire tout ce qui est en mon pouvoir pour votre bonheur— respondía la princesa. 218

—Mais vous me méprisez; vous si pure, vous ne comprendrez jamais cet égarement de la passion. Ah! ce n’est que ma pauvre mère... 219

—Je comprends tout 220— dijo la princesa, sonriendo tristemente. —Cálmese, amiga mía. Voy a ver a mi padre.

Y salió.

Cuando entró la princesa María, el príncipe Vasili estaba sentado, cruzadas sus largas piernas y con la tabaquera en la mano; una sonrisa enternecida brillaba en su rostro y parecía muy conmovido; como si lamentase y se burlase de su propia sensibilidad, se llevó a la nariz una pizca de tabaco.

—Ah, ma bonne, ma bonne!— dijo levantándose y tomando las manos de la princesa. Después suspiró y añadió: —Le sort de mon fils est en vos mains. Décidez, ma bonne, ma chère, ma douce Marie, que j’ai toujours aimée comme ma filie. 221

Se separó de ella. Una lágrima verdadera se asomó a sus ojos.

—¡Fr..., fr...!— refunfuñó el príncipe Nikolái Andréievich. —El príncipe te pide para esposa de su educando... de su hijo... ¿Quieres ser la esposa del príncipe Anatole Kuraguin, sí o no?— y repitió gritando: —Di sí o no. Yo me reservo el derecho de expresar después mi opinión. Sí, mi opinión y nada más— añadió el príncipe Nikolái Andréievich dirigiéndose al príncipe Vasili en respuesta a su expresión suplicante. —¿Sí o no?

—Mi deseo, mon père, es no abandonarlo nunca, no separar mi vida de la suya. No quiero casarme— dijo la princesa María resueltamente, mirando con sus bellos ojos al príncipe Vasili y a su padre.

—¡Bah! ¡Tonterías! ¡Tonterías! ¡Tonterías!— exclamó el príncipe Nikolái Andréievich frunciendo el ceño. Tomó a su hija por la mano, la atrajo a sí, pero no la besó; acercó su frente a la de ella y apretó tanto su mano que la princesa no pudo reprimir un grito.

El príncipe Vasili se había levantado.

—Ma chère, je vous dirai que c’est un moment que je n'oublierai jamais; mais, ma bonne, est-ce que vous ne nous donnerez pas un peu d’espérance de toucher ce coeur si bon, si généreux? Dites que peut-être... L’avenir est si grand. Dites peut-être. 222

—Príncipe, lo que he dicho es todo cuanto hay en mi corazón. Agradezco el honor que se me hace, pero no seré nunca la esposa de su hijo.

—Ea, se acabó, querido mío. Estoy muy contento de verte, muy contento— dijo el viejo príncipe. —Ahora, princesa, vete a tu habitación... Estoy contento, muy contento de verte— repitió abrazando al príncipe Vasili.

“Mi vocación es otra —pensaba la princesa María—. Mi vocación consiste en ser feliz con la felicidad de los demás, la felicidad del amor y del sacrificio. Y cueste lo que cueste haré la felicidad de la pobre Amelia. ¡Lo ama tan apasionadamente, es tan sincero su arrepentimiento! Haré todo lo posible para que se case con ella. Si él no es rico, le daré medios; pediré a mi padre, pediré a Andréi. ¡Es tan desgraciada, está tan sola, sin la ayuda de nadie! Me sentiré feliz cuando sea su mujer. ¡Y cómo debe amarlo, Dios mío, para haber llegado a olvidarse de sí misma hasta ese extremo! Quizá yo habría hecho lo mismo..."

VI

Hacía tiempo que la familia Rostov carecía de noticias de Nikolái. Sólo hacia la mitad del invierno llegó una carta, en cuyo sobre reconoció el conde la letra de su hijo. Con la carta en la mano, asustado, el conde corrió de puntillas a su despacho, y allí se encerró para leerla a solas. Anna Mijáilovna, enterada de la llegada de una carta (sabía todo cuanto sucedía en la casa), entró silenciosamente en el despacho del conde y se lo encontró con la carta en las manos, llorando y riendo.

Aunque sus asuntos estaban ya en orden, Anna Mijáilovna seguía viviendo con los Rostov.

—Mon bon ami?— preguntó tristemente, siempre dispuesta a compartirlo todo.

El conde sollozó con más fuerza.

—Nikóleñka... Una carta... herido, ma chère... ¡ha sido herido! mi pequeño... la condesa... ha sido promovido a oficial... ¡Bendito sea Dios! ¿Cómo se lo diré a la condesa?

Anna Mijáilovna tomó asiento a su lado y con el pañuelo enjugó las lágrimas del conde, la carta humedecida y las propias lágrimas; leyó la carta, tranquilizó al conde y aseguró que antes del almuerzo y la hora del té habría preparado a la condesa, y que después del té se lo contaría todo, con la ayuda de Dios.

Durante la comida Anna Mijáilovna habló de los rumores que corrían sobre la guerra y de Nikolái; preguntó dos veces cuándo se había recibido su última carta (aunque bien lo sabía) y dijo que era muy posible que aquel mismo día llegaran noticias suyas. A cada una de esas alusiones, cuando la condesa empezaba a mostrarse intranquila y miraba inquieta ya al conde, ya a Anna Mijáilovna, ésta desviaba hábilmente la conversación hacia temas insignificantes. Natasha, que entre todos los de su familia era la que mejor captaba los matices de entonación, de la mirada y del rostro, aguzó el oído desde el comienzo de la comida y se dio cuenta de que entre su padre y Anna Mijáilovna había algo referente a su hermano Nikolái, y que Anna Mijáilovna quería preparar el terreno. Y a pesar de su audacia (Natasha sabía bien con qué sensibilidad reaccionaba su madre ante todo lo que se refería a Nikolái), no se decidió a preguntar nada durante la comida; apenas probó bocado y no cesó de moverse en la silla, sin hacer caso de las observaciones de su institutriz. Terminada la comida, corrió hacia Anna Mijáilovna, a la que alcanzó en el despacho de su padre, y se le echó al cuello.

1 ... 71 72 73 74 75 76 77 78 79 ... 429 ВПЕРЕД
Перейти на страницу:
Комментариев (0)
название