Guerra y paz
Guerra y paz читать книгу онлайн
Mientras la aristocracia de Moscu y San Petersburgo mantiene una vida opulenta, pero ajena a todo aquello que acontece fuera de su reducido ambito, las tropas napoleonicas, que con su triunfo en Austerlitz dominan Europa, se disponen a conquistar Rusia. Guerra y paz es un clasico de la literatura universal. Tolstoi es, con Dostoievski, el autor mas grande que ha dado la literatura rusa. Guerra y paz se ha traducido pocas veces al espanol y la edicion que presentamos es la mejor traducida y mejor anotada. Reeditamos aqui en un formato mas grande y legible la traduccion de Lydia Kuper, la unica traduccion autentica y fiable del ruso que existe en el mercado espanol. La traduccion de Lain Entralgo se publico hace mas de treinta anos y presenta deficiencias de traduccion. La traduccion de Mondadori se hizo en base a una edicion de Guerra y paz publicada hace unos anos para revender la novela, pero es una edicion que no se hizo a partir del texto canonico, incluso tiene otro final. La edicion de Mario Muchnik contiene unos anexos con un indice de todos los personajes que aparecen en la novela, y otro indice que desglosa el contenido de cada capitulo.
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El príncipe Andréi guardó silencio, pero no pasó desapercibida para su hermana la expresión irónica y desdeñosa que se dibujó en su rostro.
—Hay que ser indulgente con las pequeñas debilidades, Andréi. ¿Quién no las tiene? No olvides que ha sido educada y ha vivido en un ambiente mundano y que su situación ahora no es de color de rosa. Hay que ponerse en el lugar de los otros; tout comprendre, c’est tout pardonner. 142Piensa cuán triste tiene que ser para la pobrecilla, después de esa vida a la que estaba habituada, separarse del marido y permanecer sola en el campo y en sus condiciones. Es muy duro.
Al mirar a su hermana, el príncipe Andréi sonreía como sonreímos cuando oímos hablar a una persona a la que creemos conocer a fondo.
—Tú vives en el campo y no te parece nada terrible esa vida— dijo.
—Yo soy otra cosa. ¡Para qué hablar de mí! No deseo otra vida, ni puedo desearla, porque no conozco más que ésta. Pero piensa, Andréi, lo que tiene que ser para una mujer joven, mundana, enterrarse en el campo en los años más bellos de la vida, y sola, porque papá está siempre ocupado y yo... tú me conoces... soy pobre en ressources 143para entretener a una mujer acostumbrada a la mejor sociedad. Sólo mademoiselle Bourienne...
—No me gusta nada esa Bourienne vuestra...— interrumpió el príncipe Andréi.
—¡Oh, no! Es muy buena, muy cariñosa... ¡y sobre todo es tan desgraciada! No tiene a nadie, lo que se dice a nadie. En realidad, no la necesito, más bien me estorba. Tú ya lo sabes: siempre he sido un poco selvática, y ahora más. Me gusta la soledad... Mon père la quiere mucho... Ella y Mijaíl Ivánovich son dos personas con las que siempre es bueno y cariñoso, porque ambos le están obligados. Según Stern, amamos a los hombres más por el bien que les hacemos que por el que esperamos de ellos. Mon père la recogió huérfana, sur le pavé; 144es muy buena. A papá le gusta su manera de leer. Por las noches le lee en voz alta; lee muy bien.
—A decir verdad, Marie, pienso a veces si te hace sufrir el carácter de papá— preguntó de repente el príncipe Andréi.
La princesa María al principio se sorprendió, después tuvo miedo de aquellas palabras.
—¿A mí?... ¿A mí?... ¿Sufrir yo?— dijo.
—Siempre fue duro, pero me parece que ahora lo es más— continuó el príncipe Andréi con el deliberado propósito de desconcertar o probar a su hermana hablando tan ligeramente del padre.
—Tú eres bueno en todos los sentidos, André; pero tienes una mente orgullosa y eso es un grave pecado— dijo la princesa, siguiendo más el curso de sus propios pensamientos que el de la conversación. —¿Acaso se puede juzgar a un padre? Y si esto fuera posible, ¿puede existir un sentimiento que no sea el de veneración hacia un hombre como mon père? ¡Yo me siento tan contenta, tan feliz con él! Sólo querría que todos fuesen tan felices como yo.
El hermano hizo un gesto de incredulidad.
—Una sola cosa me apena, André; te diré la verdad: son las ideas religiosas de papá. No comprendo cómo un hombre de su talento no vea lo que es claro como la luz del día y se equivoque de ese modo. Es mi único dolor. Y aun así, en los últimos tiempos observo un atisbo de mejoría. Sus ironías ahora son menos mordaces, y hasta ha recibido a un monje y ha hablado largamente con él.
—Temo, querida mía, que el monje y tú gastéis pólvora en salvas— dijo el príncipe Andréi, tierno y burlón al tiempo.
—Ah! mon ami, no hago más que rogar a Dios y espero que me escuche— dijo tímidamente; y después añadió tras un breve silencio: —Tengo que pedirte una cosa.
—¿Qué es, querida mía?
—Prométeme que no te negarás, no te costará ningún esfuerzo ni es indigno de ti, y para mí será un consuelo. Prométemelo, Andriusha— dijo, introduciendo la mano en su bolso y tomando algo, pero sin mostrarlo todavía, aunque era el objeto de la petición, como si antes de obtener la promesa no pudiese sacar aquellode la bolsa.
Dirigió al hermano una mirada tímida y suplicante.
—Aunque me costara un gran esfuerzo...— respondió el príncipe Andréi, como adivinando de lo que se trataba.
—Piensa lo que quieras. Sé que eres como mon père. Piensa lo que quieras, pero hazlo por mí, te lo suplico. El padre de nuestro padre, el abuelo, lo llevó en todas sus campañas...— y seguía sin sacar de la bolsa lo que tenía en ella. —Entonces, ¿me lo prometes?
—Desde luego, ¿de qué se trata?
—André, con esta imagen te bendigo; prométeme que no te la quitarás nunca... ¿Me lo prometes?
—Si no pesa mucho ni me tira del cuello... para darte gusto...— dijo el príncipe Andréi, pero se arrepintió al momento, al advertir el dolor que reflejaba el rostro de su hermana por su broma. —Me siento feliz, muy feliz, querida— añadió.
—Aunque no lo quieras, te salvará y te hará encontrarte a ti mismo, porque sólo en Él está la verdad y la paz— dijo con voz temblorosa por la emoción, mostrando a su hermano, con gesto solemne, una vieja imagen oval del Salvador, con el rostro renegrido, marco de plata y cadena finamente labrada también de plata.
María hizo la señal de la cruz, besó la imagen y se la entregó a su hermano.
—Hazlo por mí, André, te lo ruego...
Sus grandes ojos despedían rayos de bondad y dulzura. Esos ojos iluminaban el rostro delgado y enfermizo y lo hacían bellísimo. El hermano quiso tomar la imagen, pero ella lo detuvo. Andréi comprendió: se persignó y besó la medalla. Su rostro expresaba a un tiempo ternura y burla, pero en realidad estaba emocionado.
—Merci, mon ami.
María lo besó en la frente y se sentó de nuevo en el diván. Guardaron silencio.
—Antes te decía, Andréi, que fueras bueno y generoso, como lo has sido siempre; no seas severo con Lisa. Es tan buena y agradable, y su situación es tan penosa ahora...
—Me parece, Masha, que no te he dicho nada de mi mujer; ni que le reprochara algo, ni que estuviese enfadado con ella. ¿A qué viene entonces lo que me dices?
El rostro de la princesa se cubrió de manchas rojas y se calló como si se sintiera culpable.
—Yo no te dije nada... En cambio, ya te han hablado, y eso me entristece.
En la frente, en las mejillas y el cuello de la princesa María fueron más intensas las manchas rojas. Quería decir algo, pero le era imposible hablar. El hermano había adivinado: la princesa Lisa, después de comer, había llorado exponiendo sus sentimientos con respecto a un parto desgraciado, temía el alumbramiento y se lamentaba de su suerte, del suegro y del marido. Después de llorar se quedó dormida. El príncipe Andréi sintió compasión de su hermana.
—Debes saber, Masha, que nunca he reprochado, ni reprocho ni reprocharé nada a mi esposa; pero igualmente puedo decirte que tampoco tengo nada que reprocharme con respecto a ella; así será siempre, cualesquiera que sean las circunstancias. Pero si quieres conocer la verdad... si quieres saber si soy feliz... ¡No! No lo soy. ¿Es feliz ella? Tampoco. ¿Por qué? No lo sé...
Dichas estas palabras, se acercó a su hermana e inclinándose la besó en la frente. Sus bellos ojos se iluminaron con una luz inteligente y bondadosa, poco habitual en él, pero no miraba a su hermana; aquellos ojos se perdían en la oscuridad de la puerta abierta, por encima de la cabeza de María.
—Vamos a verla. Hay que decirle adiós. O, mejor, ve tú antes, despiértala; yo iré en seguida. ¡Petrushka!— llamó a su ayuda de cámara. —Ven aquí, llévate estas cosas; esto ponlo en el pescante; y eso otro, a la derecha.
La princesa María se dirigió a la puerta. Allí se detuvo:
—André, si vous avez la foi, vous vous seriez adressé à Dieu pour qu’il vous donne l’amour que vous ne sentez pas, et votre prière aurait été exaucée. 145
—Sí, tal vez— contestó el príncipe Andréi. —Vete, Masha. Yo iré en seguida.
Cuando se dirigió a las habitaciones de su hermana, el príncipe Andréi se encontró con mademoiselle Bourienne en la galería que unía las dos partes del edificio. Mademoiselle Bourienne le sonrió con una sonrisa admirativa e ingenua. Era la tercera vez que tropezaba durante el día con aquella sonrisa en lugares apartados de la casa.