Palido Fuego
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Esto me recuerda el grotesco relato que le hizo al Sr. Langton del estado lamentable de un joven de buena familia. "Se?or, lo ?ltimo que he sabido de ?l es que andaba por la ciudad matando gatos a tiros". Y entonces, en una especie de dulce fantaseo, pens? en su gato favorito y dijo: "Pero a Hodge no lo matar?n, a Hodge no lo matar?n". James Boswell, Vida de Samuel Johnson
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un velo de amorosa gasa azul,
la textura misma del cielo.
Una brisa llega a los pinos y yo
me uno al aplauso general.
Pero todos sabemos que eso no puede durar,
la montaña es demasiado débil para esperar,
aunque esté reproducida y bajo vidrio
en mí como en un pisapapeles.
Verso 98: sobre el Homero de Chapman
Referencia al título del famoso soneto de Keats (a menudo citado en América) que, por una distracción del impresor, fue traspuesto, de una manera cómica, de algún otro artículo a la reseña de un acontecimiento deportivo. Acerca de otros gazapos notables, véase la nota al verso 802.
Verso 101: Ningún hombre libre necesita un Dios
Cuando se piensa en los innumerables pensadores y poetas de la historia de la creación humana cuya libertad de espíritu era engrandecida, más que disminuida, por la Fe, uno se ve obligado a poner en duda la sabiduría de este fácil aforismo (véase también la nota al verso 509).
Verso 109: la irídula
Nubecita irisada, la muderperlwelkzemblana. La palabra "irídula" es, creo, invento de Shade. En la copia en limpio (ficha 9, del 4 de julio), Shade escribió en lápiz, encima de esta palabra, "peacock-herl". El "peacock-herl" es el cuerpo de cierto tipo de mosca artificial llamada también "alder". Es lo que me dice el propietario de este motel, un fanático de la pesca. (Véase también "extraños fulgores nacarados" en los versos 633-634.)
Verso 119: el Dr. Sutton
Es esta una combinación de letras tomadas de dos nombres, uno que empieza con "Sut" y el otro que termina con "ton". Dos distinguidos médicos, retirados mucho tiempo atrás, vivían en nuestra colina. Ambos eran muy viejos amigos de Shade; uno tenía una hija, presidenta del club de Sybil, y éste es el Dr. Sutton que yo evoco en mis notas a los versos 181 y 1000. También se lo menciona en el verso 986.
Versos 120-121: cinco minutos eran iguales a cuarenta onzas, etc.
En el margen izquierdo y paralelo a estos versos: "En la Edad Media una hora era igual a 480 onzas de arena fina o sea 22.560 átomos".
Me es imposible verificar esta afirmación o los cálculos del poeta para cinco minutos, es decir, trescientos segundos, porque no sé cómo se puede dividir 480 por 300 o lo contrario, pero quizá estoy simplemente cansado. El día (4 de julio) que John Shade escribió esto, Gradus el Matón se preparaba para salir de Zembla y empezar sus incesantes desatinos á través de los dos hemisferios (véase nota al verso 181).
Verso 130: nunca hice rebotar una pelota ni empuñé un bate
Francamente, yo tampoco me destaqué nunca en el fútbol ni en el cricket; soy un jinete pasable, un esquiador vigoroso aunque nada ortodoxo, un buen patinador, un luchador astuto y un alpinista entusiasta.
En el borrador el verso 130 va seguido de cuatro versos que Shade descartó en favor de los que han quedado en la Copia en limpio (verso 131, etc.). Este falso arranque dice:
Como niños jugando en un castillo encuentran
en algún viejo armario lleno de juguetes, detrás
de los animales y las máscaras, una puerta corrediza
(cuatro palabras fuertemente tachadas) un pasadizo secreto…
La comparación ha quedado en suspenso. Es posible que nuestro poeta planeara asociarla a alguna misteriosa verdad descubierta en los síncopes que sufrió en su infancia. No puedo decir cuánto siento que haya rechazado esos versos. Lo lamento no sólo por su belleza intrínseca, que es grande, sino también porque la imagen que contienen fue sugerida por algo que Shade había recibido de mí. Ya he aludido en el curso de estas notas a las aventuras de Charles Xavier, último rey de Zembla, y al vivo interés que manifestaba mi amigo por las muchas historias que le conté acerca de ese rey. La ficha en que se ha conservado la variante está fechada el 4 de julio y es un eco directo de nuestros paseos a la puesta del sol por los fragantes senderos de New Wye y Dulwich. -Siga contándome -me decía golpeando su pipa vacía contra el tronco de un haya, y mientras la coloreada nube pasaba lentamente, y más lejos, en la casa iluminada de la colina, la Sra. Shade gozaba tranquilamente de una pieza televisada, yo accedía gozoso al pedido de mi amigo.
Con palabras sencillas le describía la curiosa situación en que se encontró el Rey durante los primeros meses de la rebelión. Tenía la divertida impresión de que era la única pieza negra de lo que un inventor de problemas de ajedrez podría calificarse de rey bloqueado en el rincón, del tipo solus rex. Los realistas, o por lo menos los demmods(demócratas moderados), podían haber impedido que el Estado se convirtiera en una vulgar tiranía moderna, si hubiesen sido capaces de hacer frente al oro corrompido y a las tropas de robots que un poderoso Estado policíaco, desde su posición ventajosa, a unas pocas millas marinas, lanzaba en la Revolución Zemblana. A pesar de que la situación era desesperada, el Rey se negó a abdicar. Cautivo taciturno y altanero, estaba enjaulado en su palacio de piedra rosa desde una de cuyas torrecillas de ángulo podían verse con ayuda de un par de prismáticos a unos esbeltos jovencitos zambulléndose en la piscina de un club deportivo de cuento de hadas y al embajador inglés con traje de franela pasado de moda jugando al tenis con el entrenador vasco en un court de arcilla tan remoto como el paraíso. ¡Qué serenas eran las montañas, cuán tiernamente pintadas en la bóveda occidental del cielo!
En alguna parte de la bruma de la ciudad había todos los días desagradables estallidos de violencia, arrestos y ejecuciones, pero la gran ciudad seguía andando como sobre ruedas, como siempre, los cafés estaban llenos, en el Teatro Real se daban espléndidos espectáculos y era realmente en el palacio donde había la más fuerte concentración de tinieblas. Komizarsde cara pétrea, de hombros cuadrados, imponían una estricta disciplina entre las tropas de guardia, adentro y afuera. Una prudencia puritana había sellado las bodegas y suprimido todas las criadas del ala sur. Las damas de compañía hacía mucho que se habían ido, naturalmente, en el momento en que el Rey exilió a su Reina en su villa de la Riviera francesa. ¡Gracias al cielo, le habían sido ahorrados esos días atroces en el palacio mancillado!